Del optimismo
tecnocrático a
la conciencia planetaria
26 de junio de 2018
Por Luís E. Sabini Fernández (Rebelión)
El estado real de las cosas en la agricultura hoy pasa por la
implantación generalizada de la agroindustria, su expansión permanente mediante
el proceso de “acaparamiento de tierras” (en todo el mundo, pero sobre en
África, con su secuela de despojo, exclusión y hambreo). Y por lo que acabamos
de recordar sobre condenas y absoluciones al glifosato, el socio siamés de los
OGM, verificamos el muy menguado efecto del reconocimiento de su extrema
peligrosidad, como si las estructuras socioinstitucionales tuvieran tanta
inercia como para hacer muy arduo el volver sobre sus pasos.
Esto significa que aumenta el conocimiento y consiguientemente la
conciencia sobre algunas dificultades y problemas, que eran más difíciles de discernir
tiempo atrás (aunque no imposibles; a menudo los caminos tomados, por ejemplo
con un desarrollo tecnológico, tuvieron no solo sus cultores sino también sus
críticos).
Vayamos a ejemplos. En 1942 Paul Müller descubre en Suiza el
diclorodifeniltricloroetano, DDT, mejor dicho descubre su efecto insecticida.
Intensas investigaciones sobre cómo enfrentar a los piojos en las trincheras,
que habían sido un enorme problema durante la primera guerra mundial,
culminaron con ese “polvo mágico”. Aunque ya no hubo trincheras en la guerra
mundial entonces desatada y por lo mismo los piojos ya no resultaron plaga.
Es un movimiento interesante del conocimiento y la ignorancia
humana: se planifica alcanzar un conocimiento nuevo para aplicar a una
situación imaginada… que nunca se concreta y el diseño científico y todo,
termina aplicándose a algo totalmente inesperado…
Müller estaba convencido que se trataba de un veneno para
insectos, inocuo para plantas y animales de sangre caliente. Fue probado con
efectos tan contundentes para conjurar epidemias de fiebre amarilla, paludismo,
tifus, que en 1948 Müller recibió el premio Nobel de Química.
Poco a poco sobrevino “el rebote”, un coletazo imprevisto: en
1953, Morton Biskind, físico norteamericano, denuncia los efectos deletéreos,
no físicos sino psíquicos, del DDT particularmente en nuestra forma de pensar.
Biskind describe la situación refiriéndose a un nuevo, revolucionario,
principio toxicológico: “Todos los aparatos de comunicación masivos, legos y
científicos se dedicaron a negar, ocultar, suprimir, distorsionar […] y
un nuevo principio de toxicología arraigó con fuerza: no importa cuan letal
pueda resultar un veneno para todas las formas de vida, vegetal o animal; si no
mata a un humano instantáneamente, entonces es seguro.” [1]
Un pragmatismo miope, un optimismo necio, que pasaba por alto que
el DDT no mataba solo a los insectos dañinos sino a todos ellos, incluidos los
que depredaban a los insectos que el hombre quería combatir. Tampoco se
advirtió su carácter acumulativo. El DDT, veneno estable, iba pasando por las
cadenas alimentarias “hacia arriba”, por lo cual dosis incluso muy leves para
matar insectos como larvas de mosquitos, llegaban a concentrarse en dosis como
para provocar muerte inmediata o mediante intoxicación crónica, en animales
“superiores”; aves o mamíferos.
Y tal vez lo más importante: los recién enunciados principios de
toxicología ignoraron olímpicamente las enfermedades y las muertes producidas
mediante dosis no letales, las que generan alteraciones crónicas. Mediante
nuevas políticas sanitarias los agentes que mataban y matan instantáneamente a
seres humanos se achicaron hasta hacerse insignificantes pero creció
monstruosamente el caudal de enfermedades, sufrimiento y muerte por estados no
agudos.
Tuvieron que pasar décadas para que las organizaciones públicas de
control sanitario de EE.UU. (fundamentalmente, FDA y EPA) se rindieran a la
evidencia de la enorme toxicidad del DDT. Que fue finalmente prohibido. [2]
Porque, como bien explica Evaggelos Vallianatos: “La
prohibición del DDT en EE.UU. en 1972 no trajo consigo ninguna reconsideración
acerca de la industrialización de las granjas y de su adicción a pesticidas
mortales. En los hechos, las grandes plantas agroindustriales totalmente
dependientes del uso de pesticidas son ahora legión en todo el planeta.” [3]
Y un ejemplo desoladoramente práctico de la observación de
Vallianatos es que prohibido el DDT en 1972, en 1974 las mismas “autoridades”
registran y aprueban el glifosato, con enorme aceptación “general”.
