Argentina - Transgénicos:
veinte años
después.
6 de junio de 2018
"Los 20 millones de ton.
del 2000 son ahora más de 50 y los 70 millones de lts. de glfosato de entonces
son ahora unos 350 millones (la diferente proporción en los aumentos de cultivo
y herbicida revelan que cada vez se aplica más agrotóxico por unidad de suelo).
Esa impavidez es fronteras adentro."
Por Luis E. Sabini Fernández
Han pasado casi veinte años [1] , un período
considerable para enjuiciar efectos, y podríamos ser optimistas si pensamos en
la impunidad con que a fines del siglo pasado se exaltaba en el periodismo
comercial argentino, en los medios
de incomunicación de masas en general, el “tecnodesarrollo” de productos
transgénicos; la inocencia y/o la “docta ignorancia” con que se hablaba
entonces de las fórmulas de la agroindustria y de las virtudes “milagrosas” del
glifosato –el herbicida apto para la sobrevida de plantas transgénicas, mejor
dicho el ‘matatodo’ salvo la planta que tiene un gen protector propio u
obtenido mediante transgénesis que es lo más común─, y lo que dio lugar a una nueva industria; la ingeniería
genética, prestamente rebautizada biotecnología; el prefijo “vida” vende
mucho, los laboratorios bien lo saben.
Seguimos acumulando
“bombas de tiempo”; el papel de Argentina como el de la inmensa mayoría de los
estados “nacionales” sigue siendo nefasto, anodino o cómplice en las
conferencias mundiales sobre biodiversidad u otras de índole similar
organizadas desde la ONU, para atender la problemática ambiental.[2]
Durante los primeros
quince años del nuevo siglo se registra un avance sostenido, aunque persistan
los bolsones de resistencia. Es el ingreso paso a paso de más y más estados, de
más y más regiones al universo de la siembra directa, de la quimiquización de
los campos, al reino de la agroindustria.
En América del Sur,
luego del aposentamiento de las transnacionales agroindustriales en la “República Unida
de la Soja” (Argentina Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia), avanza lentamente
la sojización y la transgenetización en el norte sudamericano. Es cuando Gustavo Grobocopatel, un campesino ”sin tierra” y
políticamente chavista según sus propias definiciones, inicia su operación de
implante del modelo agroindustrial en Venezuela. Conflicto a la vista, porque
Chávez, políticamente advertido de los procesos del capitalismo
globocolonizador se había opuesto terminantemente al ingreso de OGM en el campo
venezolano.
Colombia y su
gobierno, orientado desde Israel y EE.UU., acepta sin mayores dificultades la
modernización rampante que nos sigue revelando que la tecnología de gran escala
es parte del problema, no de la solución, como procuran hacernos creer desde
las usinas ideológicas del régimen, incluidos los personales regulatorios
públicos.
En este aspecto
seguimos como hace veinte años. La FDA, por ejemplo, prosigue su política
prescindente, su cesión de responsabilidad, depositándola en las empresas, que
ya sabemos no se rigen por la responsabilidad social sino por la rentabilidad y
a secas.
En 2010 se forja una
red en Argentina, la de
Médicos de Pueblos Fumigados. La actividad, la investigación
y la denuncia de médicos comprometidos ante la contaminación ambiental y la
consiguiente producción de enfermedades venía de tiempo atrás, pero en ese año
se concreta la red, en buen medida como resultado de la valiente gesta vecinal
en Barrio Ituzaingo, en la provincia de Córdoba, que logra se compruebe
finalmente la acción contaminante de la agroindustria.
Una coyuntura
territorial, física, hizo una diferencia decisiva como para que el aparato
judicial pudiera actuar (o no tuviera más remedio que hacerlo): muchas ciudades
han ido perdiendo su cinturón de quintas, las que proveían tradicionalmente de
verdura y fruta a las ciudades; la agroindustrialización ha ido desplazando y
desmontando la pequeña producción rural y la ciudad se provee así desde
megacircuitos; por ello se produce a menudo el fenómeno de que la producción
rural en base a baterías químicas llega hasta los lindes de una ciudad; eso fue
lo que pasó con Barrio Ituzaingo en Córdoba. Al principio, eso significó la
risueña novedad para los niños de ver sobrevolar las avionetas descargando… su
veneno. Pero muy pronto los vecinos más perspicaces empezaron a unir la ola de
enfermedades que arreciaba entre ellos con aquellos sobrevuelos. Finalmente se
pudo verificar que, por ejemplo, el agua de los depósitos hogareños estaba
totalmente contaminada con los herbicidas con los que rociaban y “preservaban”
los cultivos de soja. Se logró finalmente, 2012, una ordenanza prohibiendo el
vuelo rasante o incluso el uso de mosquitos fumigadores a menos de 500 metros para
glifosato y 1500 m .
para endosulfán. Además fueron procesados productores y aviadores por daño
consciente.
