¿Para qué pensar si se
puede embestir?
10 de septiembre de 2016
Por Juan Torres López (Rebelión)
“Cuando
los sabios quieren ser valorados por otros, primero valoran a los demás; cuando
quieren ser respetados por otros, primero los respetan. Cuando quieren superar
a otras personas, primero se superan a sí mismos” (Lao Tsé)
Lo reconozco. Soy un apasionado de los
cachivaches electrónicos. Me gusta descubrirlos y utilizarlos aunque no gasto
mucho dinero en ellos, por una cuestión de principios y porque no tengo el que
haría falta tener para satisfacer mi afición y curiosidad.
Leo bastante, eso sí, sobre innovación y suelo
estar al tanto de las novedades que salen al mercado, aunque solo sea, como
digo, para satisfacer esa curiosidad. Era, pues, inevitable que me informara de
la aparición de nuevo modelo de teléfono de Apple, el Iphone 7.
Cuando leí las “novedades” que traía consigo
sentí una sensación que no es nueva para mí, sobre la que he escrito en otras
ocasiones y que me lleva a pensar que el mundo en el que vivimos ha perdido la cabeza. Este
teléfono, que en algunas de sus versiones costará más de 1.000 euros, se
presenta supuestamente como el último grito pero ¿qué añade? Además de que se
puede mojar, unos auriculares sin cables (que justifican vender una pieza nueva
para quienes vengan usando los antiguos de modelos anteriores y que por sí
solos valen creo que algo más 150 euros) la innovación que contiene es de un
rendimiento impresionante y el disponer de una cámara de fotos que parece que
será capaz de hacer no sé cuántas versiones de la toma cada en milisegundos, o
algo así, para que el resultado sea perfecto. Tan perfecto que, según he leído,
en el evento público de presentación no se pudo demostrar que efectivamente lo
es, porque la gran pantalla del salón no tenía definición suficiente. Lo mismo
que seguramente pasará cuando se tenga en la mano porque díganme ustedes si el
ojo humano es capaz de distinguir entre unos niveles tan extraordinarios de
perfección como los que proporcionará este nuevo aparato. Y todo ello, en medio
de las noticias de esta última semana sobre las prácticas fiscales de Apple.
No dudo que esa novedad, y otras que
seguramente contenga el teléfono, pueden tener una gran utilidad en
determinadas actividades: lo imagino, por ejemplo, en manos de cirujanos que
necesiten contemplar con la máxima precisión un tejido u órgano. O de los
fotógrafos profesionales. Sin duda, el desarrollo tecnológico que conlleva ese
teléfono es ejemplar y quizá muy valioso. Pero me parecía a mí que, en el día a
día, que es al fin y al cabo para lo que sirve un teléfono móvil, se trata de
una tecnología, digámoslo así, desproporcionada.
Inmerso en esas reflexiones no muy profundas
se me ocurrió escribir una frase en mi cuenta de Twitter. Un simple ironía con
la que hacer pensar sobre lo que a mí me parece una enorme desproporción. Tomé
una de las frases con las que se promociona el Iphone 7 y escribí: “El nuevo
iPhone reconoce la imagen y hace más de 100 millones de operaciones en 25
milisegundos. Esencial e imprescindible en la vida diaria”.
A partir de ahí no se imaginan ustedes la que
me caído. No solo me han acusado de hacer propaganda de Apple sino de ser un
“comercial del capitalismo”, de estar drogado o de cobrar por decir eso y
algunas cosas más que ya quedarán para siempre en la red.
Es verdad que expresé una opinión en unas
pocas palabras, sin pensarlas mucho y que los matices simplemente están
ausentes, pero creo que ni siquiera así se pueden justificar el tipo de
reacciones que se reciben en la red y que siempre siguen más o menos la misma
secuencia: interpretación sin contexto alguno e insulto a continuación. Yo creo
que cualquiera que haya leído dos líneas sobre mí puede saber sin lugar a dudas
que no me dedico precisamente a hacer publicidad de este tipo de empresas.
Pero, para colmo, no terminó ahí la cosa.
Esta mañana, muy a primera hora y mientras
viajaba a Madrid, leí un artículo que tenía pendiente: Confronting the Parasite Economy. Why low-wage work is bad for business—and all of us.
Me pareció interesante pues su autor hace una
crítica durísima al régimen salarial y de explotación laboral que se ha
impuesto en Estados Unidos en los últimos años.
Los datos que proporciona son impactantes y
muestra que una gran parte de las ayudas sociales, de comedor, vivienda, etc.
que da el gobierno van a personas que trabajan pero con salarios tan bajos que
no pueden sobrevivir.
La que él llama economía real proporciona
salarios dignos e ingresos el Estado para poder sufragar la educación y el
bienestar de millones de personas. Pero la que califica de economía parásita de
las grandes corporaciones es una economía subsidiada y que vive de la
explotación del trabajo. Y la llama parásita no solo por esto último sino
porque con los sueldos de miseria que paga arruina al resto de las actividades
económicas. “Si ningún negocio quiere clientes que ganen 7,25 dólares la hora
¿por qué permitimos que haya esos salarios?”, dice.
