Argentina. Repensar una herencia Darío
Santillán: a 16 años de la Masacre de Avellaneda*.
18 de junio de 2018
Por Miguel Mazzeo
¿Que representa hoy la figura de Darío Santillán para la
militancia popular? ¿Qué proceso histórico colectivo, qué experiencias,
vivencias y saberes emancipatorios pueden percibirse en el recorte de esta
figura individual? ¿Existen condiciones históricas para una proyección social
amplia y efectiva de lo que representa Darío?
De manera instantánea se nos presentan muchos elementos,
todos entrelazados: un ethos
popular reconstructor de relaciones humanas y vínculos comunitarios; un espacio
horizontal que asume la igualdad como punto de partida (“naide más que naide”)
y que está abierto a todos los debates y a todas las inquisiciones; un conjunto
de prácticas generadoras de auto-estima en los y las de abajo y unos mecanismos
productores de auto-respeto comunitario; un espacio simbólico articulador de
experiencias de base bien diversas pero no contradictorias; la recuperación por
parte de los y la de abajo de las fuerzas de la cooperación expropiadas por el
poder dominante (burgués y despótico); una intensidad
de los lazos políticos que no cabe en los esquemas teóricos tradicionales; un
rechazo radical de los valores del enemigo; un desborde de las formas de la
estatalizad y una trasgresión de lo instituido; una ruptura con los procesos
formadores de no-sujetos: electoralizados, carecientes, demandantes; un momento
radiante y efímero de restitución de la imaginación política radical; un
desafío lanzado al núcleo mismo de la dominación del capital.
Pensamos
que la voz de Darío jamás ha dejado de trasmitirnos un mensaje principal que
resuena en nuestros oídos más o menos así: si se trata de rebelarse contra la
injusticia, de llevar a la práctica una utopía libertaria, de construir
colectivamente una patria/matria para los y las de abajo, cuenten conmigo. Para
administrar el orden de cosas existente, para recomponer desde arriba el
vínculo entre el pueblo y el Estado burgués, llamen a otros y a otras.
Darío es el signo de una subjetividad política marcada a fuego por
la rebelión popular de diciembre 2001. Un representante genuino del atisbo de
una breve subjetividad revolucionaria en la Argentina desolada de la post Dictadura. La
expresión de un momento de la historia preñado de posibilidades para los y las
de abajo, de un instante fugaz de amor colectivo. El emblema de la politización
del hambre y no de su moralización. Darío es, al mismo tiempo, chispa y
pradera. El símbolo de un impasse.
Se podrá argumentar que muchos de estos sentidos remiten a
aspectos micro-políticos y subjetivos, a la región de los afectos. Es cierto.
Pero estamos convencidos de que en esos aspectos se
dirimen las posibilidades de un proyecto radical y se juega la posibilidad de
que lo colectivo se torne político. Esos aspectos son fundamentales en
los procesos de politización popular. Darío también remite a un intento
(fallido hasta ahora) de anclar y fundar una macro-política popular en estos
aspectos micro-políticos del universo plebeyo, para que lo colectivo-político
pueda trascender lo fragmentario, para proyectar y generalizar lo interno.
Consideramos
que la pregunta estratégica que Darío nos dejó instalada es la siguiente: ¿Cómo
hacer para que los afectos, los vínculos intersubjetivos y las praxis anticipatorias
de la sociedad nueva y buena que anidan en cooperativas, huertas, comedores,
merenderos, talleres, centros culturales, experiencias de comunicación
alternativa, asambleas, piquetes, movilizaciones, etc., se constituyan en
soporte de un proyecto político popular? ¿Cómo contribuir a la producción de
una relación dialéctica entre praxis y proyecto? Todavía no hemos rozado la
respuesta.
Si bien muchos de los sentidos que vinculamos
con la figura de Darío aún habitan en los subsuelos y en los pliegues de la
conciencia de un par de generaciones de militantes jóvenes, con desazón debemos
asumir que hoy se hallan insertos en embutidos indescifrables. Han perdido terreno frente a
otros sentidos y otros lazos. Otras intensidades, otros universos simbólicos,
otras interacciones, atraviesan a las organizaciones populares. No estamos
seguros de su productividad.
Muchas de las predisposiciones militantes
actuales tienden a ser pragmáticas, centristas, “realistas”; tienden a calzarse
el uniforme de representantes o benefactores de las masas. Nos topamos con militancias que
suceden en los marcos de las lenguas oficiales. Hablan clisés. Prefieren
disputar las instituciones en lugar de sustituirlas. Un gobierno de derecha,
devastador e impiadoso, que viene bajando el piso de las demandas en todos los
órdenes, no hace más que ratificarles la línea. En ocasiones, estas
militancias se afincan en estadios corporativos y nutren la complacencia
perezosa de las dirigencias que difieren el porvenir, frenando deliberada o inconscientemente
los procesos de maduración política del pueblo. O, en sus peores versiones,
reeditan el vandorismo en la clave del pobretariado y el precariado. Vandorismo
para pobres, algún lugar subordinado en inviables frentes policlasistas. Por
ahí, sospechamos, no supura ni arde la herencia de Darío.
