Divergencias y compatibilidades entre forma
política y acumulación de capital
Lo que el neoliberalismo no pudo, el MAS lo está logrando
26 de septiembre de 2016
Por
Huascar Salazar Lohman
Durante los últimos años, la política
estatal boliviana promovida por el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS),
se ha mostrado cada vez más, y de manera explícita, cercana a intereses de
nuevas y viejas élites dominantes. Muchas de las medidas que han permitido
esto, a diferencia de la época neoliberal donde la dominación se enfrentó a una
amplia resistencia popular, se volvieron viables gracias a las nuevas formas de
organización del mando estatal que se erigieron con la llegada de Evo Morales a
la presidencia y con las consecuentes transformaciones político-económicas que
se suscitaron en los siguientes años. En este breve texto se ensaya una
explicación sobre la manera en que la forma política desde la cual se
estableció el gobierno de Morales instauró una narrativa y una práctica que
penetró y desarticuló las fuerzas que otrora resistieron la política
neoliberal, logrando convertir a la estructura socio-económica boliviana más
permeable al gran capital.
En el marco del ríspido debate
latinoamericano en torno a lo que se ha denominado “gobiernos progresistas”, un
piso común de una vertiente crítica que cuestiona seriamente el accionar de
estos gobiernos es el carácter anti-popular, anti-comunitario y pro-capital
transnacional que éstos han asumido en el transcurso de los últimos años, más
allá de los confusos discursos que emanan desde las altas esferas
gubernamentales. Sin embargo, todavía no queda claro si estos gobiernos
produjeron una vía de continuidad para el neoliberalismo o si más bien se
constituyeron en rupturas a dicho proceso.
En este trabajo argumento que con la
llegada del Movimiento Al Socialismo al gobierno boliviano se frenó la agenda
neoliberal, en tanto modelo sociopolítico impulsado desde 1985 por los
organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional a través de los gobiernos de turno. Sin embargo, esto
sucedió en la medida en que el neoliberalismo se mostró altamente incompatible
con las formas populares –y en gran medida autónomas– de organización de la
vida social en el país, las cuales mostrarían su fuerza en el ciclo de
insurgencia popular que se inició el año 2000. En este sentido, lo que poco a
poco hizo el MAS fue producir y gestionar una nueva síntesis social que asumió
varios de los objetivos del gran capital que el neoliberalismo quiso impulsar
previamente sin éxito. Para lograrlo, el nuevo gobierno fue asumiendo una
retórica, ciertas prácticas y una estética –que fueron apropiadas de los mismos
sectores populares de los cuales en algún momento el MAS y su líderes hicieron
parte– diametralmente distintas a las neoliberales, pero que permitieron
allanar el camino al despliegue del capital en ámbitos sociales que otrora eran
profundamente reactivos a las relaciones centradas en el valor de cambio.
A continuación se muestran las
dificultades que el neoliberalismo tuvo para imponerse como un modelo
sociopolítico en Bolivia, para luego dar cuenta de la manera en que el gobierno
del MAS logró impulsar los objetivos capitalistas desde una dinámica
sociopolítica totalmente distinta a la neoliberal anterior, para finalmente
plantear algunas reflexiones en torno a esta forma presente de la política
boliviana.
Lo que el neoliberalismo no pudo…
Desde la implementación del famoso
Decreto Supremo 21060, símbolo de la política neoliberal boliviana, hasta los
años de rebelión popular (2000-2005), pasaron casi quince años, en los cuales
se flexibilizaron las condiciones laborales, se privatizaron las empresas
nacionales, se desregularon los mercados; en fin, se puso en funcionamiento
todo ese paquete de medidas derivadas del “Consenso de Washington”, que
intentaban apuntalar una economía de mercado y reorganizar la institucionalidad
estatal con ese objetivo. Era el momento de la embestida del gran capital.
Bolivia no fue una excepción en la implementación de la receta de libre mercado
promovida por los organismos financieros internacionales; y durante varios años
pareció que ese modelo se consolidaría (Fernández 2004; Kohl y Farthing 2007).
Sin embargo, en el año 2000, con la
denominada “Guerra del Agua”, la propuesta neoliberal entró en una profunda
crisis y se inició un ciclo de luchas populares que contendrían su avance. En
ese momento se hizo evidente que la consolidación neoliberal en términos macro;
es decir, como la estructuración de un mando político que trata de organizar la
vida social del país en torno al mercado, había sucedido en paralelo a una
reorganización de fuerzas populares que se fueron estableciendo como
antagónicas al nuevo modelo.
