Crisis Civilizatoria
Octubre de 2009
Octubre de 2009
En estos momentos se desenvuelve otra crisis
que, a primera vista, hace parte del recurrente ciclo capitalista que en
forma periódica desemboca en una caída drástica en todos los órdenes de
la vida económica. Pero si se mira con algún cuidado, la crisis actual
tiene unas características diferentes a todas las anteriores ya que hace
parte de un quiebre civilizatorio de
carácter integral, que incluye factores ambientales, climáticos,
energéticos, hídricos y alimenticios. La noción de crisis
civilizatoria es
importante porque con ella se quiere enfatizar que estamos asistiendo al
agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social,
con sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y
cultural. Esta crisis señala las terribles consecuencias de la
producción de mercancías, que se ha hecho universal en los últimos 25
años, con el objetivo de acumular ganancias para los capitalistas de
todo el mundo y que sólo es posible con el gasto exacerbado de
materiales y energía.
1. Crisis energética: el comienzo del fin del petróleo
La civilización industrial capitalista consolidada durante
los dos últimos siglos, un breve lapso de la historia humana, se ha
sustentado en la extracción intensiva de combustibles fósiles (carbón,
gas y, de manera primordial, petróleo). Las transformaciones
tecnológicas que se han producido desde la Revolución Industrial en
Inglaterra, a finales del siglo XVIII, han sido posibles por el uso de
estos combustibles, a los cuales están asociados la maquina de vapor, el
ferrocarril, el avión, el televisor, el tanque de guerra, el automóvil,
el computador, el teléfono celular y en la práctica casi cualquier
artefacto que se nos ocurra. El uso de esos combustibles ha permitido al
capitalismo extenderse por todo el mundo ya que los medios de transporte
han aumentado su velocidad, tamaño y alcance, con lo cual la producción
de mercancías ha rebasado el ámbito local y se ha desplegado por el orbe
entero.
La
utilización de petróleo a vasta escala ha urbanizado el mundo, como
nunca había sucedido en la historia humana, hasta el punto que hoy por
primera vez habita en las ciudades un poco más del 50 por ciento de la
población mundial, una tendencia que se incrementará en los años por
venir, marcando la desruralización del planeta. En las ciudades se
reproduce a escala planetaria la diferenciación social, entre una
minoría opulenta que reproduce el American
Way of Life y una mayoría
que vive en la más espantosa pobreza, sin tener acceso a los servicios
públicos fundamentales, apiñados en tugurios y sin contar con lo básico
para vivir en forma digna, constituyendo las ciudades
de la miseria .[1]
Aun más,
la expansión mundial del capitalismo, que tanto se aplaude, no habría
sido posible sin el petróleo, ya que la producción de China o India, que
vincula a millones de personas al mercado capitalista como productores
(en las maquilas y fábricas de la muerte) y consumidores (vía uso de
automóviles o celulares, para indicar los íconos de este sistema), se ha
logrado con la reproducción de la lógica depredadora del capitalismo y
el uso a vasta escala de combustibles fósiles. En ese sentido, no
resulta extraño que China sea el segundo productor mundial de CO2 y
necesite para mantener su irracional sistema de producción capitalista,
concentrado en la zona norte del país, de ingentes cantidades de agua,
madera, minerales y toda clase de materiales.
Pero
el petróleo tiene un problema, es un recurso no renovable, y en estos
momentos nos encontramos en un punto de inflexión, cuando ha comenzado
su agotamiento irreversible. Esto se explica por el hecho elemental que
la cantidad de combustibles fósiles existentes es fija y en la medida en
que sean extraídos a una mayor velocidad, más rápido se acabarán. Y eso
es lo que está sucediendo hoy como consecuencia de la generalización de
la lógica capitalista de producción y consumo a todo el mundo, puesto
que las clases dominantes replican el modelo estadounidense por
doquier.(...)
2.
