lunes, 25 de junio de 2018

"Decíamos que hablar de Darío es también hablar de una forma de hacer política, de prácticas y experiencias políticas que se desarrollaron a lo largo de estos años. La experiencia del Frente Popular Darío Santillán y de otras organizaciones hermanas que se reconocen en una tradición de izquierda, de nueva izquierda, latinoamericana, popular o en búsqueda tuvo mucho que ver con la rebelión popular del 2001 y con la Masacre de Avellaneda.".

Darío, su ejemplo y nuestra lucha: balances necesarios 16 años después.
25 de junio de 2018

Herencia e invención: la figura de Darío Santillán a 16 años de la Masacre de Avellaneda. Dossier colectivo ilustrado por Florencia Vespignani.*

Por Carina López Monja**

La imagen de Darío en aquella conocida entrevista en un corte de la Autopista Buenos Aires La Plata vuelve con la potencia del primer día. Y es que a pocos días de cumplirse un nuevo aniversario de la Masacre de Avellaneda, donde asesinaron a Maxi y a Darío, en cada taller de formación, en cada barrio, en cada rincón de organización popular la voz de Darío, sus palabras, su historia se vuelven a recuperar y resignificar. Hace pocos días, en una ronda entre compañeros y compañeras de base, pregunté quién había conocido personalmente a Darío: ninguno. Al indagar cuando habían escuchado por primera vez hablar de Darío Santillán las respuestas fueron diversas: en una canción de metal en su homenaje, al pasar por la estación ex Avellaneda que hoy lleva su nombre, en el 2002 al ver la brutal represión por la televisión, al sumarse al Frente Popular Darío Santillán. Las palabras que surgen, de manera inmediata son compromiso, solidaridad, lucha, ejemplo.
Y es que hablar de Darío hoy, es hablar de la militancia, de los valores con los que queremos construir, de poner el cuerpo, de dar el ejemplo. Es también recordar a los responsables políticos de la Masacre de Avellaneda y seguir exigiendo justicia. Es el homenaje en cada escuela con su nombre, en comedores, clubes populares, en la estación con el polo textil y el espacio cultural, en los  barrios construidos por sus propios vecinos y vecinas que, a lo largo ancho del país, crecen y construyen poder popular. Finalmente, hablar de Darío hoy también es también pensar (nos) como luchadores y luchadoras, en la generación que empezó a militar a fines de los 90, en los principios del 2000, en la experiencia que se fue desarrollando desde el movimiento piquetero y hacia adelante. Dónde y qué estábamos haciendo en aquel 2002 como individuos, como colectivos militantes, como campo popular, como pueblo y en qué situación estamos hoy. Algunas reflexiones sobre estos puntos intentaremos dar.

La lucha contra el olvido y la impunidad
Recordar a Darío y Maxi, como a tantos luchadores y luchadoras que dieron su vida por una Argentina más justa e igualitaria es construir nuestra memoria como pueblo. En el caso de los compañeros, también es mantener en alto el reclamo por justicia porque su asesinato no fue “un exceso” de las fuerzas policiales sino que fue, como generalmente lo es, una decisión política de reprimir la protesta social y disciplinar y amedrentar a quienes salen a la calle a reclamar por sus derechos.
La historia nos ha demostrado una y otra vez que no hay justicia sin lucha y presión en las calles, sin condena social que obligue a los poderes a actuar. Con esta premisa nuestro reclamo de justicia se mantiene presente todos los días del año, cada 26 con las asambleas y el corte en la Avenida Pavón, con las movilizaciones a Comodoro Py, con la vigilia y el corte del puente Pueyrredón el 25 y 26 de junio de cada año.

