Ponencia para el
Seminario Internacional
"La crisis del capitalismo y las perspectivas de
la clase trabajadora",
ENFF, 18
a 21 de septiembre, Sao Paulo
La izquierda
eurocéntrica
frente a los valores comunales
16 de septiembre de 2016
Por Iñaki Gil de San
Vicente (Rebelión)
1.
Introducción
2.
Derrota
3.
Autocrítica
4.
Estudiando
5.
Marx
6.
Kautsky
7.
Lenin
8.
Buen Vivir
9.
Resumen
1. Introducción
A mediados de septiembre va a tener lugar en
Sao Paulo un necesario debate internacional organizado por el MST. Es muy
significativa la importante presencia de organizaciones campesinas y populares
de casi todo el mundo. La lucha antagónica entre el capital y el trabajo a
nivel mundial está marcada por la progresiva toma de conciencia de los pueblos en
los que la economía campesina y ganadera es aplastada por la agroindustria
transnacional. En los Estados imperialistas sucede algo parecido: por un lado, la Política Agraria Común
de la Unión Europea
para el quinquenio 2015-2020
ha levantado duras críticas populares1;
y por otro lado, la primera transnacional láctea del mundo, la francesa Lactalis ,
se enfrenta a la resistencia de ganaderos castellanos, franceses, gallegos…, contra
su política de reducir precios causando la ruina de este sector2.
Las luchas campesinas y urbanas adquirirán aún más trascendencia
estratégica conforme se acelere el agotamiento de los recursos naturales para
satisfacer las necesidades mundiales3 según las define e impone el capitalismo. Semejante
resistencia chocará con mayor virulencia si cabe con las profundas raíces
ideológicas, morales y racistas del eurocentrismo. Teniendo en cuenta el
objetivo de esta ponencia, conviene adelantar que en 1868, el británico Charles
Dilke escribió el libro Greater Britain en el que argumentaba que la desaparición
de las «razas inferiores» no sólo era una ley de la naturaleza sino una
bendición para la humanidad4.
Fue en este contexto en el que Macaulay ridiculizaba a quienes pretendían
instruir a los habitantes de la India 5 . La dinámica actual
recuperación del mensaje de Kipling6,
novelista que legitimó e impulsó el expansionismo eurocéntrico en el siglo XIX,
responde no sólo a la perspectiva estratégica del imperialismo yanqui7 sino que también es coherente con todo
lo visto hasta ahora.
Para no adelantarnos demasiado, recordemos que
E. Dussel afirma que la «modernidad» surge al final del siglo XV con la
conquista de las Américas, momento en el que el ego cogito moderno es antecedido en más de un
siglo por el ego conquiro,
propone siete características de la «modernidad»:
1.
el eurocentrismo se define superior a otras civilizaciones y
culturas;
2.
al ser superior tiene la obligación moral de desarrollar a los más
primitivos, rudos y bárbaros;
3.
este desarrollo debe ser siempre copia y calco del anterior
desarrollo europeo;
4.
dado que el bárbaro se resiste a ser civilizado, el eurocentrismo
debe aplicar la guerra justa colonial en bien del bárbaro;
5.
las víctimas de la guerra justa colonial son por ello inevitables
y tienen el sentido cuasi-ritual de víctimas propiciatorias en el sacrificio;
6.
la negativa del bárbaro a ser civilizado exime de toda culpa a la
modernidad, traslada ésta a los bárbaros por resistirse y dota al eurocentrismo
de contenido emancipador; y
7.
por esto, son inevitables los costos de la modernización de los
pueblos atrasados e inmaduros8.
La importancia del debate es cuádruple:
·
Una, divulgar qué sucede en Brasil y en toda Nuestra América
especialmente desde la perspectiva de la lucha por la propiedad colectiva de la
tierra, de los bienes comunes, etc.
·
Dos, saber cómo evoluciona la alianza entre el movimiento
campesino y popular, también proletario en sentido amplio, y el resto de
movimientos de protesta y lucha, fundamentalmente el obrero, el feminista, el
ecologista y el de liberación nacional, siempre como expresiones concretas de
la lucha a muerte entre el capital y el trabajo.
