México
Cuando puede ganar la
que ya no es izquierda
12 de junio de 2018
Por
Máximo Modonesi
Desinformémonos
El proceso histórico de derechización o desizquierdización que
hemos padecido puede medirse en el mediano plazo por el desplazamiento
ideológico respecto de los debates de los años 60, cuando se discutía, por
ejemplo, la tesis de la existencia o no del partido comunista en tanto cabeza
del proletariado, mientras que, medio siglo después, estamos preguntándonos si
existe todavía una izquierda político-electoral que merezca este apelativo más
allá de la jerga periodística o de la geometría politológica.
Vivimos la paradoja -que no es tan insólita a la luz de lo
ocurrido, por ejemplo, en Brasil con Lula en 2002- de que cuando más cerca de
conquistar el poder estatal se encuentra la oposición colocada a la izquierda
del espectro partidario, sus rasgos alternativos y antisistémicos se reducen al
punto de aparecer imperceptibles y viceversa, como exaltan los ideólogos del
obradorismo, se asume que la desizquierdización es la condición sine
qua non y la única estrategia posible para ganar. Por otra parte, si
alguna vez existió y pesó la “izquierda del obradorismo”, su ponderación
relativa no puede no haber sido afectada por el desplazamiento orgánico y
programático iniciado hace años y que se aceleró de forma vertiginosa en los
últimos meses. Tampoco se puede confiar ciegamente en las respetables bases
plebeyas y nacional-populares de Morena las cuales por ser tales no son
automáticamente capaces de autodeterminación e insubordinación, aunque sean
potencialmente portadoras de demandas y de identidades que pueden eventualmente
orientarse y canalizarse en esta dirección.
En nuestro sangriento México pre-electoral,
frente a la circunstancia inédita de que finalmente puede ganar la que ya no es
izquierda, rondan dos fantasmas que nos heredaron nuestros ancestros
izquierdistas y que, por ello, son parte de nosotros: el del oportunismo y el
del sectarismo. Al mismo tiempo, en esta apremiante coyuntura, frente a
ellos se erigen concretas inteligencias colectivas que parecen estar
prevaleciendo. Como contraparte al oportunismo de aquellas franjas políticas y
sociales a las cuales AMLO y Morena abrieron las puertas, aparece de forma
potente el sentido de la oportunidad histórica que hace que muchos sectores
sociales, incluidas numerosas organizaciones sociales y grupos de afinidad más
izquierdista, decidan llamar a votar, voten sin hacer alharaca o, en todo caso,
no descalifiquen a quienes decidan hacerlo. Este anticlimático y reflexivo
sentido de responsabilidad histórica y política marca, para bien y para mal,
una distancia epocal respecto de los entusiasmos radicalizados de 2006. Se
percibe una escéptica y pragmática inteligencia colectiva que, en buena medida
sobredeterminada por el espíritu de sobrevivencia y por la percepción del
peligro que vivimos, contiene, reprime y suspende las pulsiones sectarias sin
caer en el oportunismo. Parece que una parte del país está aguantando la
respiración, lo cual hace pensar que estallarán y se liberarán los gritos, en
una anhelada noche de júbilo, cuando muchos fingirán creer en el fin de una
época, e inmediatamente después volverán a manifestar las demandas, las
protestas y la indignación, sea cual sea el gobierno que surja de las urnas.
Dicen que hay que sonreír, que van bien, que
van a ganar, parece que no necesitan de nuestros votos, podríamos abstenernos,
para que no se confundan votos con exvotos, porque desconfiamos laicamente de
la esperanza, pero votar en el México de hoy, aunque sea por alguien que no nos
representa, votar para intentar mover el tablero y romper la continuidad en la
presidencia de la república es un acto políticamente respetable que puede
resultar históricamente útil en el corto y en el mediano plazo.
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