lunes, 17 de agosto de 2015

Veamos cómo los K han establecido el sentido común mayoritario según programa del sistema-mundo capitalista.

Comunicación estratégica, marketing político,

psicología de masas y control de la información en el régimen correísta.
27 de octubre de 2014

Este texto es el capítulo elaborado por el sociólogo y periodista Decio Machado para el libro "La restauración conservadora del correísmo", el cual aparece al público a partir del mes de noviembre del presente año y ha sido elaborado por diversos autores.


Por Decio Machado   

“Una educación que remueve la cultura política para que la sociedad no busque salvadores, sino que genere socialidades para convivir, concertar, respetar las reglas del juego ciudadano (…) la educación debe desarrollar sujetos autónomos ya que frente a una sociedad que masifica estructuralmente, una sociedad que tiende a homogeneizar incluso cuando crea posibilidades de diferenciación, la posibilidad de ser ciudadanos es directamente proporcional al desarrollo de sujetos autónomos, es decir, de gente libre tanto  interiormente como en sus tomas de posición. Y libre significa gente capaz de saber leer la publicidad y para qué sirve, y no dejarse masajear el cerebro, gente que se capaz de tomar distancia del arte de moda, de los libros de moda, gente que piense con su cabeza y no con las ideas que circulan a su alrededor.”

Jesús Martín Barbero, Oficio de cartógrafo (2002)

Desde la vuelta de las democracias a América Latina, tras el aciago período histórico que se caracterizó por una concadenación de dictaduras militares en la región[1], la actividad política se ha convertido en un asunto de importante interés público para los ciudadanos de la región. Según los indicadores emanados de Latinobarómetro[2], la ciudadanía latinoamericana más allá de desear estar al día con respecto a los asuntos que les afectan cotidianamente, demandan la participación directa en la actividad política de su contexto social. Este es el origen de la enorme importancia adquirida por la comunicación estratégica en nuestros días.

Las acciones realizadas por los candidatos, líderes políticos, partidos e instituciones gubernamentales por mantener y fortalecer el respaldo de la gente hacia sus propuestas, programas y políticas públicas, se ha convertido en un factor crítico tanto para alcanzar los puestos de elección popular a los que aspiran, como para  el mantenimiento del orden, el control social y la gobernabilidad en sus respectivos ámbitos de intervención.

La imposición -dentro de un mundo globalizado y en plena evolución- de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, de técnicas y herramientas innovadoras que permiten la expansión casi sin límites de la comunicación ha hecho que a causa del marketing político, las ideas ya no basten para que los políticos convenzan a la ciudadanía de que son los más apropiados para ejercer los cargos a los que aspiran e incluso para perpetuarse durante años en el poder.

Si bien es cierto que la comunicación política existe desde los tiempos de la Antigüedad, donde se aprovechaba la reputación de los guerreros para amedrentar a potenciales enemigos internos y externos, así como para recaudar los impuestos entre sus súbditos (Maarek, 2009), las nociones actuales en las que se manifiestan este tipo de técnicas se remontan apenas a la segunda mitad del siglo XX[3].

Paralelamente, desde hace aproximadamente un par décadas, se vive un momento en el que las relaciones entre las élites políticas y los medios de comunicación se han complejizado a escala global. Mientras asistimos a una enorme concentración de medios de comunicación a nivel planetario, en algunos países a los políticos se les reprocha que ya sólo actúen o comuniquen en función de la visibilidad mediática de sus operaciones a riesgo de una suerte de populismo modernizado (Tironi y Cavallo, 2004), mientras que otros gobiernos, independientemente de su sensibilidad política, intentan desarrollar el control sobre la información con el objetivo de sufrir el menor desgaste posible en el ejercicio de su autoridad.

Campaña de 2006: punto de partida de la expertise correísta en marketing y comunicación política

De igual manera que otras tantas campañas latinoamericanas del momento, la campaña presidencial del año 2006 en Ecuador fue una campaña fuertemente mediática (Dávalos, 2012).  La campaña de comunicación política y estrategias de marketing electoral correísta se sustentaron –al igual que otras tantas en la región- en el establecimiento de alianzas entre “grupos de interés”, “poderes fácticos”, líderes de opinión y medios masivos de comunicación (López, 2003). Todo ello, más allá de la realización de múltiples eventos electorales en un recorrido que abarcó el conjunto del país, llegando a lugares que sus adversarios desecharon, ganándoles también en el pulso del contacto directo con el electorado.

En base a esta estrategia el entonces candidato Rafael Correa, además de incrementar sus indicadores de conocimiento, identificación y penetración entre la ciudadanía, generó el escenario idóneo para lanzar sistemáticos ataques en contra de sus rivales, lo que fue la base de su campaña electoral. Dichos ataques se hicieron fundamentalmente en contra de los ya muy desgastados partidos políticos tradicionales, los cuales se encontraban altamente deslegitimados ante la ciudadanía y muy deteriorados en la realidad política nacional. Con cada nuevo ataque dialéctico, el entonces presidenciable ganaba en popularidad, logrando vehicular a su favor los resentimientos de las y los ecuatorianos en contra de la llamada “partidocracia” e implementando con su modelo de comunicación una imagen que ganaba enteros en consistencia y coherencia política durante toda su campaña. En este sentido, la estrategia correísta cumplió dos de los fundamentos existentes en los actuales manuales políticos electorales modernos: a) si hay descontento social la estrategia debe ser de ataque y descalificación de los adversarios; y b) cuando un candidato tiene una estrategia clara y definida, el candidato debe mantener su postura de manera coherente durante toda la campaña electoral (Durán y Nieto, 2010).

Bajo estos criterios, la campaña de Rafael Correa durante la primera vuelta se concentró en el discurso político –necesidad de un cambio radical en el país, deslegitimación de la partidocracia e implementación de un nuevo proceso constituyente-, mientras que sus rivales se limitaron a posicionar ofertas políticas y promesas básicamente en materia de vivienda y empleo. No sería hasta la segunda vuelta cuando el hoy mandatario ecuatoriano, inmerso ya en una fuerte y estratégicamente elaborada campaña de desprestigio respecto a su adversario Álvaro Noboa, posicionara diversas propuestas y compromisos políticos para su futura gestión de gobierno.

El éxito electoral del correísmo se basó en saber segmentar de forma adecuada sus mensajes hacia los diferentes públicos objetivos de su comunicación. Así, mientras Noboa basaba su discurso en las clásicas estrategias clientelistas que han caracterizado históricamente la política ecuatoriana, dirigidas –entre dádivas, regalos y promesas de campaña- al sector más empobrecido de la población, y autodefiniéndose como “enviado de Dios” (Recalde, 2007); el correísmo se articuló con base en el desprestigio del Congreso Nacional y de los partidos políticos entonces existentes (Dávalos, 2009); dotando a su campaña de una gran creatividad publicitaria –videos que fueron virilizados en redes sociales[4] desprestigiando a sus oponentes y spots publicitarios con gran originalidad y acierto mediático[5]-. En base a lo anterior, el correísmo consiguió  conectar con sectores medios de la población y de manera especial con el target más joven del electorado.

