Dilma y Temer, dos
caras de la misma moneda7 de septiembre de
2016
Por Rafael de la Garza Talavera (Rebelión)
Consumado el golpe contra Dilma Rousseff las buenas conciencias se
rasgan la vestiduras y denuncian dramáticamente el fin de la democracia en
Brasil. En realidad, más allá de los estilos y los matices discursivos, tanto
Dilma como Temer promueven las políticas neoliberales, garantizando los grandes
negocios para las corporaciones internacionales. Al igual que las aparentes
diferencias entre Clinton y Trump -que han preocupado a liberales y
conservadores en los EE. UU.- el conflicto en Brasil no es por el modelo
económico sino por el manejo de los recursos del estado para enriquecer a
grupos políticos y garantizar su permanencia en el poder.
Para algunos el golpe orquestado en el congreso brasileño es una
atentado contra la democracia, al grado de afirmar que con la salida de Dilma
se acabó la democracia en Brasil. Pero es necesario señalar que la democracia a
la que se refieren es la democracia liberal que tiene como función ocultar el
conflicto de clase para que los intereses de la clase dominante aparezcan como
los intereses generales. Ahora resulta que un gobierno represor como el de
Dilma -que, por ejemplo, desplazó a miles de personas con lujo de violencia
para garantizar los negocios del mundial de futbol y las olimpiadas- es
legítimo toda vez que logró la mayoría en las elecciones. Su legitimidad no
radica así en la defensa de los intereses generales sino en haber ganado una
elección, aliada precisamente con los políticos que luego la defenestraron,
para ejecutar duras reformas económicas que empobrecieron a millones de
personas manteniendo el modelo económico, agroexportador, neoextractivista;
para fortalecer el modelo militarista indispensable para contener el
descontento social provocado por la desposesión y la represión sistemática de
los gobiernos petistas.
Ya desde los años de la presidencia de Lula, y a pesar de su
contenido popular, el PT procuró establecer un débil equilibrio entre las
políticas sociales y los intereses de los productores de soya transgénica,
mineros, terratenientes y banqueros. Dicho equilibrio se sostuvo sobre todo por
el alto precio de las materias primas producidas en el Brasil pero una vez que
los precios se desplomaron, su sucesora no dudó en aplicar la receta neoliberal
para mantenerse en el poder, rindiéndole pleitesía a dicha receta al grado de
efectuar alianzas con los grupos más conservadores de la política nacional. Y
éstos, una vez debilitada la popularidad de Dilma decidieron tomar las riendas
del gobierno convirtiéndola en mártir.
Es cierto que el golpe en Brasil modifica radicalmente la
correlación de fuerzas en Latinoamérica, sobre todo si se suma a la llegada de
Mauricio Macri al poder en Argentina, al acoso permanente al gobierno de Maduro
en Venezuela y a la eventual salida de Evo Morales del gobierno en Bolivia. La
impronta autoritaria y golpista parece extender su manto al sur del Río Bravo,
subordinando la región a los designios de Washington, quien frente al
fortalecimiento de la presencia de China y Rusia en el rompecabezas
internacional pretende protegerse, en la medida de lo posible, con gobiernos
afines en su otrora indiscutible esfera de influencia. Pero también es cierto
que Lula, Dilma y el PT perdieron una oportunidad histórica, que probablemente
no se vuelva a presentar en muchos años, para inclinar la balanza a favor de
una alianza latinoamericana que le hubiera dado la puntilla a las pretensiones
de los EE. UU de seguir siendo el poder hegemónico mundial. En lugar de ello se
dedicaron a favorecer los intereses de los poderosos y a repartir las migajas
entre sus votantes, basados en la esperanza de que la coyuntura económica
favorable a las exportaciones de materias primas se mantuviera por muchos años.
Es cierto también que Dilma no es la mujer hiper corrupta que
pintan los que la
traicionaron. Pero es innegable que ni ella ni Lula detuvieron
el tráfico de influencias de sus compañeros de partido o de sus opositores.
Dejaron hacer, esperando que el escándalo no los tocara a ellos, pero al final
los medios de comunicación los colocaron en el mismo saco, lo que provocó un
cambio en la percepción de la población acerca de las verdaderas intenciones
del PT y sus líderes, lo que precipitó su caída. Dicho lo anterior, la tragedia
brasileña, como la
llama Atilio Boron , no radica en el golpe contra Dilma y
menos aun en la crisis de la democracia liberal -la cual es bienvenida en la
medida en que potencie los movimientos antisistémicos y retire la venda que
impide a la población reconocer las verdaderas intenciones de ésa democracia.
No, la tragedia brasileña radica en la creencia de que se va un gobierno
popular, supuestamente atento a las necesidades de la mayoría, y llega un
gobierno neoliberal, pues ambos Dilma y Temer son las dos caras de la misma
moneda: el neoliberalismo caracterizado por el despojo sistemático, el
desprecio por la vida y sobre todo por el militarismo fascistoide.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216396
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