Ocaso y muerte de una revolución
que al parecer nunca nació
que al parecer nunca nació
Reflexiones a la sombra de
una década desperdiciada1
22 de septiembre de 2016
Por Alberto Acosta2 y John Cajas Guijarro3
“Todos los grandes hechos y personajes de la
historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces […]:
una vez como tragedia y otra vez, como farsa” Karl
Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte.
El
gobierno de Correa -que fue producto de movilizaciones sociales- ha terminado
por afirmar la hegemonía burguesa en el Ecuador. La consolidación de fuertes
grupos económicos evidencia la orientación hacia los intereses del capital. El
cambio de la matriz productiva no se realizó puesto que en su lugar se ha
fortalecido la reprimarización y el extractivismo. La balanza comercial y la
balanza de pagos deficitarias frente a un creciente endeudamiento externo
configuran un escenario donde la caída del PIB y dificultades monetarias
revelan un momento difícil, incluso hasta para la dolarización. Una
introducción al “progreso” como un fetiche burgués El capitalismo está repleto
de fetiches que presentan y, al mismo tiempo, ocultan la esencia de la realidad. Esto
sucede en tanto el propio capital –un poder social monopolizable según Marx –
no posee una forma concreta sino diferentes manifestaciones (p.ej. dinero, medios de producción, etcétera).
Tales representaciones impiden ver la verdadera “lógica del
capital” (acumulación de poder explotando a la fuerza de trabajo por medio del
salario y a la Naturaleza por medio del extractivismo, p.ej.). Esa condición
fetichista se exacerba bajo la idea de “progreso”. El progresismo
latinoamericano6 es un claro ejemplo del uso de la idea de “progreso” como
fetiche burgués. En sus orígenes los gobiernos progresistas de América Latina
apuntaron a la izquierda, pero actualmente, más allá de cualquier discurso
“socialista”, van hacia la
derecha. En lugar de fortalecer procesos comunitarios
transformadores, han consolidado en cada uno de sus países, un Estado que
moderniza autoritaria, vertical y tecnocráticamente al capitalismo. Estos
países de gobiernos “progresistas” siguen siendo países dependientes del
capitalismo metropolitano, particularmente bajo una condición de economías
primarioexportadoras y sus sociedades son en esencia inequitativas.
A eso se
añade que sus propuestas se enmarcan en una remozada lógica desarrollista. Un
ejemplo es la distribución del ingreso que, a pesar de mejorar en el
progresismo (ver p.ej. el índice de Gini en Venezuela, Argentina, Uruguay y
Ecuador), se mantiene, con una desigualdad mayor que en países capitalistas
desarrollados como Estados Unidos9 . Incluso, más allá de la propaganda y
promoción detrás del índice de Gini, otras mediciones muestran que la brecha
entre ricos y pobres incluso se ha ampliado si tomamos en cuenta la
distribución de la
riqueza. Basta mencionar, como ejemplo, que las fortunas en
América Latina crecieron a una tasa mucho mayor que el propio crecimiento
económico, provocando que un poco más de 13 mil personas, para 18 países de
América Latina en el año 2014, poseyeran una riqueza de 2 billones de dólares
(millones de millones) equivalentes al 33% del PIB de esos países (ver cuadro
1).
Como ha
demostrado con claridad Jürgen Schuldt, en lo que él denomina “La hipótesis del
hocico del lagarto”, en términos relativos la inequidad en la distribución del
ingreso puede disminuir (coeficiente Gini), pero en valores absolutos la
desigualdad se incrementa sostenidamente en lo que se refiere a la brecha de
riqueza. “De manera que si bien es muy bueno que mejore la distribución
personal del ingreso nacional, mejor aún sería que se reduzcan las brechas de
riqueza”. Sin embargo, la persistencia de la desigualdad es explicable pues el
capitalismo crea una desigualdad de clase (estructural) inalterable, caso
contrario se afecta la esencia del propio sistema.
El capitalismo es la civilización de la desigualdad por excelencia.