Fueron los medios de comunicación de masas, hoy en conflicto con el oficialismo, los que se encargaron de posicionar de forma sistemática que Rafael Correa era un candidato nuevo, un outsider en la política ecuatoriana, y sobre todo una persona joven que se enfrentaba a candidatos de mayor experiencia. Aunque este posicionamiento fue intencionalmente provocado por los mass media nacionales, más que afectar a Correa lo que propició fue un positivo posicionamiento ante amplios sectores del electorado ecuatoriano. Se afianzó la imagen de Correa como un político nuevo, sin secuelas por su pasado y de fuerte personalidad contestaría. Esto lo visibilizó de forma muy diferenciada frente a su rival, un candidato de mayor edad, millonario, aburrido y reiterativo en las campañas políticas ecuatorianas. Correa se convirtió así en el exponente del cambio, en la identificación política del creciente malestar de perfil “antisistémico” existente entre la ciudadanía y en la expresión del descontento generalizado ante las tradicionales formas de hacer política y el actuar de los eternos grupos de poder (partidos políticos, empresarios, banqueros y medios de comunicación) existentes en el país.

Enmarcada en esta cuidada estrategia electoral, se articuló el compromiso de un nuevo proceso constituyente en el Ecuador. Esto permitió una nueva innovación electoral más, Rafael Correa y Alianza PAIS prescindieron de presentar candidatos a un muy desprestigiado Congreso Nacional, lo que como elemento novedoso tuvo un afortunado impacto entre el electorado. En la práctica y de esta manera, la campaña electoral correísta incorporaba en su estrategia comunicacional una consigna ya anteriormente interiorizada por millones de ecuatorianos durante el derrocamiento de Lucio Gutiérrez: el “Que se vayan todos!” (Dávalos, 2012). Bajo esta lógica estratégica electoral, se generalizaron las esperanzas ciudadanas en un cambio político de carácter radical, más allá de la sensibilidad política del votante ecuatoriano del momento, el cual estaba ya muy lejos de canalizar su descontento por vías revolucionarias.

En materia de imagen, el candidato Correa también supo diferenciarse de sus adversarios, pues realizó su campaña vestido de manera informal  -camisetas color verde y pantalones jeans-, lo que generó una imagen de cercanía con la población. Correa no aparecía como un político al uso, sino como un ciudadano similar al electorado al que le pedía su voto. Esta estrategia de imagen respondía a otra regla clásica de manual electoral, la cual hace referencia a la resonancia que determinadas imágenes tienen sobre el electorado en momentos determinados, buscando con acierto los estímulos provocados que evocan significados cercanos al votante (Schwartz, 2001). El posicionamiento de Correa como un ciudadano alejado de la política tradicional, un joven y aguerrido ciudadano -no político- que buscaba la profunda transformación del país, polarizó la elección y situó al hoy Presidente de la República en una posición privilegiada electoralmente respecto a sus contendores.

Otro elemento referenciable de la campaña correísta fue el acertado uso de la identidad corporativa que se desarrolló y el empleo del color verde brillante fosforescente. El color verde flex tuvo su origen en un anterior y agresivo posicionamiento publicitario elaborado por la transnacional española Movistar –líder en telefonía inalámbrica-, que quedó plasmado en el subconsciente de la ciudadanía, lo cual fue utilizado adecuadamente por la campaña de Correa. Respecto a eso que los expertos publicistas en la materia llaman eye tracking[6], los afiches y bandeloras del correísmo tuvieron una más que destacada visualización frente a los de sus adversarios, los cuales manejaron colores apagados como fondos de su campaña electoral.

Por último, dentro de la imagen gráfica de campaña y más allá del color verde flex, se utilizó el rostro de Correa en forma de negativo fotográfico, lo que tuvo fuerte impacto social, debido a la simpleza de la imagen y su aspecto “urbano” juvenil –asemejado a un graffiti o la imagen de un líder revolucionario[7]- (Dávalos, 2012).  La lógica icónica de un líder mirando hacia el futuro se traducía en la idea de un preparado académico que irrumpe en el mundo de la política en un país sumamente corrupto, pero que mira hacia el infinito enfocando sus sueños para la Nación más allá del horizonte inmediato. La idea aunque básica tuvo una carga innovadora y efectiva, pues a través de un efecto de fotogenia, un joven profesor universitario con escasa trayectoria política (acumulaba apenas unos meses como ministro de Economía del gobierno anterior) fue transformado en héroe revolucionario. Con su imagen elevada por una especie de luz sobrenatural que lo inspiraba, al entonces candidato presidencial se le trabajó publicitariamente como un ícono simbólico asociado al Che Guevara, lo cual combinado con eslóganes como “recuperemos la patria” y setenteras canciones de los Quilapayún o los Inti-Illimani en cada uno de sus actos electorales, reforzó el aire revolucionario y heroico de su figura mediática.

Sólo faltaba entonces para ganar, amortiguar el fuerte carácter y las puntuales salidas de tono del entonces aspirante a presidente. Esto se hizo a través del asesoramiento externo de una empresa de comunicación política mexicana que llegó al Ecuador tras haber asesorado al partido conservador salvadoreño Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), organización política fundada por el paramilitar Roberto d´Aubuisson en 1989. La consultora mexicana Cuarto de Guerra fue la encargada de transformar el perfil marcadamente irascible del hoy mandatario ecuatoriano en una suerte de “Pasión por la Patria”[8].

Es a través de esta campaña electoral del 2006 donde se sentarán las bases de la futura comunicación político-estratégica del correísmo en el gobierno. El correísmo, ya como doctrina oficialista en el poder, combinará innovadoras técnicas de comunicación política en el país con un desarrollado y estratégicamente calculado culto a la personalidad del líder, la agresividad y descalificación dialéctica como norma de desacreditación sobre los adversarios políticos del régimen, el factor sorpresa como herramienta de quiebre ante sus rivales, las técnicas que reflejan proximidad ante la ciudadanía (gabinetes itinerantes, enlaces ciudadanos desde los lugares más recónditos del país o permanentes apariciones del mandatario rodeado de masas ciudadanas), los acordes de las viejas canciones revolucionarias, así como una cuidada campaña publicitaria (tanto por la destreza en la elaboración de piezas audivisuales como por la creatividad de su cartelería, gigantografías y otras herramientas de imagen estática) basadas en los logros obtenidos a través de determinadas políticas públicas auspiciadas por el gobierno.

Siete años y medio de un modelo de comunicación político-estratégica innovadora en Ecuador

Los estudios elaborados por diferentes entidades ecuatorianas especializadas en sondeos de opinión, desde finales de los años noventa hasta hoy, vienen a indicar que los ecuatorianos se identifican desde lo místico mayoritariamente como seguidores de la fe cristiana y sus valores; desde el ámbito del ocio como acérrimos seguidores del deporte del futbol; mientras que en la esfera política desean tener un líder fuerte que guíe al pueblo hacia un futuro próspero, que fomente la seguridad, el afianzamiento de la dolarización y la justicia al interior de un país que sea socialmente más o menos equilibrado. La honestidad en la gestión pública, la vuelta de los emigrantes, la implementación de una democracia real y el desarrollo económico nacional son los elementos más deseados por la ciudadanía, transversalizándose también entre estos sentimientos el orgullo de ser ecuatorianos.

En este sentido, tanto el presidente Correa como sus asesores políticos, desde la campaña del 2006 hasta la fecha, han sabido encauzar acertadamente el sentir nacional y los aspectos cognitivos de la conducta del pueblo ecuatoriano. En base a ello, se han manejando estrategias como la del famoso “correazo” (símbolo de machismo y autoridad, dado que refleja la forma en que se castigaba a los niños en el país) durante la campaña de 2006, hasta el “Rafael para el pueblo, Correa para los corruptos” o el “Ya tenemos Presidente!!” de campañas posteriores. De forma paralela, el mandatario hace gala permanente de ser un férreo seguidor de uno de los equipos estrella del campeonato de fútbol ecuatoriano, llegando incluso a dedicar amplios espacios de sus programas destinados a la rendición de cuentas a la ciudadanía a opinar sobre la calidad del juego de los diferentes equipos punteros del Ecuador y de su selección. De igual manera, el líder oficialista ha manifestado de forma permanente su fuerte identificación con la doctrina cristiana, llegando incluso a sancionar disciplinariamente a diversas asambleístas de su partido por manifestarse en el Legislativo favor del aborto en casos de violación.

Tampoco se dejó atrás el drama de la emigración nacional, el cual ha tenido un fuerte impacto sobre las familias ecuatorianas. La estafa de las políticas neoliberales en Ecuador llegó a  su “climax” con el gobierno de Jamil Mahuad (1998-2000), cuyo gabinete estaba controlado por la bancocracia, protagonizando el “salvataje bancario”[9] y la dolarización[10]. Esta crisis provocó una fuerte emigración hacia el exterior, principalmente hacía España e Italia; y aunque los números son confusos, se estima que en el año 2000 más de medio millón de personas –un 4% de la población en ese momento existente- salieron del Ecuador en busca de su supervivencia. Es por ello que en marzo de 2007, apenas dos meses después de su investidura, el presidente Correa ponía en marcha una de sus innovaciones políticas: la creación, con rango de ministerio, de la Secretaría Nacional del Migrante (SENAMI), siendo su misión “la definición y ejecución de políticas migratorias, encaminadas al desarrollo humano de todos sus actores, que servirá de enlace en las acciones de atención, protección y desarrollo de la persona migrante”[11]. Al año siguiente se pondría en marcha el Plan Bienvenidos a Casa, lo que en la práctica significaba el inicio de la llamada “operación retorno”[12]. Según datos oficiales, la combinación de las políticas del Plan Bienvenidos a Casa y del Plan Voluntario de Retorno[13], este último impulsado por el gobierno español, significó que a finales de 2013 los migrantes retornados al país alcanzaran la cifra de 37.000 ecuatorianos. Lo que desde las instituciones ecuatorianas se presenta como un triunfo de las políticas nacionales enmarcadas en la vuelta de los exiliados económicos, no oculta más que una visión muy parcializada de este “supuesto” éxito. Según los datos del INE[14], el número de ecuatorianos residente en el Estado español viene disminuyendo paulatinamente desde el año 2009, habiendo abandonado dicho país unos 47.000 migrantes ecuatorianos tan solo en el transcurso del año 2012. En resumen, la mayoría de los migrantes ecuatorianos que han salido de territorio español desde la llegada de la crisis a este país lo han hecho con destino a otros lugares de Europa (Machado, 2013); y en este sentido, cabe señalar que la Casa Ecuatoriana en Londres recibió durante ese mismo año –mediante cita previa, con tan solo tres operarios y carente de bolsa de trabajo- una media de 300 personas diarias, cuyo perfil común era ser ecuatorianos emigrados desde España en busca de trabajo y con necesidad de solicitar prestaciones sociales. Un informe elaborado en mayo del 2012 por la Universidad Queen Mary bajo el título No Longer Invisible (No más invisibles) concluía que 85% de los jóvenes sudamericanos residentes en Londres sufre abuso laboral, recibiendo un 11% de estos una remuneración inferior al salario mínimo reglamentado. En referencia a dicho informe, organizaciones de trabajadores migrantes con sede en Londres como Latin American Workers Association (Lawas), señalan que “los trabajadores latinoamericanos suelen trabajar hasta 16 horas al día, en algunos casos son racialmente abusados y pueden terminar siendo víctimas de abusos físicos y sexuales”.

Por otro lado, desde la utilización del rostro del presidente Correa con apariencia de negativo en su primera campaña electoral, han sido múltiples las imágenes  desarrolladas del mandatario bajo leyendas patrióticas y manteniendo su mirada de forma elevada hacia el horizonte o el infinito, plasmándose cierto mensaje mesiánico que no le es para nada hostil a la población ecuatoriana. El aparato de propaganda gubernamental ha ido conformando una lógica de culto a la personalidad de su líder que convirtió al presidente Correa en una especie de gran demiurgo del corazón ecuatoriano, con cierta iluminación por lo divino y un agudizado perfil caudillesco, lo cual lejos de ser entendido de manera caricaturesca forma parte de la tradición política latinoamericana. La estrategia permitió que en los ámbitos más empobrecidos y con menor formación cultural de la sociedad, al Presidente de la República se le haga alusión incluso como “Papi Correa”, en referencia a la devoción de sus votantes y el reconocimiento a la “sabiduría” y la “autoridad” del padre para determinar el futuro de sus hijos.

Encuadrados en esta realidad social, se ha desarrollado una permanente campaña publicitaria de gran creatividad, una propaganda de proximidad a la población en la cual se crea la ficción de la participación social del conjunto de los ecuatorianos en la toma de decisiones del Estado, así como la profundización de la ironía y la polémica en los discursos presidenciales, lo cual ha sido la base de la comunicación estratégica y del marketing político del correísmo durante estos casi ocho años de gobierno.

Lo anterior no quiere decir que todas las campañas de ataque y confrontación (Durán y Nieto, 2010) en las cuales se sostiene la dialéctica presidencial estén siempre destinadas a lograr penetración y recordación popular. Los equipos de marketing político y asesoramiento comunicacional de los que dispone la Presidencia de la República entienden bien que este tipo de estrategias deben basarse en los temas que realmente cuentan con la fuerza necesaria entre el electorado para movilizar simpatías y votantes. De igual manera, se busca bajo la estrategia de la descalificación política e incluso personal de los disidentes por la izquierda del oficialismo o de sus adversarios políticos conservadores, continuar con el desgaste de las figuras opositoras asociándolas a la vieja y deslegitimada partidocracia nacional. Como elemento de apoyo estratégico, se explota un discurso de lógica soberanista y patriotera basado en la convicción de que el país camina unilateralmente[15] hacia el desarrollo para salir de lo que se ha venido a llamar comúnmente “Tercer Mundo”, lo cual califica a los críticos de dichas políticas como antipatriotas e incluso como malos ciudadanos. Se pretende a su vez, mantener la imagen del presidente Correa como un político no convencional, estrategia para lo cual es necesario posicionar su figura como un líder diferenciado y reconocido en el ámbito internacional. Para ello se posiciona desde las campañas político-publicitarias auspiciadas desde el aparato de propaganda estatal y cuyo público cautivo es la ciudadanía residente en el Ecuador, el que un país de quince millones y medio de habitantes y apenas 283.560 kilómetros cuadrados de extensión –siendo más del 40% de su territorio selva húmeda tropical apenas poblada- es un referente geopolítico de gran importancia en el concierto de la gobernanza global. Todo ello se enmarca a su vez en la adulteración del término “socialismo”, concepto que si bien es cada vez más olvidado en los discursos del correísmo, tomó en el régimen un matiz “cristianismo humanista” que pretende rebajar su carga ideológica y las resistencias que pudiera ocasionar en determinados sectores de la población ecuatoriana.

