jueves, 22 de septiembre de 2016

Pensemos que el correismo nos aclara sobre el kircherismo y sobre su profundización en Macri.

Ocaso y muerte de una revolución 

que al parecer nunca nació

Reflexiones a la sombra de 

una década desperdiciada1
22 de septiembre de 2016

Por Alberto Acosta2 y John Cajas Guijarro3
“Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces […]:
una vez como tragedia y otra vez, como farsa” Karl Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte.

El gobierno de Correa -que fue producto de movilizaciones sociales- ha terminado por afirmar la hegemonía burguesa en el Ecuador. La consolidación de fuertes grupos económicos evidencia la orientación hacia los intereses del capital. El cambio de la matriz productiva no se realizó puesto que en su lugar se ha fortalecido la reprimarización y el extractivismo. La balanza comercial y la balanza de pagos deficitarias frente a un creciente endeudamiento externo configuran un escenario donde la caída del PIB y dificultades monetarias revelan un momento difícil, incluso hasta para la dolarización. Una introducción al “progreso” como un fetiche burgués El capitalismo está repleto de fetiches que presentan y, al mismo tiempo, ocultan la esencia de la realidad. Esto sucede en tanto el propio capital –un poder social monopolizable según Marx – no posee una forma concreta sino diferentes manifestaciones (p.ej. dinero, medios de producción, etcétera).

Tales representaciones impiden ver la verdadera “lógica del capital” (acumulación de poder explotando a la fuerza de trabajo por medio del salario y a la Naturaleza por medio del extractivismo, p.ej.). Esa condición fetichista se exacerba bajo la idea de “progreso”. El progresismo latinoamericano6 es un claro ejemplo del uso de la idea de “progreso” como fetiche burgués. En sus orígenes los gobiernos progresistas de América Latina apuntaron a la izquierda, pero actualmente, más allá de cualquier discurso “socialista”, van hacia la derecha. En lugar de fortalecer procesos comunitarios transformadores, han consolidado en cada uno de sus países, un Estado que moderniza autoritaria, vertical y tecnocráticamente al capitalismo. Estos países de gobiernos “progresistas” siguen siendo países dependientes del capitalismo metropolitano, particularmente bajo una condición de economías primarioexportadoras y sus sociedades son en esencia inequitativas.

A eso se añade que sus propuestas se enmarcan en una remozada lógica desarrollista. Un ejemplo es la distribución del ingreso que, a pesar de mejorar en el progresismo (ver p.ej. el índice de Gini en Venezuela, Argentina, Uruguay y Ecuador), se mantiene, con una desigualdad mayor que en países capitalistas desarrollados como Estados Unidos9 . Incluso, más allá de la propaganda y promoción detrás del índice de Gini, otras mediciones muestran que la brecha entre ricos y pobres incluso se ha ampliado si tomamos en cuenta la distribución de la riqueza. Basta mencionar, como ejemplo, que las fortunas en América Latina crecieron a una tasa mucho mayor que el propio crecimiento económico, provocando que un poco más de 13 mil personas, para 18 países de América Latina en el año 2014, poseyeran una riqueza de 2 billones de dólares (millones de millones) equivalentes al 33% del PIB de esos países (ver cuadro 1).
Como ha demostrado con claridad Jürgen Schuldt, en lo que él denomina “La hipótesis del hocico del lagarto”, en términos relativos la inequidad en la distribución del ingreso puede disminuir (coeficiente Gini), pero en valores absolutos la desigualdad se incrementa sostenidamente en lo que se refiere a la brecha de riqueza. “De manera que si bien es muy bueno que mejore la distribución personal del ingreso nacional, mejor aún sería que se reduzcan las brechas de riqueza”. Sin embargo, la persistencia de la desigualdad es explicable pues el capitalismo crea una desigualdad de clase (estructural) inalterable, caso contrario se afecta la esencia del propio sistema.

