Ponencia para el
Seminario Internacional "La crisis del capitalismo y las perspectivas de
la clase trabajadora", ENFF, 18
a 21 de septiembre, Sao Paulo
La izquierda
eurocéntrica
frente a los valores comunales
16 de septiembre de 2016
Por Iñaki Gil de San
Vicente (Rebelión)
1.
Introducción
2.
Derrota
3.
Autocrítica
4.
Estudiando
5.
Marx
6.
Kautsky
7.
Lenin
8.
Buen Vivir
9.
Resumen
3. Autocrítica
Pero grupos de la izquierda revolucionaria no
se resignaron pasivamente a la espera de mejores tiempos, sino que se lanzaron
a estudiar crítica y autocríticamente por qué se había producido la derrota de
la oleada iniciada a finales de los años 60, por qué se había desplomado la
URSS y su «socialismo», etc. En enero de 1992, se publicó un interesante dossier
sobre la crisis de la izquierda en el que se recogían las opiniones de antiguos
maoístas y trotskistas. Aquí solamente vamos a recoger dos opiniones: Toni
Domènech sostuvo que ya no había ninguna «alternativa global satisfactoria» al
capitalismo y que tampoco existía «una idea colectiva clara del tipo de
igualdad y de justicia que queremos y que propugnamos»28.
Por su parte, Miguel Romero sostuvo que la
izquierda sufría una crisis de credibilidad, que se habían perdido los
referentes revolucionarios, que el estalinismo impedía una reflexión creativa
sobre las relaciones entre poder popular y revolución, y que había que
socializar los valores profundos de la revolución socialista en el sentido de
las ideas de Ernst Bloch del «alma caliente» del marxismo –la utopía roja y concreta que recorre las
resistencias populares desde su origen, decimos nosotros–, y que:
Conquistar y defender la independencia de los movimientos sociales
respecto al Estado, extender la conciencia de que se trata de institución
hostil a los intereses populares, incluso cuando existe un régimen
parlamentario, es una tarea de máximo valor, que justificaría por sí sola la
necesidad de una organización revolucionaria. Es una tarea difícil porque en
ella existe una división muy aguda entre reformistas y revolucionarios. Y es,
en fin, una tarea muy compleja porque no puede resolverse con la propaganda, la
crítica teórica, etc., sino sólo en la experiencia práctica. Y esta experiencia
no se realiza entre dos campos separados, trinchera contra trinchera, sino en
sociedades en las que el Poder penetra en todos sus poros y, por ello, la
orientación de los movimientos sociales respecto a él es un problema permanente
y decisivo29.
La importancia de esta cita radica en que,
como se irá viendo a lo largo de la ponencia, la recuperación de la izquierda revolucionaria
sólo puede lograrse mediante la praxis de masas, colectiva, en la permanente
lucha contra la hostilidad descarada del Poder, aumentando la independencia
política de clase del pueblo explotado. Muy en síntesis, según estos autores la
crisis de la izquierda se debía entre otras razones también a que había abandonado la
lucha por los valores y por la autoorganización frente y contra el Estado. Ambos constituían
principios irrenunciables de la izquierda desde antes incluso del Manifiesto comunista de 1848. Ambos constituían principios
inaceptables para el reformismo desde incluso el socialismo utópico. Uno de los
valores y reivindicaciones fundamentales echadas a la cuneta desde hacía mucho
tiempo fue la lucha contra la ideología del trabajo y la defensa del tiempo
libre y del placer emancipado, como veremos.
El problema para la izquierda radicaba en que la dejación de tales
principios se había dado precisamente cuando el capitalismo imponía unas
relaciones de explotación que desestructuraban la larga cotidianeidad de la fase Taylor-fordista
del llamado «obrero masa» en el marco regulado por el Estado keynesiano, por
utilizar esta terminología. En 1995 se editó una revista en la que se estudiaban los
efectos de la desestructuración de la cotidianeidad y del empobrecimiento
causado por las reducciones salariales y de asistencia sobre la vida colectiva,
demostrando que generan vulnerabilidad, preocupación, ansiedad y miedo: existe
una unidad entre pobreza y peligro30 que reactiva las tendencias
autoritarias, dogmáticas y racistas, como en Austria31 a mediados de los años 90 con el
ascenso neofascista.
Valores permanentes y esenciales como el de
solidaridad comunal, propiedad colectiva, ayuda mutua, horizontalismo,
democracia directa, etc., cayeron en el olvido tras ser desprestigiados por el
individualismo burgués. Colapsaba un universo de referentes solidarios,
creativos y críticos, y se imponía su antagónico, el de la insolidaridad, la
rutina y la obediencia como patología32.
La dejación de los valores y del antagonismo reforzó la ideología
interclasista, la creencia de que la «sociedad» no está estructurada
internamente por relaciones de propiedad, de explotación, opresión y dominación
estratégicamente centralizadas por un Estado absolutamente hostil al pueblo, y
por un Poder a la vez omnipresente, ubicuo, multiforme e invisible en muchas de
sus formas, pero también macizo y aterrador cuando hacía falta. La centralidad
estratégica del Estado se muestra en que es una «máquina de obediencia»33.