Bajo esta lógica, el Ecuador es un caso ejemplar de lo que podríamos llamar
como “capitalismo progresista”. Aquí el correismo moderniza la acumulación con un
movimiento dialéctico: hacia el exterior (e incluso internamente, vía
propaganda), crea una imagen de mayor equidad, fuerte democracia e incluso un
significativo interés en el medio ambiente; pero; en realidad, se combinan, sin
perder el carácter extractivista de su economía, condiciones modernas de
explotación a las clases trabajadoras -especialmente en la crisismientras que
la desigualdad de clase, la distribución desigual de los medios
de producción, las estructuras oligopólicas, el extractivismo y la
criminalización a la protesta social se ahondan. Y en las sombras de este
proceso, nuevas burguesías, así como nuevas burocracias y oligarquías
concentran más poder económico (y político), muchas veces en alianza con los
tradicionales grupos de poder. En oposición a este intento de ocultar la
esencia del capitalismo ecuatoriano tras el fetiche del “progreso”, el presente
artículo busca un objetivo muy concreto: dar una primera explicación para
entender por qué, más allá de cualquier apariencia, no se hizo una gran
transformación en la sociedad ecuatoriana, a pesar de que existía la
oportunidad -e incluso los medios -
para seriamente intentarlo. Es decir, esbozaremos una primera razón para
entender por qué el Ecuador, más allá de cualquier discurso oficial y cualquier
apariencia, en el fondo ha desperdiciado una década de su historia… El
correísmo como dominación burguesa: la revolución que al parecer nunca nació…
En el mes de abril de 2005, las luchas sociales en el Ecuador llegaron a un
clímax en contra del poder. En varios lugares se proclamaba un discurso simple
y contundente, pero que nunca se lo llevó a sus últimas consecuencias: “¡que se
vayan todos!”.
Para entonces nadie se imaginó que esa “rebelión
de los forajidos”, terminaría abriendo las puertas a un régimen altamente
conservador, con inocultables rasgos autoritarios. Entonces era (casi) impensable que,
bajo una falsa imagen de “socialismo” y utilizando a las propias luchas
sociales como trampolín, surgiría una modernización de las relaciones de
explotación capitalistas, que se consolidaría la condición
primario-exportadora, que se ampliaría mucho más el extractivismo, que se
criminalizaría la protesta social, que aumentaría la dependencia económica y,
en especial, que se impulsaría una reconstrucción de hegemonía capitalista al
mismo tiempo que se forjó una nueva forma de “culto a la personalidad” alrededor
del presidente Rafael Correa. Así, todo este proceso de reversión de las luchas
sociales y reconstrucción de hegemonía capitalista ha sido protagonizado por el
correísmo: una nueva forma de dominación burguesa, con tintes
tecno-burocráticos, y constructora de nuevas oligarquías mientras consolida a
las viejas (incluso sin pactar explícitamente con estas). Así, el correísmo usa
el poder concentrado en el Estado y en la figura del presidente Correa, para
consolidar la modernización de las relaciones capitalistas de explotación,
ocultas bajo la apariencia de “progreso” y “desarrollo”.