El capitalismo es la civilización de la desigualdad por excelencia. Bajo esta lógica, el Ecuador es un caso ejemplar de lo que podríamos llamar como “capitalismo progresista”. Aquí el correismo moderniza la acumulación con un movimiento dialéctico: hacia el exterior (e incluso internamente, vía propaganda), crea una imagen de mayor equidad, fuerte democracia e incluso un significativo interés en el medio ambiente; pero; en realidad, se combinan, sin perder el carácter extractivista de su economía, condiciones modernas de explotación a las clases trabajadoras -especialmente en la crisismientras que la desigualdad de clase, la distribución desigual de los medios de producción, las estructuras oligopólicas, el extractivismo y la criminalización a la protesta social se ahondan. Y en las sombras de este proceso, nuevas burguesías, así como nuevas burocracias y oligarquías concentran más poder económico (y político), muchas veces en alianza con los tradicionales grupos de poder. En oposición a este intento de ocultar la esencia del capitalismo ecuatoriano tras el fetiche del “progreso”, el presente artículo busca un objetivo muy concreto: dar una primera explicación para entender por qué, más allá de cualquier apariencia, no se hizo una gran transformación en la sociedad ecuatoriana, a pesar de que existía la oportunidad -e incluso los medios- para seriamente intentarlo. Es decir, esbozaremos una primera razón para entender por qué el Ecuador, más allá de cualquier discurso oficial y cualquier apariencia, en el fondo ha desperdiciado una década de su historia… El correísmo como dominación burguesa: la revolución que al parecer nunca nació… En el mes de abril de 2005, las luchas sociales en el Ecuador llegaron a un clímax en contra del poder. En varios lugares se proclamaba un discurso simple y contundente, pero que nunca se lo llevó a sus últimas consecuencias: “¡que se vayan todos!”.

Para entonces nadie se imaginó que esa “rebelión de los forajidos”, terminaría abriendo las puertas a un régimen altamente conservador, con inocultables rasgos autoritarios. Entonces era (casi) impensable que, bajo una falsa imagen de “socialismo” y utilizando a las propias luchas sociales como trampolín, surgiría una modernización de las relaciones de explotación capitalistas, que se consolidaría la condición primario-exportadora, que se ampliaría mucho más el extractivismo, que se criminalizaría la protesta social, que aumentaría la dependencia económica y, en especial, que se impulsaría una reconstrucción de hegemonía capitalista al mismo tiempo que se forjó una nueva forma de “culto a la personalidad” alrededor del presidente Rafael Correa. Así, todo este proceso de reversión de las luchas sociales y reconstrucción de hegemonía capitalista ha sido protagonizado por el correísmo: una nueva forma de dominación burguesa, con tintes tecno-burocráticos, y constructora de nuevas oligarquías mientras consolida a las viejas (incluso sin pactar explícitamente con estas). Así, el correísmo usa el poder concentrado en el Estado y en la figura del presidente Correa, para consolidar la modernización de las relaciones capitalistas de explotación, ocultas bajo la apariencia de “progreso” y “desarrollo”.

Debido a la imagen de “progreso” y “desarrollo” que ha usado el correísmo, durante varios años, logró ejercer una reconstrucción de hegemonía: gran cantidad de personas, desencantadas de toda forma de política convencional, terminaron aceptando las reglas del juego, al punto de “legitimar” en diez elecciones consecutivas el proyecto político de Correa. Tal reconstrucción de un renovado poder de dominación burguesa también se consolidó gracias al impacto que tienen las inversiones en obras públicas, al uso de políticas clientelares para captar a estratos bajos (p.ej. el Bono de Desarrollo Humano, incrementado de 35 a 50 dólares precisamente en medio de las elecciones de 2013), a un Estado de propaganda permanente, e incluso al manejo discrecional, patriarcal y autoritario de los asuntos públicos a pretexto de que es necesario un gobierno “firme” que no se “deje manipular” y que impone el “progreso”. Un punto a ser destacado en esta reconstrucción de hegemonía es el consumismoimportador que el correísmo fomentó en amplios segmentos de la sociedad. Esta vinculación entre consumismo y estabilidad política explicaría parte de la fortaleza del correísmo. Francisco Rohn Dávila, director del Centro Andino de Acción Popular (CAAP), en una entrevista en El Comercio, (11 de marzo del 2012), reflexionó de manera acertada sobre esta cuestión y sus consecuencias:

 “Una de las transformaciones más importantes de la sociedad actual es que, en esencia, es consumista. Y si se ha incrementado ese consumo es por el flujo de recursos monetarios importantes. El eje de la circulación monetaria es el gobierno, que refuerza el imaginario del consumismo. Esto crea individuos pensando en un presente por consumir; no piensan en el futuro y, por lo tanto, tampoco en un proyecto histórico de Estado nacional. (…) El gobierno tiene su discurso de la estabilidad y que solo él hace posible que la sociedad cumpla su sueño: consumir. Si esto se hace con un mayor o menor autoritarismo, con mayor o menor centralización del poder, no es un tema que convoque a la gente. La persona solo piensa en que mañana podrá ir al centro comercial y comprar lo que quiera.”

De esta fase consumista, como en otras épocas de la historia de la República, sobre todo cuando se restrinjan los ingresos foráneos, se podría pasar a una época de crisis como tantas que ha experimentado el Ecuador… una situación en extremo preocupante teniendo una economía dolarizada. El consumismo deviene en una forma de construcción hegemónica. A medida que éste se consolida, los estratos medios de la población empiezan a considerar “normal” y hasta sienten el deseo de perpetuar la dominación capitalista si, a cambio, tienen la “libertad de elegir” las mercancías que deseen consumir. Así el consumismo ayudó a consolidar el correísmo, pero, a la vez, enterró las posibilidades de construir otro tipo de sociedad, al terminar por favorecer a los grandes grupos económicos que lucraron de esta situación: grandes empresas constructoras, poderosos grupos de importadores, importantes conglomerados de agronegocios, cadenas nacionales de comercialización, la banca… en fin, los grandes grupos oligopólicos que dominan el escenario económico y político nacional. Esta “nueva clase corporativa” incide en el Estado, al tiempo que influye en importantes medios de comunicación, encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios de abogados. Esta clase corporativa transnacional – en el caso de las inversiones chinas apoyadas directamente por su Estado- se ha convertido en un “actor político privilegiado”, por poseer “niveles de acceso e influencia de los cuales no goza ningún otro grupo de interés, estrato o clase social” y, aún más, que le permite “empujar la reconfiguración del resto de la pirámide social”.

 De donde se tiene que “se trata de una mano invisible (en ocasiones muy visible, NdA) en el Estado que otorga favores y privilegios y que luego, una vez obtenidos, tiende a mantenerlos a toda costa”, asumiéndolos como “derechos adquiridos”.15 En otras palabras, el correísmo es un súbdito obediente del capital, pero disfrazado en piel de “socialismo”. Se ha convertido en un instrumento de dominación burguesa lanzado abiertamente a aplastar a los propios movimientos sociales que sirvieron de base para que Correa llegue al poder, como si estuviera allanando el camino para alentar nuevas formas de explotación y de acumulación sobre todo en esta nueva fase depresiva del capitalismo ecuatoriano. Puede sonar exagerada esta afirmación, pero no es así.

