Sobre la indigencia
política de la “nueva derecha” argentina
Sin hegemonía, sin
mitos,
sin brújula
8 de junio de 2018
Por
Miguel Mazzeo (Rebelión)
El gobierno reaccionario de Argentina ha comenzado a ser víctima
de sí mismo. La
coalición Cambiemos ha creado un mundo en el que sus mitos
duran un suspiro. Su arsenal de abstracciones para simbolizar la realidad está
casi vacío. El antagonismo simbólico que cimentó su triunfo electoral se está
agotando como fuente de adhesión, muestra a las claras su déficit como soporte
de legitimidad política y hasta amenaza con volvérsele el contra. ¿Emergerán
los antagonismos reales o seguirán opacados (tergiversados y canalizados) por
los antagonismos simbólicos?
Al gobierno reaccionario de Argentina ya no le
sirven las apelaciones a la doctrina del camino, a la búsqueda y la disolución
de los conflictos y los relatos, a la disciplina del viaje. Ya no le sirven las
invocaciones a la democracia liberal. Por cierto, le cuesta cada vez más
mantener un piso mínimo de democracia formal y de “calidad institucional”. Ni
siquiera le cabe la definición de liberal, es mucho menos que eso.
Cada vez se le hacen más difíciles las
maniobras de encubrimiento de su condición no-ética, cínica, prepotente y
despiadada.
Los politólogos y otras especies similares que
vislumbraron el surgimiento de un fenómeno político original, que comenzaron a
elaborar tipologías para una derecha “moderna” portadora de cierta destreza
hegemónica, debieron volver al clasicismo en materia de teoría política. Por un
momento confundieron la hegemonía con las artimañas. Se creyeron los mitos con
patas cortas de la derecha.
La “nueva derecha” argentina es demasiado
parecida a la vieja.
Aggiornada a los nuevos tiempos como exige su talante
pragmático, expresa al capital en su anhelo de mercado total. Representa el
proyecto que pretende arrasar con todo lo que no es mercado. Aspira a replicar
vía chilena al ultra-neoliberalismo. La actualización en materia de marketing
electoral, el uso de las nuevas tecnologías de manipulación, no dicen nada
respecto de una condición distinta. Sigue siendo indigente en materia de
recursos hegemónicos. Es incapaz de hacer del Estado un espacio apto para el
desarrollo de dinámicas reparatorias (más bien todo lo contrario) y no ha
superado su incompetencia a la hora de organizar imaginarios colectivos basados
en valores positivos y de largo plazo. Sólo sabe generar adhesiones efímeras y
frágiles. Claro está, nos referimos a las adhesiones masivas. El mercado ni se
autorregula ni construye hegemonía.
A la hora de construir algún consenso social
básico, la “nueva derecha” no sabe hacer otra cosa que apelar a la gestión de
realidades microscópicas e intrascendentes, a la demagogia punitiva, a las
retóricas del orden, al halago descarado de las pasiones de los opresores.
Anuncia obras y crímenes con orgullo y se jacta de su eficacia para construir
metrobuses y para matar niños por la espalda. Al igual que la vieja derecha, la única
forma de gestionar los conflictos que concibe se basa en la represión y en el
disciplinamiento. ¿Como gestionará la desesperación?
Desde diciembre de 2017 sus medidas comenzaron
a minar aceleradamente las bases de todo consenso relativo. Es imposible
generarlo cuando el achicamiento del producto va de la mano de una galopante
concentración de la
riqueza. Un hondo malestar se está incrustado en una franja
muy ancha de la sociedad argentina. Anuncia violencias y crece día a día.
La discursividad de gobierno reaccionario de
Argentina se ajusta cada vez más a su verdadera condición. De ningún modo puede
ser dialógica. El lenguaje se acomoda a la experiencia y al deseo y se ponen en
evidencia las voces autoritarias, los tonos insensibles, en fin: el odio de
clase. Valga como ejemplo el giro salvaje del lenguaje del presidente, de la
gobernadora de la provincia de Buenos Aires y del jefe de gobierno de la ciudad
de Buenos Aire: las tarifas impagables que hay que pagar, la universidad vedada
para los pobres, la desposesión al cartonero.
El gobierno reaccionario de Argentina ha perdido
la brújula y a cada paso abre nuevos frentes de conflictos y nuevos campos de
batalla. ¿Terminará reactivan do sin
darse cuenta la potencia plebeya que estuvo dormida, institucionalizada e
integrada en los últimos 15 años o, simplemente, embellecerá las formas
verticales de interlocución estatal típicas del progresismo? ¿Alentará sin
querer lo que constituye la peor pesadilla para las clases dominantes: las
demandas sustantivas del pueblo referidas a la redistribución primaria del
ingreso, al autogobierno y a la autodeterminación; o renovará los bríos de
otros intermediarios y otras maquinarias del poder? ¿Favorecerá indirectamente
la politización autónoma (desde abajo) de lo social o volverá a colocar lo
social como espacio para la gestión “sensible” desde arriba? ¿Restituirá la
politicidad de los conflictos sociales o abrirá las puertas para los proyectos
basados en la moralización de la pobreza?
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=242584
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