Ya,
con una mínima distancia temporal de por medio, podemos ver como el «extractivismo»
operó sobre el cuerpo social de diversos modos. No sólo desde lo material,
también se ensañó con algunas ideas y algunos afectos. Este vaciamiento produjo
en una franja importante del activismo social y político popular un desinterés
cada vez mayor por lo micro-político y lo subjetivo y, paralelamente, promovió
la fetichización de la macro-política y la gestión estatal, lo que creó
condiciones para la articulación de lo antagónico, para
la integración subordinada de lo popular en el marco de proyectos ajenos. De a
poco, muchos espacios que alguna vez funcionaron como usinas para una nueva
radicalidad política, terminaron dispersos y/o subsumidos en una nueva
liviandad política.
Para muchas organizaciones populares cada vez resultan
menos improbables (y menos descabellados) los escenarios de vecindad con los
responsables políticos del asesinato de Darío. De ningún modo estamos
planteando que se trata de un efecto deseado, simplemente conjeturamos que
determinadas dinámicas pueden conducir a esas inmediaciones. Sólo identificamos un riesgo derivado de una vocación de
poder que se mueve en marcos estrechos y convencionales. Una vocación de poder
sin horizonte emancipatorio que convierte a las identidades, a las ideologías y
a los proyectos populares en rasgos accesorios de una flexibilidad infinita.
Por su parte, los espacios donde los sentidos que unimos a
la figura Darío
se mantienen más productivos, tienden a escindir lo micro-político de lo
macro-político, la experiencia de base del proyecto general. Por lo general, la
riqueza de la experiencia micro-política no se condice con el carácter
menesteroso de las opciones macro-políticas, la capacidad de invención social
no se condice con la monotonía de las instituciones convencionales. Seguimos fallando en la construcción de un proyecto a la
altura de las mejores construcciones de base, las más autónomas, las más
democráticas y menos delegativas, las más anticapitalistas, las más
antipatriarcales, las que mejor prefiguran el futuro socialista. Existe
el riesgo de diluir esos sentidos en las participaciones –absolutamente
necesarias– en los espacios resistentes más extensos, pero también existe la
posibilidad de que estos sentidos calen hondo en estos espacios.
Tal vez en el “extractivismo” arriba mencionado
radique la auténtica “pesada herencia” del progresismo argentino: en las
“amplias masas” que serializó, en la productividad social y política que
despotenció y en el poder que le restituyó a los burócratas, a los punteros y a
todos los agentes del “neoliberalismo desde abajo”; en su reemplazo de los
espacios y dispositivos de experimentación política, social y cultural que se
habían desarrollado espontánea y democráticamente en la sociedad civil popular
por otros espacios y dispositivos típicamente estatales, mercantiles y
verticales. Una forma
de vaciamiento peculiar que abrió las puertas para otros vaciamientos en todas
las esferas. Mientras tomó iniciativas valiosas en el nivel macro-político y
hasta permitió el desarrollo de algunas lógicas estatales reparadoras, el
progresismo argentino mutiló palabras claves que habían nacido para cuestionar
a fondo el statu quo, silenció las voces más autónomas y disruptivas. Ahora
cantan los dueños del silencio y de los proyectos del retorno progresista en
versión degradada.
Por eso es una tarea imprescindible repensar el legado de Darío, los
sentidos de una figura como la de Darío. Repensarlos para encontrar las formas
más adecuadas de administrarlos en circunstancias históricas en que rigen
tiempos políticamente uniformadores y no tiempos de impasse, unas formas que
re-actualicen ese legado y esos sentidos pero que al mismo tiempo conserven sus
núcleos innegociables.
También para liberar a Darío de los ejercicios retóricos y estéticos, de las
significaciones superficiales y oportunistas. Para delimitar la parte más
auténtica de esa herencia, la que es memoria que trabaja para la cohesión
popular y prolongada, la que es lenguaje fraternal y religante; la parte más
disruptiva, la más nuestra. La parte que espera para ser re-activada, no para acompañar los proyectos “alternativos” de la
gobernabilidad capitalista en la Argentina sino para impugnarlos.
Lanús Oeste, 12 de junio de 2018.
*Dossier conjunto realizado por La luna con gatillo, Contrahegemonía web y la sección Comuner @s
en la orilla de Resumen
Latinaomericano.
Fuente:
http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/06/18/repensar-una-herencia-dario-santillan-a-16-anos-de-la-masacre-de-avellaneda/
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