"Se avecina una situación
trágica para los sectores populares de Brasil"
13 de septiembre de 2016
El impeachment en
Brasil y la presidencia de Michel Temer ha comenzado a notarse en medidas
sociales como los derechos laborales. El excoordinador del Foro Social Mundial,
Jeferson Miola habla de estos cambios y de las posibilidades para los
movimientos de oposición al
golpe.
Por Periódico Diagonal
Hace diez días que Brasil está gobernado por
Michel Temer y hace uno que Teori Zavascki, miembro del Tribunal Supremo
brasileño, ha desestimado el recurso que el abogado José Eduardo Cardozo
presentó contra el impeachment de su clienta, Dilma Rousseff.
Jeferson Miola ha sido coordinador ejecutivo del
quinto Foro Social Mundial y es integrante del Instituto de Debates, Estudios e
Alternativas de Porto Alegre (Idea). Miola da su punto de vista de lo que
sucede en el país.
¿Qué se está viviendo en Brasil?
En Brasil estamos viviendo una pesadilla, una
tragedia, o sea, estamos en los primeros días de la consumación de un golpe de
estado que ya no es un golpe con las características del siglo pasado, con las
fuerzas armadas, la represión abierta y la tortura; las prisiones, la
persecución a los partidos políticos y la censura a los medios, pero que tiene
una naturaleza distinta, es un golpe parlamentario-mediático. Que, por un lado
no se apoya en la supresión de derechos civiles y políticos y por otro,
perpetra una violencia contra la Constitución y la democracia. Este gobierno
no tiene legitimidad pero va a implementar, de una manera temerosamente veloz,
políticas que ponen fin a un ciclo progresista de conquistas sociales como la
revisión de derechos de jubilación y de los derechos laborales, por ejemplo.
Incluso más que eso: comienza a mostrar su fase represiva.
En estos días, ¿qué reformas importantes ha
realizado Temer?
En las primeras 48 horas de su toma posesión, el
gobierno usurpador e ilegítimo ha destituido de la Comisión de Amnistía a 19 de
sus 25 miembros y ha nombrado como coordinador a un coronel que hizo parte del
proceso de represión en la dictadura: Manoel Gonçales Ferreira Filho [La
Comisión de Amnistía tiene como objetivo reparar moral y económicamente a las
víctimas de actos de excepción, arbitrio y violaciones de derechos humanos
cometidos por la dictadura militar entre 1946 y 1988. Esta comisión cuenta con
más de 75 mil solicitudes de amnistía presentadas, n de la Ed]. Otra de las
medidas que ya se están tramitando en el Congreso de Brasil es alargar la
jornada laboral a 12 horas diarias.
Por lo tanto, aún no tenemos todos los elementos
para evaluar la realidad, pero se avecina una situación trágica para los
sectores populares y democráticos del país, con el inicio de un proceso de
regresión de derechos y de subordinación de Brasil a los intereses de las
metrópolis imperiales. Es una etapa de la restauración neoliberal en su versión
extremadamente conservadora y reaccionaria.
Volviendo al tema de la destitución de la
presidenta brasileña, hay que recordar que este impeachment no aparta a Dilma
fuera del ámbito político...
Es importante decir que Brasil, por su
Constitución, es una república presidencialista y el impeachment está
tipificado. Pero, para que se concrete, hay una serie de exigencias que no fueron
cumplidas por los golpistas. No sólo las voces políticas y jurídicas brasileñas
lo señalan, sino que las voces del mundo identifican la violencia que se ha
producido contra la
presidenta Dilma bajo pretextos falsos para derrumbarla del
mandato presidencial conquistado con más de 54 millones de votos.
Eso llevó a que el juicio fuera aprobado pero no
con fundamentos jurídicos, sino por una situación de una mayoría parlamentaria
que adoptó criterios fascistas para producir razones falsas de acusación y así
alcanzar un quórum favorable para la destitución de la presidenta sin el crimen
de responsabilidad conforme exige nuestra Constitución.
En la segunda votación, celebrada en el Senado,
no alcanzaron el número de votos necesarios para quitar a la presidenta Dilma
los derechos políticos. No es que sea una paradoja, sino que es una revelación
muy marcada de que la ex-presidenta no ha cometido un crimen y por eso no
consiguen castigarla quitándole los derechos políticos o el derecho a ejercer
funciones públicas.