Debido a
la imagen de “progreso” y “desarrollo” que ha usado el correísmo, durante
varios años, logró ejercer una reconstrucción de hegemonía: gran cantidad de
personas, desencantadas de toda forma de política convencional, terminaron
aceptando las reglas del juego, al punto de “legitimar” en diez elecciones
consecutivas el proyecto político de Correa. Tal reconstrucción de un renovado
poder de dominación burguesa también se consolidó gracias al impacto que tienen
las inversiones en obras públicas, al uso de políticas clientelares para captar
a estratos bajos (p.ej. el Bono de Desarrollo Humano, incrementado de 35 a 50 dólares precisamente
en medio de las elecciones de 2013), a un Estado de propaganda permanente, e
incluso al manejo discrecional, patriarcal y autoritario de los asuntos
públicos a pretexto de que es necesario un gobierno “firme” que no se “deje
manipular” y que impone el “progreso”. Un punto a ser destacado en esta
reconstrucción de hegemonía es el consumismoimportador que el correísmo fomentó
en amplios segmentos de la
sociedad. Esta vinculación entre consumismo y estabilidad política
explicaría parte de la fortaleza del correísmo. Francisco Rohn Dávila,
director del Centro Andino de Acción Popular (CAAP), en una entrevista en El
Comercio, (11 de marzo del 2012), reflexionó de manera acertada sobre esta
cuestión y sus consecuencias:
“Una de las transformaciones más importantes de la
sociedad actual es que, en esencia, es consumista. Y si se ha incrementado ese
consumo es por el flujo de recursos monetarios importantes. El eje de la
circulación monetaria es el gobierno, que refuerza el imaginario del
consumismo. Esto crea individuos pensando en un presente por consumir; no
piensan en el futuro y, por lo tanto, tampoco en un proyecto histórico de
Estado nacional. (…) El gobierno tiene su discurso de la estabilidad y que solo
él hace posible que la sociedad cumpla su sueño: consumir. Si esto se hace con
un mayor o menor autoritarismo, con mayor o menor centralización del poder, no
es un tema que convoque a la
gente. La persona solo piensa en que mañana podrá ir al
centro comercial y comprar lo que quiera.”
De esta fase consumista, como en otras épocas de la historia de
la República, sobre todo cuando se restrinjan los ingresos foráneos, se podría
pasar a una época de crisis como tantas que ha experimentado el Ecuador… una
situación en extremo preocupante teniendo una economía dolarizada. El
consumismo deviene en una forma de construcción hegemónica. A medida que éste
se consolida, los estratos medios de
la población empiezan a considerar “normal” y hasta sienten el deseo de
perpetuar la dominación capitalista si, a cambio, tienen la “libertad de
elegir” las mercancías que deseen consumir. Así el consumismo ayudó a
consolidar el correísmo, pero, a la vez, enterró las posibilidades de construir
otro tipo de sociedad, al terminar por favorecer a los grandes grupos
económicos que lucraron de esta situación: grandes empresas constructoras,
poderosos grupos de importadores, importantes conglomerados de agronegocios,
cadenas nacionales de comercialización, la banca… en fin, los grandes grupos
oligopólicos que dominan el escenario económico y político nacional. Esta
“nueva clase corporativa” incide en el Estado, al tiempo que influye en
importantes medios de comunicación,
encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios
de abogados. Esta clase corporativa transnacional – en el caso de las inversiones
chinas apoyadas directamente por su Estado- se ha convertido en un “actor
político privilegiado”, por poseer “niveles de acceso e influencia de los
cuales no goza ningún otro grupo de interés, estrato o clase social” y, aún
más, que le permite “empujar la reconfiguración del resto de la pirámide
social”.
De donde se tiene
que “se trata de una mano invisible (en ocasiones muy visible, NdA) en el
Estado que otorga favores y privilegios y que luego, una vez obtenidos, tiende
a mantenerlos a toda costa”, asumiéndolos como “derechos adquiridos”.15 En
otras palabras, el correísmo es un súbdito obediente del capital, pero
disfrazado en piel de “socialismo”. Se ha convertido en un instrumento de
dominación burguesa lanzado abiertamente a aplastar a los propios movimientos
sociales que sirvieron de base para que Correa llegue al poder, como si
estuviera allanando el camino para alentar nuevas formas de explotación y de
acumulación sobre todo en esta nueva fase depresiva del capitalismo
ecuatoriano. Puede sonar exagerada esta afirmación, pero no es así.
