La alternativa económica más razonable es democratizar
El Frente Amplio,
la ideología dominante y el mercado
23 de diciembre de 2017
Por Jorge Franco(Rebelión)
Nicolás Grau,
entrevistado por El Mostrador en su condición de coordinador económico del
Frente Amplio (FA), declaró:
“nosotros no estamos
proponiendo quitarle un rol al mercado en el grueso de la economía porque, por
lo menos desde mi perspectiva, yo creo que el mundo más de izquierda no tiene,
hasta el día de hoy, alternativas razonables para reemplazar al mercado en el
grueso de la economía. Lo
que ha propuesto el FA, y en general está acorde a lo que ha sido la tradición
de los movimientos sociales en Chile en los últimos veinte años, es que el
mercado no juegue un rol en un área específica de la economía que son los
derechos sociales, que son salud, educación, alguna dimensión de vivienda,
pensiones”.
Lo que
justificaría, entonces, la ausencia en el Programa del FA de una propuesta de
cambios más profundos en el decisivo plano económico –que es el lugar en que se
constituyen, consolidan y amplían hoy las verdaderas relaciones de poder en la
sociedad es -según Grau- la falta de "alternativas razonables para
reemplazar al mercado en el grueso de la economía"! En otros términos, si el FA no levanta objetivos anticapitalistas
no es por las dificultades y riesgos políticos que ello conlleva sino,
simplemente, porque, al parecer, viviríamos hoy, soportando algunos problemas
menores, en el mejor de los mundos posibles.
Nótese, en primer
término, que Grau, en sintonía con el lenguaje deliberadamente ambiguo de los
apologistas del sistema, al invocar equívocamente el rol del
"mercado" en la economía, en rigor elude el problema central, que es el de la lógica del capital y su
valorización, que sirve de fundamento al conjunto de las relaciones sociales
establecidas. Y tampoco es del todo claro al aludir al "grueso de la
economía" que, como todos saben, incluye actividades de un carácter y
tamaño extremadamente variado.
En
efecto, se ha hecho habitual que los economistas convencionales eviten hablar
del capitalismo y prefieran utilizar en su lugar el eufemístico término
"economía de mercado". Esto es equívoco porque si bien bajo el
capitalismo es el mercado el mecanismo a través del cual se realiza la función
clave de asignación de los recursos productivos, el mercado como mero
intercambio de bienes es algo que existe en toda sociedad en la que ya se haya
desarrollado una cierta división del trabajo. Es decir, prácticamente no hay ya
sociedades en las que no exista mercado.
Por otro lado, ¿qué
quiere significar Grau con el "grueso de la economía"? ¿La mayor
parte de las actividades productivas? Como sabemos la inmensa mayoría de tales
"emprendimientos" corresponden a actividades desarrolladas en pequeña
y mediana escala. Más aún, en los países periféricos como el nuestro estas
actividades corresponden en una importante proporción a meras estrategia de
sobrevivencia de los sectores crecientemente excluidos del sistema. Pero es
igualmente claro que las actividades económicas claves se hallan altamente
concentradas en un muy reducido número de grandes empresas.
Ahora bien, cuando Grau
nos dice que a su juicio no hay "alternativas razonables para reemplazar
al mercado en el grueso de la economía" y se limita a cuestionar la lógica
de la valorización del capital en los acotados ámbitos de aquellas prestaciones
que se reivindican como derechos sociales, lo que nos está diciendo es que no ve «alternativas razonables» al sistema de explotación
y opresión capitalista para articular el conjunto de la economía.
Su visión crítica respecto
de los males del capitalismo se evidencia así como superficial, orientada solo
a la superación de algunos de sus impactos más nefastos sobre las condiciones
de vida del pueblo trabajador. Dichos impactos negativos, que ya habían sido
atenuados en el marco del Estado de bienestar propiciado por las políticas
keynesianas de posguerra, se vieron fuertemente intensificados luego del viraje
impuesto a escala mundial por el gran capital –a través de las políticas neoliberales–
con el fin de revertir el declive generalizado de sus tasas de ganancia.
Sin
embargo, el problema de fondo no es el neoliberalismo sino el propio
capitalismo y su criterio de racionalidad económica. Es decir, el criterio que
en definitiva orienta la toma de decisiones en el campo económico y que bajo el capitalismo no es otro que el objetivo de la valorización
del capital, criterio que choca de manera permanente y de un modo cada vez más
virulento con lo que, de una manera evidente, debiese ser el criterio de
racionalidad económica en una sociedad verdaderamente civilizada: la
valorización de la vida.