Denuncia que una cuarta parte de sus
conciudadanos son pobres y que la mayoría de ellos, en contra de lo que se
cree, trabajan para las grandes corporaciones. Y que el 47% de los niños que
nacen en Estados Unidos necesitan ayudas del Estado porque sus familias carecen
de ingresos suficientes.
La explicación que da de todo eso es que el
mercado de trabajo se encuentra en un profundo desequilibrio porque los
compradores de fuerza de trabajo (capitalistas) y los vendedores (trabajadores)
tienen un poder de negociación muy distinto debido a la pérdida de peso de la
negociación colectiva. Y porque los trabajadores tienen recursos limitados y
necesidades inmediatas que le obligan a aceptar lo que le ofrezcan, mientras
que la mayoría de los empleadores pueden aguantar sin sufrir demasiado daño. El
autor del artículo lo dice muy claro: los empleadores imponen salarios más
bajos porque pueden, porque tiene poder para ello.
El autor pone ejemplos de Estados e incluso de
empresas que han mejorado su economía y sus resultados cuando han subido los
salarios e incluso afirma que una subida de 1 dólar a la hora en el salario se
traduce en un incremento de 2,08 dólares en el ingreso total nacional como
resultado del efecto multiplicador que tiene una mayor capacidad de gasto que
se va diseminando por la economía.
Su artículo termina diciendo que “en ausencia
de acción colectiva, la economía parásita seguirá pagando salarios parásitos,
empobreciendo a la economía real. Pero cuando los salarios mínimos se elevan
razonablemente todo el mundo prospera”.
Como el artículo me pareció interesante y no
conocía al autor, Nick Hanauer,
fui a mirar quién era y descubrí que se trata de un empresario bastante
conocido en Estados Unidos. Un empresario que ha liderado interesantes
movimientos de activismo social en defensa de las libertades, la educación
pública y la igualdad.
Aunque el artículo estaba en inglés me pareció interesante
difundirlo. Y mucho más porque quien decía eso (que perfectamente casa con lo
que dicen los sectores más progresistas o radicales) no era un rojo extremista
sino un empresario que ha creado má de 30 empresas. Por eso escribí en Twitter:
“Afortunadamente, hay capitalistas inteligentes que luchan contra la sinrazón
del capitalismo. En España, muy pocos”. Esa es mi sincera opinión. Me alegra
que haya incluso capitalistas que se dan cuenta que la explotación del trabajo
sólo lleva a la ruina de todos y que, en mayor o menor medida, abrazan la causa
de las libertades civiles.
No pueden imaginarse lo que a partir de
entonces me han dicho: oportunista, sinvergüenza redomado, palmero de
empresarios, ignorante, dedicado a contar billetes, anticomunista… y más cosas
que se me han ido olvidando a medida que las leía.
Ya me ha pasado otras veces pero este tipo de
incidentes me sigue resultando desolador. Utilizo las redes sociales porque
creo que es bueno difundir información, contribuir aunque sea pobre y
modestamente a la reflexión colectiva y debatir en la medida en que esto se
pueda hacer utilizando tan solo 140 caracteres, como en Twitter. Pero cuando
uno se encuentra con esta lluvia de insultos hay que sacar fuerzas de no se
sabe dónde para seguir porque la tentación de pensar que nada tiene arreglo es
muy fuerte.
Las redes son importantes, sin duda, pero han reforzado actitudes
y comportamientos que sólo reflejan las manifestaciones más groseras de la
inteligencia humana (o de su carencia), del desafecto y la mala sangre.
No es algo propio de ninguna corriente política. Se puede
encontrar este tipo de reacciones llenas de insultos entre personas de extrema
derecha y o de extrema izquierda y es lógico porque quienes se definen como
liberales, socialistas, comunistas o cualquier otra cosa pero actúan así, sólo
a base de insultos y sustituyendo la reflexión por la embestida, no tienen en
realidad ideología alguna.
Es algo desgraciado pero que ocurra en la red es en cierta medida
lógico, pues el anonimato con que generalmente se actúa en ella permite que el
ridículo, la ignorancia, la zafiedad o la desvergüenza no se tengan que asociar
con nombres y apellidos concretos de una persona. Pero lo que resulta ya mucho peor
es cuando esa manera de actuar se lleva a la vida pública, a la política. Quizá en
ella no se oigan exabruptos tan gigantescos como en la red pero la
descalificación e incluso el insulto a la inteligencia, la mentira y la
carencia total de rendición de cuentas, la embestida de unos contra otros,
empiezan a ser ya la moneda común en dirigentes de todos los partidos, sin
excepción. Y eso sí que es preocupante. Se empieza así y se acaba a tiros entre
amigos y hermanos. No hay futuro en paz, es decir, no hay futuro ninguno, sin
reflexión, sin respeto y sin afecto mutuo. Hagamos todo lo que esté a nuestro
alcance para frenar esta deriva a la barbarie.
Juan Torres López es catedrático de Economía
Aplicada de la Universidad de Málaga (España). Página web: www.juantorreslopez.com
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216543
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