·
Tres, cómo enlazar las reivindicaciones comunales que subsisten o
renacen en muchas luchas campesinas y populares con la praxis comunista, con la
lucha contra el trabajo asalariado, contra el tiempo del capital, contra el
individualismo metodológico, contra el verticalismo obediente, contra el
fetichismo de la mercancía, contra la propiedad privada…
·
Y cuatro porque al analizar las tres cuestiones topamos con un
problema clásico del reformismo europeo: su creencia de que Europa es el
continente de la «civilización democrática», la que va a salvar al mundo en
general y en especial a los pueblos campesinos que no tienen otra alternativa
que seguir los pasos, aplicar sus consejos, abandonar sus culturas aceptando la
europea.
Aquí vamos a centrarnos casi exclusivamente en
el tercer y cuarto puntos aunque deberemos referirnos a los dos primeros. Y lo
haremos no como espectadores, como observadores externos que desde la
perspectiva eurocéntrica miramos el mundo desde arriba, sino como participantes
activos en la larga lucha de los pueblos hermanos contra el imperialismo. El eurocentrismo, la
civilización del capital es el dúctil pegamento que ensambla la multiplicidad
material y moral de la extracción de plusvalía a los pueblos no europeos pero a
las naciones trabajadoras europeas, especialmente a las oprimidas. Todavía quedan
algunos marxistas y demasiados socialistas que defienden la supremacía de los
Estados multinacionales sobre las naciones a las que se les impiden disponer de
su propio Estado. Esta creencia, que oculta un interés material, viene de los
albores del socialismo y del marxismo.
Las y los vascos sufrimos también esa
situación porque en su tiempo fuimos calificados por Engels como pueblos sin
historia condenados a desaparecer9.
Obtuvimos un fugaz consuelo al leer la demostración de Román Rosdolsky sobre la
causas contextuales, las limitaciones culturales y los errores políticos
«refutados por la historia»10 de Engels, Bakunin y demás pero fue un
fugaz respiro porque el estatalismo eurocéntrico tenía raíces más profundas de
lo que creíamos. Además, un autor tan poco comprensivo con las problemáticas
nacionales, como es E. J. Hobsbawm, ha mostrado que aquellas afirmaciones de
Engels deben contextualizarse en los parámetros intelectuales de su época en
vez de achacarle a él todos los males11.
La refutada idea de Engels suscitó permanentes
debates que se intensificaron al poco tiempo debido no tanto a las ediciones de
los textos de Marx sobre la comuna campesina rusa, sobre la linealidad de la
historia, etc., sino sobre todo al endurecerse en choque político entre quienes
defendíamos la necesidad de la independencia basándonos en el marxismo y
quienes defendían la primacía de la revolución estatal española y francesa,
también basándose en el marxismo. La larga lucha comunal era y es para nosotros
un argumento incuestionable a favor de la independencia socialista, lo que nos
llevó a, con mucho respeto, ofrecer nuestra opinión en debate boliviano12 sobre la comuna, el ayllu y el
socialismo.
Nuestra tesis es que una de las razones del creciente
debilitamiento de la izquierda europea en la segunda mitad del siglo XX hasta
caer a su
lamentable situación actual es la de haber asumido los valores eurooccidentales
precisamente cuando más falta hacía combatirlos en todos los órdenes de la vida
cotidiana. Tal asunción, que ya empezó a darse con fuerza a finales del siglo
XIX en los debates de la
II Internacional sobre el colonialismo, ha llegado ahora a
plasmarse en la impotencia de la izquierda para, por ejemplo, combatir el
racismo, apoyar a las y los migrantes, explicar el porqué del llamado
fundamentalismo islámico como respuesta al imperialismo y al fundamentalismo cristian o, etc. Impotencia ya existente poco antes
cuando el grueso de la izquierda aceptó el caramelo envenenado de las «guerras
humanitarias» e incluso de la «guerra de civilizaciones», y cuando algo después
se tapó los oídos, la boca y los ojos ante la ofensiva de la OTAN contra el
norte de África.
Simultáneamente, el reformismo práctico, la prioridad dada al
parlamentarismo burgués, el abandono de la autoorganización y de la
independencia política de clase, etc., fue paralelo a las desestructuraciones
sociales impuestas por la burguesía desde poco antes de los ’80 del siglo
pasado. Muy
contada izquierda occidental se lanzó a (re)construir e impulsar las prácticas
comunitarias y horizontales que identificaron al movimiento obrero desde su
inicio, y que, no sin problemas, se enlazaban con las organizaciones de
vanguardia. Una lectura actualizada de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista
nos descubre la debacle de la izquierda en estas y otras cuestiones.