En
efecto, bajo el capitalismo se invierten las prioridades
de modo que la satisfacción de las necesidades humanas, es decir la
valorización y reproducción de la vida, fin natural de toda actividad
económica, pasa a ser un simple medio para el logro de otra finalidad que,
siéndole extraña, sin embargo se impone como superior: la continua e insaciable
valorización del capital. Un objetivo que,
en rigor, no es más que el del acrecentamiento del poder social –legitimado
bajo la forma de derechos de propiedad sobre la riqueza socialmente producida–
de que actualmente disponen unos sobre otros.
Si bien es evidente que,
aguijoneado por sus presiones competitivas, el capitalismo ha evidenciado una
gran capacidad para promover un desarrollo dinámico de los conocimientos
técnicos y las capacidades productivas, es igualmente claro, para cualquiera
que observe con un mínimo de atención lo acontecido en el último siglo, que
bajo este sistema tales logros se hallan en su mayor parte controlados y operan
directamente en beneficio no de la inmensa mayoría de la población sino de una
minoría cada vez más reducida.
Se opera así una formidable contradicción entre las inmensas posibilidades
materiales hoy existentes y el magro aprovechamiento efectivo que la humanidad
logra hacer de ellas en su propio beneficio debido al inmenso poder social que
los derechos de propiedad individual otorgan a esa ínfima minoría en desmedro
de los elementales derechos, intereses y aspiraciones de la inmensa mayoría que
no puede acceder hoy a una vida digna, segura y acorde con las posibilidades ya
abiertas por el progreso científico-técnico.
Al contrario de la
imagen de extraordinaria eficiencia económica y social que la propaganda
imperante suele atribuir al capitalismo, los hechos –considerados en el real
alcance y extensión de este sistema– muestran con claridad exactamente lo
contrario: que el capitalismo no es solo un sistema económico socialmente
ineficiente, que agudiza las desigualdades de todo orden y los conflictos que
de ello derivan , sino, además,
crecientemente autodestructivo, hasta el punto de poner hoy en peligro la
propia sobrevivencia de la humanidad.
Entre los problemas más
importantes creados y recreados permanentemente por el "capitalismo
realmente existente" podemos mencionar:
a) En el plano
económico, el enorme desperdicio de recursos y la creciente destrucción del
medioambiente que resultan tanto de la competencia entre los muchos capitales
que operan en los mercados, de las absurdas crisis recurrentes que de ello
resultan y del amparo que a esos intereses particulares, artificiosamente
identificados con el interés general, brindan los Estados a través del ingente gasto
militar y una legislación que prioriza su total sintonía y sumisión a ellos.
b) En el plano social,
la inmensa e injustificable desigualdad social que la propiedad capitalista de
los medios de producción acrecienta en forma inexorable –sobre todo a escala
global– sea por la vía de la precarización que se impone sobre las condiciones
salariales y laborales de los trabajadores, o por medio de la exclusión del
empleo formal de un porcentaje cada vez mayor de la fuerza de trabajo que se ve
obligada a ensayar múltiples formas vulnerables de subsistencia.
c) En el plano político,
el tremendo poder fáctico que la propiedad de las empresas estratégicas pone en
manos de los grandes capitalistas les permite controlar por distintas vías,
legales e ilegales, el sistema político-institucional de los Estados que,
aparentando representar los intereses de la nación, fija las normas que rigen
la convivencia social y que, en defensa de los intereses que ellas cautelan,
desata brutales represiones internas así como conflictos bélicos de inédita
destructividad
d) En el plano cultural,
socava constantemente los lazos de solidaridad entre las personas y los
sentimientos de responsabilidad social, promoviendo un desquiciado
individualismo que solo vela por el propio interés concebido en forma estrecha
y socialmente descontextualizada, y por lo tanto completamente falseado, ya que
el desarrollo integral del individuo no es posible más que en el marco de una
interacción social efectivamente solidaria y productiva.
Como bien sabemos, el
sistema capitalista en que actualmente vivimos es presentado hipócritamente por
quienes se benefician de él como el reino de la libertad, la democracia y los
derechos humanos. Pero para cualquiera que conozca la historia del capitalismo
real esto no pasa de ser un simple cuento de hadas. Como señaló Marx, el
capitalismo real vino al mundo chorreando sangre y ha desatado luego las peores
masacres de que se tenga memoria.
Tan
sólo después de verse amenazado por la posibilidad de una revolución obrera que
barriera sus privilegios los capitalistas se allanaron a poner en pie, sobre
todo en los países imperialistas –cuya prosperidad en gran parte se basa en el
sometimiento y explotación despiadada de los pueblos que ellos dominan–
regímenes políticos y sociales en que los trabajadores han logrado gozar de
cierto espacio de libertades y derechos.
