sábado, 24 de septiembre de 2016

I. Indaguemos en la historia el papel del reformismo contra la autodeterminación de los pueblos y conceptos orientadores en esos caminos a construir.

Ponencia para el Seminario Internacional 
"La crisis del capitalismo y las perspectivas de la clase trabajadora", 
ENFF, 18 a 21 de septiembre, Sao Paulo
La izquierda eurocéntrica 

frente a los valores comunales
16 de septiembre de 2016
Por Iñaki Gil de San Vicente (Rebelión)


1.                   Introducción
2.                   Derrota
3.                   Autocrítica
4.                   Estudiando
5.                   Marx
6.                   Kautsky
7.                   Lenin
8.                   Buen Vivir
9.                   Resumen

1. Introducción
A mediados de septiembre va a tener lugar en Sao Paulo un necesario debate internacional organizado por el MST. Es muy significativa la importante presencia de organizaciones campesinas y populares de casi todo el mundo. La lucha antagónica entre el capital y el trabajo a nivel mundial está marcada por la progresiva toma de conciencia de los pueblos en los que la economía campesina y ganadera es aplastada por la agroindustria transnacional. En los Estados imperialistas sucede algo parecido: por un lado, la Política Agraria Común de la Unión Europea para el quinquenio 2015-2020 ha levantado duras críticas populares1; y por otro lado, la primera transnacional láctea del mundo, la francesa Lactalis, se enfrenta a la resistencia de ganaderos castellanos, franceses, gallegos…, contra su política de reducir precios causando la ruina de este sector2.

Las luchas campesinas y urbanas adquirirán aún más trascendencia estratégica conforme se acelere el agotamiento de los recursos naturales para satisfacer las necesidades mundiales3 según las define e impone el capitalismo. Semejante resistencia chocará con mayor virulencia si cabe con las profundas raíces ideológicas, morales y racistas del eurocentrismo. Teniendo en cuenta el objetivo de esta ponencia, conviene adelantar que en 1868, el británico Charles Dilke escribió el libro Greater Britain en el que argumentaba que la desaparición de las «razas inferiores» no sólo era una ley de la naturaleza sino una bendición para la humanidad4. Fue en este contexto en el que Macaulay ridiculizaba a quienes pretendían instruir a los habitantes de la India 5 . La dinámica actual recuperación del mensaje de Kipling6, novelista que legitimó e impulsó el expansionismo eurocéntrico en el siglo XIX, responde no sólo a la perspectiva estratégica del imperialismo yanqui7 sino que también es coherente con todo lo visto hasta ahora.

Para no adelantarnos demasiado, recordemos que E. Dussel afirma que la «modernidad» surge al final del siglo XV con la conquista de las Américas, momento en el que el ego cogito moderno es antecedido en más de un siglo por el ego conquiro, propone siete características de la «modernidad»:
1.      el eurocentrismo se define superior a otras civilizaciones y culturas;
2.      al ser superior tiene la obligación moral de desarrollar a los más primitivos, rudos y bárbaros;
3.      este desarrollo debe ser siempre copia y calco del anterior desarrollo europeo;
4.      dado que el bárbaro se resiste a ser civilizado, el eurocentrismo debe aplicar la guerra justa colonial en bien del bárbaro;
5.      las víctimas de la guerra justa colonial son por ello inevitables y tienen el sentido cuasi-ritual de víctimas propiciatorias en el sacrificio;
6.      la negativa del bárbaro a ser civilizado exime de toda culpa a la modernidad, traslada ésta a los bárbaros por resistirse y dota al eurocentrismo de contenido emancipador; y
7.      por esto, son inevitables los costos de la modernización de los pueblos atrasados e inmaduros8.