Lo que sí hay que subrayar es que la mayoría de
los 61 senadores que votaran por su destitución sí están implicados en crímenes
o están investigados por corrupción.
Con este puesto de responsabilidad política,
¿Dilma puede ser juzgada por Petrobras o está aforada?
No está aforada porque ya no está ejerciendo
ningún mandato, pero en dos años de investigación, no hay la menor evidencia de
participación de la
presidenta Dilma en este caso corrupción.
La operación llamada Lava Jato que investiga la
corrupción en la Petrobras es importantísima y necesaria para saber qué ha
ocurrido y demostrar que esta trama no ha nacido en el gobierno del PT. La
corrupción en esa empresa estatal estratégica es denunciada en estos momentos
solamente porque los gobiernos de Lula y Dilma fortalecieron la Policía Federal ,
concedieron autonomía al Ministerio Público y no permitieron que las
investigaciones fueran amordazadas y encerradas siempre cuando se acercaban de
los poderosos o de políticos.
El sistema político brasilero es caótico, sufre
fuerte influencia del poder económico y es muy tendente a la corrupción. Es un
sistema mantenido para favorecer el poder del dinero y del capital sobre la
política y la
democracia. El gobierno de coalición presupone la
cohabitación con fuerzas representativas en el parlamento que pasan a ocupar
puestos en el gobierno para mantener las cadenas de corrupción incrustadas
desde siempre en el Estado. El pecado del PT fue haberse mantenido fiel a ese
dogma de gobernar con los enemigos, sin el contrapeso que da el apoyo de las
gentes en las calles para asegurar el cumplimiento del programa elegido por la
mayoría del pueblo.
Es importante destacar que, mas allá de la
importancia de operaciones como la
Lava Jato , no debemos ser ingenuos. Esta operación, desde su
inicio, fue instrumentalizada y dirigida no para tratar del tema de la
corrupción, pero para combatir a los gobiernos del PT y, especialmente, para
castigar a Lula, destruyendo su imagen con el objetivo muy claro de aniquilarlo
y convertirlo en inviable para las próximas elecciones.
El gobierno golpista de Temer sí que está
integrado por una mayoría de políticos corruptos y procesados por varios
crímenes –su líder en el parlamento es investigado incluso por homicidio– pero
ellos, ni de lejos reciben el tratamiento que los medios, el Ministerio
Público, la Justicia y la
Policía Federal dispensan a Lula y a políticos identificados
con el PT.
El partido de Temer lleva en coalición con el PT
desde hace muchos años y uno de los hombres clave es el ministro Henrique
Meirelles.
Lula y Dilma, por ejemplo, fueron elegidos con
más de 53% de los votos, pero el PT nunca ha conseguido obtener más que 14% de
las caderas parlamentarias, por lo que el gobierno electo se obliga a construir
lo que acá se llama “presidencialismo de coalición”. Se montan coaliciones
muchas veces sin coherencia programática y sin ninguna identidad ideológica. De
esta manera, hay políticos que no son del PT, aunque han participado de los
gobiernos de Lula y de Dilma.
Desde mi punto de vista, considero que tenemos
el tiempo de evaluar lo que ha sucedido, sobre todo, lo concerniente al PT. Más
tarde o más temprano debemos afrontar este debate. La crisis, el impeachment, y
el golpe nos obliga a una reflexión sobre el fin del ciclo del gobierno
progresista en Brasil que, a su vez, también representa el fin de una política
de conciliación de clases.
Está demostrado que la capacidad de tolerancia
de la burguesía y de la clase dominante brasileña dura en cuanto no existe un
conflicto distributivo. A partir de 2008-2009, con la crisis del capitalismo
mundial que empezó en Europa y en EEUU, acabó la tolerancia de la oligarquía
respecto a esos gobiernos de recorte popular y sus políticas distributivas.
Esos sectores, comandados por el entonces
vicepresidente Michel Temer, pasaron a conspirar, a traicionar a Dilma y a
sabotear las políticas gubernamentales para crear un ambiente de inestabilidad
y de crisis.