Pero
según Grau, no hay "alternativas razonables" al capitalismo para
"el grueso de la economía". Recordemos solamente la propuesta que la
izquierda chilena sostuvo con Allende, esto es que, en el plano económico, lo
socialmente más justo, eficaz y eficiente es un sistema económico mixto,
cimentado en diversas formas de propiedad de las empresas (social, mixta,
cooperativa o privada), pero bajo control y dirección democrática efectiva de
la nación a través de la propiedad social de las empresas estratégicas y la
planificación central y democrática de la economía en su conjunto. ¿No es ésta
una "alternativa razonable"?
La legitimidad de la
demanda de expropiación de las empresas estratégicas, como por ejemplo las de
la gran minería del cobre o del litio en el Chile de hoy, deriva del hecho de
que ellas y los recursos que explotan son en rigor "bienes sociales",
por ser fruto de un esfuerzo colectivo que recorre varias generaciones, o
bienes naturales de propiedad de la nación, y no simplemente bienes
individuales, exclusivamente fruto de un esfuerzo personal de sus actuales
propietarios.
Quienes
suelen considerar que no hay "alternativas razonables" al capitalismo
suelen hablar con gran desenvoltura del fracaso de la experiencia histórica de
economía socializada y planificada, sin que ello corresponda ni a lo que indica
la lógica ni a lo que verdaderamente señala la experiencia. La
planificación es algo tan obvio para tornar eficaz y eficiente la actividad
económica que, precisamente a partir de los grandes éxitos de la experiencia
soviética, fue también adoptada y puesta generalizadamente a su servicio por
los Estados y grandes empresas del mundo capitalista.
No hay que olvidar que
durante la década de los años 30, mientras el capitalismo experimentaba su
crisis más prolongada y profunda, llevando al fascismo y la guerra, la economía
soviética prosperaba a un ritmo sin precedentes, impulsando la rápida
industrialización que le permitirá luego derrotar a Alemania. Ello, a pesar del
bajo nivel de desarrollo del que debió partir y de los grandes estragos que le
ocasionaron la Gran guerra y la guerra civil. Los éxitos alcanzados desde
entonces por la economía planificada no tienen parangón en la historia como lo
acredita cualquier estudio serio de la información existente.
Lo que comenzó a
entrabar luego su desarrollo más complejo no fue ni la socialización de las
grandes empresas ni la planificación central, sino la falta de libertades
propias del sistema político de nuevo despotismo ilustrado ejercido por la
burocracia nacionalista y socialmente privilegiada. Ese sistema no podía menos
que impedir la indispensable participación e identificación popular con la
propiedad social, amparando con ello la discrecionalidad, opacidad,
ineficiencia y corrupción burocráticas así como a niveles claramente
injustificados de desigualdad social
El problema que socavó y
terminó por liquidar a los llamados “socialismos reales” fue por tanto de
naturaleza política y no económica, tornando necesaria una revolución
justamente política que le permitiera al pueblo ejercer una real soberanía
sobre el conjunto de las decisiones. Asimismo el grado en que se ahogaron los
incentivos a la iniciativa privada en las actividades productivas a pequeña y
mediana escala traspasó claramente los límites de lo socialmente conveniente,
incrementando el peso del lastre con que debió cargar el conjunto de la
economía.
Por lo tanto, la
alternativa económica más "razonable", es decir, socialmente más
conveniente, es democratizar. Se trata en definitiva de hacer prevalecer el
interés social sobre el individual, aunque reconociendo la legitimidad de este
último en un amplio campo de actividades. El objetivo, por tanto, es la
construcción de una economía mixta, en que los sectores de importancia
estratégica sean de propiedad social, permitiendo otras formas de propiedad,
individual o colectiva en las demás, y en que su orientación de conjunto sea
dada por una planificación democrática de la misma a través de un sistema
político pluripartidista y representativo
Chile es hoy un país
enteramente sometido al poder de los grandes grupos financieros y monopolios
transnacionales que tienen luz verde para saquear sin restricciones las
riquezas naturales existentes en su territorio, desquiciar desaprensivamente su
medioambiente natural y explotar inmisericordemente a su población, negándole
incluso la posibilidad de ejercer derechos sociales básicos como lo son el
acceso a la educación, la salud, la vivienda y la protección social.
Al no denunciar la
dictadura del capital como problema central, el
FA subordina su programa a la ideología dominante, contribuyendo a naturalizar
las relaciones de dominio y explotación sobre las cuales se erige. Una realidad
que, ante la aparente disolución de la clase trabajadora, es necesario
confrontar ante todo, precisamente, sobre el campo político, desplegando un
esfuerzo permanente por crear una conciencia y voluntad colectiva orientada a
lograr que las metas y los resultados de la actividad económica sean realmente
subordinados a los intereses mayoritarios de la sociedad.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=235588
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