La importancia del debate es cuádruple:

·         Una, divulgar qué sucede en Brasil y en toda Nuestra América especialmente desde la perspectiva de la lucha por la propiedad colectiva de la tierra, de los bienes comunes, etc.
·         Dos, saber cómo evoluciona la alianza entre el movimiento campesino y popular, también proletario en sentido amplio, y el resto de movimientos de protesta y lucha, fundamentalmente el obrero, el feminista, el ecologista y el de liberación nacional, siempre como expresiones concretas de la lucha a muerte entre el capital y el trabajo.
·         Tres, cómo enlazar las reivindicaciones comunales que subsisten o renacen en muchas luchas campesinas y populares con la praxis comunista, con la lucha contra el trabajo asalariado, contra el tiempo del capital, contra el individualismo metodológico, contra el verticalismo obediente, contra el fetichismo de la mercancía, contra la propiedad privada…
·         Y cuatro porque al analizar las tres cuestiones topamos con un problema clásico del reformismo europeo: su creencia de que Europa es el continente de la «civilización democrática», la que va a salvar al mundo en general y en especial a los pueblos campesinos que no tienen otra alternativa que seguir los pasos, aplicar sus consejos, abandonar sus culturas aceptando la europea.

Aquí vamos a centrarnos casi exclusivamente en el tercer y cuarto puntos aunque deberemos referirnos a los dos primeros. Y lo haremos no como espectadores, como observadores externos que desde la perspectiva eurocéntrica miramos el mundo desde arriba, sino como participantes activos en la larga lucha de los pueblos hermanos contra el imperialismo. El eurocentrismo, la civilización del capital es el dúctil pegamento que ensambla la multiplicidad material y moral de la extracción de plusvalía a los pueblos no europeos pero a las naciones trabajadoras europeas, especialmente a las oprimidas. Todavía quedan algunos marxistas y demasiados socialistas que defienden la supremacía de los Estados multinacionales sobre las naciones a las que se les impiden disponer de su propio Estado. Esta creencia, que oculta un interés material, viene de los albores del socialismo y del marxismo.
Las y los vascos sufrimos también esa situación porque en su tiempo fuimos calificados por Engels como pueblos sin historia condenados a desaparecer9. Obtuvimos un fugaz consuelo al leer la demostración de Román Rosdolsky sobre la causas contextuales, las limitaciones culturales y los errores políticos «refutados por la historia»10 de Engels, Bakunin y demás pero fue un fugaz respiro porque el estatalismo eurocéntrico tenía raíces más profundas de lo que creíamos. Además, un autor tan poco comprensivo con las problemáticas nacionales, como es E. J. Hobsbawm, ha mostrado que aquellas afirmaciones de Engels deben contextualizarse en los parámetros intelectuales de su época en vez de achacarle a él todos los males11.
La refutada idea de Engels suscitó permanentes debates que se intensificaron al poco tiempo debido no tanto a las ediciones de los textos de Marx sobre la comuna campesina rusa, sobre la linealidad de la historia, etc., sino sobre todo al endurecerse en choque político entre quienes defendíamos la necesidad de la independencia basándonos en el marxismo y quienes defendían la primacía de la revolución estatal española y francesa, también basándose en el marxismo. La larga lucha comunal era y es para nosotros un argumento incuestionable a favor de la independencia socialista, lo que nos llevó a, con mucho respeto, ofrecer nuestra opinión en debate boliviano12 sobre la comuna, el ayllu y el socialismo.

Nuestra tesis es que una de las razones del creciente debilitamiento de la izquierda europea en la segunda mitad del siglo XX hasta caer a su lamentable situación actual es la de haber asumido los valores eurooccidentales precisamente cuando más falta hacía combatirlos en todos los órdenes de la vida cotidiana. Tal asunción, que ya empezó a darse con fuerza a finales del siglo XIX en los debates de la II Internacional sobre el colonialismo, ha llegado ahora a plasmarse en la impotencia de la izquierda para, por ejemplo, combatir el racismo, apoyar a las y los migrantes, explicar el porqué del llamado fundamentalismo islámico como respuesta al imperialismo y al fundamentalismo cristiano, etc. Impotencia ya existente poco antes cuando el grueso de la izquierda aceptó el caramelo envenenado de las «guerras humanitarias» e incluso de la «guerra de civilizaciones», y cuando algo después se tapó los oídos, la boca y los ojos ante la ofensiva de la OTAN contra el norte de África.

