domingo, 25 de septiembre de 2016

II. Indaguemos en la historia el papel del reformismo contra la autodeterminación de los pueblos y conceptos orientadores en esos caminos a construir.

Ponencia para el Seminario Internacional "La crisis del capitalismo y las perspectivas de la clase trabajadora", ENFF, 18 a 21 de septiembre, Sao Paulo
La izquierda eurocéntrica 
frente a los valores comunales
16 de septiembre de 2016
Por Iñaki Gil de San Vicente (Rebelión)


1.                   Introducción
2.                   Derrota
3.                   Autocrítica
4.                   Estudiando
5.                   Marx
6.                   Kautsky
7.                   Lenin
8.                   Buen Vivir

9.                   Resumen
  (...)

3. Autocrítica
Pero grupos de la izquierda revolucionaria no se resignaron pasivamente a la espera de mejores tiempos, sino que se lanzaron a estudiar crítica y autocríticamente por qué se había producido la derrota de la oleada iniciada a finales de los años 60, por qué se había desplomado la URSS y su «socialismo», etc. En enero de 1992, se publicó un interesante dossier sobre la crisis de la izquierda en el que se recogían las opiniones de antiguos maoístas y trotskistas. Aquí solamente vamos a recoger dos opiniones: Toni Domènech sostuvo que ya no había ninguna «alternativa global satisfactoria» al capitalismo y que tampoco existía «una idea colectiva clara del tipo de igualdad y de justicia que queremos y que propugnamos»28.
Por su parte, Miguel Romero sostuvo que la izquierda sufría una crisis de credibilidad, que se habían perdido los referentes revolucionarios, que el estalinismo impedía una reflexión creativa sobre las relaciones entre poder popular y revolución, y que había que socializar los valores profundos de la revolución socialista en el sentido de las ideas de Ernst Bloch del «alma caliente» del marxismo –la utopía roja y concreta que recorre las resistencias populares desde su origen, decimos nosotros–, y que:

Conquistar y defender la independencia de los movimientos sociales respecto al Estado, extender la conciencia de que se trata de institución hostil a los intereses populares, incluso cuando existe un régimen parlamentario, es una tarea de máximo valor, que justificaría por sí sola la necesidad de una organización revolucionaria. Es una tarea difícil porque en ella existe una división muy aguda entre reformistas y revolucionarios. Y es, en fin, una tarea muy compleja porque no puede resolverse con la propaganda, la crítica teórica, etc., sino sólo en la experiencia práctica. Y esta experiencia no se realiza entre dos campos separados, trinchera contra trinchera, sino en sociedades en las que el Poder penetra en todos sus poros y, por ello, la orientación de los movimientos sociales respecto a él es un problema permanente y decisivo29.

La importancia de esta cita radica en que, como se irá viendo a lo largo de la ponencia, la recuperación de la izquierda revolucionaria sólo puede lograrse mediante la praxis de masas, colectiva, en la permanente lucha contra la hostilidad descarada del Poder, aumentando la independencia política de clase del pueblo explotado. Muy en síntesis, según estos autores la crisis de la izquierda se debía entre otras razones también a que había abandonado la lucha por los valores y por la autoorganización frente y contra el Estado. Ambos constituían principios irrenunciables de la izquierda desde antes incluso del Manifiesto comunista de 1848. Ambos constituían principios inaceptables para el reformismo desde incluso el socialismo utópico. Uno de los valores y reivindicaciones fundamentales echadas a la cuneta desde hacía mucho tiempo fue la lucha contra la ideología del trabajo y la defensa del tiempo libre y del placer emancipado, como veremos.

El problema para la izquierda radicaba en que la dejación de tales principios se había dado precisamente cuando el capitalismo imponía unas relaciones de explotación que desestructuraban la larga cotidianeidad de la fase Taylor-fordista del llamado «obrero masa» en el marco regulado por el Estado keynesiano, por utilizar esta terminología. En 1995 se editó una revista en la que se estudiaban los efectos de la desestructuración de la cotidianeidad y del empobrecimiento causado por las reducciones salariales y de asistencia sobre la vida colectiva, demostrando que generan vulnerabilidad, preocupación, ansiedad y miedo: existe una unidad entre pobreza y peligro30 que reactiva las tendencias autoritarias, dogmáticas y racistas, como en Austria31 a mediados de los años 90 con el ascenso neofascista.

Valores permanentes y esenciales como el de solidaridad comunal, propiedad colectiva, ayuda mutua, horizontalismo, democracia directa, etc., cayeron en el olvido tras ser desprestigiados por el individualismo burgués. Colapsaba un universo de referentes solidarios, creativos y críticos, y se imponía su antagónico, el de la insolidaridad, la rutina y la obediencia como patología32. La dejación de los valores y del antagonismo reforzó la ideología interclasista, la creencia de que la «sociedad» no está estructurada internamente por relaciones de propiedad, de explotación, opresión y dominación estratégicamente centralizadas por un Estado absolutamente hostil al pueblo, y por un Poder a la vez omnipresente, ubicuo, multiforme e invisible en muchas de sus formas, pero también macizo y aterrador cuando hacía falta. La centralidad estratégica del Estado se muestra en que es una «máquina de obediencia»33.