Considero un elemento crucial poder evaluar en
el futuro la naturaleza de la clase dominante brasileña. Los gobiernos de corte
democrático y popular se han desarrollado en contextos de hegemonía de
oligarquías racistas, misóginas y autoritarias. Ése es otro aspecto importante
que debemos tener en cuenta no sólo para la reconstrucción del PT, sino para la
recomposición del conjunto de la izquierda brasileña.
¿Esta situación producirá un cambio de rumbo en
las aspiraciones de Brasil fuera de sus fronteras?
Brasil es la séptima potencia económica mundial.
El golpe también produce un cambio sustantivo en la política externa del país,
comprometiendo sobre todo la integración regional. Eso afecta de manera clara
al Mercosur, Unasur pero ,sobre todo, tiene efectos graves en el diseño
geopolítico internacional.
En la última década, Brasil ha desempeñado un
papel importantísimo en el sistema mundial. Su participación fue decisiva, por
ejemplo, en la construcción de los BRICS al lado de China, Rusia, India y
África del Sur, hecho que cambia las relaciones geopolíticas mundiales. En el
mismo sentido, se puede destacar el papel de nuestro país para la construcción
de la paz en el mundo y para la cooperación sur-sur: La actuación en
Latinoamérica así como en el continente africano, es una evidencia de eso.
¿Hay un cambio de ciclo forzado contra los
gobernantes que ejercieron políticas progresistas en la región?
Comparto la idea de que los procesos que
atravesamos en América del Sur no son fenómenos casuales. Estamos viviendo una
ola de restauración neoliberal con características reaccionarias que revisan
las libertades civiles y los derechos duramente conquistados en los últimos 15
años en la región. Tengo
la sensación de que no es algo autónomo e inocente, creo que esos cambios están
siendo apoyados y ensayados desde fuera de la región. Hay dos
referencias claras en este sentido: el Golpe de Estado contra Zelaya y el Golpe
en Paraguay cuyo rito sumario se realizó en 24 horas. Estamos ante ensayos
golpistas de nuevo tipo para derrumbar a gobiernos progresistas.
Los golpes de hoy no son perpetrados por las
fuerzas armadas, tal como ocurrió en los 60, 70 y hasta mediados de los 80 en
América Central. Este neogolpismo de hoy está utilizando dinámicas distintas
que ya no están basadas en golpes militares clásicos. Ahora se hace a través de
financiación de organizaciones no gubernamentales, poseen mayor facilidad de
propaganda en los medios, el mercado ejerce presiones terroristas. Pienso, por
ejemplo que si en Argentina no hubieran podido conseguir derrotar
electoralmente a Scioli, se estarían enfrentando una realidad golpista como la
nuestra.
Lo que tienen en común los golpes de estado de
hace 30 años en América Latina con el neogolpismo de hoy es que hay una
influencia que viene desde fuera pero con un nuevo traje.
Ante las protestas contra el gobierno de Temer y
estas reformas que ya están realizando, ¿cree que habrá elecciones anticipadas
en Brasil?
En Brasil hay un amplio frente de fuerzas de
izquierda de partidos y de otras organizaciones no partidistas que no reconocen
este nuevo gobierno. Solamente la realización de elecciones presidenciales
anticipadas restaura el estado de derecho en Brasil, pero aunque sea importante
la consigna Elección
ya, fuera Temer!, y que la resistencia esté organizada, no creo que haya una
correlación de fuerzas para lograr la anticipación de las elecciones.
Es más, creo que tampoco tenemos la garantía de
que se den en 2018. Me parece que es muy temprano para poder identificar cómo
se comportarán los sectores que tomaron el poder y cómo se tomarán la
Constitución y el ordenamiento jurídico vigente.
No hay garantías de que tengamos elecciones, hay
que estar atentos para que se convoquen conforme prevé la Constitución. Creo
que en el paquete de medidas que van a adoptar no cabe la palabra elecciones.
En ese caso estaríamos ante un golpe dentro del golpe.
Fuente:
http://www.anred.org/spip.php?article12812
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”Estamos asistiendo es
una fase de ofensiva generalizada del capital sobre el trabajo a escala global.
En relación al imperialismo, eso significa concretamente que las potencias
mundiales junto con sus capitales, sobre todo EE.UU[7], necesita
fervorosamente consolidar sus fuentes de sustentación en el «Tercer Mundo»”.