Crisis alimenticia: el regreso de los motines de subsistencia
El
capitalismo es una fábrica simultánea de riqueza y de miseria, productor
constante de injusticia y desigualdad, en razón de lo cual la
polarización de clase es una de sus características intrínsecas. Eso se
manifiesta en los más diversos tópicos de la vida social, como sucede
con la producción de alimentos. Que el capitalismo produzca hambrientos
no es nuevo, puesto que su expansión mundial ha generado, de manera
invariable, hambre a vasta escala, como resultado de la destrucción de
las economías locales, sometidas a nuevas exigencias para que se
“adapten” a los requerimientos del mercado mundial, como reza la formula
de los economistas ortodoxos.En la práctica, la mundialización del
capital ha dado origen a una realidad profundamente injusta en términos
alimenticios, porque al mismo tiempo unos pocos consumen hasta el
hartazgo (como puede apreciarse en los “esbeltos cuerpos” de millones de
estadounidenses, mofletudos y regordetes, que no pueden ni andar de
tanto ingerir comida basura), mientras que en todos los continentes
millones de seres humanos soportan la desnutrición o mueren de hambre.
En
tal sentido, el hambre y la desnutrición actuales son un resultado
directo de la destrucción de las economías campesinas por parte de las
empresas agroindustriales, que monopolizan las mejores tierras, imponen
costosos paquetes tecnológicos y controlan la producción de alimentos y
materias primas de origen agrícola. Esto ha venido acompañado del
despojo y expulsión de los campesinos e indígenas de sus territorios
ancestrales por compañías transnacionales y empresarios locales, con lo
que la producción agrícola y pecuaria es dominada por pocos países, unas
cuantas empresas y algunos terratenientes, habiéndose liquidado la
soberanía alimenticia de territorios antaño autosuficientes, en los
cuales se siembran productos comerciales en sustitución de alimentos
esenciales.
(...)
3. Crisis
hídrica: secando la fuente de la vida
A la par
de la crisis alimenticia discurre otra relacionada con la destrucción de
los reservorios de agua, el agotamiento del agua dulce y la
contaminación de ríos, lagos y mares, junto al arrasamiento de los
humedales. Hasta no hace mucho tiempo se suponía que el agua era un
recurso inagotable y no había ningún problema en garantizar su
suministro de manera permanente. Hoy se sabe que el agua dulce es
limitada y su agotamiento y escasez corre en paralelo al aumento
demográfico, al crecimiento urbano, a la industrialización de la
agricultura, a las modificaciones climáticas y a su derroche en la
producción de mercancías. En esta dirección, la crisis hídrica es un
resultado de la expansión mundial del capitalismo porque el agua misma
se ha convertido en una mercancía y ha dejado de ser un bien común y
público, ya que conglomerados transnacionales (como Coca-Cola, Danone y
otros) la han convertido en un nicho de mercado, con el que obtienen
cuantiosas ganancias por diversos medios: la producción de agua
embotellada, la privatización de los servicios de acueducto y cloacas y
la apropiación de ríos y lagos por empresarios capitalistas.
A esto
debe añadírsele que la urbanización acelerada necesita de importantes
cantidades de agua, aunque su distribución y calidad sigan los
parámetros de clase propios del capitalismo, puesto que en las grandes
urbes sólo una parte de la población tiene acceso a agua potable y
suficiente, mientras que la mayoría no la disfruta y tampoco cuenta con
redes cloacales. De la misma manera, los procesos tecnológicos más
sofisticados requieren cantidades ingentes de agua, como la que precisa
la producción de automóviles, computadores, celulares y televisores.
Igual acontece con la producción de determinado tipo de cultivos, como
las flores, que consumen enormes volúmenes de agua.
A la par
con todo lo anterior, los procesos de industrialización, la urbanización
desaforada, la agricultura industrial, los megaproyectos y la
explotación de recursos minerales y energéticos han contaminado las más
importantes fuentes de agua en el mundo. No sorprende que, casi sin
excepción, junto a una gran ciudad se encuentre un río convertido en una
fuente de aguas fétidas y malolientes, al lado del cual malviven los
sectores más empobrecidos.
