¿Qué tienen que ver
los tratados comerciales
con la crisis ecológica?
14 de junio de 2018
Por Gonzalo
Fernández Ortiz de Zárate (eldiario.es, 11 de junio de 2018)
A
pesar de la opulencia de las grandes empresas, de su volumen indecente de
beneficios, de la impunidad con la que actúan, el capitalismo que estas
protagonizan también está en crisis. Una crisis mediada por el mayor reto al
que se ha enfrentado en su historia: mantener la lógica de acumulación de un
enorme excedente, en un horizonte de bajo crecimiento económico y de reducción
de la base material y energética.
Asistimos a un momento especialmente incierto.
¿Podrá el capitalismo sortear sus contradicciones e impulsar una nueva onda
larga expansiva? ¿Dará paso a un neofeudalismo
corporativo y
ecofascista, en manos de las empresas big tech? ¿Lograremos posicionar modelos
de vida emancipadores y sostenibles? Aunque las respuestas a estas preguntas
siguen abiertas, sí podemos asegurar que el capitalismo hará lo indecible por
seguir reproduciéndose, actualizando su proyecto para tratar de salir del
atolladero actual.
Un proyecto de capitalismo del siglo XXI caracterizado
por lanzar una muy virulenta ofensiva de mercantilización a escala global: nada
puede quedar ya fuera del radio de acción de los negocios de las grandes
empresas. Para ello se prefiguran transformaciones económicas, políticas y
culturales, desde un enfoque integral. En lo económico, se aúna la apuesta por
la cuarta revolución industrial (4RI) de la digitalización y la inteligencia
artificial, con la búsqueda de nuevos sectores de reproducción del capital y de
extracción máxima de la ganancia del trabajo y de las finanzas. En lo político,
se pretende imponer una especie de constitución global en favor de las empresas
transnacionales —convertidas en gobierno de facto—, mientras que los Estados
ven limitadas sus capacidades a la desregulación en derechos y a la seguridad. Y en lo
cultural, se asumen relatos cada vez más violentos y reaccionarios, mientras lo
público y lo común se diluyen en la primacía de lo privado y lo corporativo.
Que todo cambie para que nada cambie.
Hacia un gobierno de facto de las grandes
empresas
La nueva oleada de tratados comerciales es uno
de los hitos del capitalismo del siglo XXI. Si en los noventa fracasó el
intento de mercantilización a escala mundial que representaban la OMC y el AMI,
tras el estallido financiero de 2008 se lanza una nueva ofensiva; esta vez, más
gradual y basada fundamentalmente en acuerdos bilaterales y regionales como
punto de partida. CETA, TISA, TTIP… son solo algunas de las iniciativas más
destacadas de esta nueva oleada que, bajo otra estrategia, persigue el mismo
objetivo que la anterior: generar un mercado autorregulado, en el que las
multinacionales actúen de manera autónoma, y a la vez ultrarregulado para
evitar cualquier traba sectorial, geográfica y política al flujo económico.
Los tratados comerciales tributan a dicho
mercado auto-ultrarregulado posicionando una constitución económica global en
la cúspide normativa. Hablamos de constitución, aunque no tenga un articulado
específico ni un texto único, ni por supuesto cuente con un proceso de sometimiento
a refrendo popular. Pero su objetivo es el mismo que persiguen este tipo de
documentos: fijar normas que acoten el debate político, definir el marco de lo
posible en base a una serie de prioridades político-jurídicas. Ese es la meta,
un nuevo marco de lo posible que impulse y blinde definitivamente la
mercantilización capitalista y la hegemonía corporativa a escala mundial.
Los nuevos tratados se convertirían así en el
articulado (disperso, ambiguo, dinámico) de esta carta magna corporativa, que
blinda la ofensiva mercantilizadora a través de cuatro vías complementarias:
·
Ampliando la definición de comercio internacional, incluyendo en
él ahora inversión, servicios, finanzas, bienes naturales, compra pública,
comercio digital, innovación, competitividad, etc.
·
Posicionando cual tabla de mandamientos corporativos una serie de
valores de gran exigibilidad, justiciabilidad y capacidad de coerción a escala
global: acceso al mercado sin trabas para las grandes empresas, primacía de las
inversiones frente al mandato popular, armonización normativa a la baja en
derechos, injerencia multilateral en las decisiones gubernamentales,
imposibilidad de reversión de procesos de mercantilización.
·
Sumando nuevas estructuras regionales y multilaterales a las ya
existentes a favor del poder corporativo, con la tarea específica de incidir en
pos de la convergencia reguladora; esto es, avanzando en la desregulación de
normativas ambientales, económicas, sociales y laborales.