Vale la pena pensar la reorganización
de estas fuerzas sociales a partir de dos dimensiones:
·
primero, aquélla que es muy evidente en una sociedad
altamente abigarrada como la boliviana, donde la estructuración objetiva y
subjetiva de la reproducción de la vida social no se sostiene plenamente –y en
muchos casos, ni siquiera principalmente– en torno a una racionalidad de
la modernidad capitalista. Durante los primeros quince años del neoliberalismo,
se fueron articulando, re-articulando, y, primordialmente, potenciando, desde
un ethos particular, entramados comunitarios altamente reactivos a la propuesta
neoliberal.
·
La segunda dimensión –que se complementa con la
primera– es aquélla que plantea Verónica Gago: el “neoliberalismo desde
abajo”, i.e. aquellas condiciones que el propio neoliberalismo, por su lógica y
dinámica pero sin ser su objetivo, habilita y desde donde empieza a operar
una “poderosa economía popular que mixtura saberes comunitarios autogestivos e
intimidad con el saber-hacer en la crisis como tecnología de una
autoempresarialidad de masas” (Gago 2014: 12)[1]. Es decir, si bien los entramados
comunitarios urbanos y rurales en Bolivia tienen una larga y potente tradición
organizativa más allá del propio neoliberalismo, la puesta en escena de este
modelo habilitó ciertos cauces de acción que, a nombre del libre mercado,
inmediatamente fueron apropiados por esos entramados, para potenciarse en su
hacer y en sus diversas formas de lucha.
Todo ese potenciamiento popular se fue
estableciendo en contradicción con la nueva política económica centrada en el
mercado, pero también se hizo evidente su incompatibilidad con el “neoliberalismo
desde arriba”. La política neoliberal que representa no sólo una lógica, sino
también una narrativa, sostenida en el individualismo, en el intento de
valorización de todo medio de reproducción de la vida, en la defensa del
capital transnacional, etc.; se fue enfrentando, cada vez más, a una política
gestada desde abajo, la cual pone en el centro de su hacer la producción de
valores de uso, que a su vez sólo es posible gracias al cultivo y cuidado de
relaciones colectivas centradas en la reproducción de la vida; léase, por
ejemplo, la gestión comunitaria de sistemas de agua en las ciudad de Cochabamba
que se intentó expropiar y poner a disposición del capital transnacional, lo
que generó una de las movilizaciones más emblemáticas en el mundo contra este
modelo de economía de mercado.
Así pues, durante quince años de
neoliberalismo no sólo se potenció una fuerza popular para resistir al embate
de este modelo, sino que, a partir de esa profunda incompatibilidad entre
formas liberales y comunitarias de organización de la vida social y política,
se establecieron las bases materiales y simbólicas que permitieron relanzar y
desplegar un horizonte
comunitario-popular, desde donde se lucharía por la reapropiación
colectiva de la riqueza social (Gutiérrez 2015: 32).
Como dice Gutiérrez: “En Bolivia […]
miles y miles de hombre y mujeres protagonizaron, entre 2000 y 2005, una oleada
de movilizaciones y levantamientos que quebraron la hasta entonces hegemónica
trayectoria neoliberal de reorganización de la vida y la producción,
estableciendo un enérgico límite a la continuación del despliegue de dicho
itinerario” (Gutiérrez 2009: 23). Durante esos seis años, fueron múltiples los
levantamientos y movilizaciones que contuvieron y deformaron el avance neoliberal;
desde la Guerra del Agua (2000), hasta la caída de Carlos Mesa (2005), pasando
por la Guerra del Gas (2003) y otras rebeliones de gran magnitud. Empero,
cuando el MAS llegó al gobierno los términos desde donde se había establecido
la lucha cambiaron y aparentemente todo se volvió más ambiguo. (Gutiérrez 2009;
Salazar 2015).