Tanto a
nivel interno en los países como en el plano mundial existe una
distribución injusta y desigual del agua, porque mientras sectores
minoritarios tienen a su disposición agua de calidad que despilfarran
sin vergüenza (para lavar autos, regar campos de golf, o surtir su
propia piscina), la mayor parte de la sociedad carece del vital liquido,
lo cual ocasiona la muerte diaria de miles de personas por problemas
estomacales y produce la enfermedad de millones de ellos por consumir
agua no potable. Esta desigual apropiación del agua también existe en el
terreno mundial, ya que algunos países cuentan con importantes reservas
hídricas o por su poder económico, militar y político pueden apropiarse
del agua de sus vecinos, a los que dejan exhaustos y muriéndose de sed
(el caso de Israel con los palestinos es emblemático al respecto), con
lo cual se avizora una de las contradicciones determinantes de los
conflictos del futuro inmediato que va a ocasionar guerras
por el agua, con la misma
frecuencia que las actuales guerras por el petróleo.
Entre
otras cosas, valga recordar, para mostrar las interrelaciones entre la
explotación de hidrocarburos y el agua, que la extracción de los
primeros conlleva siempre despilfarro de la segunda de múltiples formas:
para extraer un barril de petróleo o de gas se precisan cientos o miles
de barriles de agua; con todas las labores propias de la industria
petrolera se contaminan las fuentes de agua; los derrames de crudo
llegan inexorablemente a los cursos de agua, como nos lo recuerdan las
tragedias de contaminación hídrica que han generado los numerosos
accidentes de grandes buques petroleros en los mares del mundo.
Y el otro
aspecto que debe mencionarse es el relativo a los nexos directos entre
el trastorno climático y la crisis hídrica. Así, el trastorno climático
se manifiesta en primera instancia con un aumento de la temperatura en
diversos sitios del planeta, lo que ocasiona transformaciones bruscas e
inesperadas: se producirá, y se está produciendo ya, el deshielo de
glaciares, con lo que se reducirá la oferta hídrica en muchos países,
pues las principales reservas de agua dulce están en los nevados y en
los paramos. Al mismo tiempo, y como consecuencia de lo anterior,
aumentara el caudal de muchos ríos mientras que otros se secarán, lo
cual afectará a las poblaciones que viven gracias a esos cursos de agua.
Esto generará inundaciones y sequías a un ritmo antes no conocido, como
ya se evidencia en algunos continentes, como Europa, donde se han
presentado en los últimos años inviernos más lluviosos y veranos más
calidos. De la misma manera, la transformación climática influye en el
cambio de la cantidad y la calidad del agua disponible, ya que al
aumentar la temperatura del aire se altera la temperatura del agua, con
lo cual se reduce su contenido de oxigeno, se afecta la distribución de
los organismos acuáticos y se altera el ciclo de los nutrientes, entre
otras muchas consecuencias nefastas. Igualmente, las modificaciones
climáticas ocasionan la mezcla de agua salada con aguas dulces en los
acuíferos litorales, afectando otra importante reserva de agua dulce en
muchos lugares del planeta.
Adicionalmente, en la medida en que cambia el clima mundial se altera el
régimen de lluvias en ciertas zonas del planeta lo que produce la
sequía, la desertificación y la hambruna y genera las migraciones
hídricas, cuando la gente huye de sus terrenos ancestrales, convertidos
en lugares yermos y sin vida, donde han desaparecido las fuentes de agua
que les posibilitaban la subsistencia, como es el caso de algunos países
del Sahel en África.
4. Crisis
ambiental: la destrucción de las condiciones de producción y de vida
Junto con
todas las crisis antes nombradas, y como síntesis de las mismas, hay que
considerar la crisis ambiental, hoy generalizada a todo el planeta. Son
numerosos los componentes de la degradación medioambiental que hoy
soportamos, en la que deben incluirse la destrucción de fuentes de agua,
la desaparición de tierras y suelos aptos para la agricultura, el
arrasamiento de selvas y bosques, la reducción de recursos pesqueros, la
disminución de la biodiversidad, la extinción de especies animales y
vegetales, la generalización de distintos tipos de contaminación, la
reducción de la capa de ozono y la destrucción de ecosistemas.
Todos estos componentes de la catástrofe ambiental que ponen en riesgo
la misma continuidad de la especie humana, se han originado en la lógica
depredadora del capitalismo con su concepción arrogante de mercantilizar
todo lo existente y de dominar la naturaleza a su antojo.