Basta con mencionar una muy breve lista de
ejemplos en donde el correísmo –traicionando sus planteamientos iniciales-
simplemente devino en un agente de la “restauración conservadora”: Concesiones
al capital local, al capital transnacional y al extractivismo:
- Ampliación de la frontera petrolera en el centro sur de
la Amazonía, permitiendo incluso la explotación en el ITT, Yasuní; - Imposición
de la minería a gran escala, teniendo como referentes los casos de Kimsacocha,
Íntag o Mirador; lo que se consigue con el uso de diversas formas de violencia:
persecución, criminalización o inclusive asesinato de los dirigentes
anti-mineros; - Apoyo a los monocultivos y a la obtención de agro-combustibles,
sin pensar en una verdadera propuesta de recuperación agrícola ni de fomento a
la soberanía alimentaria; - Rechazo a las propuestas de reforma agraria, al
punto que Correa ha llegado a mencionar que “la pequeña propiedad rural va en
contra de la eficiencia productiva y de la reducción de la pobreza […] repartir
una propiedad grande en muchas pequeñas es repartir pobreza” (1 de octubre de
2011); - Promoción de un tratado comercial con la Unión Europea
cediendo en varios puntos clave como la propiedad intelectual; - Apertura a que
en el Ecuador ingresen semillas transgénicas y se realicen cultivos
transgénicos –prohibidos en la Constitución-, aun cuando se tiene conocimiento
de los problemas que pueden generar a la salud; para lograrlo se impulsa la
aprobación de una Ley de semillas que beneficiaría a los intereses de quienes
controlan los transgénicos, por lo que se la conoce ya como “Ley Monsanto”; -
Crecimiento acelerado de la deuda externa –y sin transparencia- bajo
condiciones cada vez más onerosas: tasas de interés elevadas y plazos cortos;
esto incluye la entrega del oro de la reserva a Goldman Sachs; - Retorno al
redil del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, para poder colocar
bonos en el mercado financiero internacional; - Promoción de alianzas
público-privadas que, en el fondo, solo son un pretexto para el fomento de las
privatizaciones. Aquí se incluye, por ejemplo, la privatización de
hidroeléctricas construidas por el Estado en estos años de correísmo, la puesta
a la venta de gasolineras públicas e incluso la privatización de los programas
de alimentación escolar; - Entrega de campos petroleros maduros a empresas
extranjeras (campo Auca a Schlumberger, campo Sacha a Halliburton, en lista de
espera está Sacha); concesión sin licitación del puerto de Posorja a una
empresa dubaití y Puerto Bolívar a una empresa turca. - Tendencia a la
“privatización de la salud,” por medio de convenios con clínicas y hospitales
privados que incluso han generado sobreprecios exagerados que actualmente salen
a la luz (algunas tendencias privatizadoras también se registran en el ámbito
de la educación); - Uso de fondos públicos y de empresas públicas para el
beneficio de grupos cercanos al régimen, así como múltiples indicios de
corrupción que merecen ser investigado.
Debilitamiento de las clases trabajadoras y
movimientos sociales:
- Reformas encaminadas a reintroducir la flexibilización laboral, que en gran
medida fue eliminada por la Asamblea Constituyente de Montecristi, incluyendo
la posibilidad de reducir horas de trabajo para disminuir salarios o la
reducción de beneficios como la cesantía a pretexto de la formación de un
“seguro de desempleo”; - Aprobación de los decretos 016 y 732 (para controlar
las organizaciones sociales y de la sociedad civil) y del decreto 813 (para disciplinar
a los trabajadores públicos); - Creación de organizaciones sociales paralelas
(estudiantiles, sindicales, indígenas, etcétera), propias y afines al gobierno,
que buscan debilitar a las organizaciones que se opongan al régimen; -
Absorción de exdirigentes sindicales, indígenas, sociales, dentro del gobierno,
otorgando a éstos algún cargo público a cambio de su silencio; - Irrespeto y
sobreexplotación a trabajadores empleados en proyectos impulsados por el
Estado, como por ejemplo la hidroeléctrica
Coca-Codo Sinclair , incluso con la muerte de trabajadores por
accidentes laborales, a veces con muy poco esclarecimiento; - Toma, a la fuerza
y con intervención policial, del Fondo de Cesantía del Magisterio; -
Incrementos ínfimos del salario básico unificado de 14 dólares entre 2014-2015
y de 12 dólares entre 2015-2016, e incremento del IVA: un impuesto regresivo17
y recesivo, con el fin de paliar los efectos de la crisis.