2. Derrota
El desarrollismo que resurgió con fuerza después de 1945
en el capitalismo europeo tenía la doble función prioritaria de recuperar la
tasa de beneficio y de derrotar la fuerza del movimiento socialista, de la
URSS, en el interior de las clases trabajadoras europeas. La burguesía europea,
Gran Bretaña y Estados Unidos sabían que la izquierda comunista tenía un enorme
prestigio que le facilitó una considerable influencia de masas, influencia
reforzada por la admiración de las clases explotadas hacia el Ejército Rojo. La
democracia formal, abstracta, fue mitificada al extremo sobre todo desde 1948,
mientras que se depuraba muy superficialmente el nazifascismo y se silenciaba
el enorme apoyo que había tenido entre las burguesías ocupadas y
«democráticas». A la vez, se inflaba la cuantía de personas que, supuestamente,
habían participado en la resistencia antinazi para minimizar el heroísmo de las
izquierdas y borrar de la memoria colectiva el hecho de que hasta finales de
1943 la mayoría de la población había permanecido pasiva13,
excepto el sector de izquierda comunista que pagó un altísimo precio en vidas:
solo en el Estado francés fueron asesinados 60.000 comunistas14.
El desarrollismo estaba asentado internamente en una dura vigilancia
social y en la represión silenciosa o descarada de las fuerzas revolucionarias,
en la que la OTAN como «fuente de terror»15 jugaba un papel central. También se
basaba en la convivencia con dictaduras europeas como la española, la
portuguesa, etc., y en la represión salvaje de las luchas de liberación
nacional antiimperialista para asegurar y aumentar el flujo de bienes y
recursos saqueados a esos pueblos. Hay que recordar que nada más concluir la Segunda Guerra Mundial ,
el debilitado imperialismo europeo se lanzó a recuperar las posesiones que
había perdido y contener en lo posible mediante cesiones negociadas la
expansión yanqui en las antiguas posesiones europeas, sobre todo en Asia, en el
extenso «Este rojo»16,
pero también en Oriente Medio.
La propaganda proimperialista y eurocéntrica
fue masiva y permanente ya que buscaba que los pueblos empobrecidos por la
ocupación nazifascista aceptasen los altos gastos militar necesarios para
recuperar el imperio. A la vez, esa propaganda belicista era parte de la guerra cultural
anticomunista en todos los sentidos. Todas las formas de laborismo,
socialdemocracia y socialismos-democráticos situados más al centro-derecha, así
como el cristian ismo en sus
múltiples sectas, se volcaron en esta tarea, siempre bajo la vigilancia directa
o indirecta de los Estados Unidos para imponer la «verdad»17 del capital de modo que las clases
explotadas terminasen aceptando el sistema.
Ahora bien, ni la «verdad» fabricada por la
industria político-cultural, ni la alienación ni el fetichismo inherentes al
capitalismo, ni las sobreganancias imperialistas, ni otros factores, explican
por sí mismos la larga estabilización burguesa europea. Reafirmando la
efectividad de estos factores, las auténticas razones hay que buscarlas en la
interacción de, por un lado, la intensa reconstrucción y la aplicación de las
tecnologías militares; por otro lado, la dirección estratégica yanqui y la
estabilidad monetaria y financiara; además, el recurso al crédito y la
industria militar; y por último, el reparto de Europa entre la URSS y Estados
Unidos, el
keynesianismo y los gastos sociales admitidos por la burguesía como mal menor,
el sindicalismo reformista y la socialdemocracia18.
La ideología burguesa del trabajo, el productivismo y el
individualismo había ido penetrando en las clases trabajadoras antes de 1940, y
volvió a infectarlas inmediatamente después porque no la combatían ni la
socialdemocracia ni la versión estalinista de un marxismo, y menos aún el
sindicalismo. Sobre este contexto de democracia formal, mejora cuantitativa de
las condiciones de vida, amnesia creciente del pasado, etc., fue extendiéndose
la falsa creencia de que era posible anular los aspectos «malos» del
capitalismo y administrar los «buenos». En la burocracia estatal, la casta
académica, los grupos empresariales, el reformismo y amplias franjas
trabajadoras aceptaron la tesis de la estabilidad permanente19 del capitalismo, mientras que los
sectores concienciados del proletariado aceptaron la de la burocracia rusa de
la «coexistencia pacífica» Así, en dos décadas, de 1945 a 1965, matriz social20 del capitalismo volvió a asentarse con
más fuerza que en la larga crisis inaugurada en 1917 por la revolución
bolchevique.
