“Si usted tuviera un hijo
desaparecido
¿Se quedaría sentado o
saldría a
buscarlo por años?”
24 de septiembre de 2016
24 de septiembre de 2016
Compartimos
la carta de Mario César González Contreras, padre de César, desaparecido de
Ayotzinapa, al cumplirse dos años del día en que la policía municipal de la
localidad de Iguala persiguió, atacó, detuvo y desapareció a 43 estudiantes
normalistas de la
Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Jornada represiva que
también dejó nueve personas asesinadas y 17 heridos. "Nuestra lucha es
digna. Tenemos a nuestros hijos desaparecidos y su búsqueda no va a parar
jamás. No soy yo, como uno de los padres de familia de Ayotzinapa, quien culpa
al gobierno mexicano por la desaparición de nuestros hijos. No soy yo. No son
los demás padres y madres. Son las pruebas generadas por las instancias
internacionales las que lo confirman", remarca el padre de César.
Por Desinformémonos.
Yo lo que quiero es
a mi hijo. No podría describir lo que se siente tenerlo desaparecido. Eso le
digo a la gente que luego se molesta porque nosotros andamos manifestándonos y
haciendo acciones aquí y allá para buscar a nuestros hijos, para exigir justicia.
¿Qué haría usted si tuviera un hijo desaparecido?, ¿Estaría
sentado sin hacer nada o saldría a buscarlo?, si hubiera alguna oportunidad de
volverlo a ver: ¿Qué haría usted?
Se lo dije a una señora que me dijo un día: ya acéptenlo. Espera
que nos resignemos. Me lo dijo frente a una fotografía de su familia en el
comedor, entonces le pregunté ¿Qué haría si uno de los integrantes de su
familia faltara en la fotografía? ¿Qué haría?
Nosotros también eramos una de esas familias, también nos
tomábamos fotos así, también rezábamos antes de comer, pero ahora, a nosotros
nos falta alguien en la foto.
Nuestra lucha es digna. Tenemos a nuestros hijos desaparecidos y
su búsqueda no va a parar jamás.
Yo me llamo Mario César González Contreras. Nací en 1965 y uní mi
vida y mi camino a la lucha y a Hilda Hernández Rivera. Tenemos una hija que
creció y decidió seguir su camino a muchos kilómetros de casa. Y un hijo del
que no sabemos nada desde hace dos años ya, César Manuel González Hernández.
Han sido dos años llenos de dolor, de un sufrimiento que yo no soy
capaz de describir. De que nos quitaron todo. De que nos quitaron la vida. Dos años llenos de
mentira, de injusticias, de que el gobierno no haga lo que tienen que hacer. No
sé cual será el costo político de aclarar el caso.
A mí también me ofrecieron dinero. Se equivocaron. ¡Por por
supuesto que mi hijo no se vende!, y yo no como con la vida de un ser humano.
Yo lo que quiero es a mi hijo.
No soy yo, como uno de los padres de familia de
Ayotzinapa, quien culpa al gobierno mexicano por la desaparición de nuestros
hijos. No soy yo. No son los demás padres y madres. Son las pruebas generadas
por las instancias internacionales las que lo confirman. Si no fuera por ellos,
por el grupo de expertas y expertos, estaríamos ahora llorándole a un pedazo
que no es nuestro.
Si no fuera por eso ya
habríamos creído su “verdad histórica”.
Hace ya dos años que la
vida cambió. Nosotros somos gente de Huamantla, Tlaxcala, un lugar a unos 45 kilómetros de la
ciudad de Tlaxcala y ahí transcurría nuestra vida hasta ese 26 de septiembre de
2014.
Nuestra vida nunca fue
color de rosa pero era feliz. Yo siempre traté de luchar por la familia, por
que hubiera calidad de vida, porque no padecieran cosas que yo padecí, porque
no las sufrieran. Para que pudieran estudiar y superarse. ¡Que orgullo lograr
tener hijos universitarios!.
Yo era soldador, a eso
me dediqué luego de que estudié hasta el tercer semestre en un Centro de
Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (Cebtis). Aprendí sobre
máquinas de combustión interna, igual que César, luego me dediqué a trabajar
duro por mi familia.