El glifosato fue el herbicida de muy amplio espectro, que resultó
ideal, veinte años después, para aplicar a los cultivos transgénicos, ideados
por los laboratorios de ingeniería genética.
Como en su momento el DDT, se lo sintetizó sin utilidad directa y
décadas después, un nuevo laboratorista le encuentra una utilidad precisa y
“deslumbrante”. En el caso del glifosato es John Franz, en los ’70, empleado de
Monsanto, quien descubre sus cualidades herbicidas.
“En la actualidad hay más de 2000 productos para la protección
de plantas que contienen glifosato autorizados en Europa para uso en tierras
cultivables. Su eficacia de amplio espectro y el fácil control de las malezas
lo han convertido en uno de los herbicidas más populares en la agricultura,
para los jardines y en las áreas no cultivadas.” [4]
Fue santificado por Monsanto que lo patentó como lo más inocuo
para el mundo entero, por no decir beneficioso… Esta corporación, que fue su
usufructuaria hasta vencida la patente alrededor del 2000, “probaba” a través
de múltiples “investigaciones”, la presunta inocuidad total del herbicida.
Sin embargo, por lo menos a partir de su ligazón con los alimentos
transgénicos, el glifosato tuvo sus “Morton Biskind”. Hubo investigadores que
reclamaron mejores controles y evaluaciones del “paquete tecnológico” que unía
semilla transgénica y herbicida (bajo la forma comercial de Roundup).
En el 2000, se edita el ajuste de cuentas de la bioquímica Mae-Wan Ho
contra el avance arrasador de la agroindustria. [5] Trabajo
en el cual Ho cuestiona tanto los aspectos epistemológicos de los avances
técnicos ingenieriles como lo que Ho consideraba sus descuidos metodológicos:
ya está claro que la ciencia está al servicio de los intereses corporativos.
Durante la primera década del nuestro siglo, se verán cada vez más
críticas a los comportamientos empresariales que llevan adelante la
implantación urbi et orbi de los transgénicos, vegetales y
animales.
Un militar estadounidense dedicado a la guerra biológica, de la
Universidad de Purdue, Don Huber, conocedor del efecto de los pesticidas sobre
los sistemas vivos, da también una alarma.
Huber afirma: “El glifosato promueve patógenos del suelo y está
ya relacionado con más de 40 enfermedades de plantas.” Sostiene incluso que
“el glifosato desmantela las defensas vegetales” porque la planta en crecimiento se ve
privada de los nutrientes que le sirven para defenderse ella misma de
enfermedades y para resultar nutritiva. Huber sostiene que tales cultivos,
biológicamente empobrecidos, son la causa de “desórdenes animales”. [6]
En el artículo de Vallianatos, luego de repasar, como apunta su
título, las consecuencias atroces de los agrotóxicos, sistemáticamente
presentados como “la” solución y una solución tranquilizadora, que nos lleva a
un mundo mejor, el autor critica las falacias de la agroindustria: “Sus
propietarios invocan una guerra al hambre pero en la práctica su guerra está
dirigida contra el mundo natural y los pequeños agricultores y granjeros. Y
pese a toda su propaganda de que están para alimentar al mundo, apenas producen
un tercio de los alimentos de todo el mundo. Campesinos, no agroindustriales
son los que mayormente alimentan la población del mundo (Douwe van der Ploeg,
2014). Pero los agroindustriales son sí responsables del enorme daño hecho al
mundo natural y a la
humanidad. El daño nos llega en la forma de calentamiento
global y de envenenamiento de la vida silvestre, el agua potable y los
alimentos.” [7]
El tiempo, el mero transcurso del tiempo, nos ha permitido captar
problemas que los forjadores de la combinación de siembra directa y agrotóxicos
jamás imaginaron (nosotros, sus críticos, tampoco, pero al menos podemos
verificar, cada vez más, que teníamos una desconfianza genuina y certera, que
la invocación del “principio de precaución” para ser muy cauteloso con tales
“milagros” tecnológicos, estaba basada en buenas razones).