Simultáneamente, el reformismo práctico, la prioridad dada al parlamentarismo burgués, el abandono de la autoorganización y de la independencia política de clase, etc., fue paralelo a las desestructuraciones sociales impuestas por la burguesía desde poco antes de los ’80 del siglo pasado. Muy contada izquierda occidental se lanzó a (re)construir e impulsar las prácticas comunitarias y horizontales que identificaron al movimiento obrero desde su inicio, y que, no sin problemas, se enlazaban con las organizaciones de vanguardia. Una lectura actualizada de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista nos descubre la debacle de la izquierda en estas y otras cuestiones.

2. Derrota
El desarrollismo que resurgió con fuerza después de 1945 en el capitalismo europeo tenía la doble función prioritaria de recuperar la tasa de beneficio y de derrotar la fuerza del movimiento socialista, de la URSS, en el interior de las clases trabajadoras europeas. La burguesía europea, Gran Bretaña y Estados Unidos sabían que la izquierda comunista tenía un enorme prestigio que le facilitó una considerable influencia de masas, influencia reforzada por la admiración de las clases explotadas hacia el Ejército Rojo. La democracia formal, abstracta, fue mitificada al extremo sobre todo desde 1948, mientras que se depuraba muy superficialmente el nazifascismo y se silenciaba el enorme apoyo que había tenido entre las burguesías ocupadas y «democráticas». A la vez, se inflaba la cuantía de personas que, supuestamente, habían participado en la resistencia antinazi para minimizar el heroísmo de las izquierdas y borrar de la memoria colectiva el hecho de que hasta finales de 1943 la mayoría de la población había permanecido pasiva13, excepto el sector de izquierda comunista que pagó un altísimo precio en vidas: solo en el Estado francés fueron asesinados 60.000 comunistas14.

El desarrollismo estaba asentado internamente en una dura vigilancia social y en la represión silenciosa o descarada de las fuerzas revolucionarias, en la que la OTAN como «fuente de terror»15 jugaba un papel central. También se basaba en la convivencia con dictaduras europeas como la española, la portuguesa, etc., y en la represión salvaje de las luchas de liberación nacional antiimperialista para asegurar y aumentar el flujo de bienes y recursos saqueados a esos pueblos. Hay que recordar que nada más concluir la Segunda Guerra Mundial, el debilitado imperialismo europeo se lanzó a recuperar las posesiones que había perdido y contener en lo posible mediante cesiones negociadas la expansión yanqui en las antiguas posesiones europeas, sobre todo en Asia, en el extenso «Este rojo»16, pero también en Oriente Medio.

La propaganda proimperialista y eurocéntrica fue masiva y permanente ya que buscaba que los pueblos empobrecidos por la ocupación nazifascista aceptasen los altos gastos militar necesarios para recuperar el imperio. A la vez, esa propaganda belicista era parte de la guerra cultural anticomunista en todos los sentidos. Todas las formas de laborismo, socialdemocracia y socialismos-democráticos situados más al centro-derecha, así como el cristianismo en sus múltiples sectas, se volcaron en esta tarea, siempre bajo la vigilancia directa o indirecta de los Estados Unidos para imponer la «verdad»17 del capital de modo que las clases explotadas terminasen aceptando el sistema.


Ahora bien, ni la «verdad» fabricada por la industria político-cultural, ni la alienación ni el fetichismo inherentes al capitalismo, ni las sobreganancias imperialistas, ni otros factores, explican por sí mismos la larga estabilización burguesa europea. Reafirmando la efectividad de estos factores, las auténticas razones hay que buscarlas en la interacción de, por un lado, la intensa reconstrucción y la aplicación de las tecnologías militares; por otro lado, la dirección estratégica yanqui y la estabilidad monetaria y financiara; además, el recurso al crédito y la industria militar; y por último, el reparto de Europa entre la URSS y Estados Unidos, el keynesianismo y los gastos sociales admitidos por la burguesía como mal menor, el sindicalismo reformista y la socialdemocracia18.

La ideología burguesa del trabajo, el productivismo y el individualismo había ido penetrando en las clases trabajadoras antes de 1940, y volvió a infectarlas inmediatamente después porque no la combatían ni la socialdemocracia ni la versión estalinista de un marxismo, y menos aún el sindicalismo. Sobre este contexto de democracia formal, mejora cuantitativa de las condiciones de vida, amnesia creciente del pasado, etc., fue extendiéndose la falsa creencia de que era posible anular los aspectos «malos» del capitalismo y administrar los «buenos». En la burocracia estatal, la casta académica, los grupos empresariales, el reformismo y amplias franjas trabajadoras aceptaron la tesis de la estabilidad permanente19 del capitalismo, mientras que los sectores concienciados del proletariado aceptaron la de la burocracia rusa de la «coexistencia pacífica» Así, en dos décadas, de 1945 a 1965, matriz social20 del capitalismo volvió a asentarse con más fuerza que en la larga crisis inaugurada en 1917 por la revolución bolchevique.