César es un chavo muy
carismático, sonriente, bromista. Si yo calificara del uno al diez a mi hijo le
pondría un once. Y yo sé, que es un humano con sus defectos y virtudes, pero de
verdad es educado. ¿Qué puedo decir yo que soy su padre?. Mejor vayan a
preguntar a Tlaxcala, a quien sea, quién y cómo era César, ahí está la verdad.
César es mi hermano, mi
amigo, mi confidente, mi hijo. Jamás voy a parar de buscarlo.
Yo induje a mi hijo a
correr carcachas en Huamantla. Juntos arreglábamos los carros y luego íbamos a
las carreras. A César no le gustaba mucho, supongo que lo hacía más por mí.
A él lo que le gustaba
muchísimo eran los animales y pues llegaba a la casa que con un conejo, con un
perro, de todo. A escondidas se iba a los rodeos, lo descubrí después, montaba
toros y caballos. Se acercaba a la gente que tenía animales y ayudaba a su
cuidado. Él decía que trabajaba pero no le pagaban por eso.
Siempre insistí en que
César fuera a estudiar Derecho a la Universidad de Puebla y lo hizo pero luego
la dejó. Él tomó su decisión. Yo me enojé mucho con él. Yo no quería que
saliera. Insistí pero el tomó su camino.
Me pidió que lo apoyara
porque quería ser maestro. Estaba animado con la escuela Normal. Su
mamá se puso a trabajar para ayudarlo. Ella siempre apoyó sus decisiones y lo
acompañó.
César participó en un
programa del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), como otros de sus
compañeros, en el que ellos deben brindar servicio comunitario, sobre todo en
la enseñanza de otros niños y luego se les apoya para que ellos puedan seguir
estudiando.
Le tocó irse a enseñar a
una comunidad de Tlaxcala lejos de casa. Nunca voy a olvidar que uno de los
días que fuimos a visitarlo su mamá y yo, César estaba dividiendo los cuadernos
de los niños que sí tenían para que los que no tenían también alcanzaran.
César tenía algo
especial y ahí lo entendí.
No nos dijo que había
hecho examen para la normal de Ayotzinapa. Cuando supo que se quedó me pidió
apoyo pero yo estaba muy enojado y fue su mamá quien lo llevo a la Ciudad de
México para poder viajar a Chilpancingo, Guerrero.
El 8 de septiembre de
2014 lo vi por última vez en la Normal de Panotla que está en Tlaxcala. Lo vi
delgado y medio sucio. Le pedí que se quedara. Él me dijo: Papá siempre he
hecho lo que tu quieres, ahora déjame seguir mi camino que ya encontré.
El 26 de septiembre
todavía hablamos como a las 5 y media de la tarde y quedó de volver a llamarme.
Yo le hablé más tarde pero ya no contestó.
Ese mismo día ya como a
las nueve de la noche me llamaron de Panotla y me dijeron que me fuera para
Guerrero. De ese día hasta hoy nos quedamos a vivir en la escuela, en
Ayotzinapa. Desde ese día no ha parado el dolor ni la búsqueda.
Ya no hay dinero para ir
y venir a la casa. La
vida se volvió completamente difícil.
Desde ese día cambió
todo, y entre lo malo y doloroso de no tener a César, también hemos aprendido.
Aprendimos de otras luchas, aprendimos sobre la verdadera situación que hay en
México, lo aprendimos y lo destapamos, aprendimos cómo nos afecta a todas y a
todos.
Aprendimos que el pueblo
mexicano es sensible y solidario pero que le falta información. Que le falta
despertar.
Y yo los entiendo, yo
antes era uno de ellos que no se preocupaba y menos se involucraba en luchas,
porque aunque los medios
independientes luchan por informar, por decir la verdad, tampoco tienen el
poder de las televisoras, de los grandes medios ,
entonces nos mantienen ignorantes, nos mantienen dormidos.
Nosotros, nosotras,
despertamos en esta situación y ya jamás pararemos de buscar hasta que, ojala
Dios quiera, pueda volver a abrazar a mi hijo.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article12876
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