Represión social: (…)
Y esta lista incompleta, penosamente, continúa haciéndose cada vez
más grande… ¿Por qué el gobierno de Correa, que comenzó como expresión política
de las luchas sociales de esa época, terminó volviéndose un instrumento de
dominación burguesa de amplio alcance, hasta transformarse en correísmo? A la sombra de casi una década
del gobierno de Correa, la experiencia histórica quizá nos lleva a pensar que
el proceso tenía, al menos, dos fallos orgánicos: por un lado, desde sus
orígenes no hubo un cuestionamiento explícito a las contradicciones inherentes
del capitalismo, a su lógica, a su forma de subyugar el poder político a los
intereses del capital, sobre todo transnacional; por otro lado, el surgimiento
de un régimen personalista y caudillesco, fue posible ante la ausencia de una
estructura partidista o movimientista orgánica y democrática que apuntale la
candidatura y luego el Gobierno de Correa. En otras palabras, ¿cómo íbamos a
tener transformación si ni siquiera se identificaban –o no se querían
explicitar- las fallas estructurales del capitalismo subdesarrollado
ecuatoriano, en particular los fuertes procesos de concentración y
centralización del capital y los grandes grupos económicos que se benefician y
lucran de las condiciones actuales de la economía? Entonces, ¿cómo se iba a
transformar esa “matriz productiva” si, dentro de ella, resulta que los
procesos de concentración y centralización -propios del capitalismo- son tan
elevados que existen grandes grupos económicos que se benefician del statu quo
y luchan por mantenerlo? Y, ¿con quiénes se podía instrumentar significativas
transformaciones si el gobierno de Correa, que surgió de las luchas populares,
no se fundamenta orgánicamente en aquellas organizaciones populares que podían
ser portadoras de los procesos de cambio? La respuesta final queda abierta. Sin
embargo, de nuevo, a la luz de casi una década, podemos intentar algunas
explicaciones preliminares.
Superar el
neoliberalismo no implica superar el capitalismo
Si hay
algo penoso -por no decir trágico- de todo el proceso antes descrito es que, en
sus inicios, la “revolución ciudadana” y su proyecto político, buscaba un
cambio acorde con la demanda de gran parte de las luchas sociales de aquel
momento. En particular, la idea del gobierno era construir un proyecto para
superar el neoliberalismo, ese dogma económico, casi teológico, para el cual el
“dejar hacer y dejar pasar” es la mejor forma en la que se puede organizar una
sociedad, no solo la
economía. Un ejemplo es el “Plan de Gobierno de Alianza País
2007-2011” ,
elaborado en el 2006, por un proyecto político, que buscaba terminar con la
“sumisión” que el Ecuador mantenía con organismos como el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial (lo cual, evidentemente implicaba el abandono
de todo tipo de políticas de ajuste estructural inspiradas en el Consenso de
Washington). Igualmente en ese Plan se descartaba toda forma de flexibilización
laboral y privatizaciones; se propuso el apoyo a las pequeñas unidades de
producción; la creación de centros públicos de acopio y comisariatos de
productos agrícolas (quitando espacios a los grandes intermediarios),
“transitar hacia una economía no petrolera”, redistribuir socialmente las
ganancias extraordinarias, redistribuir la tierra, sustituir importaciones,
convertir a Ecuador en una potencia ambiental, etcétera. Ese documento menciona
incluso, que se buscaría acceso equitativo a los medios
de producción, tierra y agua p.ej. (aunque sin definir cómo hacerlo), una
distribución ecuánime de los frutos del crecimiento económico, redistribución
del ingreso y de los “activos productivos”, etcétera. Como vemos, las
propuestas de la
Revolución Ciudadana reflejaban los objetivos de varias
luchas sociales que, en ese momento, se oponían a la condición neoliberal que
dirigía el rumbo de nuestro país. Sin embargo, lo que también podemos notar al
revisar ese Plan de Gobierno es que desde el comienzo, ya desde sus orígenes,
la “revolución” nunca dirigió una crítica directa a las relaciones capitalistas
como tales, sino que se mantuvo como una crítica al neoliberalismo (esto se
hizo incluso tácticamente por razones electorales). No se tomó en cuenta el
carácter cíclico que posee el sistema capitalista, debido a sus contradicciones
internas (sobre todo la contradicción entre trabajo asalariado y capital). Este
carácter cíclico está compuesto -a muy grosso modo- de dos etapas conocidas
dentro de la historia del sistema capitalista mundial: Etapa de animación, en
donde la acumulación de capital crece cada vez con más fuerza, la economía se
expande y existen las condiciones que permiten el surgimiento de un Estado de
bienestar, con un “Estado benevolente” que ayuda a que las clases explotadas
mejoren sus condiciones de vida (pudiendo hasta exacerbar el consumismo) pero;
al mismo tiempo, la expansión capitalista es completamente viable, los grandes
capitales se consolidan e incluso se afianza la dominación hegemónica.
Tal
situación es sostenible sólo hasta cuando el incremento de los beneficios a las
clases trabajadoras no llegan a trastocar las ganancias del capital (asumiendo
que no hay cambios relevantes en las fuerzas productivas que permitan obtener
ganancias extraordinarias), pues de lo contrario, cuando los beneficios de las
clases trabajadoras han crecido “demasiado”, las ganancias llegan a estancarse
y el sistema capitalista pasa a una etapa de crisis. Etapa de crisis, en donde,
por el agotamiento de las ganancias, la acumulación de capital crece cada vez
menos -o incluso puede llegar a darse una “des-acumulación” o “destrucción de
capital”- y surge la necesidad de instaurar el neoliberalismo para que, en
medio del “dejar hacer y dejar pasar”, el capital pueda aumentar su explotación
a las clases trabajadoras ya sea de forma absoluta (p.ej. mayor número de horas
de trabajo a un mismo sueldo) y/o, sobre todo, de forma relativa (p.ej.
reduciendo salarios, eliminando beneficios para las clases trabajadoras,
golpeando la seguridad social, despidiendo trabajadores y aumentando la tensión
sobre quienes aún conservan su empleo, etcétera). En
esta etapa de crisis la dominación hegemónica capitalista se debilita y surge
la necesidad de aumentar la represión social para volver viable una mayor
explotación. Así, la esencia del neoliberalismo es que, por medio de la
flexibilización laboral –que produce una mayor explotación a las clases
trabajadoras (incluso de forma violenta)- y de la apertura comercial –que
afecta en especial el aparato productivo orientado al mercado interno-, la
acumulación de capital logre obtener el valor económico suficiente como para
salir de su crisis y retornar a su etapa de animación. La “revolución
ciudadana”, difundió la necesidad de superar la condición neoliberal de la
economía ecuatoriana, pero nunca cuestionó la condición contradictoria (y
cíclica), inherente al propio sistema capitalista y, en particular, acentuada
en la contradicción entre trabajo asalariado y capital, así como en la
contradicción acumulación del capital y armonía con la Naturaleza.
Esa doble condición contradictoria implica que, si no cuestionamos al capitalismo como tal, a la larga
siempre la superación del neoliberalismo será transitoria, será temporal y, en
algún momento, terminaremos retornando al “dejar hacer y dejar pasar” del
capital, por más “benevolente” que, a corto plazo, intente aparentar ser el
Estado. En este punto vale la pena recordar la siguiente idea de
Friedrich Engels sobre el papel del Estado en una sociedad dividida en clases
sociales: “Como el Estado nació de la necesidad de
refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del
conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más
poderosa, de la clase económicamente dominante que, con ayuda de él, se
convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello
nuevos medios para la represión y la
explotación de la clase oprimida.
Así, el
Estado antiguo era, ante todo, el Estado de los esclavistas para tener
sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de que se valía la
nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos, y el moderno Estado
representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el
trabajo asalariado”27 Es evidente, entonces, que superar el neoliberalismo no
implica, en absoluto, una superación del capitalismo. Peor si esa superación es
promovida exclusivamente por un “Estado benefactor” pero que, en el fondo, es
autoritario, represor e incluso patriarcal… Así, la postura de la “revolución
ciudadana”, en este aspecto nos hace recordar a la “clásica” discusión
económica (¿o economicista?) entre Friedrich Hayek (defensor del liberalismo
económico), y John Maynard Keynes (más alineado a un manejo regulado de la
economía), la cual se concentra en: “cuántas libertades hay que dar al sistema”
y, “cómo debe participar el Estado en la economía” pero nunca se concentra en
entender las contradicciones internas del propio sistema. La experiencia histórica va dejando en claro, desde Ecuador
hasta toda América Latina, desde Europa hasta Estados Unidos o incluso en
China, que dentro del sistema capitalista, a corto plazo el Estado puede
aparentar (y hasta intentar), tener su propia lógica “benefactora” pero; nos
guste o no, a largo plazo, el Estado no es más que un instrumento de
dominación… ¿Por qué no se dio la transformación? Es cierto que el
capitalismo posee contradicciones internas insalvables, como la contradicción
entre trabajo asalariado y capital, pero ¿qué significa eso en términos
concretos para el Ecuador? Debemos dar un contenido concreto a esta pregunta
porque, de lo contrario, nos quedaríamos en la mera especulación teórica. Y, de
hecho, sí que hay algunas respuestas concretas. Entre las tendencias inherentes
del capitalismo podemos encontrar los procesos de concentración y
centralización del capital. El primer proceso implica la tendencia general del
capital a incrementarse, mientras que el segundo proceso implica que varios
capitales pequeños individuales pasan a ser absorbidos por grandes capitales
con pocos dueños. Seamos conscientes que, a medida que el capitalismo se
moderniza y tales procesos se consolidan, surgen fuertes grupos
económicos-financieros que se benefician del statu quo. Evidentemente esos
grupos no tendrán ningún interés en fomentar cambios que alteren las
condiciones técnicas de producción pues, en una economía capitalista subdesarrollada,
los grupos oligopólicos terminan siendo los que definen la “punta de lanza” de
la tecnología en la economía (y lucran de ello). Peor aún, los grupos que
concentran poder económico no tendrán el más mínimo interés en alterar las
relaciones sociales de producción, pues eso implicaría cuestionar su propia
condición de puntos de concentración y centralización del capital.
Es decir, en
cierto modo, podríamos pensar que en el capitalismo
(peor en el capitalismo subdesarrollado), los grupos que se benefician de poder
oligopólico, gracias a la propia lógica del capitalismo de concentrar y
centralizar poder, terminan volviéndose la principal fuerza contraria a
fomentar cambios que cuestionen la lógica del capital. Incluso, estos sectores
podrían ser contrarios a cualquier intento de transformación productiva (como
el que propuso el correísmo), si de una u otra forma, son beneficiarios del
subdesarrollo capitalista. Tal dinámica nos permite entender por qué el
correísmo terminó plegando a los intereses –a veces implícitos, otras veces
explícitos– de los grandes grupos económicos, en vez de fomentar una
transformación que apoye a las pequeñas unidades de producción, sobre todo si
esas pequeñas unidades fueran no capitalistas (p.ej. comunitarias, asociativas,
cooperativas, etcétera). Así, para el caso ecuatoriano, estos procesos han
implicado, durante el correísmo, la consolidación de importantes grupos
económicos que casi nunca ocupan espacio en las charlas motivacionales que
Correa (o alguno de sus alternos), da al país cada sábado. Para aclarar de qué
estamos hablando, nada mejor que conocer a esos grupos económicos: (…)
---
1 Este
texto actualiza algunos datos del artículo publicado con el mismo nombre en la Revista Ecuador Debate
N° 98, CAAP, Quito, agosto 2016. 2 Economista ecuatoriano. Investigador de la
FLACSO-Ecuador. 3 Economista ecuatoriano. Profesor del Departamento de Ciencias
Sociales de la
Escuela Politécnica Nacional y de la Facultad de Economía de la Universidad Central
del Ecuador.
Fuente:
http://democraciasur.com/wp-content/uploads/2016/09/AcostaCajasGuijarroEcuadorOcasoRevolucion.pdf
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