Basta con mencionar una muy breve lista de ejemplos en donde el correísmo –traicionando sus planteamientos iniciales- simplemente devino en un agente de la “restauración conservadora”: Concesiones al capital local, al capital transnacional y al extractivismo:

- Ampliación de la frontera petrolera en el centro sur de la Amazonía, permitiendo incluso la explotación en el ITT, Yasuní; - Imposición de la minería a gran escala, teniendo como referentes los casos de Kimsacocha, Íntag o Mirador; lo que se consigue con el uso de diversas formas de violencia: persecución, criminalización o inclusive asesinato de los dirigentes anti-mineros; - Apoyo a los monocultivos y a la obtención de agro-combustibles, sin pensar en una verdadera propuesta de recuperación agrícola ni de fomento a la soberanía alimentaria; - Rechazo a las propuestas de reforma agraria, al punto que Correa ha llegado a mencionar que “la pequeña propiedad rural va en contra de la eficiencia productiva y de la reducción de la pobreza […] repartir una propiedad grande en muchas pequeñas es repartir pobreza” (1 de octubre de 2011); - Promoción de un tratado comercial con la Unión Europea cediendo en varios puntos clave como la propiedad intelectual; - Apertura a que en el Ecuador ingresen semillas transgénicas y se realicen cultivos transgénicos –prohibidos en la Constitución-, aun cuando se tiene conocimiento de los problemas que pueden generar a la salud; para lograrlo se impulsa la aprobación de una Ley de semillas que beneficiaría a los intereses de quienes controlan los transgénicos, por lo que se la conoce ya como “Ley Monsanto”; - Crecimiento acelerado de la deuda externa –y sin transparencia- bajo condiciones cada vez más onerosas: tasas de interés elevadas y plazos cortos; esto incluye la entrega del oro de la reserva a Goldman Sachs; - Retorno al redil del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, para poder colocar bonos en el mercado financiero internacional; - Promoción de alianzas público-privadas que, en el fondo, solo son un pretexto para el fomento de las privatizaciones. Aquí se incluye, por ejemplo, la privatización de hidroeléctricas construidas por el Estado en estos años de correísmo, la puesta a la venta de gasolineras públicas e incluso la privatización de los programas de alimentación escolar; - Entrega de campos petroleros maduros a empresas extranjeras (campo Auca a Schlumberger, campo Sacha a Halliburton, en lista de espera está Sacha); concesión sin licitación del puerto de Posorja a una empresa dubaití y Puerto Bolívar a una empresa turca. - Tendencia a la “privatización de la salud,” por medio de convenios con clínicas y hospitales privados que incluso han generado sobreprecios exagerados que actualmente salen a la luz (algunas tendencias privatizadoras también se registran en el ámbito de la educación); - Uso de fondos públicos y de empresas públicas para el beneficio de grupos cercanos al régimen, así como múltiples indicios de corrupción que merecen ser investigado.

Debilitamiento de las clases trabajadoras y movimientos sociales: - Reformas encaminadas a reintroducir la flexibilización laboral, que en gran medida fue eliminada por la Asamblea Constituyente de Montecristi, incluyendo la posibilidad de reducir horas de trabajo para disminuir salarios o la reducción de beneficios como la cesantía a pretexto de la formación de un “seguro de desempleo”; - Aprobación de los decretos 016 y 732 (para controlar las organizaciones sociales y de la sociedad civil) y del decreto 813 (para disciplinar a los trabajadores públicos); - Creación de organizaciones sociales paralelas (estudiantiles, sindicales, indígenas, etcétera), propias y afines al gobierno, que buscan debilitar a las organizaciones que se opongan al régimen; - Absorción de exdirigentes sindicales, indígenas, sociales, dentro del gobierno, otorgando a éstos algún cargo público a cambio de su silencio; - Irrespeto y sobreexplotación a trabajadores empleados en proyectos impulsados por el Estado, como por ejemplo la hidroeléctrica Coca-Codo Sinclair, incluso con la muerte de trabajadores por accidentes laborales, a veces con muy poco esclarecimiento; - Toma, a la fuerza y con intervención policial, del Fondo de Cesantía del Magisterio; - Incrementos ínfimos del salario básico unificado de 14 dólares entre 2014-2015 y de 12 dólares entre 2015-2016, e incremento del IVA: un impuesto regresivo17 y recesivo, con el fin de paliar los efectos de la crisis.