De más está señalar la
insuficiencia patética de tales restricciones.
En 2015 han
sobrevenido algunos hitos que podrían tener significación mundial para la
implantación de OGM (o su prohibición); Steven Druker, un estadounidense que
viene bregando por frenar la transgenetización acrítica de los cultivos,
publica, en EE.UU., un nuevo libro, Altered
Genes, Twisted Truth(Genes alterados, verdades en entredicho). Druker
representa una red de refractarios a los alimentos GM que mantiene un juicio
contra la FDA desde hace por lo menos 15 años.
En marzo de ese mismo
año la OMS declara, a través de su IARC (International Agency for Research on
Cancer, Agencia Internacional para la investigación sobre cáncer) que el
glifosato es “probablemente cancerígeno”. Estamos hablando del herbicida que ha
sido desde mediados de la década de los ’90 hasta ahora la llave maestra para
la implantación de vegetales transgénicos. Cuya toxicidad fue advertida hace
mucho. Veinte años demorando el juicio.
Monsanto-Bayer no
quedó conforme, claro está, con el dictamen del IARC, que pateaba en contra de
los intereses de las transnacionales y sus apoyos gubernamentales. No bien
salido el informe de la IARC, los comentarios desde los laboratorios afectados
fueron del tipo: ‘No es tan peligroso, el alcohol lo es más”. Con lo
cual no negaban ─observemos esto─ la toxicidad del herbicida pero a la vez le daban algo así como
el rostro risueño de “una copita”. Magistral maniobra, habría comentado
Macchiavello.
Entonces, otro ente
asesor, el JMPR (Joint Meeting FAO-WHO of Pesticide Residues, Comité Conjunto
sobre Residuos de Pesticidas), otro ente asesor de la OMS, devolvió la
tranquilidad a los fabricantes de glifosato y a la agroindustria en general,
dictaminando que “es poco probable que haya riesgo de que el glifosato sea
carcinógeno para los seres humanos, en una exposición a través de la dieta.”
En mayo de 2016,
entonces, es decir 14 meses después, la OMS da marcha atrás con su dictamen de
un año antes: el sistema de “puertas giratorias” revelaba su funcionamiento
(una vez más, obviamente).
El JMPR desplaza el
foco de atención: estima las “ingestas diarias admisibles” (IDA) de plaguicidas
para las personas, dejando a un lado la atención sobre quienes trabajan y
trajinan a diario con un veneno, concentrando la atención en los consumidores.
Y respecto de éstos, se establece una suerte de “hacer de necesidad virtud”:
los laboratorios no sólo emplean, y abundantemente, tóxicos para ofrecernos
alimentos sino que nos quieren hacer creer que eso es admisible (es la jerga
que emplean), aceptable, acercándonos peligrosamente a la idea de lo saludable.
Observe el lector
cuáles son las funciones que la
misma JMPR presenta como propias; “recomendar límites
máximos para residuos de plaguicidas […].”
Está fuera del análisis si puede haber producción de alimentos sin plaguicidas.
Cuando declaran que “es
poco probable que haya riesgo […] en una exposición a través de una
dieta”, no sólo ignoran a los que trabajan con dicha sustancia, sino
también a los miles de campesinos que se han suicidado (especialmente en India)
con un vaso de glifosato (porque las políticas crediticias los han fundido).
“Ingesta diaria
admisible” IDA. Ingesta diaria resultado de una determinada forma de producir
alimentos. Que si fuera necesaria, en todo caso habría que reconocer que es
tóxica, pero con Public
Relations nos quieren hacer
creer que no genera enfermedad.
Esta comisión, JMPR
asesora a la FAO, a la OMS y a sus estados miembros. Tal vez lo más
significativo esté en cómo se integra la JMPR.
Dice su folletería
oficial en internet: “Selección de los miembros. Los expertos desempeñan sus
funciones a título personal, y no como representantes de su país u organización.”
En una palabra, no responden sino a su visión e interés personal, que es
seguramente muy, pero muy bien atendido por laboratorios que ganan miles de
millones de dólares anuales. Constituido entonces el JMPR por una casta de
profesionales cooptados.
Se trata de una
comisión organizada desde el mundo empresario, pero investida de autoridad a
través de las redes de la ONU como para que se presenten como “ciencia”. En
rigor, se dedica a calibrar cuanto veneno, cuántos tóxicos podemos ingerir… sin
caer fulminados tan de inmediato como para que se rastree la causa.
Con el minué del
IARC-JMPR, podemos verificar que estamos lejos de haber superado el
tecnooptimismo con el cual se implantara la agroindustria basada en productos
químicos. No sólo la de alimentos transgénicos, ciertamente, sino desde antes
la llamada agricultura a gran escala.
Este movimiento del
capital (de la industria y de la tecnología) sigue, al parecer, gozando de
buena salud, valga la paradoja de usar tamaña expresión para agentes de las más
extendidas y atroces enfermedades fuera de control.
De cualquier modo, en
estos veinte años el ensanche de la resistencia a la invasión química parece
haber crecido, porque se advierten más los ‘efectos no buscados’ de tantos
desarrollos “promisorios”.
La advertencia de
Rachel Carson, de hace más de medio siglo,Primavera silenciosa, sigue en
pie.
Porque ya conocemos el
origen de algunas manifestaciones de esa invasión química, porque hemos
verificado transformaciones relevantes a nivel planetario, como la temible
plastificación de los mares y el depósito de milimétricas o micrométricas
partículas de plástico sobre los fondos marinos, ahogando los ciclos vitales
allí existentes (tengamos presente que el fondo oceánico es ─tal vez era─ el mayor almácigo
planetario…).
Porque la humanidad se
está adueñando, mejor dicho haciéndose esclava de toda una gama de enfermedades
nuevas ─como las autoinmunes─ a las
cuales muchas hipótesis asocian con productos químicos desconocidos actuando en
nuestros cuerpos.
Porque la cuestión de
los alimentos transgénicos y su implantación depende de agentes químicos
protectores de tales cultivos mediante la eliminación del resto de “la
competencia” (un crudo mentís agrícola al liberalismo filosófico, por cierto…).
En 2015 sobreviene la
prohibición total de OGM en Filipinas. Ignoramos cómo se procesará esta última
política con un presidente filipino como el actual, partidario acérrimo del
asesinato público de narcotraficantes y de mano dura contra el delito, con
acentos xenófobos. Claro ejemplo que los transgénicos sirven para un barrido o
para un fregado. En ese mismo año registramos la lucha por ingresar con OGM en
“el granero de Europa”, la rica tierra ucraniana. Europa ha sido hasta ahora el
continente con menor producción transgénica, a partir de una resistencia social
bastante amplia (muy pocos países han autorizado OGM, como España).
En 2016, al lado del
escalofriante retroceso en el ámbito de la OMS que ya vimos, sobrevino otro
episodio de potencial amplitud y posible alcance mundial: los militares de la
provincia china de Heilongjiang han dispuesto la prohibición de soja GM durante
cinco años. Es “apenas” una provincia, pero china, es decir, se trata de una
población de más de 40 millones de habitantes.
No queda claro si la
prohibición de soja GM rige únicamente para sus militares o cubre el consumo
provincial. La decisión proviene de la sospecha que tienen sus investigadores
de que una serie de enfermedades nuevas o multiplicadas tienen que ver con el
hasta ahora intenso consumo de soja GM o de alimentos confeccionados con dicha
soja (origen EE.UU., Brasil, Argentina).
Aunque transitoria y
parcial la medida, coloca un gran interrogante sobre el porvenir de la soja GM. Fundamentalmente ,
porque se suma a otras muchas advertencias.
Aunque por las
latitudes platenses sigamos ajenos y en el mejor de los mundos. Los 20 millones
de ton. del 2000 son ahora más de 50 y los 70 millones de lts. de glfosato de entonces
son ahora unos 350 millones (la diferente proporción en los aumentos de cultivo
y herbicida revelan que cada vez se aplica más agrotóxico por unidad de suelo).
Esa impavidez es
fronteras adentro. Estuvo de visita en febrero de 2017 un periodista italiano,
Gaetano Pecoraro,[3] que quedó asombrado y atemorizado por el estado sanitario
del país en las zonas fumigadas (un tercio aproximado de toda la Argentina),
donde registró una inusitada cantidad de casos de cánceres, malformaciones
congénitas, anencefalias y otras enfermedades vinculadas con toxicidad.
Pero de esto hablará
Pecoraro en Italia. Porque aquí ni nos enteramos.
Notas
[1] Este texto se
presentó como prólogo a la segunda ediciòn deTransgénicos: la guerra en el
plato, Buenos Aires, 2000 y 2017.
[2] Vale la pena
recordar que en dichos encuentros ha habido algunas voces de alerta como
aconteció con la delegación boliviana que no acordó en la cumbre mundial de
cambio climático de 2010, en Cancún la aceptación del límite de 2 grados
centígrados para el calentamiento planetario recordándonos que ya 1 constituía
una alteración de consecuencias gravísimas.
[3] YouTube
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Argentina_-_Transgenicos_veinte_anos_despues
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