(...)
5. Trastorno climático por el uso intensivo de combustibles fósiles
Para
completar el círculo perverso, todos los elementos anteriores influyen
en otra modificación de dimensiones imprevisibles, como es el trastorno
climático. Utilizamos este nombre para enfatizar que no puede seguir
considerándose como un simple cambio, porque con ello se estaría
indicando que es algo gradual y puramente natural. Aunque a lo largo de
la historia del planeta tierra se hayan presentado incontables
modificaciones climáticas, con bruscos cambios hacia épocas glaciales o
calidas, todas las modificaciones anteriores tenían un origen natural.
Ahora, existe un trastorno climático asociado de manera directa al uso
de combustibles fósiles, especialmente del petróleo. No por casualidad,
en la medida en que se llegaba al pico del petróleo han aumentado en
forma proporcional las emisiones de CO2 y su concentración en la
atmosfera, como se observa en la gráfica adjunta.
Algunos científicos han establecido que el clima es uno de los factores
fundamentales para explicar la extraordinaria biodiversidad y, por lo
mismo, sus modificaciones tienen efectos devastadores sobre variadas
formas de vida. Aunque entre los climatólogos no exista consenso sobre
la magnitud que tendrá el trastorno climático, muy pocos dudan que
estamos asistiendo a una transformación brusca que es resultado de la
acción antropica, ligada a la constitución de la moderna sociedad
industrial desde finales del siglo XVIII.
(...)
6. El capitalismo y sus límites
Como acabamos de mostrar, la actual crisis es completamente distinta a todas las anteriores, en virtud de la sincronía de diversos factores, que hacen de la presente una crisis civilizatoria, que marca la frontera de una época histórica en la que se ha puesto en peligro la misma permanencia de la especie humana, conducida al abismo por un sistema ecocida y genocida, regido por el afán de lucro.
Sin
embargo, el capitalismo pretende en forma arrogante que no existen
ningún tipo de límite que impida su funcionamiento hacia el futuro
inmediato, y por ello sus voceros más emblemáticos (jefes de Estado,
banqueros, empresarios, economistas) proponen como recuperación de la
economía más de lo mismo, es decir, un regreso a las pautas de
crecimiento económico existente antes de que comenzara la crisis, esto
es, más producción en gran escala de mercancías, con derroche de materia
y energía, para que se sigan consumiendo y se reactive la economía en su
conjunto. Efectivamente, el capitalismo no va a desaparecer en esta
crisis, por la sencilla razón que, por lo menos por ahora, no se dibuja
en el horizonte una fuerza alternativa que lo derrote, pero esto no
quiere decir que vaya a seguir funcionando “armónicamente” como antes,
porque debe afrontar límites infranqueables, que como nunca antes la
crisis civilizatoria actual ha puesto al orden del día y no pueden
eludirse. Entre dichos límites debe mencionarse los siguientes:
- el límite energético, relacionado con el agotamiento del petróleo, el gas y el carbón y cuando no emerge a la vista una alternativa real a esos combustibles fósiles, lo cual indica que la sociedad del automóvil y de las ciudades iluminadas no tiene perspectivas de mantenerse en el largo plazo, aunque de seguro se va extender en los próximos años, con lo cual se estará metido con plena certeza, para usar una metáfora del mismo medio automovilístico, en un carro de alto cilindraje pero sin combustible para andar;
- el límite científico y tecnológico, que en la práctica supone reconocer el carácter restringido y relativo de cualquier solución basada en los desarrollos de la ciencia y la tecnología como panacea que va a solucionar cualquiera de los problemas creados por la sociedad capitalista, los cuales incluso, en muchos casos, son causados y agravados por los mismos inventos tecnológicos o los descubrimientos científicos, lo que se ejemplifica con el caso del automóvil, considerado hoy, con toda razón, como uno de los peores inventos de todos los tiempos;