Nuestra primer victoria contra la impunidad la tuvimos en los Tribunales de Lomas de Zamora: el juicio a los policías de la Bonaerense Alfredo Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta terminó con prisión perpetua para ambos. Esa condena la ganamos con la lucha popular. Allí justo frente a los tribunales montamos un acampe los días que se sostuvo el juicio, organizamos la logística, la limpieza, la comunicación, para que adentro supieran que los de afuera exigíamos justicia y conocer cada detalle del juicio que se desarrollaba puertas adentro. Vinieron otras luchas: ante cada intento de impunidad, de salidas transitorias de los policías condenados, de los responsables materiales, ante el intento de cerrar la investigación por los responsables políticos de la Masacre, estuvimos ahí, haciendo presión, movilizando a Comodoro Py, realizando escraches para que los responsables políticos supieran que no iban a caminar tranquilos, dejando claro que no olvidamos ni perdonamos.
En esta Argentina donde el Poder Judicial hace “justicia” sólo para algunos, 16 años después tenemos una causa que se tramita en los Tribunales de Comodoro Py que sólo avanza cuando la querella presenta testigos. Sin la enorme persistencia y lucha de Alberto y Leo Santillán, los abogados y la organización popular, no existiría causa que investigue a los responsables políticos.
Por eso recordar a Darío y a Maxi también es señalar hoy a aquellos que quieren lavarse las caras y dejar atrás el pasado, al ex presidente Eduardo Duhalde, al ex gobernador Felipe Solá, a Aníbal Fernández y Luis Genoud, entre otros, quienes formaron parte del gobierno nacional y provincial que decidió aquel 26 de junio de 2002, dar una señal al Fondo Monetario Internacional, a los mercados y los bancos de que el conflicto social por la grave crisis económica que se vivía iba a ser contenido con balas y palos.
16 años después podemos decir que, si el poder judicial es cómplice, como organizaciones populares no dejaremos de señalar y condenar socialmente a quienes comandaron el operativo de seguridad conjunto entre la policía Federal, bonaerense, Prefectura y Gendarmería para reprimir en Avellaneda ese día.
En un contexto donde se habla de la participación de las fuerzas armadas en la seguridad, en donde hay una doctrina que imparte el Ministerio de Seguridad para justificar el gatillo fácil y la represión,  donde la propia ministra Patria Bullrich amenaza a una organización popular como La Poderosa, una de las enseñanzas de la Masacre de Avellaneda cobra nuevamente vigencia: ante la conflictividad social, ante el creciente reclamo de grandes sectores de la población por la crisis económica, la respuesta del gobierno va a ser con represión y el campo popular debe responder de manera contundente.  En unidad, con respuesta inmediata, golpeando como un solo puño, dejando claro que si tocan a unx, tocan a todxs.