·
Expandiendo el radio de acción de una justicia privatizada en defensa de la inversión extranjera
y bajo la égida de los mandamientos corporativos, imponiendo a escala mundial
tribunales de arbitraje donde solo las empresas denuncian a los Estados.
Se impone pues el gobierno de facto de las
grandes empresas, acorazadas por una constitución, un procedimiento normativo y
una justicia ad hoc. El
capital evidencia su incompatibilidad con la democracia, relegada a la
formalidad de gestionar las migajas desechables para el mercado. ¿Podría esta
propuesta económico-político-cultural ser sostenible?
Tratados y colapso ecológico
El relato oficial nos ofrece un horizonte de
promisión vinculado a la expansión del comercio y a la 4RI , que supuestamente nos
acercaría a una economía más colaborativa y descentralizada, a su vez eficiente
y eficaz en el uso de materiales y energía. Todo ello, en el marco de una onda
expansiva de crecimiento económico sostenido. Pero no hay datos que lo
corroboren: no se han producido aumentos significativos en la productividad,
condición necesaria para impulsar una fase expansiva; el radio de acción de la
“nueva economía” todavía no ha conseguido superar el ámbito de los servicios al
consumo; la centralización y concentración del capital no sólo no se han
reducido, sino que se sustancia la figura de los “campeones corporativos”
–empresas únicas en su sector a escala global— como las multinacionales big tech.
Además, la desmaterialización y la
descarbonización de la economía se evidencian como simples cantos de sirena,
que palidecen ante la distopía ecológica que nos ofrece la nueva ofensiva
protagonizada por los tratados comerciales. Frente al globo sonda capitalista y
digital, se nos presenta con claridad un escenario marcado por la
profundización en el cambio climático, por el creciente desequilibrio entre
demanda y base energético-material disponible, por el ahondamiento de los
conflictos socioambientales y por la amputación de las capacidades
institucionales para impulsar políticas alternativas y de transición, tan
urgentes y necesarias.
Respecto al cambio climático, los tratados
harían saltar por los aires las metas internacionales a través de una doble
vía. Por un lado, fortaleciendo la agroindustria como modelo hegemónico —algo
evidente en el caso del CETA o del acuerdo UE-Mercosur, por ejemplo—, que es
uno de los principales emisores de dióxido de carbono a la atmósfera. Por el
otro, favoreciendo la extracción de petróleo, gas y carbón al blindarse su
mercantilización —tal y como se refleja en el CETA con los petróleos pesados de
Canadá, o en los documentos filtrados del TISA sobre servicios energéticos—,
cuando la
propia Agencia Internacional de la Energía (AIE) sostiene que
dos tercios de los depósitos actuales deberían quedar en el subsuelo para
alcanzar las metas internacionales.
A su vez, la muy relativa reducción del uso de
materiales y energía que pudiera conllevar una economía más digitalizada, no
compensaría ni mínimamente el incremento vinculado al ensanchamiento del
mercado capitalista a escala global. La AIE prevé que para 2050 la demanda de
energía se triplicará, a la vez que se incrementa la presión sobre otros
materiales finitos vinculados a esta 4RI. Como ha escrito Silvia Ribeiro,
la “invisible” economía digital necesitará una cantidad gigante de energía y
materiales para gestionar todos los datos previstos para 2025, equivalente
aproximadamente a dos discos duros de alta capacidad por cada persona en el
planeta.
Asistimos por tanto a un ahondamiento en la
carbonización —complementada con la ofensiva sobre las renovables desde el
“capitalismo verde”, sin alterar la matriz hegemónica— y en la materialización
de la economía, en el contexto de un cambio climático desbocado. Los conflictos
de origen ambiental proliferan, hasta el punto de que llegan a ser el 70% de
los actuales según Naciones Unidas, en un marco político en el que además
impera la carta magna corporativa sobre la búsqueda democrática del bien común.
Su implementación completa impediría el impulso a políticas de transición hacia
modelos de vida sostenibles, que sufrirían la amenaza y el permanente
amedrentamiento de los mandamientos corporativos, de las estructuras de
convergencia reguladora y de los tribunales de arbitraje.
Un colapso acelerado, en definitiva, con una
amputación de las capacidades para enfrentarlo. Un modelo capitalista en el que
los tratados comerciales, como hemos visto, demuestran su incompatibilidad con
la democracia y la
sostenibilidad. Una disyuntiva para los tiempos que se
vienen: el capital o la vida.
El autor es es
investigador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) - Paz con Dignidad.
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