Es así, inmersos en la ciencia ficción auspiciada por el aparato de propaganda gubernamental, donde por ejemplo organizaciones campesinas cercanas al régimen y conformadas mayoritariamente por población rural de escasos recursos económicos que demandan transparencia respecto al reciente acuerdo comercial firmado entre el Ecuador y la Unión Europea, encabezan sus cartas al ministro de  Comercio Exterior bajo el subtítulo “compañero Francisco Rivadeneira”, en alusión a un ex gerente del Citibank[16] y de la CORPEI[17].

La estrategia de marca de Rafael Correa

La mejor estrategia electoral del presidente Rafael Correa, desde el 2006 hasta hoy, se ha basado en la construcción de un “branding[18] asociado a su nombre y figura. Dicho branding esta conformado por cinco elementos: a) naming: creación de un nombre, b) identidad corporativa, c) posicionamiento, d) lealtad de marca, y e) desarrollo de marcas y arquitectura de una marca. Es por ello que Rafael Correa construyó su proyecto político posicionado sobre las iniciales de su propio nombre - Revolución Ciudadana (RC)- e imagen. Esta estrategia acompañada de un sinfín de herramientas auxiliares sostenidas sobre un estilo personal de gestión y la aplicación de sofisticadas técnicas publicitarias, convierte en extremadamente difícil desmontar el espejismo sociopolítico creado sin una contra campaña altamente inteligente que hasta hoy ninguno de sus rivales ha sido capaz de articular. Los que enfrenten a futuro a Rafael Correa en las urnas, deben pasar no solo el filtro del branding posicionado, sino también por el de su empoderamiento social con tintes populistas (promesa democratizadora de devolver el poder secuestrado por las élites a los ciudadanos) para poder derrocarlo. El reto es complejo, dado que el populismo surge cuando los sistemas representativos y de partidos son percibidos como excluyentes, posicionándose como las alternativas políticas que pretenden terminar con el dominio de las élites y convirtiendo a la imagen del líder en la encarnación del pueblo[19].

El correísmo no sólo ha implantado una nueva forma de hacer política en el país, sino que también continúa intentando vivir estratégicamente del odio y la frustración acumulada por la ciudadanía ecuatoriana durante las dos décadas y media de un neoliberalismo que tuvo consecuencias dramáticas. Es por ello que una parte del discurso correísta se sostiene sobre el temor ciudadano a volver a un pasado caótico donde los grupos de poder existentes en el país hicieron -sin control del Estado- lo que les vino en gana. Así, la marca corporativa auspiciada durante todo el actual gobierno de la revolución ciudadana, se posiciona como única en la historia del país, unificando mensajes, el desarrollo de una propaganda que enmarcada al conjunto de instituciones públicas en una estrategia global, las cadenas gubernamentales en radio y televisión, así como el sabatino Enlace Ciudadano. Respecto a lo último, cabe señalar que los Enlaces Ciudadanos fueron concebidos inicialmente como una herramienta de comunicación entre el mandatario y la ciudadanía para ser utilizada como un espacio de rendición de cuentas, pero que ha sido transformado en una especie de “púlpito” donde el presidente da rienda suelta a su propio estilo personal de comunicación.  Es a través de esta herramienta de conexión entre el presidente Correa y la ciudadanía donde se visibiliza uno de los mayores problemas que tiene Alianza País para desarrollarse como herramienta de un proyecto de alcance nacional: en los países donde la relación política entre el gobernante y la población es una relación de líder/masa, no son necesarios los partidos políticos; es más, pudieran incluso ser contraproducentes, pues podrían generar debates políticos internos respecto a ideología, programas y liderazgos de futuro, circunstancia que se encuentra muy alejada de intención de la dirección política actualmente existente en el partido de gobierno[20].

Comunicar es persuadir y persuadir es buscar efectos en el receptor. De esta manera la comunicación desarrollada desde el poder se convierte en una herramienta más de la gestión gubernamental orientada a la consecución de los objetivos estratégicos del oficialismo. Cabe señalar al respecto de todo lo anterior, que a pesar de que ya sea notorio un mayor desgaste en la capacidad comunicativa del régimen, la estrategia aún continúa dando sus frutos. Sin embargo, tanto el presidente Correa como sus asesores estratégicos son conscientes que aquello que nos cantara Héctor Lavoe[21] décadas atrás: “todo tiene su final, nada dura para siempre…”. Es por ello, que tras las elecciones seccionales de febrero del 2014 y tras unos resultados electorales por primera vez poco alentadores para el oficialismo, el presidente Correa rectificó sobre las directrices dadas a sus ministros en junio del 2012, cuando ordenó la prohibición a los altos funcionarios del Estado de conceder entrevistas a medios privados, a los que acusó de atacar al gobierno con mentiras.

En resumen, el presidente Correa ha sido convertido a través de elaboradas estrategias de comunicación política y marketing electoral en un “lovemarks[22]. Su rostro aparece por todas partes, su voz cierra los spots publicitarios del conjunto de la propaganda emitida por los diferentes ministerios del gobierno nacional, y los medios pueden llegar incluso a ser sancionados por no recoger como noticia destacada alguno de sus viajes al extranjero o sus exposiciones académicas en el exterior[23]. Respecto a lo último, es curioso señalar el hecho de como los recién creados órganos de control sobre los medios de comunicación consideran la estrategia de posicionamiento internacional del presidente Correa como información “relevante”, argumentación sobre la que basan la justificación de sus posibles futuras sanciones sobre los medios de comunicación que no la destacan. Además, la figura del mandatario ecuatoriano ha sido no solo trabajada desde la propaganda y publicidad masiva, sino también a través de historias que lo interrelacionan: obras inauguradas –en algunas ocasiones por tramos, lo que permite reiteradas inauguraciones en la misma obra- que pretenden ser míticas, discursos posicionados como referenciales en los foros internacionales, y una visión con cierto perfil mesiánico sobre el futuro del Ecuador y del conjunto de la Humanidad. Todo ello cumple con las reglas básicas del “Lovemarks”, las cuales buscan lograr una conexión basada en el amor entre el consumidor y la marca, lo que  se soporta sobre una plataforma estratégica que explota los sentimientos y el respeto[24], o lo que es lo mismo, se carga al producto publicitado de densidad y volumen. En definitiva y gracias a los avances de la neurociencia y su aplicación al marketing (neuromarketing), lo que se viene a demostrar es algo tan sencillo como que la publicidad ya entendió que lo que mueve a los seres humanos es la emoción por encima de la razón. En base a lo anterior, se desarrollan estrategias que buscan la construcción de vínculos emocionales profundos y duraderos con los clientes/electores, consiguiendo el máximo grado de fidelidad y lealtad más allá de la razón; lo que combinado con el misterio -grandes historias que hay detrás de las grandes marcas-, crean la fuente de inspiración que suponen estas marcas/partidos para sus clientes/electores.

Desde la perspectiva corporativa de las empresas o marcas políticas, puede parecer una obviedad, pero cotidianamente se hace visible el escaso respeto que tienen la mayoría de las marcas/partidos por sus clientes/electores. Sin embargo, en el mundo del Marketing 3.0.[25], los Lovemarks se ganan el respecto de sus consumidores/electores a través de técnicas aplicadas basadas en la estrategia, determinación y autodisciplina cotidiana.

Todo lo anterior ha hecho del presidente Rafael Correa un candidato vencedor de largo tiempo, que basa sus estrategias políticas en la comunicación negativa sobre sus opositores y en el irrespeto por todo lo que pueda ser considerado como disidencia política u oposición ideológica. A su vez, como estado moderno en que se ha convertido, el gobierno ecuatoriano y por lo tanto también el partido de gobierno, utiliza las herramientas más modernas en materia de marketing político para posicionar a través de estudios cuantitativos y cualitativos los elementos que están en el sentir más profundo del pueblo ecuatoriano, con independencia que estos sentimientos puedan considerarse más o menos afortunados (entre ellos la lógica política popular de un líder/padre que implementa autoridad sobre sus subordinados/hijos). De igual manera, el correísmo se especializó en implementar elementos sorpresa en sus campañas políticas, electorales o no, basadas en claves de ataque –los cuales están siendo incorporados dentro del imaginario de los y las ciudadanas ecuatorianos- sobre el discurso de los opositores al régimen. Es por ello que gran parte de las y los ecuatorianos utilizan en la actualidad frases hechas y calificativos posicionados por el régimen a través de sus cadenas gubernamentales, su propaganda política o los Enlaces Ciudadanos. Entre esa terminología destacan calificativos como el de “ecologistas infantiles” para calificar a los ambientalistas críticos con la política neodesarrollista emprendida por el gobierno, el de “tirapiedras” o “izquierda caduca” al hacer referencia a los opositores del régimen por la izquierda, el de “ponchos dorados” o “emplumados” para significar a la dirigencia indígena no afín al régimen, el término de  “opositores caretucos” para señalar a la oposición política en general, o frases como “de donde va a salir la plata para las escuelas del milenio y el desarrollo si no es del petróleo o de la minería” para cuestionar las resistencias locales emprendidas por comunidades afectadas a las políticas extractivistas implementadas por el actual gobierno, entre tantas otras. 

A pesar de declaraciones tan ingenuas como las realizadas por el anterior secretario ejecutivo de la agrupación política oficialista, Galo Mora, quien diría en octubre del 2012 que "no necesitamos de una empresa, porque Alianza PAIS es capaz de contar y socializar los nuevos sueños"[26], la estrategia política del correísmo se ha ido perfeccionando con el paso del tiempo y ha sido incluso reconocida internacionalmente no precisamente por sus capacidades internas. No es tan solo que algunos movimientos y organizaciones políticas europeas que están apareciendo hoy, fruto de la decadencia neoliberal en Europa, estén copiando parte del discurso y la estrategia electoral de Rafael Correa en Ecuador (casos como el del Frente de Izquierda en Francia o el de Podemos en el Estado español), sino que incluso su última campaña electoral (2013) fue galardonada en una reciente edición de los Victory Awards 2014[27]. Allí se reconocieron los trabajos del ministro Vinicio Alvarado y de los consultores políticos mexicanos José Adolfo Ibinarriaga y Roberto Trad –quienes comandaron la campaña electoral presidencial oficialista de febrero del 2013- como finalistas en la categoría “Campaña del Año”[28].


Otra categoría en la que estuvo vinculada la última campaña presidencial de Rafael Correa fue la “Consultor Político del Año”. En este apartado el proyecto desarrollado en Ecuador obtuvo el primer lugar, siendo José Adolfo Ibinarriaga –consultor político que actualmente desarrolla funciones como profesor del diplomado de Comunicación Gubernamental del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM- y Roberto Trad -consultor internacional en comunicación estratégica y comunicación política, y director del Instituto de Artes y Oficios para la Comunicación Estratégica- reconocidos profesionalmente por su trabajo en la reelección de Correa.

En pocas palabras, el régimen tiene dinero y no escatima por lo tanto en gastos para traer a los mejores consultores internacionales en comunicación, cuesten estos lo que cuesten. La lista de consultores extranjeros implicados en las estrategias de marketing y comunicación política del régimen es amplia y abarca desde el prestigioso profesional norteamericano –hoy consejero presidencial- Ralf Murphine quien con más de medio millar de campañas electorales por diferentes partes del planeta ha acompañado al oficialismo desde 2006, hasta el recientemente incorporado Antoni Gutiérrez, un reconocido profesional catalán especializado en asesorías de comunicación estratégica.

El correísmo ha hecho suya aquella lógica emanada del psicólogo social antimarxista francés Gustave Le Bon[29], por la cual se afirma que conocer el arte de impresionar la imaginación de las masas equivale a conocer el arte de gobernarlas, y maneja por lo tanto a través de la comunicación estratégica lo que este pensador escribiría en su obra La psychologie des foules (1898): "Son siempre los lados maravillosos y legendarios de los sucesos los que más las impresionan. Así, los grandes hombres de estado de todas las edades y países, comprendidos los más absolutos déspotas han considerado la imaginación popular como el sostén de su poder".

Es así que las apariciones públicas de Correa se dan entre una multitud que lo abraza, hace high five, exponen a sus hijos para que el líder les bese en la frente y se fotografíe con ellos, brindan sus manos y cuerpos con el afán de ser saludados e incluso abrazados por el mandatario, mientras entran en una especie de éxtasis, entre banderas verdes y un nutrido cordón de seguridad presidencial. A pesar de lo anteriormente descrito, cabe referenciar que esto no se da tan solo por determinación popular, dotándose el régimen -a través de la Secretaria Nacional de Gestión de la Política- de mecanismos para “incentivar” la asistencia de funcionarios públicos y receptores de bonos y subsidios a los actos presidenciales.

El control sobre la información

Habría que empezar este apartado del texto por indicar que no es posible sostener un branding bajo una fuerte campaña de comunicación negativa en contra. En las estrategias corporativas de las grandes compañías transnacionales de hoy, una de las funciones más importantes de sus comunicadores es precisamente el control y la desarticulación de la información negativa contra sus empresas. Tal es así, que los Community Manager, los responsables de Public Affairs, o los técnicos especializados en comunicación y marketing que trabajan para este tipo de corporaciones no solo tienen entre sus objetivos posicionar lo bueno y competitivos que son sus productos en el mercado, sino también desarmar los flujos de información negativa que afectan a su imagen y que emanan tanto de consumidores insatisfechos como de estrategias auspiciadas por empresas competidoras. En la actualidad y a pesar de la ilegitimidad del caso, gran parte de los periodistas de medios financieros y económicos de todo el planeta reciben sustanciales prebendas económicas ya no solo por posicionar artículos en formato publirreportaje camuflados para alabar corporaciones y productos comerciales, sino también para silenciar la información negativa que en un momento determinado puedan manejar sobre dichas empresas.

Llevado esto al terreno de la política, es de señalar que en ningún otro momento de la historia del Ecuador el periodismo se ha convertido en un tema tan protagónico del debate político nacional. La legitimidad de las empresas privadas-lucrativas por ejercer como medios de información para la ciudadanía; el concepto de la información como bien de interés público; el desarrollo del concepto “terrorismo mediático”; la honra o reputación de las personas tratadas por los medios de comunicación; la veracidad de la información; la censura previa y la autocensura; el concepto de linchamiento mediático; los principios de democratización de la información; el concepto de información relevante; el derecho de rectificación y el de réplica; la información de circulación restringida; o, el derecho a la reserva de la fuente; entre otros, no esconden más que el debate de fondo: el derecho a la libertad de expresión y opinión; para quiénes, cómo y para qué se informa; el cumplimiento ético de las normas deontológicas del periodismo; y el quién, cómo y para qué se ejerce el control sobre la información. 


En el Ecuador se vive en la actualidad un debate que recuerda en muchos casos al existente durante el origen de los primeros periódicos, los cuales tendían a tomar como objetivo a las personas vinculadas al poder (motivo por el cual eran definidos como “balas de papel”, símil dialéctico al utilizado por presidente Correa cuando se ha referido en múltiples ocasiones a los periodistas como “sicarios de tinta”), siendo censurados por batallar contra la Iglesia y el Estado mientras cortejaban al mercado.

El control de la información y la censura de la información han acompañado históricamente al periodismo. A comienzos del siglo XVI, poco después de la invención de la imprenta por Gutenberg, el cardenal Wolsey, cerebro en la sobra del gobierno de Enrique VIII en Inglaterra diría: “Debemos destruir a la prensa o la prensa nos destruirá a nosotros”[30]. El pasar de los años y el reconocimiento a la libertad de comunicación del pensamiento y de las opiniones en la Declaración de los Derechos del Hombre (1789) no se modificó por parte del poder su visión sobre el periodismo. Sería Napoleón Bonaparte, desde su exilio en la isla de Santa Elena, quien señalaría que “la libertad de prensa debe estar en manos del gobierno, la prensa debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto a un peligro”[31]. En pocas palabras, lo que expresaba el derrotado emperador francés no es más que una evidencia: la información es poder y en la medida en que los Estados intentan controlar los escenarios en los que intervienen, los medios de comunicación son espacios de contrapoder frente al poder político.

Más allá de la cercanía de los primeros editores europeos con el Estado[32], fue con la llegada de la Primera Gran Guerra cuando los Estados comenzaron a desarrollar una serie de mecanismos ya bien coordinados y en aquel entonces innovadores para el control de la prensa. La Primera Guerra Mundial convirtió a los medios de comunicación en aparatos de propaganda estatal (Sohr, 1998), silenciándose a cualquiera que fuesen las voces críticas. El mismo primer ministro británico de la época, Lloyd George, diría sobre este estilo de censura: “Si la gente realmente supiera lo que ocurre, la guerra se detendría mañana. Pero por supuesto, no saben y no pueden saber. Los corresponsales no escriben la verdad y la censura no la dejaría pasar”[33].

En esa misma línea, el periodista y escritor  británico George Orwell escribiría unos años después sobre su participación como brigadista internacional en Guerra Civil española: “Tempranamente en mi vida noté que ningún hecho es informado en forma correcta en los diarios. Pero en España leí por primera vez reportajes que no guardan relación alguna con los hechos, ni siquiera la relación que suele existir en una mentira común y corriente. Vi reportajes sobre grandes batallas donde no hubo combates y completo silencio donde murieron centenares de hombres”[34].

El colofón de este tipo de tesis sobre el control y manipulación de la información se daría en Alemania y sus frentes de guerra durante el III Reich, definiendo este ámbito de manipulación mediática como “el cuarto frente”. El ejercito alemán fue el primero en contar con unidades destinadas específicamente a la propaganda y la manipulación informativa. El propio Adolf Hitler escribiría años antes en su obra Mein Kampf, que “la propaganda efectiva debe ceñirse a unos cuantos puntos y machacar con estos eslóganes hasta que el último ciudadano de esa audiencia entienda qué es lo que queremos que comprenda con ese lema que le proponemos”[35]. Pero el control de la información en los países aliados tampoco fue mejor. Winston Churchill diría por aquel entonces: “En tiempo de guerra, la verdad es algo tan preciado que debe ser cuidada por un guardaespaldas de la mentira”[36]. Por su parte, la Unión Soviética prohibiría la posesión particular de receptores de radio durante el conflicto, difundiéndose la información a través de altoparlantes situados en lugares públicos. Evidentemente Japón no fue una excepción, en ese mismo período la posesión de un receptor de onda corta podía conllevar para un ciudadano nipón la pena de muerte.

Ya incluso en los años ochenta, durante el conflicto de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina, el gobierno británico se encargó de transportar por medio de la Royal Navy un grupo de seleccionados periodistas –todos británicos- a la zona de conflicto. Todos tuvieron que aceptar firmar un documento en el que se sometían a la censura de sus despachos antes de enviarlos, siendo sus transmisiones realizadas a través del sistema de comunicación de las Fuerzas Armadas[37]. Por su parte, en Argentina, el comunicado de rendición de su ejército se presentó como “un acta en la cual se establecen las condiciones de cese de fuego y retiro de tropas”[38].

En América Latina, la libertad de prensa ha tenido una existencia muy frágil, lo que ha impedido la construcción de una cultura periodística independiente y de investigación. Lo anterior, tiene que ver a su vez con que la sociedad latinoamericana –el conjunto de instituciones no estatales, entre las cuales se encuentra la prensa- posee escasa fortaleza a pesar de haber estado históricamente al servicio de los grandes grupos de poder económico.

Lamentablemente en América Latina nunca se cumplió aquello que John Delane, quien accediera en 1841 a director del The Times[39] de Londres –cargo que mantendría hasta su muerte en 1877-, sentenciaría como valor supremo de la independencia periodística: “El deber de la prensa es hablar; el de los estadistas, guardar silencio. Los gobiernos deben tratar a otros con respeto extremo, por oscuro que sea su origen y por infames que sean sus actos; pero, afortunadamente, la prensa no se encuentra sujeta a tales impedimentos (…) El deber del periodista es buscar la verdad sobre todas las cosas, y presentar a sus lectores, no aquello que los estadistas desearan que conociesen, sino la verdad, hasta donde le sea posible alcanzarla”[40].

La limitación ideológica de sus oligarquías, así como la enorme concentración de la riqueza en manos de estas selectas élites, han sido los elementos que históricamente han obstaculizado el pluralismo periodístico y información objetiva en la región. Los medios de comunicación han estado históricamente controlados por oligarcas locales, los cuales han utilizado a estos medios como herramienta de confrontación ideológica frente a los nuevos gobiernos autodefinidos como “progresistas”[41] y surgidos a lo largo de la pasada década. Esta realidad ha complicado notablemente la labor informativa en el subcontinente, no habiendo sido Ecuador una excepción al respecto.

Es por ello, que con la llegada de Rafael Correa a la poltrona presidencial de Carondelet, el gobierno puso en marcha un aparato estatal de comunicación a los que referencia como medios de comunicación pública, pero que se conciben desde la misma lógica que la establecida por Napoleón Bonaparte a finales del siglo XVIII. Dicha situación poco o nada ayuda al establecimiento de una información veraz para el conjunto de la ciudadanía, pues estos medios actúan como voceros gubernamentales y aparatos de propaganda del régimen político en el poder, sirviéndose del entreguismo de profesionales del sector para la ejecución de sus funciones. Al fin y al cabo, citando al ilustre periodista argentino Rodolfo Walsh[42], “el periodismo es libre o es una farsa”.

Más de un año en vigor de una conflictiva Ley de Comunicación

Un análisis de la Ley Orgánica de Comunicación, aprobada el 14 de junio de 2013 por la Asamblea Nacional, basado estrictamente en la lectura de su texto legal no debería tener como conclusión más que su consideración como un triunfo de las organizaciones sociales que desde hace años han reivindicado mejores condiciones para ejercer el derecho humano a la comunicación, la información fidedigna para el conjunto de la ciudadanía y el acceso universal a las tecnologías y medios que la facilitan.

La distribución equitativa de las frecuencias radioeléctricas, una de las principales reivindicaciones desde la sociedad civil, fue reconocida en su Artículo 106, donde se establece que las frecuencias del espectro radioeléctrico destinadas al funcionamiento de radio y televisión se distribuirán con un 33% para medios públicos, otro 33% para medios privados, y un 34% para medios comunitarios. En teoría esto debería significar un avance histórico para las voces históricamente excluidas del país.

De igual manera, otro aspecto muy positivo de la Ley es la prohibición de concentración o acumulación de frecuencias o señales para estaciones de radio y televisión (Art. 113); así como la obligación por parte de los medios a difundir contenidos que expresen y reflejen la cosmovisión, cultura, tradiciones, conocimientos y saberes de los pueblos y nacionalidades indígenas, afroecuatorianas y montubias (Art. 36); y, la inclusión de las personas con discapacidad a través de diversas medidas (Art. 37). Por su parte, el Estado, a través del Articulo 35, se obliga a implementar políticas públicas para que ninguna comunidad, por más alejada o pobre que sea, quede marginada del acceso a Internet y otras tecnologías, o de la posibilidad de tener sus propios medios de comunicación locales.

Como aspectos oscuros, la Ley incorpora la responsabilidad ulterior de los medios de comunicación (Art. 20), estableciendo responsabilidades subsidiarias hacia estos por los comentarios que se formulen en sus páginas webs. Esta amenaza ha significado en la práctica la anulación de la valoración y participación de los lectores sobre la noticia, habiendo suspendido varios medios de información cualquier posibilidad de comentar sus noticias publicadas digitalmente, lo que conlleva un claro recorte sobre la libertad de expresión de la ciudadanía. La separación entre la información generada por el medio y los comentarios de particulares debería haber sido suficiente para deslindar las responsabilidades entre unos y otros. Por otro lado, a través de una ambigua formulación del término “linchamiento mediático” (Art. 26), en la práctica se ha coartado el rol del periodismo de investigación en hechos de interés público, quedando múltiples documentos sostén de importantes denuncias de corrupción y abusos por parte de las autoridades guardados en los cajones de los denunciantes y de los profesionales especializados en la investigación periodística.

Más allá de estas observaciones, el problema fundamental de la Ley de Comunicación no es otro que el que acompaña de forma habitual a la mayoría de las leyes instauradas por el correísmo: el problema fundamental no radica en el análisis de sus textos sino en la mecánica de aplicación de estas.

Los organismos de control sobre los medios de comunicación creados a partir de la entrada en vigor de esta ley, son como ya es habitual en otros casos, cooptados por miembros afines al régimen, lo que predispone un actuar orientado a sancionar la crítica y la disidencia política, mientras paralelamente los medios “gubernamentales” gozan de impunidad para los “excesos” en sus labores “informativas”.   


También está por ver los mecanismos por los cuales se esta estableciendo la distribución de frecuencias, máxime cuando las prácticas gubernamentales ponen en entredicho la ética profesional y política en la que se basa la objetividad de la información que se le brinda a las audiencias. Vale señalar que las radios comunitarias que el Estado entregó en 2010 a las nacionalidades indígenas todavía no son autónomas, y por tan solo poner un ejemplo de los mecanismos auspiciados por el Estado para el control de la información, seis de las catorce que están en Pastaza han firmado contratos con la Gobernación de dicha provincia para transmitir un programa en el que dicha institución –representación del gobierno central en el territorio- rinde cuentas a la comunidad, es decir, venden su espacio aire al Estado. A cambio, estas emisoras radiales se someten a una serie de compromisos, como usar la prensa gobiernista –la cual tiene bajo índice de lectores dada la escasa objetividad de su información- en sus espacios informativos.

Cabe reconocer en este sentido, que todas las sociedades están sometidas al progreso técnico y que en el campo mediático existe una presión constante por la masificación de la entrega noticiosa; sin embargo, en un sentido histórico la ampliación de audiencias es un fenómeno neutro, pudiendo tanto fortalecer la democracia, la tolerancia y el pluralismo, como contribuir al autoritarismo, la intolerancia y el ideologismo (Sohr, 1998). En pocas palabras, los medios de comunicación se definen por su postura ante el poder, lo que viene determinado por capacidad de solvencia económica –que es lo que tradicionalmente ha asegurado su autonomía frente a los gobiernos-. El sencillo ejemplo expuesto con anterioridad, viene a demostrar la capacidad de la que dispone el Estado para orientar el sentido de la información, con su consiguiente carga ideológica, de los medios de comunicación que teóricamente deberían ser autónomos tanto de los medios de comunicación privados, como de los medios de comunicación públicos controlados desde el Ejecutivo. De esta manera, se hace muy difícil de creer que la Ley de Comunicación esté dando voz a los que históricamente no han tenido voz en este país.

La libertad de expresión en cuestión

La libertad de expresión según la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), “es un elemento sobre el cual se basa la existencia de una sociedad democrática. Es indispensable para la formación de la opinión pública [...]. Es, en fin, condición para que la comunidad, a la hora de ejercer sus opciones esté suficientemente informada”[43]. Por su parte, la libertad de pensamiento se enmarca en la facultad que tiene toda persona de desarrollar ideas, analizarlas, sintetizarlas, juzgarlas o en general considerarlas en el sentido que consideren adecuadas (Morales, 2012). Sin libertad de expresión no existirá la posibilidad de manifestar aquellas ideas a quien considere pertinente hacerlo.

Ahora bien, aunque la libertad de expresión sea un derecho de vital importancia para el sistema democrático, no consta ni debe constar de una protección absoluta, lo que tampoco quiere decir que deben imponerse filtros sumamente difíciles de superar para sancionar al quien hiciere un uso abusivo de este derecho. Hay que tipificar de forma que sea efectiva la tutela a quienes han sido lesionados en su reputación por el abuso de la libertad de expresión, pero a la par de no deteriorar las posibilidades de expresión e información (Ferrajoli, 2009), dado que la libertad de expresión forma parte de derechos subjetivos que corresponden universalmente a todos y todas.