Ni golpe ni Dilma
A desarrollar una fuerza revolucionaria de la
clase trabajadora
12 de septiembre de 2016
12 de septiembre de 2016
Por Coordinadora
Guevarista Internacionalista
Pronunciamiento de la
Coordinadora Guevarista Internacionalista (CGI)
Se ha consumado el enroque
El día 31 de agosto se
ha dado por completado el proceso de destitución presidencial de Dilma
Rousseff.
Luego de varios meses
de tramitación y discusión parlamentaria el Senado brasileño ha reemplazado
–por 61 votos a favor y 20 en contra- definitivamente a la persona y, de alguna
manera, al sector político que encabeza el gobierno que
administra los intereses de la burguesía, los grandes capitalistas locales y
foráneos. Retirando a Rousseff y posicionando en el comando a su ex Vicepresidente,
Michel Temer, bajo la acusación de haber “maquillado” recursos fiscales.
Demostrando a las claras
que la democracia burguesa no es más que una farsa, un sistema político tácticamente conveniente para la clase burguesa
según lo requiera el momento histórico de lucha de clases, la burguesía y sus
grupos políticos asociados retiran un presidente y ubican otro “cuando se les
da la gana” –es decir, cada vez que lo necesitan-, manteniéndose incluso
perfectamente dentro del marco constitucional. De hecho Dilma es destituida
como presidenta pero no se le impone prohibición alguna para ostentar otros
cargos públicos o incluso para postularse nuevamente a elecciones
presidenciales.
Pero, ¿por qué razón
la mayoría del Senado y la clase en el poder realizan la maniobra de quitar a
Rousseff y ascender a la presidencia a Temer?
A nuestro entender,
este proceso presenta dos momentos esenciales dialécticamente imbricados.
Por un lado a nivel
“interno”, a nivel nacional, venía ocurriendo los últimos años que tanto la
maquinaria productiva como el aparato político brasileños no estaban ofreciendo
los rendimientos esperados por la burguesía. Por mencionar algunos datos, el
crecimiento del PIB anual el 2015 fue de un -3,85%, decayendo estrepitosamente
desde el 2013 donde fue de +3,02%. Dicho índice de crecimiento productivo
solamente fue inferior en 1980, con un -4,39, en los últimos 55 años[1].
En un país con la extensión, la masa trabajadora y el desarrollo económico de
Brasil, tal decaimiento productivo genera un impacto significativo para el
capital monopólico. Mientras que la aprobación popular a su mandato antes de
ser provisoriamente sustituida se encontraba alrededor de un 10%[2]. Si
bien esto no inquietaría a la gran burguesía en caso de estar acumulando de
acuerdo a sus expectativas, sí fue aprovechado por la misma para suplantarla y
demostró, de pasada, que ni Dilma ni el PT –Partido de los Trabajadores- gozan
de las bases populares y el apoyo de masas que decían tener.
Y por otro lado a
nivel “externo”, en el plano internacional, viene sucediendo los últimos cinco
años aproximadamente que los EE.UU, a la cabeza del bloque imperialista
“occidental”[3], con Alemania, Gran Bretaña, Francia y otros como Canadá
y Japón a su alero, se encuentra en el esfuerzo por reorientar en algunos de sus aspectos las
políticas económicas que desarrollaron los 10 ó 15 años pasados gobiernos de
inclinación relativamente socialdemócrata, reformista o populista en América Latina. En el caso
específico de Brasil, se trata para la pretensión de EE.UU. de reorientar su
política diplomática –encabezada por Lula da Silva y Dilma Rousseff- desde una
actitud de apoyo, o bien de neutralidad o al menos de no beligerancia para con
los gobiernos integrantes del ALBA[4], hacia una actitud abiertamente
ofensiva en sintonía y en concomitancia con el eje de la Alianza del Pacífico[5].
Y en el mismo sentido, de sustraer definitivamente a Brasil del bloque “BRICS”[6] –liderado por China y Rusia- y
subsumirlo de manera completa a la órbita geoeconómica y geopolítica de EE.UU.
y la Unión Europea.
En una escala muy
inferior, por la magnitud de su economía y su influencia geopolítica, ya lo
mismo había ocurrido el año 2009 en Honduras perpetrando un golpe de Estado
contra el entonces presidente Manuel Zelaya. Y es que por iniciativa del propio
Zelaya, el 2008 el congreso hondureño había aprobado la adhesión del país al
ALBA.
Valga dejar muy claro
sobre los puntos citados, primero, que la política-económica impulsada por
Lula, Dilma y el PT de ninguna manera y bajo ninguna arista se asemeja a una
política de naturaleza socialista, de confrontación con la burguesía, de
expropiación de capitales importantes, de socialización tanto económica como
cultural-educativa, de desarrollo incipiente de una hegemonía proletaria y
popular, de organización, control y dirección obrera y por la base de los
procesos productivos y políticos, etc. Nada de eso. La coyuntura no tiene que
ver con una contradicción entre socialismo y capitalismo, ni está en juego el
más mínimo cambio al paradigma dominante del capitalismo, el libre mercado y la
superexplotación que las sucesivas dirigencias del PT mantuvieron incólumes. El
verdadero problema con la burguesía y el imperialismo –de hecho ni siquiera
corresponde hablar de contradicción pues nunca la hubo- se suscita frente a la necesidad de éstos
de profundizar el régimen de explotación capitalista hasta el grado de
retroceder los programas de beneficios sociales que ciertamente se habían
desarrollado en Brasil durante la última década, sin que esto significara en
absoluto un obstáculo para la acumulación burguesa y la superexplotación sobre
la clase trabajadora; como también, frente a la necesidad de EE.UU. de obligar
al gobierno brasileño, por ejemplo, a votar al interior de la OEA a favor de
imponer la Carta
Democrática contra Venezuela, cosa que ni Dilma ni Lula
hicieron.
Y segundo, que esta es
una coyuntura que se desenvuelve en el seno de la burocracia del Estado y poco
y nada afecta, desde el punto de vista de la lucha de clases, a la clase
trabajadora y el pueblo brasileño. Los trabajadores y el pueblo fueron el gran
ausente en el debate, las opiniones y las manifestaciones, por una parte. Y
además, el modo de vida de explotación, opresión y alienación extrema de las
masas trabajadoras no va a cambiar ni empeorar sustancialmente ahora con Temer.
Sí va a ocurrir que se impondrá un “ajuste económico” en el sentido de una liberalización del patrón de
acumulación mediante el cual
elevar la tasa de plusvalía extraída del trabajo, y a su vez retirar o
disminuir beneficios sociales provenientes del aparato público –no es lo mismo
que derechos conquistados- trátese de educación, salud, transporte, vivienda,
etc.
Tendencia general,
Latinoamérica y el imperialismo
La coyuntura brasileña
se da en el marco de un proceso económico y político más amplio a escala
regional y mundial. Lo que estamos asistiendo es una fase de ofensiva generalizada del
capital sobre el trabajo a escala global. En relación al imperialismo, eso
significa concretamente que las potencias mundiales junto con sus capitales,
sobre todo EE.UU[7], necesita fervorosamente consolidar sus fuentes de
sustentación en el “Tercer Mundo”, llevarlas a un punto superior de dependencia
económica, maximizar la intervención militar y política, saquear abiertamente
sus riquezas y recursos naturales, cooptar completamente a los sectores
gobernantes, obstruir o revertir cualquier tipo de planes de “protección
social” –perfectamente dentro del capitalismo-, reducir o eliminar las tasas
arancelarias a sus capitales invertidos y aumentar los niveles de
superexplotación sobre las masas obreras. En este contexto, la región
latinoamericana viene a ser su baluarte porque es el trozo del mundo que por
excelencia corresponde, para la lógica yanqui, recuperar y hacer de su absoluto
dominio, control y propiedad.
En este sentido es que
se está empujando en América Latina, tanto por la actividad del imperialismo y
la burguesía internacional como de la burguesía lacaya, local, asociada y
sometida al capital transnacional, hacia un desplazamiento de los gobiernos
autoproclamados y mal llamados “progresistas”, de características socialdemócratas, reformistas o populistas –más o menos toda la órbita del ALBA-,
tendiendo a reemplazarlos por sectores políticos que hace dos décadas atrás
cayeron en completa bancarrota: la “derecha tradicional”, “neoliberal”, sumisa
por completo a las directrices de EE.UU, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional.
Es importante anotar
que en prácticamente todos los países de América Latina hubo, las últimas dos
décadas, procesos de lucha de clases, movilización popular e inestabilidad de
los regímenes políticos que posibilitaron un recambio de los sectores políticos
“pro-yanquis” tradicionales. Con todas sus diferencias internas, sus matices y
sus grados de profundidad, en Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina
y también Brasil, hubo procesos populares que permitieron el arribo de una alternativa al poder en relación a los sectores políticos
tradicionales.
Ahora bien, sin
desconocer que algunos procesos de masas como el de Venezuela, Bolivia, Ecuador
e incluso Argentina consiguieron –en unos más y en otros menos- algún nivel de
avance reivindicativo, material, de subsistencia y organizativo para la clase,
lo cierto es que los diversos gobiernos y coaliciones políticas resultantes no
impulsaron un programa de rebasamiento de las lógicas capitalistas, de las
relaciones esenciales entre el capital y el trabajo. No se trata de que lo
consiguieran inmediatamente, sino que los programas políticos apuntaran hacia
allá.
Puntualmente aquellos
comparten el común denominador, tomados de forma particular y asociados en
conjunto, de no atreverse a enfrentar, atarle las manos o hacer retroceder
decididamente a la burguesía y los sectores políticos reaccionarios dentro de
su propio país. Muy por el contrario, las burguesías criollas en cada caso
continuaron explotando y acumulando –con especial acento y descaro en los
procesos de Brasil y Argentina- con menor competencia y con grados más profundos
de monopolización que hace una o dos décadas atrás. Quienes son las mismas que
ahora se reorganizan, se levantan y están, una a una, recuperando el poder.
Lo que podemos afirmar
con seguridad es que, en esta fase, se está produciendo una bancarrota de la
táctica-estrategia de la “integración bolivariana latinoamericana”. Aquel proyecto ideado
por Chávez consistente en levantar un eje de articulación de las economías
latinoamericanas en orientación al capitalismo “BRICS”, está ahora en
entredicho sencillamente porque así son las reglas del capitalismo: los
capitales mayores –circunscritos al imperialismo yanqui- arrasan con todo lo
que encuentran a su paso y avanzan, cuando hallan las condiciones para hacerlo,
en ofensiva contra cualquiera barrera que suponga una limitación a su
desarrollo. Un objetivo estratégico del imperialismo yanqui en este momento
histórico es, precisamente, desintegrar las “alianzas bolivarianas” en América
Latina, desplazar o aislar a los BRICS y hacerse de la dominación unilateral de la región latinoamericana.
A Temer lo puso Dilma
Volviendo a Brasil.
No nos equivocamos en
decir que los sucesivos gobiernos del PT, tanto en la presidencia de Lula como
en la de Dilma ,
se han caracterizado por llevar adelante políticas que generaron espectaculares
ganancias para los monopolios, las multinacionales y la burguesía brasileña.
Profundizaron la primarización de la economía, impulsaron el saqueo de los
recursos del país por parte del imperialismo, generaron enormes procesos de
corrupción en el seno de la burocracia estatal y se enriquecieron a costillas
de los recursos públicos, en particular mediante la organización de megaeventos como el
Mundial de fútbol o los Juegos Olímpicos, los cuales generaron multimillonarias
pérdidas al Estado que están pagando los trabajadores brasileños, y millonarias
ganancias para las multinacionales, el gran capital local y los representantes
políticos de turno.
Y por la otra cara de
la moneda, mantuvieron sometidas a las masas populares en la extrema miseria,
reprimieron ferozmente las luchas populares por sus condiciones básicas de vida
y asesinaron a mansalva a los pobladores de las favelas y las zonas más pobres mediante los
aparatos represivos del Estado y también mediante la acción de fuerzas paramilitares.
En definitiva, los sucesivos gobiernos del PT fueron feroces defensores de los
intereses de la misma “oligarquía” que hoy destituye a Dilma.