… El MAS lo está logrando
Si entendemos que el neoliberalismo,
como forma de organizar la vida en una sociedad, es un medio para maximizar la
acumulación ampliada del capital y no un fin en sí mismo; el capitalismo, en
tanto lógica, ha demostrado ser profundamente flexible y poco dogmático –en
contraposición a gran parte de la intelectualidad que lo defiende– si ese medio
no cumple su función. En este sentido, el capitalismo suele relanzarse
pragmáticamente en torno al fin de la acumulación ampliada y desmedida de valor
de cambio. Lo que también hemos visto es que la forma estatal de la política
suele acompañar y, en muchos casos, gestionar esos lanzamientos y
relanzamientos que hace el capital de sí mismo. Veamos cómo esto operó en el
gobierno de Morales.
El año 2003 y como consecuencia del
gran levantamiento popular que posteriormente se conocería como la “Guerra del Gas” y que
resultaría en el derrocamiento del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada
–presidente símbolo del neoliberalismo–, las múltiples voces en torno a la
movilización popular establecerían lo que se denominaría la “Agenda de Octubre”. Esta
agenda propugnaba la reapropiación de los hidrocarburos y la refundación del
país, además de varios otros temas, muchos de ellos relacionados con la
producción de una serie de vetos al estado y el despliegue de formas
comunitarias de vida, concebidas desde la autonomía política (autonomías,
territorios indígenas, etc.). Esa agenda, que se asumió como bandera de
reivindicación y eje articulador de la lucha, impediría reestablecer el
neoliberalismo como horizonte estatal viable para cualquier gobierno posterior
–Carlos Mesa lo intentó de manera moderada, sin embargo su gobierno se vería prontamente
interrumpido por la movilización popular–. Por este motivo, cuando Evo Morales
accedió a la presidencia, era simplemente impensable la reivindicación de
cualquier deriva neoliberal.
Durante los primeros años del gobierno
del MAS, las distintas organizaciones comunitarias del país trataron de imponer
una serie de límites a la forma estatal de la política y a sus determinantes
productoras de jerarquías y dominación. Quizá el esfuerzo más evidente en este
sentido fue el que se desplegó antes y durante la Asamblea Constituyente ,
realizada entre los años 2006 y 2007. Aquellos esfuerzos venidos desde abajo
tenían como objetivo plasmar horizontes de lucha propios y en muchos casos no
estadocéntricos, aunque esto pudiese implicar poner en riesgo la estabilidad
del gobierno[2]. Es decir, los sectores populares en
lucha, concibieron al gobierno de Morales como medio necesario pero descartable
–de ser el caso– para alcanzar sus propios horizontes: el fin no era la
estabilidad del gobierno, ni conceder a éste todos los privilegios y
prerrogativas sobre la posibilidad de plasmar esos horizontes (Salazar 2015).
Sin embargo, a medida que el MAS se fue
estableciendo en la institucionalidad estatal, si bien en un inicio se vio
obligado por la presión popular a asimilar varias de las reivindicaciones de
las distintas organizaciones populares, desde la propia convocatoria a la Asamblea Constituyente
–en la que el MAS renunció a la posibilidad de que esta instancia no esté
regida por la democracia liberal–, el partido de gobierno fue asumiendo como
interés primordial su consolidación en la estructura de poder estatal, aunque
esto pudiese implicar alejarse tendencialmente de los intereses de los sectores
populares. Si se revisan los pormenores que se suscitaron en torno al gobierno
boliviano en los primeros años de gobierno del MAS, se produjeron profundas
contradicciones y tensiones entre gobernantes y sectores populares, tal como
sucedió, como un ejemplo entre muchos más, cuando el gobierno resignó cualquier
posibilidad de una Reforma Agraria y constitucionalizó el latifundio en el
marco de una negociación post-constituyente con la derecha oligárquica del
país.
Así pues, para consolidar el poder
estatal, el gobierno de Morales estableció las alianzas necesarias con los
viejos y nuevos sectores dominantes interesados en reconstituir un orden de
dominación estable pero en torno a sus intereses. Es así que poco a poco el gobierno asumió como propios los horizontes de
las grandes transnacionales mineras e hidrocarburíferas, los de la rancia
oligarquía terrateniente y los de otras burguesías que fueron asumiendo cada
vez más fuerza, como la minera o la cocalera (CEDLA 2009; Díaz 2012; Fernández
2012; Salazar 2015).[3] Pero
el MAS no reconstituyó el estado neoliberal, era impensable dada la correlación
de fuerzas existente en ese momento. Lo que hizo fue impulsar –y mostrarse
indispensable para este fin– una nueva síntesis social centrada en un estado
fuerte y con gran capacidad de incidencia en la economía nacional y que,
además, fuese capaz de promover los distintos objetivos de las clases
dominantes pero esta vez no desde la implementación de un patrón de libre
mercado, sino a través de una amplia mediación estatal y de una gestión
directa de buena parte de esos intereses, utilizando para ello una narrativa y
una estética producida por los movimientos sociales pero apropiada por el
gobierno y traducida a una gramática estatal que permitió legitimar aquellos
intereses dominantes.
