México y el mundo
22 de junio de 2018
Por
Guillermo Almeyra (Rebelión)
Aunque muchos parecen no haberse enterado, México está en el continente
americano, junto Estados Unidos, donde tiene millones de trabajadores y está
unido al resto del planeta por fuertes relaciones comerciales y por su
dependencia del capital financiero internacional. No se puede entender el
proceso electoral ni lo que podría suceder en los próximos años con o sin AMLO
como presidente si no se entiende cuáles son los intereses y planes del gran
capital ni qué efectos tendrá la transformación climática.
Un ejemplo, mientras para el mundo la
disolución de los glaciares y del hielo en los Polos es un tremendo desastre
pues cambia la salinidad de los océanos, acaba con cientos de especies marinas,
amenaza islas y ciudades costeñas con una grave inundación, desertifica enteras
regiones, destruye cultivos y modos de vida milenarios (como el cultivo de
vides o de olivares en países como Francia o Italia) y provoca enormes
migraciones humanas, para el gran capital es una nueva oportunidad para seguir
destruyendo el planeta porque permitirá explotar el petróleo y los minerales del
Ártico y de la Antártida y eliminará decenas de millones de pobres, que no son
consumidores y crean problemas políticos. Mors
tua, vita mea (lo que para ti
es mortal, para mí es la base de mi vida) o, como decía un humorista brasileño,
para la bacteria la penicilina es una enfermedad…
Estamos en la fase final del capitalismo
cuando éste siente ya no tener futuro y se dedica a despojar, robar, guerrear
por los recursos escasos, entre ellos el petróleo, los minerales raros, el agua
y los capitalistas piensan en emigrar a la Luna o a Marte mientras en los
sectores más pobres se agrava la barbarie y el desprecio por la vida humana y
la sociedad y cunde la matanza de mujeres como expresión del temor a la
reproducción misma de la especie.
Trump es mucho más peligroso que Hitler porque
tiene mucho más poder y adversarios más débiles sobre todo después de la
derrota sufrida por los trabajadores en todo el mundo a partir de los ochenta.
Las consecuencias de una guerra mundial serán además mucho más graves que las de
la primera y la segunda guerras mundiales porque esa guerra será atómica y
abarcará América del Norte, Europa, Asia e, indirectamente, todos los
continentes y podría cesar el tráfico intercontinental marítimo y aéreo. La
seguridad alimentaria es, por consiguiente, indispensable y es igualmente
fundamental planificar la producción de maquinarias e insumos industriales y de
productos de uso para el consumo en los países como México que probablemente
será teatro directo de operaciones militares sólo por su petróleo, que Estados
Unidos incautará.
Añadamos que la guerra de tarifas iniciada por
Washington y la anulación de tratados internacionales rompen el
multilateralismo y abren el camino a una guerra comercial y a la ley de la
selva en escala internacional. Esas medidas desatan el rearme generalizado y
una recesión porque los precios de los bienes importados aumentarán, reduciendo
el consumo y, por lo tanto, la producción industrial. Los países pobres, ya
afectados por el cambio climático y la pobreza, deberán cargar con una
desocupación enorme que no encontrará ya la válvula de escape de la emigración
debido a las medidas racistas y xenófobas de los países imperialistas.
El rearme y la guerra de tarifas según los
planes de Estados Unidos buscan reducir el ritmo de crecimiento de la economía
china y crear de ese modo problemas sociales y políticos al gobierno de Beijing
que sin duda alguna reaccionará, como siempre lo ha hecho. Al mismo tiempo, en
todos los países, la pérdida de independencia, la crisis económica, la
disgregación del Estado y las consecuencias de los crecientes y cada vez más
costos desastres ambientales (huracanes, sequías e inundaciones) causarán
movilizaciones sociales y migraciones internas que los gobiernos carentes de
consenso y a cargo de Estados cada vez más débiles intentarán reprimir.
En los próximos años, por consiguiente,
cualquiera sea el presidente de México, deberá hacerse cargo de una semicolonia
con una economía semidestruida y que será aún más golpeada y de un Estado en
disgregación y controlado por el gran capital extranjero y, a nivel de muchos
estados, por la delincuencia organizada que forma parte integrante del capital
financiero internacional.
No estamos, por consiguiente, frente a la clásica elección dónde
cada seis años los ciudadanos escogen quién los va a oprimir y explotar durante
ese sexenio. No se trata de alternar el equipo de capitalistas en el poder.
Debemos enfrentar una crisis de civilización producida por el capitalismo que
no encuentra el modo de salir de una crisis que comenzó en los ochenta del
siglo anterior y se prepara a tratar de superarla mediante una guerra que
elimine cientos de millones de personas, destruya bienes e industrias obsoletas
y concentre como nunca el poder y la riqueza en un mundo bárbaro. Hoy estamos
ante la alternativa: superar el capitalismo o vivir como esclavos en un mundo
de ruinas cada vez más insostenible. Vote por quien vote, vote o no, lo
esencial es prepararse para lo que se viene y para una dictadura férrea de un
capital que no admitirá limitación alguna.
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