La pedagogía del ejemplo
Para quienes empezamos a militar en La Verón y en el Frente Darío Santillán, la pedagogía del ejemplo se convirtió en uno de los ejes rectores de nuestra militancia. Poner el cuerpo, construir el hombre y la mujer nueva, asumirnos atravesados por el sistema capitalista y deconstruir nuestros saberes y nuestras prácticas.
Si tratáramos de resumir lo que representa la figura de Darío para muchos y muchas luchadoras, creo que esta idea de poner el cuerpo y el ejemplo serían los puntos en que todxs coincidiríamos.
Siempre hablamos de no “idealizar” a Darío, de no ponerlo en un estandarte como si no hubiera sido un compañero de carne y hueso, no hubiera cometido errores (como cometemos todos y todas), pero a la vez, sin quererlo, lo terminamos idealizando un poco.
Y es que es difícil no hacerlo. En Darío colocamos todas las cualidades que pretendemos en un revolucionario o revolucionaria, que nos planteamos para nosotrxs mismxs cuando nos criticamos. Tiene que ver con asumir la militancia y el compromiso para luchar contra las injusticias como decisión de vida.
El gesto de Darío, de tender su mano a Maxi y quedarse hasta el final en la ex Estación Avellaneda, que hoy lleva sus nombres, volver en medio de la represión al lugar que estaba cercado de policías porque sabía que había compañeros allí, aunque no los conociera, Darío arrodillado junto a Maxi, Darío luchando hasta el final, dando su vida en la pelea por el cambio social. Esa imagen, ese acto, ese ejemplo, es nuestra reivindicación y nuestra responsabilidad de luchar por lo que nos quede de vida, para que este mundo sea un poco más justo e igualitario.
Pero no se trata sólo de recordar el asesinato de Darío, sino su vida. Su rebeldía, su compromiso para impulsar a los jóvenes, su capacidad y su energía, la convicción de estar, ir y acompañar allá donde los compañeros y compañeras pidieran, de ser siempre el primero en ofrecerse y estar en la primera línea como corresponde a esto de la coherencia entre el decir y el hacer y de poner el cuerpo.
Darío no estaba solo. Junto a muchos luchadores y luchadoras, fue protagonista de esa primera etapa de los Movimientos de Trabajadores Desocupados que se organizaron en plena crisis neoliberal, en donde la situación económica castigaba duramente a los sectores más humildes de nuestra población y que salieron a cortar rutas, puentes y calles para exigir trabajo.
No estaba solo, pero su ausencia parecía siempre imposible de llenar. En las asambleas de Don Orione, allá por el 2003 recuerdo que, ante cualquier discusión, problema, inquietud, la respuesta de las doñas del barrio, de la militancia, de los compas de construcción que generalmente se mantenían en silencio, era la misma: “Darío hubiera tenido la solución, Darío se hubiera acercado a la casa para ver qué pasaba con el compañero que no vino a la asamblea, Darío habría…”.
Y en esa ausencia que nos golpeaba cotidianamente, el dolor y la bronca, lo fuimos convirtiendo en más organización popular. La lucha que parió Darío dio nacimiento a miles de hombres y mujeres (jóvenes y no tanto) que sacaron fuerza, coraje y voluntad para levantar las banderas de trabajo, dignidad y cambio social, de seguir el camino de la lucha y el trabajo de base, de recuperar un aprendizaje colectivo y seguir adelante.
En las barriadas populares, en las cooperativas de trabajo sin patrón y en la autogestión, en los bachilleratos, en la organización de la juventud, en los espacios de niñez que recuperan la figura de Dari y la alegre rebeldía de querer cambiarlo todo, en las tomas de tierras y en el nacimiento de barrios populares con el nombre de Darío Santillán, son algunos, sólo algunos de los espacios de organización popular donde el homenaje a Darío no es sólo formal sino que es práctica concreta, es la construcción de nuevas relaciones sociales, económicas, es la pedagogía de poner el cuerpo y de asumir la solidaridad, el compromiso, el compañerismo como forma de vida.
Darío es un ejemplo de “otra política”, en su dimensión integral y humana. En un taller de formación, hace ya algunos años, un compa decía: “Claro, Darío es como el Che”. Y es que cuando hablamos de los nuevos valores que sintetiza la figura de Darío, cuando hablamos del hombre y la mujer nueva, no pensamos en valores adquiridos: la pelea contra los valores que predica el sistema y que nos atraviesan a pesar nuestro es cotidiana. Es la constancia de buscar permanentemente hacer las cosas mejor, siendo coherentes entre lo que decimos y hacemos. Es la solidaridad, el compromiso, el compañerismo, el esfuerzo por mejorar, la humildad. Se trata de construir, al calor de la lucha revolucionaria, los cimientos de una sociedad nueva.
Esa huella, que está impregnada en más de una generación militante, nos marca el camino. En tiempos donde la injusticia y la desigualdad crecen, en donde el poder busca dividir y fragmentar  (a veces por mérito propio y errores nuestros acierta), cobra mayor vigencia la necesidad de asumir al enemigo, al real y  poniendo los cuerpos, las cabezas, los corazones en pos de lograr frenar la ofensiva del capital y de los sectores dominantes contra el pueblo trabajador.
La militancia que pone el cuerpo en las luchas y el laburo de base, (más allá de la auto construcción de su organización, más allá de la delimitación política), que pone su vida al servicio para  transformar la realidad injusta en la que vivimos, se hace más necesaria que nunca.
Y ese ejemplo nos lo dejó, entre muchos y muchas luchadoras, Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo, a riesgo de dejar la vida en ello por los derechos de todxs. Esa entrega, es sentir en lo más hondo cualquier injusticia, como decía el Che, es la mano solidaria y la lucha. Y ahí, como decimos, nuestro mejor homenaje sigue siendo multiplicar su ejemplo.

Balances necesarios
Decíamos que hablar de Darío es también hablar de una forma de hacer política, de prácticas y experiencias políticas que se desarrollaron a lo largo de estos años. La experiencia del Frente Popular Darío Santillán y de otras organizaciones hermanas que se reconocen en una tradición de izquierda, de nueva izquierda, latinoamericana, popular o en búsqueda tuvo mucho que ver con la rebelión popular del 2001 y con la Masacre de Avellaneda.
La ponderación de la práctica concreta sobre la teoría y el ideologicismo, el poner el cuerpo y construir organización popular en las barriadas populares y con un sujeto que, aun hoy, algunos sectores de izquierda descalifican o subordinan (el desocupado, la desocupada, lxs trabajadores de la economía popular), la acción directa como método por excelencia y las asambleas y la democracia de base como rector de las decisiones políticas de la organización fueron algunos de los puntos que marcaron nuestra experiencia política. La convicción de que no sólo importa lo que hacemos sino cómo lo hacemos, la construcción cotidiana de nuevas relaciones sociales y la búsqueda de prefigurar aquí y ahora la sociedad que soñamos guían las prácticas y los quehaceres cotidianos de miles de compañeros y compañeras que día a día se organizan en cada espacio de lucha.
Sin embargo, mucho del ayer y del hoy nos debe permitir problematizar, incomodar (nos), realizar (auto) críticas para dar paso a reflexiones que nos permitan mejorar nuestra militancia.
En primer lugar, recuperar el sentimiento o las sensaciones de aquellos primeros años de militancia. La crítica al sistema representativo, a los dirigentes, a las instituciones (no sólo a las de gobierno, sino a partidos políticos, sindicatos) y la definición de ser autónomos a cualquier tipo de institución y a la crítica a cualquier tipo de “representación” era proporcional a la estima de nuestra forma organizativa, en donde no hablábamos de dirigentes ni representantes y donde, inicialmente sólo hablábamos de la asamblea. Del horizontalismo a la democracia de base fuimos desarrollando nuevas formas organizativas, dando paso a la democracia de base. Sin embargo, en ese proceso, nuestro rechazo tan profundo a cualquier forma de representación llevó muchas veces al auto aislamiento, a la imposibilidad de asumir el construir con otros y otras o de intervenir en determinados ámbitos como organización.

Por otro lado, creo que en el 2003, realizamos en Don Orione un taller de formación para el 24 de marzo, donde Mariano Pacheco invitó a Vicky Daleo. La reflexión, en aquel momento, fue que nuestra lucha parecía que nacía de cero. La lucha de los 70, los compañeros y compañeras que venían de la militancia de aquellos años y que motorizaban la organización en los MTDs era fundamental pero en el medio había un vacío: una derrota histórica, un quiebre entre generaciones  que muchas veces dificultaba reconstruir nuestro proyecto político como clase trabajadora, como pueblo y no sólo desde nuestros y desde nuestra lucha específica. Parecía que la historia arrancaba allí: con los piquetes de Mosconi, Cutral Co y Tartagal, con el movimiento piquetero, con el 2001.

Recuperar ese proyecto histórico, asumir la intervención político y social de manera integral, en todos los terrenos, sigue siendo un desafío para el conjunto de las organizaciones populares que nos identificamos en este campo de las izquierdas.
Nuestra identidad, que inicialmente se dio en “oposición a” (oposición a la izquierda tradicional, a los partidos, a la iglesia, a los sindicatos, a la política entendida como mala palabra) fue dando paso a algunos sí. A una construcción por el socialismo, por el feminismo, con una identidad latinoamericana y de apoyo a los procesos más avanzados de Nuestra América como el chavismo y el gobierno de Evo en Bolivia pero con dificultades para estructurarlo en un proyecto político de mayorías que logre articular a la diversidad de organizaciones y movimientos (más viejos y más nuevos) que creemos en la construcción de un proyecto emancipador que se proponga la construcción de poder popular y la transformación de raíz de la sociedad en la que vivimos.
Tal vez algunos de los desafíos que tenemos por delante tengan que ver con un balance colectivo y profundo de con qué fuerzas y en qué condiciones llegamos para enfrentar a un gobierno como el de Macri. La “foto” de las organizaciones populares que participaron aquel primer 26 de junio de 2002 y de los años subsiguientes, la fragmentación y rupturas que atravesó, no sólo el Frente Popular Darío Santillán sino gran parte de las organizaciones de este espacio político son tal vez algunas de las claves que nos deben permitir mirar (nos) y repensar (nos).
Finalmente, decir que la herencia de Darío se ve cristalizada en procesos de base, que se dan hace muchos años, que se construyen desde abajo, reúnen experiencias genuinas de construcción de otros lazos, de protagonismo popular y que dan sus frutos en la lucha popular. Ejemplo de eso son las asambleas de mujeres de La Verón sobre el Puente Pueyrredón, la construcción de hormiga para expulsar la violencia y el machismo de nuestras organizaciones, la batalla cotidiana contra el patriarcado que da sus frutos. Hoy cuando la marea verde tiñe no solo nuestro país desde Ushuaia hasta la Quiaca, sino todo el mundo, donde el protagonismo de la lucha feminista avanza sin tregua, vemos que nuestra siembra aportó a una lucha que nos atraviesa de cuerpo entero, ganando una batalla como pueblo ante el conjunto de la sociedad: por la emancipación de las mujeres, por combatir la violencia en todas sus formas, por asumir que sin feminismo no hay socialismo posible.