Buena parte de esta apropiación de
discursos de lucha está sustentada en la equiparación semántica entre
“desarrollo capitalista” y “vivir bien”. El gobierno insiste en que aquellos
componentes del desarrollo capitalista, como el extractivismo o la construcción
de grandes proyectos de infraestructura para el flujo de mercancías y capital
global, es una condición deseable y necesaria para impulsar un proyecto
comunitario como el “vivir bien”. Un ejemplo de ello fue la retórica de la “Nacionalización ”
de los hidrocarburos producida por el gobierno, reivindicación histórica del
pueblo boliviano reafirmada en la Agenda de Octubre, aunque esa nacionalización
del MAS no hizo más que beneficiar al gran capital transnacional (Fernández
2012). Esas narrativas y prácticas, sumadas a un acentuamiento del
ejercicio represivo del gobierno contra las organizaciones populares que
defendían sus horizontes de lucha, permitieron neutralizar la fuerza social
–cosa que el neoliberalismo no había logrado– y desplegar una política estatal
óptima, dadas las condiciones bolivianas, para el gran capital
Del neoliberalismo a la forma grotesca de la política
La nueva dinámica estatal que se
configuró en torno al MAS no sólo es una que promueve la expansión del
capitalismo en el país, sino que lo hace desde un lugar muy particular. A
diferencia del neoliberalismo de las décadas pasadas, que buscaba amplificar la
capacidad de acumulación ampliada de valor a partir de una serie de principios
y lógicas de libre mercado, pero profundamente incompatibles con las
abigarradas estructuras sociales bolivianas –además de haber sido torpemente
implementadas–, el nuevo gobierno ha logrado producir una forma política de
ejercicio del poder que permite que el capitalismo permeé efectivamente
distintos niveles de la vida social boliviana –como las tramas comunitarias–,
de una manera en que ni el neoliberalismo ni los anteriores “modelos de
desarrollo” lo habían logrado. En síntesis, lo que el gobierno del MAS promueve
no es un modelo neoliberal clásico, sino, más bien, un modelo de capitalismo de
Estado que tiene la particularidad de asumir como objetivo la producción de
condiciones para la expansión del capital de una manera que el neoliberalismo
no pudo hacerlo.
Esto ha sido posible gracias a una
estrategia estatal de desactivación de las luchas a partir de una retórica y
una trama simbólica que, podríamos decir, estatizó las reivindicaciones
populares y las neutralizó bajo el manto de la política pública, a lo que se
suma la puesta en escena de una política paternalista sostenida en
subvenciones, pero siempre desde lenguajes similares a los que anteriormente
permitieron la construcción de sentido subversivo en torno a los horizontes de
deseo de distintos sectores populares.
Es a esto a lo que denomino como forma grotesca de la política. En términos
conceptuales, lo grotesco es recuperado por Armando Bartra del trabajo de
Bajtin para hacer referencia a una estrategia del pueblo llano para subvertir
la dominación “mediante la apropiación paródica de los usos, instituciones,
símbolos y valores del orden dominantes” (Bartra 2011). En Bolivia vivimos lo grotesco invertido,
un
grotesco como estrategia estatal de apropiación de discursos y símbolos
populares para reconstituir un orden hegemónico y legitimado de la dominación,
en torno a la expansión de las relaciones capitalistas. La prioridad del MAS no
es reproducir los discursos y la lógica neoliberal tal como la conocimos antes,
su preocupación está puesta en conservar y profundizar su poder a partir de una
política que consolide sus alianzas con las clases dominantes para estabilizarse
en el gobierno, y si para esto tiene que tener un discurso marxista,
indigenista o friedmaniano, da lo mismo.
Bibliografía
Almaraz, Alejandro, et al. 2011. La MAScarada del poder. Cochabamba: Textos Rebeldes.
Bartra, Armando. 2011. “Tierradentro: sujetos y desarrollo en la
revolución boliviana.” en Armando Bartra Tiempo de mitos y
carnaval. Indios, campesinos, revoluciones. De Felipe Carrillo Puerto a Evo
Morales. México D.F.:
Itaca.
CEDLA. 2009. “Ley Minera del MAS. Privatista y anti-indígena.” en Control ciudadano. Boletín de seguimiento a
políticas públicas. La Paz. N. 24.
Díaz, Vladimir. 2012. “La minería bajo del dominio de las
transnacionales.” en Petropress. Cochabamba. N. 25.
Fernández, Roberto. 2004. FMI, Banco Mundial y
Estado neocolonial. Poder supranacional en Bolivia. La Paz: Plural/UMSS.
Fernández, Roberto. 2012. “El reacomodo del poder petrolero
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Gago, Verónica. 2014. La razón neoliberal.
Economías barrocas y pragmática popular. Buenos Aires: Tinta Limón.
Gutiérrez, Raquel. 2015. “Insubordinación, antagonismo y lucha en
América Latina. ¿Es fértil todavía la noción de ‘movimiento social’ para
comprender la lucha social en América Latina?” en Raquel Gutiérrez. Horizonte comunitario-popular. Antagonismo y
producción de lo común en América Latina. Cochabamba: SOCEE.
Gutiérrez, Raquel. 2009. Los ritmos del
Pachakuti. Levantamiento y movilización en Bolivia (2000-2005). México: Sísifo/Bajo
Tierra/ICSH.
Kohl, Benjamin y Farthing, Linda. 2007. El bumerán boliviano. La Paz: Plural.
Salazar, Huascar. 2015. “Se han adueñado del
proceso de lucha”. Horizontes comuntario-populares en tensión y la
reconstitución de la dominación en la Bolivia del MAS. Cochabamba:
SOCEE/Autodeterminación.
Schavelzon, Salvador. 2012. El nacimiento del Estado
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CLACSO/IWGIA/CEJIS/Plural.
Valencia, María y Égido, Iván. 2010. Los pueblos indígenas de tierras bajas en el
proceso constituyente boliviano. Santa Cruz : CEJIS/IWGIA/AECID/HIVOS.
Webber, Jeffery. 2011. From rebellion to reform in Bolivia . Class
struggle, indigenous liberation, and the politics of Evo Morales.Chicago:
Haymarket Books.
—
Este artículo fue publicado inicialmente en la revista South Atlantic
Quarterly (Volumen 115, Número 3, Julio de 2016), como parte del Dossier
“Against the Day” coordinado por Verónica Gago y Diego Sztulwark, a quienes se
agradece la invitación y todas las sugerencias.
NOTAS
[1] Considero
muy útil esta diferenciación que hace Gago (2014) de un “neoliberalismo desde
arriba” y un “neoliberalismo desde abajo”. Por lo general se suele priorizar el
primero desde una visión de totalidad, mientras que no se suele dar cuenta de
lo que las personas empiezan a hacer para resistir y reproducir la vida en ese
contexto de dominación. Para el caso de Bolivia sería muy interesante entender
más ampliamente lo que sucedió en el periodo neoliberal desde esta perspectiva.
[2] La Asamblea Constituyente fue un momento en el que
el antagonismo social se hizo cristalino, por un lado se encontraba el Pacto de
Unidad que aglutinaba a las principales organizaciones indígenas y campesinas
del país, por el otro lado estaba una derecha oligárquica y en el medio el MAS,
quien finalmente operó para que los intereses de esa derecha quedaran plasmados
en la
nueva Constitución Política del Estado (Valencia y Égido
2010; Salazar 2015). Para una profundización amplia sobre la Asamblea Constituyente ,
sugiero consultar el trabajo de Salvador Schavelzon (2012): El
nacimiento del Estado plurinacional en Bolivia. Etnografía de una Asamblea
Constituyente.
[3] Al respecto sugiero
consultar, entre muchos trabajos, el texto de Jeffery Webber (2011): From
Rebellion to Reform in Bolivia. También: La
MAScarada del poder (Almaraz
et al., 2011).
Fuente: http://www.bolpress.com/2016/09/26/lo-que-el-neoliberalismo-no-pudo-el-mas-lo-esta-logrando/
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