Ley de semillas,
genética y agroecología
12 de septiembre de 2016
12 de septiembre de 2016
Por Sebastián Debenedetti
El 75% de la
biodiversidad agrícola acumulada durante milenios por toda la humanidad, se ha
perdido en pos de una gran uniformidad de cultivos tóxicos, logrados gracias a
una gran erosión genética.
El mejoramiento
genético es una disciplina que comenzó, incipientemente, al mismo tiempo que el
desarrollo de la agricultura, en las primeras domesticaciones de los cultivos,
hace 10.000 años. Así encontramos, como ejemplo, que a partir del Teosintle
pasaron millones de años para que, luego de la domesticación de los maíces
primitivos, los americanos lograron obtener el Maíz. Asimismo, los cereales de
invierno (trigo y avena) fueron desarrollados en la medialuna fértil de medio
oriente, y el arroz fue cultivado por antiguos pueblos asentados en las zonas
de la actual China
y del sudeste asiático.
De esta manera la humanidad le debe gran parte
de la existencia de su sistema alimentario agrícola al aporte anónimo y
acumulativo que los primeros pueblos originarios nos han dado durante milenios,
seleccionando y mejorando constantemente las diferentes especies cultivadas.
La genética agrícola
occidental y moderna tiene, como disciplina, un poco más que un siglo de
existencia formal y académica. Sin embargo este supuesto “avance racional” en
la tecnología fue buscando, en paralelo al desarrollo de la mercantilización
universal, diferentes mecanismos para lograr una apropiación del conocimiento
acumulado.
De esta manera, el
primer gran intento exitoso de impedir el uso propio de la semilla cosechada,
forzando la compra compulsiva de semilla cada año, se logró con la aparición de
los híbridos comerciales. Al cruzar dos variedades vegetales, se potenciaban
fuertemente los rasgos sobresalientes de cada una mientras, al mismo tiempo, se
evitaba el uso propio debido a la segregación característica que se evidenciaba
en la generación siguiente, volviendo inviable agronómicamente al cultivo.
De todas formas, a
pesar de esto último, hasta entrada la década de 1960 la amplia mayoría de la
diversidad genética agrícola mundial, se mantenía y amplificaba por el libre
intercambio, los viajes y el tráfico de semillas, su compra y venta, el
cruzamiento y la selección vegetal en cada ambiente agrícola particular.
En 1961, luego de instalada la “revolución verde”
estadounidense, se legalizó la “Propiedad Intelectual
de los Obtentores Vegetales” con la invención y adopción por varios países del
Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales, dictado
por una “Conferencia Diplomática” el 2 de diciembre de 1961, en París. A partir
de ese momento comenzaron a reconocerse legalmente en los países de todo el
mundo los derechos de propiedad intelectual de los obtentores sobre las variedades,
auto-asignándose la “creación” de las mismas y el “descubrimiento” de otras,
apropiándose de la construcción colectiva histórica previa, de toda la
humanidad, condensada y sintetizada en las semillas agrícolas.
El proyecto de
capitalización occidental de las creaciones fitogenéticas, desarrolladas y
socializadas por campesinos y pueblos originarios, se plasmó en la actas de la
UPOV (Organización para la Protección de Obtenciones Vegetales), verdaderas
“guías legales” que fueron dictando las leyes que permitirían la expropiación
de plusvalor por parte de grandes empresas semilleras y el lucro en base a
variedades naturales y preexistentes que eran seleccionadas y mejoradas, sin
reconocimiento del aporte previo.
La ley de semillas
20.247 que rige en Argentina responde textualmente a las actas de modificación
de 1972 del Convenio Internacional de la UPOV. No obstante, sucesivas enmiendas
(aproximadamente 1000) modifican sustancialmente la ley. Esto ha abierto las
puertas a que actualmente grandes transnacionales como Monsanto, Syngenta,
Basf, Bayer, etc. utilicen o puedan utilizar cualquier semilla de una variedad
conocida o desconocida, o incluso otras plantas comestibles obtenidas a partir
de la biodiversidad regional, como fuente para insertar sus transgenes. De esta
manera se han generado principalmente cultivos resistentes a herbicidas o
lepidópteros, transformándolos en verdaderos vehículos de contaminación
genética humana, y fuente de toxicidad alimentaria a gran escala.
De este modo, el 75%
de la biodiversidad agrícola acumulada durante milenios por toda la humanidad,
se ha perdido en pos de una gran uniformidad de cultivos tóxicos, logrados
gracias a una gran erosión genética.
agroecología promueve
el rescate de las prácticas y saberes campesinos e indígenas, interactuando
libremente con el conocimiento logrado por la modernidad en pos de un diálogo
dialéctico donde, del contraste entre visiones anteriormente opuestas y
encontradas, surge una síntesis superadora. Esta disciplina implica una visión
opuesta al agronegocio, especialmente aquel basado en la ingeniería genética,
implicando la vuelta a la chacra mixta, descartando el uso y abuso de los
agroquímicos, bregando por cultivos comestibles sabrosos y libres de
fertilizantes y pesticidas, proponiendo un manejo holístico y equilibrado del
ecosistema agrícola (la interacción armónica entre planta, suelo, agua,
ambiente, animales y pobladores rurales).
En este contexto la genética agroecológica,
como nueva disciplina, tiende a proponer planes de selección y mejoramiento
contextuales, integrados y anclados en los territorios, vinculados a la
interacción con animales e insectos locales para lo que es preciso que sean
tolerados por los cultivos, promoviendo no solo el aumento de la productividad
sino también el arraigo rural y la sustentabilidad socio-ambiental que ese
aumento en la producción permita lograr.
De este modo, la
agroecología no sólo rechaza la nueva ley Monsanto de semillas basada en el
acta UPOV 1991 que, al limitar el uso propio también criminaliza las prácticas
ancestrales de libre circulación de semilla. Asimismo, rechaza la actual ley de
semillas de la dictadura militar de Lanusse, modificada por el Menemismo, que
sentó las bases del modelo agroindustrial actual, expandido a gran escala en la
última década. La apropiación del conocimiento acumulado y la transformación de
los alimentos en armas biotecnológicas, fue un plan de largo plazo. Hoy, con la nueva ley de
semillas en debate, estamos ante el final de un largo proceso de mercantilización
monopolista de la vida.
Sin embargo, no obstante las buenas
intenciones de la agroecología, no se nos escapa el hecho de que, sin un cambio
social radical en la organización de la sociedad, es altamente probable que las
grandes transnacionales adopten el programa agroecológico, capitalizándolo y
vaciándolo de contenido, propendiendo a una transformación del sentido en un
programa Capitalista Agroecológico.
En este contexto de movilización contra la ley Monsanto de
semillas, proponemos que la semilla transgénica sea claramente rotulada, que se
promueva un plan nacional de estímulo a la agricultura campesina de raíz
regional, desarrollado un amplísimo programa nacional de conservación y
expansión de los recursos genéticos locales que permita rescatar en primera
instancia las semillas locales y criollas para luego estimular su uso y su
mejoramiento genético en un marco agroecológico, con la inclusión de una
reforma agraria integral para potenciar una amplia producción de alimentos
saludables, socialmente sustentables y económicamente viables.
* El autor es Doctor de
la UBA, docente de genética y mejoramiento en la licenciatura en agroecología
de la Universidad
Nacional de Río Negro.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Ley_de_semillas_genetica_y_agroecologia
No hay comentarios:
Publicar un comentario