El productivismo, la asunción obediente de la
disciplina del trabajo explotado, el respeto perruno al trabajo abstracto,
fueron denunciados entre otros por Lafargue y por Walter Benjamin. El rechazo al
trabajo alienado por sectores juveniles en el Mayo 68 fue superado por el
capital mediante la represión policial y económica, y por la cooptación y
marginación del resto.
El endurecimiento de la crisis desde 1973
facilitó la tarea represiva y la ofensiva neoliberal ulterior, con la
precarización, empobrecimiento y miedo que genera, logró restablecer el orden a
pesar de polícroma demagogia sobre el supuesto «fin del trabajo», desarrollada
a partir de la tesis precedente de la «sociedad postindustrial» y de «muerte
del proletariado». La dificultad de lucha revolucionaria contra el mito del
trabajo nace del peso del papel que el cristian ismo
en general, y no sólo el protestantismo, otorga al trabajo como castigo y a la
vez como medio de redención34.
Las burguesías que no tienen al cristian ismo
como cemento ideológico recurren a otras disciplinas mentales acordes con la
evolución simbólica de sus formas de propiedad privada. En el capitalismo
occidental, la obediencia agustiniana es la que centra «la matriz cristian a de la subjetividad desentrañada por Marx»35,
y lo es porque las Confesiones de san Agustín es «el manual básico
del sometimiento del individuo tanto a la religión cristian a
como al poder del Imperio romano […] La completa desvaloración de la carne, del
placer y de lo social en general, junto con la nueva sumisión del sujeto al
gobierno de la ley y del orden imperial las duraderas premisas religiosas de la
esfera política»36.
Las culturas clásicas precristian as –Grecia y Roma– no tuvieran una
concepción del trabajo en el sentido cristian o
de culpa y expiación, sino solo como desgracia y castigo, como tortura, como
compulsión, pero nunca como medio de reconocimiento y ascenso social: «no hay
en la lengua griega una palabra para designar el trabajo humano con la
connotación que le asignamos en la actualidad. Tres sustantivos designaban, a su
modo, actividades que hoy identificamos con el acto propio del trabajo: labor, poesis y praxis» y ninguna de las tres
se asemeja a la realidad del trabajo asalariado, alienante y castrador37.
Aunque labor, poesis y praxis eran monopolios exclusivos de los
hombres libres y en especial de los enriquecidos, el valor humano-genérico que
ya anunciaban entonces y que hoy puede desarrollarse mediante una concepción
revolucionaria del trabajo, este valor debe y puede integrarse en la visión
comunista del mundo que la izquierda ha de enfrentar ya mismo a la civilización
del trabajo asalariado.
Hablamos de civilización de trabajo
torturante, y por ello comprendemos la reivindicación histórica del placer de la subversión38 del trabajo alienante para sustituirlo
por una dialéctica entre el trabajo concreto socialmente necesario, que debe
tender al mínimo imprescindible, y el trabajo libre como desarrollo consciente
de las potencialidades creativas de nuestra especie. Subvertir, revolucionar y
destruir el trabajo capitalista es una tarea inseparable del placer
revolucionario. Por esto, la consigna «Trabajo y juerga» tiene una carga
emancipadora enorme porque se enfrenta mortalmente a «la “base miserable” del
tiempo de trabajo abstracto»39.
La lucha contra el trabajo abstracto, contra el trabajo
asalariado, contra la mentira del llamado «salario justo» exige tanto de una
suficiente capacidad teórica y pedagógica como de una praxis diaria que
demuestre con hechos que se puede transformar la contradicción entre el trabajo
necesario en el sentido antropológico y el trabajo alienante, recordando
siempre el sentido de labor,
poesis y praxis. Nos enfrentamos a una
contradicción esencial que puede descubrirnos el secreto de la antropogenia,
que no sólo del materialismo histórico: «Se trata del salto ontológico fundante
del ser social mediante el cual el hombre supera su animalidad, en tanto es
mediante el trabajo que se extrae la existencia humana de las determinaciones
meramente biológicas, donde categoría fundante no significa cronológicamente
anterior, sino portador de determinaciones esenciales del ser social»40.
La clave para solucionar la contradicción nos la aporta Daniel Bensaïd
cuando, tras reconocer la existencia de una contradicción objetiva en nuestro
contexto histórico-capitalista entre ambas realidades, afirma que «No se trata
de negar esa contradicción, sino de instalarse en ella para trabajarla»41.
¿Cómo trabajar la contradicción?: extendiéndola y a la vez conociéndola.
Haciéndonos parte de ella. Extenderla quiere decir superar el limitado campo
sindical42 y llevarla a la sociedad entera y en
todos los sentidos, lo que exige y conlleva conocerla. ¿Cómo conocerla además
de en la práctica diaria?: estudiando la historia que la burguesía niega u
oculta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario