Chile.
Historiador Gabriel Salazar: “Nos hemos concentrado en la protesta, pero no en
la propuesta”
En conversación con Juan Pablo Cárdenas, el Premio Nacional de
Historia abordó los cambios sociopolíticos en perspectiva histórica. En medio
de las demandas del movimiento feminista, su llamado es a convertir los
movimientos sociales de marchas en verdaderas asambleas nacionales para hacer
soberanía desde el pueblo.
Profesor, Premio
Nacional de Historia (2006), uno de los principales exponentes de la Nueva Historia Social
Chilena y autor de una veintena de libros, Gabriel Salazar se refirió a los
procesos actuales de Chile y el mundo.
En conversación con el
director de Radio y Diario Universidad de Chile, el periodista Juan Pablo
Cárdenas, abordó los cambios políticos y sociales de los últimos tiempos.
¿Estamos en un cambio de era o en una era de cambios?
Desde una perspectiva
histórica, la situación actual es muy confusa. Estamos en un tiempo profundo de
cambios, pero son cambios que trabajan subterráneamente su desarrollo y no
emergen con claridad en la superficie.
En la superficie
vivimos una especie de remolino, un círculo vicioso que es una situación
especialmente clara en Chile. Estamos como en un disco rayado, repitiendo el
mismo tema: Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, Bachelet, Piñera… claramente
un círculo vicioso que implica que no estamos avanzando y, tampoco, dando
salidas coherentes y estructurales a las presiones que vienen desde la sociedad
civil, lugar donde ocurren cambios profundos.
Cuando hablamos de
cambios profundos, los vemos desde el sentido que alguna vez planteó el PNUD.
En sus informes de desarrollo humano de inicios del 2000 postuló que en Chile
se estaba produciendo una ciudadanización de la política, precisamente por el
desgaste, el desprestigio y la crisis de representatividad que está afectando a
la clase política civil, militar y religiosa. Ante estas situaciones, la
ciudadanía tiende a actuar por sí misma.
Esto tiene distintos
aspectos y manifestaciones. La primera y más importante, la aparición del
movimiento estudiantil secundario en 2001 y 2006, donde se planteó como
consigna, sin ser lo suficientemente tomada en cuenta, que la asamblea manda y
no las cúpulas o la ley. Por
eso, en ese momento, los estudiantes plantean que no quieren dirigentes, sino
voceros que expresen lo que la asamblea decide. Si uno lo piensa hoy, eso era
un grito revolucionario que ha vuelto al revés a la política. El anuncio
fue una especie de heraldo de lo que planteó poco después el PNUD, el hecho que
la ciudadanía estaba tomando “la sartén por el mango”.
Una manifestación de
eso son los movimientos estudiantiles, después los universitarios; también los
movimientos de asambleas territoriales como Freirina o Aysén; los movimientos
como No+Afp y, ahora, el movimiento de mujeres.
En todos estos casos
vemos que hay una protagonización de estos movimientos sociales. Todos ellos,
si uno hace el balance desde 2001 hasta ahora, se plantean cómo ser
protagónicos, pero al mismo tiempo no encuentran el camino político para
imponer su voluntad, sus ideas y propuestas, entre otras cosas porque las
propuestas no están claras.
¿Cuál es tu evaluación de todo esto? Porque también tenemos la
sensación de que estas manifestaciones que explotaron en las calles,
desestabilizaron un poco la política y empezó a haber esta “alternancia” entre
Michelle Bachelet y Sebastián Piñera pero, en definitiva, vemos que estos
movimientos no han logrado ir más allá, consolidarse en un partido político,
incluso algunos que dicen que estos son las últimas expresiones de una
manifestación civil frustrada…
Es cierto, los
movimientos sociales no han tenido éxito, pero no significa que no lo van a
tener. El problema es que se ha abierto un proceso histórico, un proceso de
cambio donde no es cuestión que se decida en tres meses más con una elección,
este es un proceso abierto.
Los cambios
socioculturales, como el que vivimos en la sociedad civil, son procesos de
transformación lentos, porque son un aprendizaje: los ciudadanos estamos
aprendiendo a ser soberanos. En perspectiva histórica este es un aprendizaje
gigantesco, porque en nuestros 200 años de historia ¡nunca hemos sido
soberanos!, todo lo contrario, nos han reducido a una condición de mero
ciudadano peticionista o protestante, pero no proponente y, menos aún,
soberano.
El aprendizaje también
es lento, porque la educación pública no nos enseña a ser soberanos, la
privada, menos. Entonces, debemos hacerlo en un proceso de auto educación, lo
que toma tiempo.
Tampoco esto ha despertado la iniciativa de los políticos de
transformarse en grandes reformadores, estamos acéfalos de buenos políticos y
de un movimiento social al que le falta mucho para poder plasmarse.
La tarea que los
movimientos ciudadanos tenemos por delante con esto de la ciudadanización de la
política, es una tarea enorme. Debemos aprender a dictar leyes y constituciones
que realmente reflejen lo que el país necesita y lo que el pueblo quiere.
¡Nunca hemos tenido una Constitución legítima! ni la de 1833, ni la de 1925, ni
la de 1980. En ninguna de las tres participó la ciudadanía por elección libre y
por deliberación libre, fueron impuestas abusivamente.
El Código del Trabajo
de 1931 y el de 1979, con todas sus reformas posteriores, son otro ejemplo: en
ellos tampoco participaron los trabajadores, por lo tanto, también es
ilegítimo. El Código Civil, que es del siglo XIX, fue un dictamen de la vieja y
alta oligarquía.
Tenemos que cambiar la
Constitución política para que tengamos una democracia participativa, que es lo
que la gente quiere; tenemos que cambiar el Código del Trabajo para terminar con
el empleo precario, que alcanza al 65 por ciento de los chilenos; tenemos que
cambiar el Código Civil si queremos cambiar las relaciones humanas entre hombre
y mujer, porque ahí está la matriz del pensamiento patriarcal puro. Esas tareas
hay que hacerlas desde abajo para que alguna vez quedemos contentos con
nuestras aspiraciones, pero hoy aún no estamos capacitados para hacerlas.
¿Son las organizaciones sociales las que deben protagonizar estos
cambios o estas organizaciones debieran derivar en organizaciones políticas?
El gran problema que
tenemos los chilenos es que nos hemos acostumbrado a pensar que la política la
hacen los políticos, exclusivamente. Pensamos que la política es de los
representantes del pueblo y no del pueblo mismo. Eso es un error grave, LO
político no es más que el ejercicio de LA soberanía respecto de la comunidad
donde vives. La soberanía es una voluntad colectiva y directa, no es una
representación de voluntades.
El problema es que
nunca hemos ejercido nuestra voluntad soberana colectivamente, como pueblo,
nunca. Sí hemos aprendido a pedir, a protestar si no responden a nuestras
peticiones, a reclamar… somos más en la calle cuando pensamos en política.
Llevamos siglos
marchando: marchar, marchar y marchar, y no hemos resuelto nada. Nos hemos
concentrado en la protesta, en el reclamo, en la petición, en la denuncia, en
la acusación, pero no en la propuesta.
Otro problema es que
nuestros representantes hace mucho tiempo demostraron que no son buenos
representantes. Cuántas veces los políticos han dicho “vamos a cambiar todo”,
uno los elige, entran al sistema, constituyen clase política y no cambian nada.
¿Tiene alguna esperanza de estos sectores más jóvenes que han
ingresado al Congreso, como los del Frente Amplio, por ejemplo?
Siempre hay que tener
esperanza en los jóvenes, pero este fenómeno se ha repetido unas treinta o
cuarenta veces en la historia de Chile: Uno apoya a la juventud, esta entra al
sistema, una vez dentro se convierte en sistema y se convierte en clase
política. Entonces, uno se enoja y comienza a buscar por otro lado, genera otro
movimiento, entra otro grupo de jóvenes y se repite el fenómeno.
Mirado en perspectiva
histórica, yo sería fatalista. No creo que el Frente Amplio o los restos que
puedan quedar de la Concertación puedan, efectivamente, producir los cambios
que la gente quiere, porque -una vez dentro del sistema- el mismo sistema, con
su lógica de acuerdos, los integra.
El problema de las
democracias liberales, individualistas, es que tienen que llegar a acuerdos
entre la izquierda, el centro y la derecha. Los acuerdos, entonces, significan morigerar todas las
decisiones que hay que tomar y que el pueblo espera. Al final, no pasa nada.
Además, porque tenemos una
estructura institucional que conspira contra esta posibilidad de escuchar al
pueblo y obedecer lo que ordena. En ese sentido, un cambio a la Constitución
por algún mecanismo como una asamblea constituyente, es fundamental ¿Cree
que ese proceso está detenido con el gobierno actual?
Yo creo que se detuvo
con el gobierno de Michelle Bachelet. Evidentemente, ella captó la intención
ciudadana de producir cambios importantes en educación, en distintos ámbitos,
pero ¿cómo se trabajó eso? Todo el cambio educacional se hizo sin la
participación directa de los involucrados, se hizo entre políticos y los
llamados “expertos” en educación. Sin embargo, la mayoría de los “expertos”
nunca ha hecho clases, no conocen una sala de un colegio fiscal, antes con
cabros pobres y reventados, ahora con inmigrantes.
Se hacen las reformas
desde arriba, conversando con políticos, mirando los modelos extranjeros como
Finlandia o Ceilán (Sri Lanka). Las reformas se hacen para el pueblo, pero sin
el pueblo, y eso es nepotismo ilustrado por donde se le mire. Eso nos empantana.
Uno de los problemas
del movimiento social es que no han aprendido bien a mandar. Nunca, después de
movilizarnos, nos hemos puesto soberanos y propositivos para después elegir al
que tiene que ejecutar el mandato, eso es -en parte- porque no tenemos claras
las propuestas alternativas, no sabemos mandar.
No significa su postura una espera de porque todo esto se
derrumbe, se cierra a un proceso de transición que pudiera, paulatinamente,
darle más poder al pueblo. ¿Se tiene, necesariamente, que caer y desmoronar
esto?
No. Por sí solo no se
va a caer nunca. Siempre se están haciendo pequeñas reformas para sostener el
sistema neoliberal. Lo que estamos viviendo es un proceso profundo y que va por
abajo, que es que la ciudadanía tiene que aprender por sí misma a ser soberana
alguna vez, a tomar decisiones que signifiquen mandatos y, después, a buscar un
ejecutante que, de no cumplirlo, se le revoque su poder con juicio por
traicionar la voluntad soberana. Nunca hemos hecho eso y creo que lo estamos
aprendiendo.
¿Cuál es el rol de los
que podemos simpatizar con esa propuesta? ayudar a que este proceso se acelere,
iluminando con las investigaciones científicas que se pueden hacer, llevando la
voz de la ciencia o la teoría a las distintas comunidades locales que están
pensando desde la base primaria. Hay que construirse.
Tal como dijo un
dirigente del cobre en los años noventa: no tenemos que hacer política para
fecha fija o para elecciones, tenemos que alimentar procesos. Ahora, este es el
proceso que hay que alimentar, cada uno desde su especialidad y compromiso.
¿Esto tampoco implica que los movimientos sociales deban seguir
todas las formas en que el pueblo se manifiesta?
Según muestra la
historia, los movimientos sociales pueden ser de dos tipos: un movimiento de
masas en la calle, que nunca ha conseguido nada más que toda clase de revuelta,
o un movimiento social que- sin desconocer que puede salir a la calle- está más
preocupado de deliberar consigo mismo para proponer las soluciones que lo
afectan, y convertir esas propuestas en mandatos que se ejecuten de acuerdo a
lo pensado.
El camino, más que la
marcha en la calle, es la asamblea local, regional y nacional. En Chile esto ya
ha ocurrido antes, en dos momentos, lo que pasa es que no se enseña en los
programas oficiales de educación y más bien se cuenta como una etapa de
“anarquía”. Cada vez que la ciudadanía ha querido tomar “la sartén por el
mango” e imponer su voluntad, la han pintado de anarquía.
En los dos casos, en
las décadas de 1820 y 1920, la ciudadanía decidió imponer su voluntad soberana,
proponiendo leyes y Constituciones. Más que marchar, se reunieron en asambleas
locales y, después, se juntaron en asambleas regionales y nacionales.
Te imaginas si hoy
todos los movimientos sociales se auto convocaran a una asamblea nacional para
legislar sobre la educación, sobre la mujer, el problema del agua, la sequía…
En ese caso, la clase política quedaría en un segundo plano.
¿Cómo ve el fenómeno de los movimientos feministas? Muchas
personas piensan que las estudiantes han extremado las cosas, por ejemplo, al
interior de las universidades; tampoco reconocen que la historia de la
liberación femenina es larga y que en nuestro país ha tenido avances.
En primer lugar, creo
que hay que celebrar que exista un movimiento femenino o feminista que ha
puesto el grave problema de los abusos y la subordinación de la mujer en el
tapete. Es un movimiento necesario para ajustar la situación en este tema, pero
mirado históricamente uno podría verlo como tardío, podría haber surgido en
1990, recién conquistada la democracia.
Entre 1973 y 1990 se
produjo la mayor cantidad y masividad de abusos contra la mujer que ha tenido
la historia de Chile y, tal vez, mundial. Los que estuvimos presos, lo vimos.
No fueron acosos ni piropos, era violación, tortura y asesinatos, incluso
violencia contra los cadáveres de las mujeres. Esos crímenes han quedado
encubiertos bajo el problema de los Derechos Humanos en particular, pero debió
haberse planteado específicamente por ser el extremo del abuso sobre la mujer. Sin embargo, en
este sentido específico, no hubo movimiento contra los militares.
Creo que este
movimiento debió haberse dado masivamente en los años noventa, justamente al
calor de esta reacción que hubo en contra de la violación de los Derechos
Humanos. En ese momento, habría sido más universal, porque los llamados
movimientos feministas anteriores a 1973 fueron movimientos de mujeres
profesionales, muy vinculados a los movimientos políticos. En el periodo de la
dictadura fue también vinculado a la defensa de los DD. HH en las poblaciones,
etc.
Es la primera vez que
este movimiento aparece estrictamente de mujeres, en un sentido amplio. Mirado
históricamente, lo interesante de este movimiento es que, por primera vez son
mujeres jóvenes, antes siempre era de adultas, hoy son estudiantes. Esto tiene
ciertas características históricas porque en la universidad es la única parte
donde las mujeres que son abusadas o acosadas pueden asociarse masivamente y
constituir masa y actuar como masa. Eso es lo que ocurre hoy. Es primera vez
que el movimiento se masifica y tiene raíces locales muy potentes.
Por otro lado, la
universidad es el ámbito más fácil para pelear el tema, porque los profesores
hemos sido un blanco fácil para cualquier ataque, ya sea contra la educación o
contra cualquier cosa, más ahora que tenemos contratos de trabajo precario.
Entonces, yo creo que
está muy bien que se castigue el acoso y el abuso en la universidad, porque ahí
también suceden estas cosas, pero el movimiento debe expandirse donde las cosas
son más graves: las empresas, el mundo del trabajo en general, el Ejército, la
misma iglesia, la administración pública, etc. Por ese camino ampliar el tema
para buscar soluciones no solo locales, a través de un protocolo de la facultad
respectiva, sino llegar al mismísimo Código Civil, porque ahí comienza la
legalidad que tiene que ver con la diferenciación entre hombre y mujer.
A la luz de lo que conversamos, de la paralización que afecta a la
Universidad de Chile por el movimiento feminista, pero también respecto de la
dictación de la última ley educacional, ¿cómo está parada la educación pública
y la Universidad de Chile en particular?
Creo que la educación,
en general, atiende a tres objetivos principales: la formación de la personalidad
del niño, la transmisión de los resultados de la ciencia y la formación de los
ciudadanos para la comunidad específica donde vive. Según la situación de cada
país, uno u otro de esos objetivos se vuelve más relevante.
En el caso de Chile,
la ciudadanía está pidiendo a gritos una educación para fortalecerse como
ciudadanos. Fortalecer la educación ciudadana significa potenciar las
comunidades locales, las que demostraron mucha fuerza en Freirina o Alto Maipo,
por ejemplo.
La educación debiera
educar al ciudadano a ser como quiere, es decir, soberano, pero no lo está
haciendo porque está educando acorde al modelo de competencia que significa
formar capacidades individuales para competir con el otro, desarrollar el
proyecto personal, triunfar en la vida, ser emprendedor, etc. ¡Eso es
individualismo!
La Universidad de
Chile, según entiendo, no está en esta tarea. Te pongo un ejemplo: el lunes
pasado se lanzó la
llamada Acta de Tarapacá, donde un grupo de investigadores
denunciaron que el agua se agotó ahí y que se espera un futuro siniestro, donde
llaman a resolver el problema del agua. Lo que yo escuché ahí, cuando se
armó un debate en el que había premios nacionales y rectores, es que el Estado
debe resolverlo con mayor presupuesto para la investigación y mayor presupuesto
para la ciencia.
Entonces , así se sigue la política de que el Estado o los
políticos deben resolverlo, el Congreso hacer la ley, etc. Sin embargo, yo
pienso que a esa denuncia del agua hay que ponerle fuerza social para que se
convierta en fuerza política, porque los políticos no son fuerza social.
Plantee allí que debemos asociarnos con las comunidades locales, ahí está la
fuerza, son ellos los que están viviendo en carne propia la escasez del agua,
la privatización de la semilla o de todos los servicios públicos que garantizan
la existencia de una comunidad.
En la década de los sesenta luchamos contra la universidad
“profesionalizante”, ¿no le está pasando lo mismo a la Universidad de Chile en
sus facultades, en que se aprecian pocos esfuerzos de formar personas
conscientes, ciudadanos?
Yo lo veo en el tema
estrictamente educacional. La Universidad de Chile tiene el CIAE, que es un
centro de expertos en educación, que hacen investigaciones de gran nivel y que
se conectan con las universidad del mundo, se internacionalizan para estudiar el
modelo educativo perfecto y universal que se aplicaría en Chile, pero en la
facultad donde yo trabajaba, la
de Filosofía y Humanidades, donde está el Departamento de
Educación, se plantea un problema distinto: ahí se trabaja con las comunidades
locales y sus demandas, las que no coinciden con esta internacionalización de
la ciencia educativa.
Dentro de la misma Universidad
está el conflicto y ¿a quién favorece la Universidad? que yo sepa, que no sé
mucho, siento que al CIAE y a la internacionalización de los estudios
educativos, y no al desarrollo de comunidades locales que, por ejemplo, han
hecho sus propias reformas contra el Ministerio. Contra la
internacionalización, temas tan propios del modelo neoliberal.
Fuente: http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/06/08/chile-historiador-gabriel-salazar-nos-hemos-concentrado-en-la-protesta-pero-no-en-la-propuesta/
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