En efecto, aunque desde finales de la década de 1960 se inició una larga oleada de luchas que se sostuvo casi otras dos décadas, hasta mediados de los años 80, la burguesía europea no tuvo que recurrir al nazifascismo para vencer sino al neoliberalismo. El imperialismo yanqui, apoyado por el europeo, sí recurrió a golpes militares e invasiones sangrientas para imponer el neoliberalismo más duro como muestra N. Klein en su descripción cuantitativa impactante de la ferocidad burguesa, pero débil y superficial en la calidad teórica y política.

La tesis de la extinción de la lucha de clases estaba siendo impulsada desde los años 50. Los meritorios logros teóricos que demostraban que la lucha de clases no sólo había desaparecido sino que se estaba endureciendo21 a finales de los 60, como se confirmaba en el Mayo 68, destrozaban la demagogia de la «sociedad post-industrial». Desde la perspectiva actual, incluso un reformista confeso como Paul Mason que asume su «reformismo revolucionario»22, debe reconocer la fuerza de la oleada prerrevolucionaria derrotada al final por el neoliberalismo. El Mayo 68 y los primeros años de la década de 1970 fueron controlados mediante una efectiva interacción de fuerzas conservadoras y reformistas, de palos y zanahorias, y de incapacidad de la izquierda revolucionaria. El capital había aprendido mucho de las oleadas posteriores a 1917, y la propia estructura del sistema era más maleable y flexible para absorber muchas de las protestas, reprimiendo sin piedad a las no integrables. La «represión democrática» de la Alemania Federal interrogó a 1.500.000 personas sobre sus ideas políticas entre 1971 y 1979 y condenó al ostracismo a otras 4.00023.

En 1974 un golpe militar progresista acabó con la dictadura portuguesa pero no avanzó abiertamente al socialismo, sino que estabilizó el capitalismo «democrático». Entre 1975 y 1978 la socialdemocracia y el eurocomunismo español orientaron las luchas de clases y de liberación nacional hacia el cepo monárquico, todavía vigente. La II Internacional llegó en 1981 al gobierno francés y en 1982 al español, asentando el poder capitalista. En Italia, el eurocomunismo lideró además de la represión del movimiento revolucionario, también la claudicación de otros eurocomunismos europeos. En la Europa capitalista que aún no había caído en el neoliberalismo, pero sí imponía ya políticas monetaristas como el Alemania Federal, por ejemplo, fue extendiéndose el «desencanto»24. En Gran Bretaña y en Estados Unidos, el neoliberalismo machacó al movimiento obrero sindicalizado como primer paso para atacar luego al conjunto de las clases trabajadoras.

Simultáneamente, la fábrica ideológica burguesa producía en serie modas intelectuales, la llamada «moda post», que apenas encontraba resistencia en el dogmatismo mecanicista del estalinismo. Aunque este tema concreto, la moda post, está relacionado con la de nuestra ponencia, no vamos a desarrollarlo aquí más que en lo que hace referencia a la capacidad de penetrar en las contradicciones de la realidad.

El postmodernismo, el postmarxismo y corrientes marxistas rechazaron la dialéctica en general y en concreto en su versión engelsiana y leniniana25, con los efectos dañinos sobre la lucha filosófica y teórica, por ello mismo política, precisamente en una fase capitalista en la que la ciencia y la técnica tienen una importancia clave26. Pero también la tienen para nuestro objeto de debate porque, como veremos, los estudios de Marx y Engels sobre la comuna campesina, los modos de producción precapitalistas, la posibilidad de saltos y adelantamientos bruscos en el devenir histórico, etc., toda esta concepción sólo se descubre desde la «lógica dialéctica»27. (...)

Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 13 de septiembre de 2016

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216779


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