Vamos perfilando problemas: hoy en día se ha hecho evidente una
problemática con las inundaciones: no se puede desmontar para cultivar grandes
extensiones sin hacerle perder al suelo gran capacidad de absorción; esto se
agrava con la técnica de siembra directa que necesita menos agua e “invita” al
escurrimiento de la caída “sobrante” de agua. Por su parte, los campos con
pasturas naturales tienen a su vez una retención mucho mayor que aquellos
campos con praderas cultivadas. Los “pastos” naturales tienen raíces hasta a 4 metros bajo tierra; los
pastos plantados por el hombre difícilmente sobrepasen raíces de medio metro de
profundidad…
Diversas investigaciones, como la de Andrés Carrasco
en Argentina o Gilles-Eric Séralini en Francia demostraron los peligros
mayúsculos del glifosato pese a toda la campaña sobre su inocuidad promovida
por Monsanto y laboratorios conexos siempre con la anuencia cómplice de los
organismos estatales de control.
Séralini llevó a cabo una ingeniosa investigación: siguió
escrupulosamente los protocolos de investigación de Monsanto, los que habían
revelado, según Monsanto, la inocuidad “científicamente probada” del herbicida.
Solo que en lugar de llevar a cabo el experimento con ratas de laboratorio,
durante tres meses, como informara Monsanto, prosiguió el mismo tratamiento,
sobre las mismas ratas, más tiempo. Ya en el cuarto mes, los síntomas de
alteraciones e intoxicación se hicieron patentes y al cabo de pocos meses
–encima de los tres controlados por los técnicos de Monsanto− los daños eran
múltiples, irreversibles y llevaron a la muerte a buena parte de los cobayos.
Los trabajos de Séralini, Carrasco, los análisis e investigaciones
de Arpad Pusztai, Mae-Wan Ho, Don Hubery tantos otros no hacen sino verificar y
desnudar lo que parece una constante de los fundamentalistas tecnófilos; su
optimismo a prueba de realidad.
Así, mientras el planeta se va deshaciendo literalmente, con el
avance incontenido de CO2 en
la atmósfera; con el derretimiento de los hielos y el aumento del nivel del
mar; a través de una pérdida galopante de biodiversidad, con la tropicalización
del clima en nuestras latitudes y el daño producido por el calor solar (¡algo
inimaginable pocas décadas atrás!); mediante la presencia cada vez más
insoslayable de temporales e inundaciones; por la proliferación de enfermedades
cutáneas, respiratorias, autoinmunes, cánceres, tenemos la “buena nueva”, la
profecía de otro personero de la agroindustria, Dennis Avery, en su momento
funcionario del Dpto. de Estado, EE.UU., y thinktank acreditado de la agroindustria, que
nos tranquiliza con su Salvando
el planeta con plaguicidas y plásticos.
Esta Biblia del capitalismo tecnocrático, esta
propaganda “corporocrática”, merece un análisis aparte.
Notas:
[1] Cit.
p. Evaggelos Vallianatos, op. cit.
[2] Aunque
persistan quienes, como el “periodista científico argentino” Leonardo Moledo,
ya fallecido, en plena década de los ’90 zanjara la calidad periodística por un
eje preciso: si se defendía al DDT. Quien lo cuestionara, no podía integrar un
boletín científico como futuro, de Página 12. Quien esto escribe
debió experimentarlo en carne propia.
[3] “Ruthless
Power and Deleterious Politics: From DDT to Roundup” [Poder despiadado y
política dañina]Independent Science News, ISN, Ithaca, Nueva York, 17/7/2015.
[4] “Glifosato”
© Copyright 2013. Industry Task Forceon Glyphosate [Grupo de Tareas de la
industria para el glifosato].
[5] Genetic Ingeneering: Dream or
Nightmare? Turning the Tideon the Brave New World of Bad Science and Big
Business [Ingeniería
genética: ¿sueño o pesadilla? Revirtiendo el mundo feliz de mala ciencia y buenos
negocios], Continuum, Londres, 2000.
[6] Cit. p. EvaggelosV allianatos,
“Ruthless Power and Deleterious…
[7] Vallianatos,
op. cit.
Blog del autor: http://revistafuturos.noblogs.org/
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=243385
No hay comentarios:
Publicar un comentario