Para
nosotros y nosotras, los jóvenes del siglo XXI, la vida e historia del ángel
piquetero.
22
de junio de 2018
Por Ignacio Mattos
Herencia e invención: la figura de Darío Santillán a 16 años de la
Masacre de Avellaneda. Dossier colectivo ilustrado por Florencia Vespignani.
Quienes nacimos, crecimos o comenzamos nuestra militancia en el
período que va desde el 2003 en adelante, hemos escuchado más de una vez la
historia de los “ángeles piqueteros” Darío y Maxi .
Desde la Internet, desde el relato de nuestros padres y madres o bien de viejos
compañeros militantes, nos llegan numerosos nombres de mártires de aparentes
épocas pasadas de confrontación, de privatización, de la resistencia al
Menemato. Aníbal Verón, Teresa Rodríguez, Darío Santillan, Maxi Kosteki. También Walter Bulacio, emblema de la
lucha contra la violencia policial contra nosotros, los pibes y las pibas de
barrio.
A la par de esto, también hay una confusa idea entre lo que
significaron los 90. Para nuestros viejos los 90 fueron nuestros 2010. Los
recitales de los Redondos, ir a bailar, arrancar la facultad. Y después
llega la parte más solemne que termina en cara seria: dejar la facultad para
trabajar, el 1 a
1, perder el trabajo, el corralito y el 2001.
Después bueno, nos cuentan los “años felices”. Néstor bajando el
cuadro de Videla, volver a tener plata en el bolsillo, los planes para los
pobres, la Ley de Medios.
Y como todo lo bueno, estos años felices que también se terminan,
con la gente que “no tiene memoria” y que “vota mal”. Un millón de veces me
contaron la misma película.
Pero en el medio de todo esto y de las polémicas de los diarios y
la tele, muchos de nosotros y nosotras también arrancamos a transitar los
propios caminos. Las tomas de los colegios, los cortes en la 9 de julio, los
festivales contra el gatillo fácil, los Ni una menos. Todas estas cosas, y unas
cuantas derrotas en el medio, parecieron apuntar hacia la idea de que no
estábamos ganando la pulseada por más que el gobierno fuera Nac&Pop.
Después empezamos a revisar el pasado. Leímos La Voluntad. Leímos de la resistencia al Onganiato y de las dictaduras
previas a la del 76. Leímos del PRT y los Montoneros. Aprendimos lo que era la
Teoría de los dos Demonios. Nos pusimos a pensar si los milicos se fueron por
la Guerra de Malvinas o si atrás hubo algo más. Nos enteramos cómo aparecieron
los desocupados, los piqueteros y los movimientos sociales. Aprendimos que en
el 2001 cantaban “que se vayan todos”. Y finalmente leímos que “La Crisis causó
dos nuevas muertes” y nos indignamos.
Acá es cuando la historia nos empezó a hacer ruido. Porque después
de que nos contaron de la dictadura de Videla y del 2001, aprendimos que detrás
de todo eso estaba la lucha.
Y que en la lucha estaban los compañeros y las compañeras
poniéndole el cuerpo. Y que así como le pusieron el cuerpo, también le pusieron
los muertos.
Ahí ya es cuando se va todo al carajo y nos damos cuenta de que en
la vida no están los buenos y los malos. Aprendimos que en todo el mundo
estamos las y los de abajo, y están los de arriba. Y que los de arriba compran
acciones, cierran fábricas, manejan el precio de la soja, emiten bonos, prestan
dólares que después pagamos nosotros, se auto-perdonan deudas. Y que así como
se arrogan nuestra representatividad por 4 años, después no tienen problema en
mandarnos a la yuta cuando marchamos por pan, paz o trabajo, en arrinconarnos
en la prensa acusándonos de pendejos agitadores, en meter presos a nuestros
dirigentes ni en mandar a que nos paren por la calle por portación de rostro. Y
bueno, si en una de esas nos hacemos los locos, para eso están la policía, la
justicia y la ley. Están
la doctrina Chocobar, el protocolo antipiquetes y también los medios para hacernos creer que el enemigo está en el
pueblo y no en el gobierno. Total, el Estado somos todos, y en el peor de los
casos la próxima votamos mejor.
En fin, los de arriba negocian con la sangre derramada.
Pero por más que el sistema trate y trate de borrar la historia
con el codo, el pueblo tiene memoria. Por más que los periodistas serios y los
empresarios insistan con el fin de la historia, mientras haya opresión y
persecución el pueblo no agacha la cabeza (porque ‘aquí hay un pueblo digno’).
Y al calor de la lucha de clases, la verdad siempre se abre camino.
El asesinato y muerte de Darío
y Maxi por el gobierno de Duhalde y la Policía Bonaerense
(entre otras fuerzas), marcó un nuevo quiebre en la gobernabilidad del sistema.
Pero también es su vida la que inspira las nuevas luchas. La historia de dos
pibes de barrio que desde su corta edad y experiencia decidieron organizarse
para exigirle al sistema respuestas, marca un hecho significativo para la
generación que lee de Marx y el Che Guevara cuando la Unión Soviética ya
no existe y la única salida que nos proponen los dirigentes de la política es
el poroteo y el mal menor.
Sin embargo, y con más penas que gloria, el contexto
Latinoamericano parece patearnos la boca a todos y a todas y recordarnos que
para torcerle el brazo a los de arriba, no alcanza con ganar las elecciones.
La juventud históricamente se ha posicionado a la vanguardia del
pensamiento crítico y de los posicionamientos más radicalizados. Desde Juana
Azurduy a los 43 de Ayotzinapa. Y claro está que cada generación desarrolla sus
herramientas de lucha de acuerdo a su historia, sus aspiraciones y su contexto.
Pero dicho todo esto, a los “millenials” no nos queda ninguna duda
de que somos hijos e hijas del 2001, y de los piqueteros que plantaron
resistencia a los modelos antipopulares al servicio del capital.
En ese sentido qué mejor forma de, a 16 años de la Masacre de
Avellaneda, hacerle honor a los pibes que le cortaron el Puente Pueyrredón al
sistema en la reivindicación de la dignidad humana, sino es retomando sus
banderas y hacernos carne en su lucha, que también es nuestra lucha.
Ahora y siempre,
¡Darío y Maxi
presentes!
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/para-nosotros-y-nosotras-los-jovenes-del-siglo-xxi-la-vida-e-historia-del-angel-piquetero/
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