Izquierda y
post-modernidad:
ciudadanía, pobreza y emprendedores
23 de septiembre de 2016
Por Mauricio Castro
La
crisis de identidad de lo que algún día fue la izquierda revolucionaria se
manifiesta principalmente en su participación “crítica” en la recuperación del
sistema.
Puede parecer un dramatismo excesivo, pero son muchas las
evidencias de que vivimos tiempos de dissolución de toda una civilización, la burguesa-capitalista. La
cual, a lo largo de varios siglos, tuvo, como todas las civilizaciones
históricas anteriores, su época de surgimiento y apogeo, y que en la actualidad
vive una lenta, pero inexorable decadencia que atraviesa de manera cada vez más
visible todos los poros de su existencia social.
La más conocida y patente de sus manifestaciones es la crisis
económica. Mucho se esfuerza la ideología aún dominante en explicarnos que se
trata de una crisis episódica, incluso subjetiva o de “estado de ánimo”. Ese
era el mensaje –os acordais?– de aquella campaña de 2010 en el Estado español:
“Esto lo
arreglamos entre todos”.
Financiada por 18 de las mayores grandes empresas españolas y a través de una serie de caras amables del mundo del espectáculo, su objetivo declarado era “contagiar confianza y fomentar las actitudes positivas” como mejor vía para dejar atrás la crisis.
Financiada por 18 de las mayores grandes empresas españolas y a través de una serie de caras amables del mundo del espectáculo, su objetivo declarado era “contagiar confianza y fomentar las actitudes positivas” como mejor vía para dejar atrás la crisis.
A pesar de la fuerte financiación de Telefónica, Repsol, BBVA y El
Corte Inglés, entre otras, la propaganda ideológica tiene sus límites. Aquella
campaña ayudó a difundir el “ciudadanismo” y a amortiguar las luchas de clases,
lo que no es poco, pero se quedó lejos de su falso objetivo inicial: dejar
atrás una crisis que, como ya era evidente entonces, no respondía a ningún
problema de confianza o autoestima, sino a los límites históricos del propio
sistema, que continúan ahí, ante nuestros ojos.
Sin embargo, me gustaría
en esta ocasión abordar otra manifestación bastante ilustrativa de la
disolución a que aludía más arriba. Me refiero a como la propia izquierda
participa de la decadente concepción de vida burguesa, de manera inevitable
hasta que consiga ver primero, planificar después y aplicar por fin, un
programa alternativo de superación de esta decadente civilización.
La crisis de
identidad de lo que algún día fue la izquierda revolucionaria, derrotada en sus
diversas tentativas de superación del sistema capitalista, después de
tumultuosos y contraditórios avances y retrocesos, se manifiesta principalmente
en su participación “crítica” en la recuperación del sistema. El tema es
suficientemente complicado para no intentar despacharlo aquí en un pequeño
artículo como este, pero sí me gustaría referirme a algunos ejemplos de como el
lenguaje expresa la lamentable integración de nuestra izquierda en la
cosmovisón burguesa.
Desarmada de cualquier herramienta teórica transformadora, las
posiciones y referencias de la izquierda posmoderna contrastan fuertemente con
cualquier afirmación de ruptura revolucionaria con el sistema, lo que se ve
inmediatamente en sus categorías programáticas.
Vamos a comentar tres que consideramos bastante significativas.
La primera renuncia destacable es la adopción de la “ciudadanía”
como sujeto y referente político permanente del cambio que esa izquierda
defiende. El significado profundo de tan superficial etiqueta va mucho más allá
de la renuncia al uso de categorías científicas cómo “proletariado”,
“clase
trabajadora” o su antagonista, “burguesia”. En realidad, el
conjuro se dirige a la esencia misma de la noción de “clase social”,
que en la versión de la izquierda de nuestros tristes días se quedó reducida a
vestigio arqueológico.
Lo que puede parecer un puro bizantinismo terminológico se
convierte en puerta abierta a la ideología liberal que, en nombre del
individualismo metodológico, pretende convertir la sociedad en una colección de
personas en busca de la satisfacción particular de deseos, base explicativa de
la teoría económica actual.
Desaparecen así
del tablero de juego, de un plumazo, dos categorías imprescindibles para una
comprensión cabal del funcionamiento de cualquier sociedad de clases: la de “antagonismo”
y la de “totalidad”.
Dejan de tener ningún sentido tanto la lucha colectiva con criterio de clase
como la visión de la sociedad como complejo integrado de determinaciones e
intereses materiales conectados al propio papel de cada grupo en la reprodución
social. La renuncia a la comprensión global hace imposible una abordaje
político integral, que es sustituido por los parches y medidas parciales de los
gobiernos “para todos”, con simpáticos programas de reformas que nada
sustancial resuelven.
Quede claro que la reivindicación de la “ciudadanía” tUvo pleno
sentido en el capitalismo ascendente, conectado al surgimento de una nueva
sociedad marcada por la contradicción central entre quien compra y quien vende
la fuerza de trabajo en el mercado capitalista. Sin embargo, una vez
universalizada así la contradicción motor de la nueva reprodución social
burguesa, carece de cualquier significado resucitar semejante etiqueta, a no
ser que continuemos pensando que un sector significativo de la sociedad gallega
vive en un sistema de tipo servil o feudal.