- el límite ambiental, que resulta del hecho comprobado que los recursos naturales se encuentran en un momento crítico, en razón del ritmo desenfrenado de explotación a que han sido sometidos en los últimos decenios, junto con la extinción de miles de especies, y aunque esto último no parece preocupar al capitalismo, éste si debe enfrentar la perspectiva poco halagadora de mantener unos irracionales ritmos de producción y consumo que no pueden ser satisfechos ante la disminución real de los recursos materiales que posibilitan la producción;
- el límite demográfico, como producto del crecimiento de la población, que se apiña en grandes urbes de miseria, y cuya mayoría soporta deplorables condiciones de vida –mientras recibe mensajes ideológicos y propagandísticos de que las cosas van a mejorar para los exitosos y triunfadores– y que deben luchar por participar en la repartición de un pedazo de la torta, cada vez más concentrada en pocas manos, hace que tarde o temprano el capitalismo busque la reducción de población y para eso, como está demostrado hasta la saciedad, empezará por eliminar a los más pobres, como se ejemplifica hoy con las epidemias, hambrunas, guerras y otros mecanismos maltusianos de control demográfico;
- límites sociales y laborales, porque con la crisis se acentúan las diferencias de clases, la explotación y diversas formas de opresión que, de seguro, originarán resistencias, rebeliones, revoluciones y estallidos sociales, de los cuales no sabremos hacia donde conduzcan, pero si podemos decir que estarán presentes ante la confluencia de todas las crisis señaladas en este escrito.
En forma
sintética el problema de los límites reales para el capitalismo puede
expresarse con una formula elemental: I
= C x T x P(Impacto sobre la tierra = Consumo x Tecnología x Población).[11] Aunque
en teoría existirían varias posibilidades por parte del capitalismo para
contrarrestar su impacto sobre la tierra y alargar su permanencia, en la
práctica se está impulsando la reducción de la población más pobre del
planeta, mientras se incrementan los niveles de consumo y el desarrollo
tecnológico. Valga recordar los diferentes instrumentos de reducción
demográfica en marcha en estos momentos, como las guerras, las
epidemias, las nuevas enfermedades, la privatización de los servicios
médicos y sanitarios, la conversión del agua en una mercancía, todos los
cuales pueden considerarse como mecanismos neomalthusianos.
Con
respecto a todos los elementos antes esbozados, el pensador brasileño
Leonardo Boff ha entendido bien el sentido de los límites al
capitalismo, resaltando la importancia decisiva de los aspectos
ecológicos:
Una
naturaleza devastada y un tejido social mundial desgarrado por el hambre
y por la exclusión anulan las condiciones para reproducir el proyecto
del capital dentro de un nuevo ciclo. Todo indica que los límites de la
Tierra son los límites terminales de este sistema que ha imperado
durante varios siglos.
El camino
más corto hacia el fracaso de todas las iniciativas que buscan salir de
la crisis sistémica es esta desconsideración del factor ecológico. No es
una “externalidad” que se pueda tolerar por ser inevitable. O lo
situamos en el centro de cualquier solución posible o tendremos que
aceptar el eventual fracaso de la especie humana. La bomba ecológica es
más peligrosa que todas las bombas letales ya construidas y almacenadas.[12]
Esta
situación plantea la pregunta sobre la posibilidad de colapso de la
civilización capitalista y con ella de la humanidad, pero esta última
perspectiva sólo si no se admite la existencia de alternativas
revolucionarias, imprescindibles para evitarlo. Como diría Walter
Benjamin hoy la revolución es más actual que nunca para colocar los
frenos de emergencia que detengan la caída rauda en el abismo e impida
que el capital nos hunda en la locura mercantil que nos conduce hacia la
muerte como especie y a la desaparición de diversas formas de vida.[13]
Ahora
bien, la posibilidad de un colapso para el sistema capitalista no quiere
decir que los capitalistas del mundo vayan a renunciar a seguirlo siendo
y vayan a optar por otra forma de organización social, pues está
demostrado a través de la historia que el capitalismo no va a
desaparecer gracias a sus propias crisis, sino por acción de sujetos
colectivos, conscientes de la necesidad de superar esta forma de
organización social y que actúan en consecuencia, como sucedió al
estallar los procesos revolucionarios que se presentaron durante el
siglo XX. Leer
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