El productivismo, la asunción obediente de la disciplina del trabajo explotado, el respeto perruno al trabajo abstracto, fueron denunciados entre otros por Lafargue y por Walter Benjamin. El rechazo al trabajo alienado por sectores juveniles en el Mayo 68 fue superado por el capital mediante la represión policial y económica, y por la cooptación y marginación del resto.
El endurecimiento de la crisis desde 1973 facilitó la tarea represiva y la ofensiva neoliberal ulterior, con la precarización, empobrecimiento y miedo que genera, logró restablecer el orden a pesar de polícroma demagogia sobre el supuesto «fin del trabajo», desarrollada a partir de la tesis precedente de la «sociedad postindustrial» y de «muerte del proletariado». La dificultad de lucha revolucionaria contra el mito del trabajo nace del peso del papel que el cristianismo en general, y no sólo el protestantismo, otorga al trabajo como castigo y a la vez como medio de redención34. Las burguesías que no tienen al cristianismo como cemento ideológico recurren a otras disciplinas mentales acordes con la evolución simbólica de sus formas de propiedad privada. En el capitalismo occidental, la obediencia agustiniana es la que centra «la matriz cristiana de la subjetividad desentrañada por Marx»35, y lo es porque las Confesiones de san Agustín es «el manual básico del sometimiento del individuo tanto a la religión cristiana como al poder del Imperio romano […] La completa desvaloración de la carne, del placer y de lo social en general, junto con la nueva sumisión del sujeto al gobierno de la ley y del orden imperial las duraderas premisas religiosas de la esfera política»36.
Las culturas clásicas precristianas –Grecia y Roma– no tuvieran una concepción del trabajo en el sentido cristiano de culpa y expiación, sino solo como desgracia y castigo, como tortura, como compulsión, pero nunca como medio de reconocimiento y ascenso social: «no hay en la lengua griega una palabra para designar el trabajo humano con la connotación que le asignamos en la actualidad. Tres sustantivos designaban, a su modo, actividades que hoy identificamos con el acto propio del trabajo: labor, poesis y praxis» y ninguna de las tres se asemeja a la realidad del trabajo asalariado, alienante y castrador37. Aunque labor, poesis y praxis eran monopolios exclusivos de los hombres libres y en especial de los enriquecidos, el valor humano-genérico que ya anunciaban entonces y que hoy puede desarrollarse mediante una concepción revolucionaria del trabajo, este valor debe y puede integrarse en la visión comunista del mundo que la izquierda ha de enfrentar ya mismo a la civilización del trabajo asalariado.

Hablamos de civilización de trabajo torturante, y por ello comprendemos la reivindicación histórica del placer de la subversión38 del trabajo alienante para sustituirlo por una dialéctica entre el trabajo concreto socialmente necesario, que debe tender al mínimo imprescindible, y el trabajo libre como desarrollo consciente de las potencialidades creativas de nuestra especie. Subvertir, revolucionar y destruir el trabajo capitalista es una tarea inseparable del placer revolucionario. Por esto, la consigna «Trabajo y juerga» tiene una carga emancipadora enorme porque se enfrenta mortalmente a «la “base miserable” del tiempo de trabajo abstracto»39.

La lucha contra el trabajo abstracto, contra el trabajo asalariado, contra la mentira del llamado «salario justo» exige tanto de una suficiente capacidad teórica y pedagógica como de una praxis diaria que demuestre con hechos que se puede transformar la contradicción entre el trabajo necesario en el sentido antropológico y el trabajo alienante, recordando siempre el sentido de labor, poesis y praxis. Nos enfrentamos a una contradicción esencial que puede descubrirnos el secreto de la antropogenia, que no sólo del materialismo histórico: «Se trata del salto ontológico fundante del ser social mediante el cual el hombre supera su animalidad, en tanto es mediante el trabajo que se extrae la existencia humana de las determinaciones meramente biológicas, donde categoría fundante no significa cronológicamente anterior, sino portador de determinaciones esenciales del ser social»40.

La clave para solucionar la contradicción nos la aporta Daniel Bensaïd cuando, tras reconocer la existencia de una contradicción objetiva en nuestro contexto histórico-capitalista entre ambas realidades, afirma que «No se trata de negar esa contradicción, sino de instalarse en ella para trabajarla»41. ¿Cómo trabajar la contradicción?: extendiéndola y a la vez conociéndola. Haciéndonos parte de ella. Extenderla quiere decir superar el limitado campo sindical42 y llevarla a la sociedad entera y en todos los sentidos, lo que exige y conlleva conocerla. ¿Cómo conocerla además de en la práctica diaria?: estudiando la historia que la burguesía niega u oculta. 


4. Estudiando (...) Leer

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