Y no sólo eso. La
principal cara visible del proceso, el nuevo presidente Temer, llega a ese
puesto por ser el Vicepresidente electo junto a Dilma Rousseff en las dos
últimas elecciones. Es que en el verdadero afán por demostrar su total
compromiso con la defensa de los intereses de la burguesía monopólica, el PT
hizo alianzas hasta con los sectores más recalcitrantes de la derecha, como el
PMDB –Partido Movimiento Democrático Brasileño- de Temer –dicho sea de paso, el
mayor partido de Brasil desde los 80’-, partido que había formado parte del
gobierno corrupto y criminal de Fernando Collor de Mello entre 1990 y 1992, por
ejemplo.
Es este mismo
compañero de fórmula de Dilma, colocado por el PT como Vicepresidente, quien
encabezó el proceso que termina con su destitución. No puede quedar más claro
entonces que es el propio PT con su política abiertamente burguesa y
capitalista, quien pavimentó el camino que llevó a la destitución de su
presidenta.
Ni Golpe ni Dilma
La clase trabajadora y
el pueblo brasileño, que llevan toda su historia resistiendo en las urbes, los
campos y las favelas, lucharon igualmente los últimos años contra los gobiernos
del PT y continuarán su lucha contra el nuevo gobierno. Al igual que en toda
Latinoamérica, donde los pueblos continuaremos luchando contra las condiciones
de vida que nos impone el capitalismo, ya sea que se halle conducido
temporalmente por gobiernos reformistas, socialdemócratas o contra gobiernos conservadores, abiertamente
burgueses y de la derecha tradicional. El real problema para los sectores
revolucionarios, para la vanguardia de la clase trabajadora y los sectores más
avanzados del movimiento de masas es qué
perspectiva política planteamos darle a esas luchas.
Nuestra tarea no
consiste en luchar contra el gobierno de Temer impuesto por la burguesía y el
ala derecha del bloque en el poder, para exigir la restitución de Dilma
Rousseff. No consiste en luchar contra Macri para alentar que vuelva Cristina
Kirchner. Ni consiste siquiera en luchar contra la derecha gorila venezolana y
el imperialismo con el objetivo de defender a Maduro, a su gobierno y a los
sectores burocráticos del PSUV, puesto que sabemos que es el propio pueblo
trabajador venezolano el que sabrá resistir la sedición reaccionaria y asesina
al tiempo que ejerce la defensa de sus intereses y sus conquistas. Consideramos
que no se trata, en definitiva, de proteger la integridad, la consolidación y
la ampliación de la democracia burguesa ni de concentrar las luchas de masas al
interior de sus márgenes y sus instituciones.
De lo que se trata es
de impulsar la lucha independiente de los trabajadores, por un programa propio,
en defensa de sus propios intereses y los intereses de todos los explotados y
oprimidos. Se trata de comenzar a desarrollar en el fragor de esa lucha, contra
todos los gobiernos del imperialismo y la clase dominante, una fuerza
revolucionaria de la clase trabajadora, el verdadero poder popular: la fuerza
material del pueblo organizado y consciente. Se trata de luchar por la
revolución y el socialismo a cualquier precio.
¡Ni Dilma ni Temer!
¡Contra todos los gobiernos de los monopolios!
¡A construir, en la lucha, el poder popular!
¡Por un gobierno de los trabajadores!
¡Tenemos que hacer la Revolución!
COORDINADORA GUEVARISTA
INTERNACIONALISTA
[3] Para diferenciarlo del imperialismo que despliega al bloque
ruso-chino.
[4] “Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América”,
integrada por Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otras naciones
menores de Centroamérica y el Caribe.
[5] Integrada por México, Colombia, Perú y Chile, dirigida
políticamente de modo plenipotenciario por EE.UU.
[6] Alianza principalmente geoeconómica integrada por los gobiernos de
China, Rusia, India, Sudáfrica y, habrá que verlo ahora, Brasil.
[7] La lógica imperialista de China funciona de una forma distinta. Se
monta sobre la base, primero, de la superexplotación de la propia clase
trabajadora china que todavía tiene mucho por desarrollar sus fuerzas
productivas; y segundo, de la constitución de acuerdos comerciales convenientes
a sí misma con países de todos los continentes, sin una intervención política y
militar tan abierta como EE.UU.
Mientras que Rusia está empeñada
fundamentalmente en extender influencias económicas, políticas y militares en
toda la zona Este
de Europa, los Balcanes, Oriente Medio y Asia.
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