Si se lucha, se puede
18 de diciembre de 2017
Por Carlos Aznárez (Resumen
Latinoamericano )
Fue un día de furia en
la tiranía institucional impuesta por Mauricio Macri. Amenazaba serlo desde
prácticamente 72 horas antes cuando la Ciudad de Buenos Aires fue invadida por
miles de gendarmes, prefectos navales y policías de diversos uniformes, todos
ellos fuertemente armados, especialmente amenazantes. La excusa era defender
los intereses de los invitados de la Organización Mundial
de Comercio.
El martes se marchó
contra esa entidad que asegura el saqueo para los países más ricos y sus
amanuenses. Resultado: represión y varios detenidos. El miércoles, 200 mil
manifestantes de organizaciones sociales ocuparon el centro de la ciudad
gritando contra la OMC pero también contra las “reformas” del ajuste
neoliberal, que abarca desde robarle el dinero a los jubilados hasta retrotraer
las leyes laborales a la época de la dictadura, cuando el ministro de Economía,
Martínez de Hoz escribía el libreto que volvió a repetirse en el 2001 (con el
ministro Domingo Cavallo) y ahora resucita nuevamente con Macri y su combo
derechista.
Al final de esa gran
movilización la Gendarmería (la misma fuerza que asesinó a Santiago Maldonado
en la Patagonia) cargó fuerte contra miles de personas que trataron de llegar
hasta el Congreso. Ese fue el adelanto de lo que ocurriría el jueves, el mismo
día en que el Gobierno, en una jugarreta vergonzosa adelantó la convocatoria
parlamentaria para sacar adelante, sea como sea, la ley de reforma provisional
que condena a los más veteranos. Esos viejitos y viejitas que trabajaron toda
su vida para obtener una compensación jubilatoria miserable.
Desde la madrugada del
Día D, los alrededores del Congreso daban cuenta de que la coalición
oficialista Cambiemos estaba dispuesta a librar una guerra. Cientos de gendarmes,
prefectos navales (los mismos que asesinaron al mapuche Rafael Nahuel),
policías de uniforme y sin él, lucían parapetados tras vallas metálicas,
mostrando sus armas de manera amenazadora. El Parlamento lucía rigurosamente
controlado por donde se lo mirara, esa casa que la democracia burguesa tanto
pondera y pone de ejemplo, aparecía secuestrada por fuerzas militares que
hicieron recordar aquellos nefastos años donde el Estado de Sitio era casi una
costumbre. Tanto fue el cerrojo armado que los propios diputados que querían
acceder al recinto fueron golpeados y rociados con gas pimienta, sin ningún
tipo de sutilezas. A la luz del día y con total alevosía.
Frente a ese despliegue
de fuerza bruta, el pueblo. Las mujeres y los hombres de a pie, trabajadores,
estudiantes, miles y miles de militantes de movimientos sociales, defendiendo
con el cuerpo, frente a la jauría del dúo de la muerte Macri-Bullrich
(su ministra de Seguridad puesta a dedo por la Embajada norteamericana y el
Mossad israelí), la exigencia de que la oprobiosa ley no pasara.
Por eso, queda claro que
este jueves sumará otra página a la historia de la resistencia y la lucha
contra un gobierno que desprecia a su pueblo. Se dio nuevamente la pulseada
histórica entre la vida y la muerte, representada por este sistema capitalista
que no se detiene ante nada en su viaje por aquilatar aún más sus riquezas
surgidas del espolio y el accionar corrupto.
Frente a una multitud
que reclamaba pacíficamente, la respuesta fue descomunalmente amedrentadora. Tratando
de imponer “disciplina” a balazos, intentando que nadie se les insubordine,
pero no conocen (porque viven encerrados en sus mansiones de lujo) de lo que es
capaz este pueblo que resistió a una de las dictaduras más brutales del
continente y luego, plantó cara al despojo de las sucesivas democracias
burguesas que terminaron de destruir lo poco que los militares habían dejado en
pie. De allí, de la fuerza que solo da la idea de pelear por una causa justa
hay que sacar los elementos de análisis para entender cómo y cuánto se aguantó
esta vez la más brutal represión que se recuerda desde aquellas jornadas
históricas del 2001. Gendarmes convertidos en Robocops, desquiciados por el
odio, balearon durante horas a la multitud provocando numerosos heridos. Policías
que no se quedaban atrás en la embestida y gasearon con ácido y pimienta a todo
aquel que se les cruzaba en el camino de su vergonzosa cacería. Eran los
bulldogs del macrismo totalmente enloquecidos, golpeando a mujeres y
adolescentes, disparando a periodistas y fotógrafos, deteniendo al azar a
transeúntes o a personas que viven en situación de calle. Tenían impunidad para
hacerlo y puede decirse que disfrutaban con el dolor o el pánico que generaban
sus repetidos ataques a mansalva.
Sin embargo, la resistencia
popular dio otra muestra de coraje, y mientras miles de jóvenes se dispersaban
y volvían a plantarse estoicamente frente a las vallas en una Plaza inundada
por los gases y el humo de los contenedores de basura ardiendo, puertas adentro
del Parlamento la oposición consiguió el milagro de unirse y también presionar
para que finalmente se levantara la sesión y la aprobación de la ley quedara,
por ahora, entre paréntesis.
Cuando la noticia corrió
de boca en boca, la Plaza estalló en júbilo. Miles de voces se unieron en un
grito que define la necesidad que aflora en estas difíciles circunstancias:
“Unidad de los trabajadores, y al que no le justa, se jode, se jode”. Abrazos
fraternos y llorosos en medio de más gases y balas de goma, sonrisas de satisfacción
por haberles doblado el brazo, aunque sea momentáneamente, a quienes
representan el aspecto más siniestro de una sociedad que pretenden fascistizar
lentamente. Y hay que reconocer que en algunos sectores no les va tan mal en el
intento, ya que se escuchan voces de energúmenos que piden más represión contra
el pobrerío.
En el final un obligado
reconocimiento. De nadie más que no sea esa multitud que aguantó a pie firme en
la calle, es el mérito de haber logrado esta pequeña victoria en una guerra
declarada por los poderosos y que habrá de continuar, sin dudas. La guardia
prusiana del Gobierno, desde su rencor y malignidad siguieron durante varias
horas más su particular “combate”, atropellando, golpeando con saña y
encarcelando a quienes podían atrapar. Esos tipos no tienen arreglo. Son como
los que se vieron recientemente en Honduras, en Brasil, en Barcelona o en
Palestina. Están preparados para esa triste tarea, incentivados y protegidos,
en este caso por una ministra que ha pasado todos los límites en su accionar
represivo. Pero esta vez todo su armamento no les sirvió de nada. Enfrente,
luciendo como escudo sólo la fuerza moral que da el hecho de rebelarse contra
la injusticia, se toparon con un pueblo que va a seguir demostrando al mundo
que “aquí no se rinde nadie”.
Lo dicho, este jueves
fue un antes y un después. El gobierno de los ricos sabe que de aquí en más, no
le va a resultar tan fácil continuar con el avasallamiento de derechos y
libertades. Esta vez los de abajo le mostraron tarjeta roja.
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