jueves, 29 de septiembre de 2016

II. Percibamos porqué esos dos desafíos no son irrealizables sino posibilidades concretas de garantizar la vida y la dignidad humana de los pueblos al situarnos en la:

Crisis Civilizatoria
Octubre de 2009

 (...)Ahora bien, la posibilidad de un colapso para el sistema capitalista no quiere decir que los capitalistas del mundo vayan a renunciar a seguirlo siendo y vayan a optar por otra forma de organización social, pues está demostrado a través de la historia que el capitalismo no va a desaparecer gracias a sus propias crisis, sino por acción de sujetos colectivos, conscientes de la necesidad de superar esta forma de organización social y que actúan en consecuencia, como sucedió al estallar los procesos revolucionarios que se presentaron durante el siglo XX.  

Y, en ese sentido, la actual crisis no es diferente, puesto que, como modo de producción, el capitalismo va a reactivar el crecimiento por un breve tiempo, pero eso va a agravar tanto las condiciones de reproducción del sistema como la vida de la mayor parte de la población mundial. Estas dos circunstancias son las que indican que la crisis actual, en la que confluyen todos los aspectos mencionados en este ensayo, no es otra más, pasajera y circunstancial, sino de repercusiones de largo plazo, porque su costo humano y ambiental va a incidir en la vida de millones de seres humanos, lo cual puede conducir o a un cambio revolucionario o a que se acentúen las tendencias más destructivas y criminales del capitalismo, cuyo funcionamiento se enfrenta a un límite insuperable, el fin del petróleo y el agotamiento de los recursos.
De igual forma, con la crisis civilizatoria ya no se presenta sólo un desplome económico al que sigue una rápida recuperación, sino que por el contrario se asiste, como ahora, a un deterioro incontrolable de las condiciones naturales y sociales de la producción, motivado por la acción del mismo capitalismo, aunque eso no impida que en el cortísimo plazo algunas fracciones del capital alcancen ganancias extraordinarias, como resultado del acaparamiento, la especulación o la inversión en actividades relacionadas con la misma crisis, tal como la compra de empresas petroleras o de automóviles. En pocas palabras, la crisis civilizatoria “es silenciosa persistente, caladora y su sorda devastación se prolonga por lustros o décadas, marcados por estallidos a veces intensos, pero no definitivos, que en la perspectiva de la cuenta larga configuran un periodo de crisis epocal”.[14] 
 
Y este carácter insoluble de la crisis civilizatoria plantea la urgencia de un cambio revolucionario para sustituir al capitalismo si es que la humanidad quiere tener un mañana. Esto exige la construcción de otra civilización distinta al capitalismo que recobre los valores de la justicia, la igualdad, el valor de uso, la solidaridad, la fraternidad y otro tipo de relaciones con la naturaleza y que rompa con el culto al consumo, a la mercancía y al dinero. Eso supone reconocer la existencia de límites de diversa clase para los seres humanos: naturales, materiales, energéticos, económicos, tecnológicos y sociales que tornan imposible un crecimiento ilimitado, como el postulado por el capitalismo realmente existente, y que hoy se exalta como el milagro salvador que va a sacar al capitalismo de la crisis, y que pretende estar por encima de cualquier tipo de condicionamiento para sostener que no hay ningún tipo de barrera, ni natural ni social, que pueda impedir una expansión incontenible de la acumulación de capital.
 
Un movimiento anticapitalista en las actuales circunstancias de crisis civilizatoria debe plantearse una estrategia doble, que es complementaria y no antagónica: uno, impulsar todas las medidas indispensables para mejorar las condiciones de vida de la población pobre mediante la redistribución mundial y nacional de la riqueza que permitan romper con la injusticia y la desigualdad de clase, sin que esto se de por la órbita mercantil que privilegia el afán de lucro sino mediante la recuperación del valor de uso, la solidaridad y la fraternidad, todo lo cual sólo puede hacerse con una revolución que posibilite el control de los medios de producción por los productores asociados que, por supuesto, requiere como condición fundamental la “expropiación de los expropiadores”; y dos, replantear en forma radical la noción de progreso tecnológico, proponiendo un programa político y económico que cuestione la producción mercantil y todos sus efectos ambientales y energéticos.

Esto, desde luego, supone todo un reto ideológico y político para afrontar la crisis porque implica que las izquierdas históricas deben romper con su inveterado culto al progreso, a las fuerzas productivas y a los artefactos tecnológicos generados por el capitalismo, lo cual requiere de un nuevo tipo de educación y politización, porque “es imprescindible refundar un movimiento comunista rojo-verde, que ponga en el centro de su actividad política las medidas ambientalistas radicales”.[15]   
En esta dirección, hoy ante la crisis civilizatoria se precisa complementar dos tipos de crítica, la de Marx a la explotación de los trabajadores y otra, más reciente del ecologismo anticapitalista, a la destrucción de las condiciones que permiten la reproducción de la vida. Y esta doble crítica debería recobrar la indignación, aquella que Marx mostró cuando denunció que la búsqueda insaciable de plusvalía por parte de los capitalistas degrada las relaciones humanas y esa misma indignación se requiere para enfrentar las consecuencias de la crisis ambiental y la transformación climática, ya que “frente a esta posibilidad de una gran perturbación que pondría en peligro la base material de la reproducción social, los sectores dominantes de la burguesía han caído aún más bajo, en una degradación moral sin precedentes, que pone en peligro el futuro de la humanidad en su temerario intento de continuar las prácticas productivas que han creado esta situación”.[16]
Con relación a esta decadencia moral e histórica de las clases dominantes que representan a un régimen económico y social que puede catalogarse como un capitalismo senil, es imprescindible reivindicar otra ética, la de los límites y la de la autocontención, que deben llevar a plantear la urgencia del decrecimiento en algunos lugares del mundo (en los países altamente industrializados), junto con la redistribución económica allá y en el sur del mundo, como resultado de una modificación revolucionaria en las relaciones de propiedad, como un proyecto político, colectivo y urgente, que claramente reivindique la superación del capitalismo porque solamente una ruptura con su culto al crecimiento, su consumismo exacerbado y su productivismo sin límites, puede evitar la catástrofe. Porque, en pocas palabras, “la dinámica del capitalismo de consumo masivo desemboca en la aberración de un planeta para usar y tirar. Frente a esto el ecologismo es insurgente: ¡la Tierra no es desechable!”.[17] Por ello, como dicen Adolfo Gilly y Rhina Roux “en el mundo de hoy, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo es intolerable; y si la historia algo nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado”.[18]
En efecto, la historia está abierta y que se consolide otra forma de sociedad depende, en última instancia, de la capacidad de refundar un proyecto anticapitalista de tipo ecosocialista por todos los sujetos que creen que otro mundo es posible y necesario, y que tal vez podría expresarse de manera sintética en la actualización de una célebre máxima revolucionaria, de esta manera: “Ecosocialismo o barbarie tecnofascista”.

 
*Historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, Colombia. Doctor de la Universidad de París VIII. Diplomado de la Universidad de París I, en Historia de América Latina. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; Gente muy Rebelde (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; Entre sus últimos trabajos podemos mencionar: Los economistas neoliberales, nuevos criminales de guerra: El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo (2010). La República Bolivariana de Venezuela le entregó en 2008 el Premio Libertador por su obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo). Es integrante del Consejo Asesor de la Revista Herramienta, en la que ha publicado varios de sus trabajos..
 
 Artículo enviado por el autor para su publicación en Herramienta.

Revista Herramienta Nº 42

Octubre de 2009
Fuente: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-42/crisis-civilizatoria

No hay comentarios:

Publicar un comentario