Represión social: (…)


Y esta lista incompleta, penosamente, continúa haciéndose cada vez más grande… ¿Por qué el gobierno de Correa, que comenzó como expresión política de las luchas sociales de esa época, terminó volviéndose un instrumento de dominación burguesa de amplio alcance, hasta transformarse en correísmo? A la sombra de casi una década del gobierno de Correa, la experiencia histórica quizá nos lleva a pensar que el proceso tenía, al menos, dos fallos orgánicos: por un lado, desde sus orígenes no hubo un cuestionamiento explícito a las contradicciones inherentes del capitalismo, a su lógica, a su forma de subyugar el poder político a los intereses del capital, sobre todo transnacional; por otro lado, el surgimiento de un régimen personalista y caudillesco, fue posible ante la ausencia de una estructura partidista o movimientista orgánica y democrática que apuntale la candidatura y luego el Gobierno de Correa. En otras palabras, ¿cómo íbamos a tener transformación si ni siquiera se identificaban –o no se querían explicitar- las fallas estructurales del capitalismo subdesarrollado ecuatoriano, en particular los fuertes procesos de concentración y centralización del capital y los grandes grupos económicos que se benefician y lucran de las condiciones actuales de la economía? Entonces, ¿cómo se iba a transformar esa “matriz productiva” si, dentro de ella, resulta que los procesos de concentración y centralización -propios del capitalismo- son tan elevados que existen grandes grupos económicos que se benefician del statu quo y luchan por mantenerlo? Y, ¿con quiénes se podía instrumentar significativas transformaciones si el gobierno de Correa, que surgió de las luchas populares, no se fundamenta orgánicamente en aquellas organizaciones populares que podían ser portadoras de los procesos de cambio? La respuesta final queda abierta. Sin embargo, de nuevo, a la luz de casi una década, podemos intentar algunas explicaciones preliminares.

Superar el neoliberalismo no implica superar el capitalismo
Si hay algo penoso -por no decir trágico- de todo el proceso antes descrito es que, en sus inicios, la “revolución ciudadana” y su proyecto político, buscaba un cambio acorde con la demanda de gran parte de las luchas sociales de aquel momento. En particular, la idea del gobierno era construir un proyecto para superar el neoliberalismo, ese dogma económico, casi teológico, para el cual el “dejar hacer y dejar pasar” es la mejor forma en la que se puede organizar una sociedad, no solo la economía. Un ejemplo es el “Plan de Gobierno de Alianza País 2007-2011”, elaborado en el 2006, por un proyecto político, que buscaba terminar con la “sumisión” que el Ecuador mantenía con organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (lo cual, evidentemente implicaba el abandono de todo tipo de políticas de ajuste estructural inspiradas en el Consenso de Washington). Igualmente en ese Plan se descartaba toda forma de flexibilización laboral y privatizaciones; se propuso el apoyo a las pequeñas unidades de producción; la creación de centros públicos de acopio y comisariatos de productos agrícolas (quitando espacios a los grandes intermediarios), “transitar hacia una economía no petrolera”, redistribuir socialmente las ganancias extraordinarias, redistribuir la tierra, sustituir importaciones, convertir a Ecuador en una potencia ambiental, etcétera. Ese documento menciona incluso, que se buscaría acceso equitativo a los medios de producción, tierra y agua p.ej. (aunque sin definir cómo hacerlo), una distribución ecuánime de los frutos del crecimiento económico, redistribución del ingreso y de los “activos productivos”, etcétera. Como vemos, las propuestas de la Revolución Ciudadana reflejaban los objetivos de varias luchas sociales que, en ese momento, se oponían a la condición neoliberal que dirigía el rumbo de nuestro país. Sin embargo, lo que también podemos notar al revisar ese Plan de Gobierno es que desde el comienzo, ya desde sus orígenes, la “revolución” nunca dirigió una crítica directa a las relaciones capitalistas como tales, sino que se mantuvo como una crítica al neoliberalismo (esto se hizo incluso tácticamente por razones electorales). No se tomó en cuenta el carácter cíclico que posee el sistema capitalista, debido a sus contradicciones internas (sobre todo la contradicción entre trabajo asalariado y capital). Este carácter cíclico está compuesto -a muy grosso modo- de dos etapas conocidas dentro de la historia del sistema capitalista mundial: Etapa de animación, en donde la acumulación de capital crece cada vez con más fuerza, la economía se expande y existen las condiciones que permiten el surgimiento de un Estado de bienestar, con un “Estado benevolente” que ayuda a que las clases explotadas mejoren sus condiciones de vida (pudiendo hasta exacerbar el consumismo) pero; al mismo tiempo, la expansión capitalista es completamente viable, los grandes capitales se consolidan e incluso se afianza la dominación hegemónica.

Tal situación es sostenible sólo hasta cuando el incremento de los beneficios a las clases trabajadoras no llegan a trastocar las ganancias del capital (asumiendo que no hay cambios relevantes en las fuerzas productivas que permitan obtener ganancias extraordinarias), pues de lo contrario, cuando los beneficios de las clases trabajadoras han crecido “demasiado”, las ganancias llegan a estancarse y el sistema capitalista pasa a una etapa de crisis. Etapa de crisis, en donde, por el agotamiento de las ganancias, la acumulación de capital crece cada vez menos -o incluso puede llegar a darse una “des-acumulación” o “destrucción de capital”- y surge la necesidad de instaurar el neoliberalismo para que, en medio del “dejar hacer y dejar pasar”, el capital pueda aumentar su explotación a las clases trabajadoras ya sea de forma absoluta (p.ej. mayor número de horas de trabajo a un mismo sueldo) y/o, sobre todo, de forma relativa (p.ej. reduciendo salarios, eliminando beneficios para las clases trabajadoras, golpeando la seguridad social, despidiendo trabajadores y aumentando la tensión sobre quienes aún conservan su empleo, etcétera). En esta etapa de crisis la dominación hegemónica capitalista se debilita y surge la necesidad de aumentar la represión social para volver viable una mayor explotación. Así, la esencia del neoliberalismo es que, por medio de la flexibilización laboral –que produce una mayor explotación a las clases trabajadoras (incluso de forma violenta)- y de la apertura comercial –que afecta en especial el aparato productivo orientado al mercado interno-, la acumulación de capital logre obtener el valor económico suficiente como para salir de su crisis y retornar a su etapa de animación. La “revolución ciudadana”, difundió la necesidad de superar la condición neoliberal de la economía ecuatoriana, pero nunca cuestionó la condición contradictoria (y cíclica), inherente al propio sistema capitalista y, en particular, acentuada en la contradicción entre trabajo asalariado y capital, así como en la contradicción acumulación del capital y armonía con la Naturaleza.

Esa doble condición contradictoria implica que, si no cuestionamos al capitalismo como tal, a la larga siempre la superación del neoliberalismo será transitoria, será temporal y, en algún momento, terminaremos retornando al “dejar hacer y dejar pasar” del capital, por más “benevolente” que, a corto plazo, intente aparentar ser el Estado. En este punto vale la pena recordar la siguiente idea de Friedrich Engels sobre el papel del Estado en una sociedad dividida en clases sociales: “Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida.