Sin embargo, con el Presidente de la República a la cabeza, notables políticos ecuatorianos del oficialismo han interpuesto ya diversas demandas judiciales contra periodistas y medios de comunicación, basando sus argumentos en que su derecho al honor y al buen nombre están siendo vulnerados por estos. Ya son tristemente  famosas algunas sentencias emitidas y posteriormente ratificadas por jueces ecuatorianos, como la que determinó una indemnización sin precedentes de 40 millones de dólares al jefe del Estado contra el diario El Universo por una delirante columna escrita con el “hígado” por el que fuera entonces su editor de opinión Emilio Palacios[44]; o los 2 millones de dólares[45]de sanción impuestos sobre los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, autores del libro “El gran hermano”, como indemnización al mandatario al publicarse en dicha obra de investigación periodista que “el presidente conocía de todos los contratos de su hermano” en base a una entrevista que forma parte de su contenido con Fabricio Correa. Ambas sentencias se ampararon en la figura de algo tan complejo, difícil de demostrar y con tan alto grado de subjetividad como el “daño moral”, y fueron posteriormente perdonadas por el mandatario ecuatoriano, aunque generaron un precedente que lesiona de forma grave la libertad de prensa y expresión en el Ecuador.

Esta realidad posiblemente se agudizará con la entrada en vigor del Código Orgánico Integral Penal, dado que la discrecionalidad en la actuación de determinados jueces del sistema judicial ecuatoriano puede verse aun más agravada a partir de este momento –han sido varias las ocasiones en las que el jefe de Estado ha “sentenciado” determinadas cuestiones con implicaciones legales los sábados en sus enlaces sabatinos, y los jueces han procedido inmediatamente después acorde a las directrices presidenciales-. En este sentido, ¿cómo entender que el Presidente de la República utilice de forma habitual el término corrupto para calificar a determinados adversarios políticos e incluso a la prensa privada en general –lo cual es entendido por el oficialismo como una alusión a un categoría vinculada a lo antiético cuando es pronunciada por el mandatario- y que un periodista en un medio de comunicación pueda ser sancionado por mala practica profesional o por injurias si utiliza el mismo término para calificar a un alto funcionario el gobierno sin presentar las pruebas pertinentes?

La aplicación de la justicia en esta materia está conllevando a que bajo el arcaico principio del dura lex sed lex (la ley es dura), se hallan dictaminando sentencias carentes del principio de proporcionalidad[46] en las cuales se pretendió castigar severamente a medios y periodistas de investigación que habían sido denunciados, entre otros, por el mandatario ecuatoriano en su calidad de ciudadano. Dicha estrategia ha conllevado, desde el punto de vista de las limitaciones en el accionar periodístico, la autocensura de medios y periodistas durante la fase de elaboración de la noticia, crónica o artículo de opinión pertinente (Machado, 2013).


El nuevo ámbito de la información es el Internet. Los medios de comunicación se verán obligados a interactuar de una forma muy diferente a la que hoy lo hacen con sus lectores/consumidores. La industria periodística se transformará inevitablemente, pues la historia del periodismo no es otra cosa que la búsqueda incansable por encontrar una solución en cada momento al problema de informar. A nivel global son contadísimos los medios que cuentan con haks labs(laboratorios hackers) dedicados a la experimentación. Es por ello que los pocos medios que cuentan con algún esquipo de experimentación logran marcar la diferencia. Entre ellos destacan casos como The New York Times (que goza de un equipo de innovación y desarrollo que trabaja fundamental en la experimentación de APIs –Application Programming Interface- que ofrece en tiempo real la labor de los congresistas estadounidenses y presentaciones interactivas); Los Angeles Times Projects (quienes desarrollan una infinidad de proyectos a base de información pública disponible); la BBC- Backstage (uno de los pioneros en generar proyectos de innovación sobre desarrollos propios); The Guardian (con infinidad de proyectos innovadores que incluyen APIs y la innovación de suData Store desde 2009); el Mail & Guardian Online (pequeño periódico semanal sudafricano especializado en innovación de procesos periodísticos y referencia periodística por las investigaciones que publica);20fourLabs (quienes desarrollaron un departamento de Research & Development con fuerte interés en aplicaciones móviles); o, el News Australia (con un equipo de desarrolladores y periodistas dedicados a crear nuevas formas de diseño y visualización de la información).

En pocas palabras, mientras el régimen ecuatoriano sigue considerando a los hackers bajo la imagen estereotipada de criminales informáticos, el nuevo periodismo que va tomando una forma sobre la cual los medios de comunicación ecuatorianos –públicos y privados- poco o nada saben, tiene claro que sin hackersya no hay periodismo, y que a través de estos se logra incrementar la productividad del medio y adaptarlo a la forma actual en la que los usuarios leen las noticias. En Ecuador, la crisis de la industria periodística está lejos de ser el equivalente al cambio, más bien al contrario, se tiende al conservadurismo profesional y a esconder la cabeza, sin plantearse la necesidad de mirar alrededor e reinventarse.  

Sin embargo, y a pesar de todo lo anteriormente expresado, esta claro que el espacio cibernético es el ámbito de interacción de la nueva comunicación e información en el presente siglo. Esto convierte al ciber-espacio en un espacio en disputa, tal y como antes lo hemos señalado. En ese sentido, WikiLeaks[53] ha sido la propuesta más disruptiva de los últimos años. Comenzando a operar en 2007, durante sus primeros cuatro años de existencia publicó más documentos clasificados que todo el resto de la prensa mundial en el transcurso de su historia. El modo de entender y usar la tecnología ha sido clave para este proyecto (Mancini, 2011), el cual a través de la publicación de un video donde se visualizaba el asesinato de dos periodistas de la agencia Reuters en Bagdad, los diarios de la guerra de Afganistán, los registros de la guerra de Irak, y los Cablegate del Departamento de Estado de los EEUU, pusieron a esta organización mediática internacional en el punto de mira no solo de los EEUU, sino del conjunto de gobiernos que conforman el planeta.

WikiLeaks es la demostración práctica de que el periodismo puede ser independiente, puede ir mucho más allá de lo que hoy por hoy contemplamos de manera impresa y en las páginas digitales de los medios de comunicación convencionales. WikiLeaks demostró que el valor de la información no sólo se produce a través de experimentados periodistas con buena pluma u olfato para la investigación.

Esta experiencia es en la práctica la demostración de que la circulación de la información es ahora incontrolable. Las consecuencias de la ruptura de los moldes preestablecidos por el periodismo convencional e inadaptado al actual ciclo de revolución tecnológica en la que vivimos, están a la vista de todos. El encierro de Julian Assange en la embajada ecuatoriana en Londres es la condena que sufre el principal auspiciador de la nueva era de la información periodística. Es un periodismo realizado por hackers–Obama y sus “halcones” del Pentágono diría por terroristas- más que por profesionales de la comunicación. Las espadas están en alto, y aunque el proyecto WikiLeaks aparece prácticamente anulado tras el encierro de Assange en el recinto diplomático londinense, es una cuestión de tiempo que surgen nuevas experiencias y episodios en este sentido.

Todo esto preocupa a los gobiernos a escala mundial, quien piense que hay algún Estado en el conjunto del planeta que no tenga cloacas que ocultar es un ingenuo. Citando a escritor y poeta español Antonio Gala, “al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra”, quizás es por ello que con el nuevo Código Orgánico Integral Penal, Julian Assange en el Ecuador hubiera sufrido una pena de tres años de cárcel y Edward Snowden de cinco.

Lo que será la comunicación y la información del futuro no será concedido desde ningún ámbito del poder –independientemente que este sea político o económico-, sino que deberá serle arrebatado por la ciudadanía y sus organizaciones de la sociedad civil.