A esa práctica política, a esa construcción de otras relaciones sociales, a esos valiosos procesos que se dan desde abajo, debemos decir, con autocrítica, que le siguen faltando la articulación de una propuesta que dispute la dirección y la representatividad en la agenda pública, en las instituciones, en la conjugación de un proyecto político radical, anti sistémico y de mayorías que proponga desde los territorios y desde abajo, esa otra forma de organización y de hacer para el conjunto del pueblo. Un proyecto colectivo que, arraigado en esas prácticas cotidianas logre trascender fronteras y articularse en clave política. Sino la historia puede repetirse. Algunos sectores pondrán el cuerpo, articularán la resistencia y enfrentarán el ajuste y otros sectores analizarán y decidirán nuestros destinos a partir de eso.

Tenemos la responsabilidad de ser críticos y especialmente autocríticos, no refugiarnos en la comodidad de lo que conocemos y sabemos hacer y, fundamentalmente, la necesidad de asumir al enemigo y construir siempre enraizados en el seno del pueblo, batallando contra quienes atentan contra nuestros intereses como clase. Se trata de una tarea inmensa, para la cual no podemos seguir haciendo lo mismo que hace 16 años. En ese camino, en esos desafíos, con nuevos aciertos y nuevos errores, andamos.

Prohibido olvidar
Decimos que Darío y Maxi no están pero se multiplicaron por miles. Porque hoy viven en los pasos embarrados de miles de jóvenes continúan su lucha, en las mujeres que sostienen y protagonizan la resistencia, en cada persona que sigue luchando por sus derechos, que se organiza para transformar la sociedad en la que vive, construyendo una propuesta para la vida digna.
En aquella entrevista famosa, Darío hacía referencia a la unidad, “a la unidad y acción concreta para confrontar con los gobiernos y cambiar la realidad, para enfrentarnos a aquellos que están en contra de los intereses del pueblo”. Lo hacía desde el piquete, en una ruta cuyo dueño era el grupo Macri.  ¿Quién hubiera dicho que 16 años tendríamos a Macri como presidente y una realidad económica y social acuciante y cada vez más dura para el pueblo?

Desde esta Argentina que duele y genera de bronca, donde la mitad de los niños y niñas son pobres, nuestra responsabilidad es poner el cuerpo, continuar su lucha, asumir en la calle y en la organización cotidiana la unidad para enfrentar a quienes nos oprimen.
Y especialmente recuperar, con Darío y con el Che, el motor que nos mueve. El amor, la entrega y la convicción de que podemos cambiar todo, que nuestros sueños se organizan y con lucha, se consiguen.

Porque sus banderas, que son las de lxs 30 mil, y la de tantos hombres y mujeres que dieron su vida por el socialismo pasarán de mano en mano, de generación en generación hasta que la victoria sea nuestra. 
*Dossier conjunto realizado por La luna con gatillo, Contrahegemonía web y la sección Comuner@s en la orilla de Resumen Latinoamericano.
**Militante del Frente Popular Darío Santillán.
Fuente: http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/06/24/dario-su-ejemplo-y-nuestra-lucha-balances-necesarios-16-anos-despues/

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