Tengamos en cuenta que, de hecho, el término “ciudadano/ciudadana” incluye hoy en Galiza a cualquier indíviduo de cualquier clase social que compra o vende fuerza de trabajo: tanto el dueño de Inditex como la última de sus obreras ejercen de ese modo su ciudadanía. Todas ellas son, por lo tanto, ciudadanas o ciudadanos.
Tengamos en cuenta que, de hecho, el término “ciudadano/ciudadana” incluye hoy en Galiza a cualquier indíviduo de cualquier clase social que compra o vende fuerza de trabajo: tanto el dueño de Inditex como la última de sus obreras ejercen de ese modo su ciudadanía. Todas ellas son, por lo tanto, ciudadanas o ciudadanos.
Otra referencia anestésica que está teniendo un gran éxito los
tiempos posmodernos que vivimos es la de “pobreza”.
Nuevamente, no se trata de negar la existencia de la pobreza, ni mucho menos de ocultar su significativa y creciente dimensión. El problema en este caso es que la exhibición del efecto oculta por completo la causa y, en esa medida, retira del foco aquello que debe realmente ser combatido: la “explotación”.
Nuevamente, no se trata de negar la existencia de la pobreza, ni mucho menos de ocultar su significativa y creciente dimensión. El problema en este caso es que la exhibición del efecto oculta por completo la causa y, en esa medida, retira del foco aquello que debe realmente ser combatido: la “explotación”.
Invito a quién me
lee a notar la gran frecuencia con que todo tipo de partido, ONG católica,
campaña institucional y colectivo social reconocen y denuncian la “pobreza” y,
en simultáneo, la casi absoluta desaparición de referencias a su causa, que no
es otra que la “explotación” y la desigualdad creciente que aquella genera. El
motivo de esa desaparición parece evidente: la “explotación” es el núcleo duro
del capital.
Cuestionarla significa cuestionar radicalmente la propia reproducción del sistema, lo que ninguna izquierda “realista” está dispuesta a hacer en el día de hoy. En lugar de eso, se queda en el asistencialismo y en la distribuición de la renta, sin mayores pretensiones.
Cuestionarla significa cuestionar radicalmente la propia reproducción del sistema, lo que ninguna izquierda “realista” está dispuesta a hacer en el día de hoy. En lugar de eso, se queda en el asistencialismo y en la distribuición de la renta, sin mayores pretensiones.
La tercera de las categorías posmodernas que comentamos proviene directamente
del campo de la ideología liberal dominante.
Se trata de la figura del “emprendedor” como parte del programa de salida de la crisis propuesta por el conjunto de fuerzas políticas de todo el espectro parlamentario, incluidas las de la izquierda.
Se trata de la figura del “emprendedor” como parte del programa de salida de la crisis propuesta por el conjunto de fuerzas políticas de todo el espectro parlamentario, incluidas las de la izquierda.
En este caso, la noción remite, por una parte, al espíritu del
“american way of life”, situando la iniciativa particular y el autoempleo como
mejor alternativa en tiempos de crisis, sin esperar que ni el Estado ni nadie
te solucione “tus” problemas; y por otra parte, a la defensa de los pequeños
capitales, de la pequeña empresa, como alternativa a la hegemonía incontestable
del gran capital.
Frente a ambos mitos, no debería ser necesario insistir en la
doble falacia: la de la salida individual mediante la conversión de cada
trabajador/a en autónomo o pequeño empresario; y la de la supuesta alternativa
progresiva del pequeño capital frente al grande.
Por una parte, la propia dinámica del capital promueve que la
pequeña empresa y el trabajador autónomo colaboren abaratando el coste de
producción mediante la autoexplotación o la presión sobre los salarios de su
personal, generalmente bastante inferiores en las pequeñas empresas que en las
grandes, por el más pequeño margen objetivo para la extración de plusvalía.
Por otra parte, el propio desarrollo histórico del capitalismo
implica desde su nacimiento la imparable concentración y centralización del
capital, haciendo impracticable el regreso a fases históricamente superadas, de
livrecambismo y pequeña escala productiva. Un programa de izquierda debería
proponer que la socialización creciente de la actividad productiva sea coronada
por la socialización de la propiedad, mediante una determinante intervención
pública en la economía, y no la intervención en defensa de unos capitalistas
“buenos” contra otros “malos”.
La lista de
conceptos, categorías y prácticas que delatan la integración de la izquierda
política actual en el sistema que había combatido es muy amplia y muestra
claramente la dimensión de una derrota histórica. Sin embargo, considero los
tres ejemplos brevemente comentados significativos de nuestra incapacidad
colectiva para hacer frente en serio a la crisis estructural del sistema de la
única manera efectiva: con la imprescindible reconstrucción de una izquierda
que, con todas las mediaciones y luchas parciales que sean necesarias, apunte
hacia la superación histórica del capital, un modo de producción agonizante que
debe ser definitivamente relegado.
Ferrol, GALIZA, septiembre de 2016
Texto completo en:
http://www.lahaine.org/izquierda-y-post-modernidad-ciudadania
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