En efecto, aunque desde finales de la década
de 1960 se inició una larga oleada de luchas que se sostuvo casi otras dos
décadas, hasta
mediados de los años 80, la burguesía europea no tuvo que recurrir al
nazifascismo para vencer sino al neoliberalismo. El imperialismo yanqui, apoyado por
el europeo, sí recurrió a golpes militares e invasiones sangrientas para
imponer el neoliberalismo más duro como muestra N. Klein en su descripción
cuantitativa impactante de la ferocidad burguesa, pero débil y superficial en
la calidad teórica y política.
La tesis de la extinción de la lucha de clases
estaba siendo impulsada desde los años 50. Los meritorios logros teóricos que
demostraban que la lucha de clases no sólo había desaparecido sino que se
estaba endureciendo21 a finales de los 60, como se
confirmaba en el Mayo 68, destrozaban la demagogia de la «sociedad
post-industrial». Desde la perspectiva actual, incluso un reformista confeso
como Paul Mason que asume su «reformismo revolucionario»22,
debe reconocer la fuerza de la oleada prerrevolucionaria derrotada al final por
el neoliberalismo. El Mayo 68 y los primeros años de la década de 1970 fueron
controlados mediante una efectiva interacción de fuerzas conservadoras y
reformistas, de palos y zanahorias, y de incapacidad de la izquierda
revolucionaria. El capital había aprendido mucho de las oleadas posteriores a
1917, y la propia estructura del sistema era más maleable y flexible para
absorber muchas de las protestas, reprimiendo sin piedad a las no integrables.
La «represión democrática» de la Alemania Federal interrogó a 1.500.000 personas
sobre sus ideas políticas entre 1971 y 1979 y condenó al ostracismo a otras
4.00023.
En 1974 un golpe militar progresista acabó con
la dictadura portuguesa pero no avanzó abiertamente al socialismo, sino que
estabilizó el capitalismo «democrático». Entre 1975 y 1978 la socialdemocracia
y el eurocomunismo español orientaron las luchas de clases y de liberación
nacional hacia el cepo monárquico, todavía vigente. La II Internacional
llegó en 1981 al gobierno francés y en 1982 al español, asentando el poder
capitalista. En Italia, el eurocomunismo lideró además de la represión del
movimiento revolucionario, también la claudicación de otros eurocomunismos
europeos. En la Europa capitalista que aún no había caído en el neoliberalismo,
pero sí imponía ya políticas monetaristas como el Alemania Federal, por
ejemplo, fue extendiéndose el «desencanto»24.
En Gran Bretaña y en Estados Unidos, el neoliberalismo machacó al movimiento
obrero sindicalizado como primer paso para atacar luego al conjunto de las
clases trabajadoras.
Simultáneamente, la fábrica ideológica
burguesa producía en serie modas intelectuales, la llamada «moda post», que
apenas encontraba resistencia en el dogmatismo mecanicista del estalinismo.
Aunque este tema concreto, la moda post, está relacionado con la de nuestra
ponencia, no vamos a desarrollarlo aquí más que en lo que hace referencia a la
capacidad de penetrar en las contradicciones de la realidad.
El postmodernismo, el postmarxismo y corrientes marxistas
rechazaron la dialéctica en general y en concreto en su versión engelsiana y
leniniana25,
con los efectos dañinos sobre la lucha filosófica y teórica, por ello mismo
política, precisamente en una fase capitalista en la que la ciencia y la
técnica tienen una importancia clave26.
Pero también la tienen para nuestro objeto de debate porque, como veremos, los
estudios de Marx y Engels sobre la comuna campesina, los modos de producción
precapitalistas, la posibilidad de saltos y adelantamientos bruscos en el
devenir histórico, etc., toda esta concepción sólo se descubre desde la «lógica
dialéctica»27. (...)
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 13 de septiembre de 2016
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