Así, el Estado antiguo era, ante todo, el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado”27 Es evidente, entonces, que superar el neoliberalismo no implica, en absoluto, una superación del capitalismo. Peor si esa superación es promovida exclusivamente por un “Estado benefactor” pero que, en el fondo, es autoritario, represor e incluso patriarcal… Así, la postura de la “revolución ciudadana”, en este aspecto nos hace recordar a la “clásica” discusión económica (¿o economicista?) entre Friedrich Hayek (defensor del liberalismo económico), y John Maynard Keynes (más alineado a un manejo regulado de la economía), la cual se concentra en: “cuántas libertades hay que dar al sistema” y, “cómo debe participar el Estado en la economía” pero nunca se concentra en entender las contradicciones internas del propio sistema. La experiencia histórica va dejando en claro, desde Ecuador hasta toda América Latina, desde Europa hasta Estados Unidos o incluso en China, que dentro del sistema capitalista, a corto plazo el Estado puede aparentar (y hasta intentar), tener su propia lógica “benefactora” pero; nos guste o no, a largo plazo, el Estado no es más que un instrumento de dominación… ¿Por qué no se dio la transformación? Es cierto que el capitalismo posee contradicciones internas insalvables, como la contradicción entre trabajo asalariado y capital, pero ¿qué significa eso en términos concretos para el Ecuador? Debemos dar un contenido concreto a esta pregunta porque, de lo contrario, nos quedaríamos en la mera especulación teórica. Y, de hecho, sí que hay algunas respuestas concretas. Entre las tendencias inherentes del capitalismo podemos encontrar los procesos de concentración y centralización del capital. El primer proceso implica la tendencia general del capital a incrementarse, mientras que el segundo proceso implica que varios capitales pequeños individuales pasan a ser absorbidos por grandes capitales con pocos dueños. Seamos conscientes que, a medida que el capitalismo se moderniza y tales procesos se consolidan, surgen fuertes grupos económicos-financieros que se benefician del statu quo. Evidentemente esos grupos no tendrán ningún interés en fomentar cambios que alteren las condiciones técnicas de producción pues, en una economía capitalista subdesarrollada, los grupos oligopólicos terminan siendo los que definen la “punta de lanza” de la tecnología en la economía (y lucran de ello). Peor aún, los grupos que concentran poder económico no tendrán el más mínimo interés en alterar las relaciones sociales de producción, pues eso implicaría cuestionar su propia condición de puntos de concentración y centralización del capital. 

Es decir, en cierto modo, podríamos pensar que en el capitalismo (peor en el capitalismo subdesarrollado), los grupos que se benefician de poder oligopólico, gracias a la propia lógica del capitalismo de concentrar y centralizar poder, terminan volviéndose la principal fuerza contraria a fomentar cambios que cuestionen la lógica del capital. Incluso, estos sectores podrían ser contrarios a cualquier intento de transformación productiva (como el que propuso el correísmo), si de una u otra forma, son beneficiarios del subdesarrollo capitalista. Tal dinámica nos permite entender por qué el correísmo terminó plegando a los intereses –a veces implícitos, otras veces explícitos– de los grandes grupos económicos, en vez de fomentar una transformación que apoye a las pequeñas unidades de producción, sobre todo si esas pequeñas unidades fueran no capitalistas (p.ej. comunitarias, asociativas, cooperativas, etcétera). Así, para el caso ecuatoriano, estos procesos han implicado, durante el correísmo, la consolidación de importantes grupos económicos que casi nunca ocupan espacio en las charlas motivacionales que Correa (o alguno de sus alternos), da al país cada sábado. Para aclarar de qué estamos hablando, nada mejor que conocer a esos grupos económicos: (…)
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1 Este texto actualiza algunos datos del artículo publicado con el mismo nombre en la Revista Ecuador Debate N° 98, CAAP, Quito, agosto 2016. 2 Economista ecuatoriano. Investigador de la FLACSO-Ecuador. 3 Economista ecuatoriano. Profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Escuela Politécnica Nacional y de la Facultad de Economía de la Universidad Central del Ecuador.


Fuente: http://democraciasur.com/wp-content/uploads/2016/09/AcostaCajasGuijarroEcuadorOcasoRevolucion.pdf

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