América
Latina:
el péndulo se desplaza a la derecha
23 de diciembre de 2017
Por James Petras (Rebelión)
Traducido para
Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Introducción
Es evidente que en
América Latina el péndulo se ha desplazado a la derecha en los últimos años. De
esta observación surgen numerosas preguntas. ¿De qué tipo de derecha estamos
hablando? ¿Por qué prospera? ¿Son sostenibles los regímenes derechistas?
¿Quiénes son sus aliados y sus adversarios internacionales? Una vez en el
poder, ¿qué tal les ha ido y cuáles son los criterios por los que se mide su
éxito o su fracaso?
Aunque la izquierda está
en retroceso, retiene el poder en algunos estados. Surgen preguntas como:
¿Cuáles son las características de la izquierda actual? ¿Por qué algunos
regímenes se mantienen mientras otros están en decadencia o han sido
derrotados? ¿Podrá la izquierda recuperar su influencia? ¿Qué condiciones hacen
falta para ello? ¿Qué programa deben llevar para atraer al electorado?
Empezaremos examinando
el carácter y las políticas de la derecha y de la izquierda y hacia dónde se
dirigen, para concluir analizando las dinámicas de sus programas, alianzas y perspectivas
futuras.
La
derecha radical: El rostro del poder
La pretensión de los
regímenes de derechas es poner en marcha cambios estructurales: quieren
reordenar la naturaleza del Estado, las relaciones sociales y económicas, la
política exterior y las alianzas económicas. Regímenes de derecha radical
gobiernan en Brasil, Argentina, México, Colombia, Perú, Paraguay, Guatemala,
Honduras y Chile.
Los regímenes de extrema
derecha han acometido cambios bruscos algunos países, mientras en otros los van
incorporando gradualmente. Las transformaciones sufridas por Brasil y Argentina
son ejemplos de cambios extremadamente regresivos destinados a invertir la
distribución de la renta, las relaciones de propiedad, las alianzas
internacionales y las estrategias militares. El objetivo es redistribuir los ingresos de manera
ascendente, volver a concentrar la riqueza y la propiedad en el extremo superior de la pirámide social y
en elementos externosal país, y plegarse a la
doctrina imperial. Estos regímenes están dirigidos por gobernantes que hablan
abiertamente en favor de los inversores nacionales y extranjeros más poderosos
y son generosos en la adjudicación de subsidios y recursos públicos: practican
una especie de “populismo para plutócratas”.
La llegada al poder y la
consolidación de regímenes de extrema derecha en Argentina y Brasil se ha
basado en varias intervenciones decisivas, que combinan elecciones y violencia,
´purgas e incorporaciones, propaganda en los medios de comunicación de masas y
profunda corrupción.
Mauricio Macri contó con
el apoyo de los principales medios convencionales, encabezados por el grupo del
diarioClarín, así como por la prensa internacional financiera (Financial Times, Wall Street Journal). Los especuladores de Wall Street y el aparato político de
Washington en el extranjero subsidiaron su campaña electoral.
Macri, su familia, sus
amigotes y sus cómplices financieros transfirieron recursos públicos a cuentas
privadas. Los popes políticos de provincias y sus actividades clientelares se
unieron a los sectores adinerados de Buenos Aires para asegurar el voto en la capital. Una vez
elegido, el régimen de Macri transfirió 5.000 millones de dólares al conocido
especulador de Wall Street, Paul Singer firmando un crédito multimillonario,
con altos tipos de interés; multiplicó por seis el impuesto a algunos
servicios; privatizó el petróleo, el gas y terrenos públicos; y despidió a
decenas de miles de funcionarios.
Macri organizó una purga
política y la detención de dirigentes de la oposición, incluyendo a la antigua
presidenta Cristina Fernández Kirchner. Varios activistas de provincias fueron
encarcelados o incluso asesinados.
Macri ejemplifica la
figura del triunfador desde la perspectiva de Wall Street, Washington y la
élite empresarial porteña. Los salarios de los trabajadores argentinos se han
reducido. Las compañías de servicios se han asegurado los mayores beneficios de
la historia. Los
banqueros duplicaron el índice de beneficios. Los importadores se han
convertido en millonarios. Los ingresos de la agroindustria se dispararon al
reducirse sus impuestos. Pero para las pequeñas y medianas empresas argentinas,
el régimen de Macri ha sido un auténtico desastre. Miles de ellas han quebrado
a causa del elevado coste de algunos servicios y la feroz competencia de las
importaciones baratas chinas. Además de la caída de los salarios, el desempleo
y el subempleo se han duplicado y el índice de pobreza extrema se ha
triplicado.
La economía lucha por
mantenerse a flote. La financiación de la deuda no ha conseguido promover el
crecimiento, la productividad, la innovación y las exportaciones. La inversión
extranjera se ha visto favorecida, ha conseguido pingües beneficios y saca
fuera del país sus ganancias. La promesa de prosperidad apenas ha beneficiado a
un cuarto de la
población. Para debilitar el descontento público fruto de
estas medidas, el régimen ha acallado las voces de los medios independientes,
ha dado rienda suelta a las pandillas de matones que actúan contra los críticos
y ha cooptado a los jefes sindicales maleables para que rompieran las huelgas.
Las protestas públicas y
las huelgas se han multiplicado, pero el gobierno ha hecho oídos sordos y
multiplicado la
represión. Los líderes populares y los activistas han sido
estigmatizados por los gacetilleros financiados por el gobierno.
A menos que se produzca
un gran levantamiento social o un colapso económico, Macri se aprovechará de la
fragmentación de la oposición para asegurar la reelección que le permita seguir
actuando como un gánster de Wall Street. Macri está dispuesto a firmar nuevas
bases militares y acuerdos de libre comercio con EE.UU. así como a incrementar
la colaboración con la siniestra policía secreta de Israel, el Mossad.
Brasil ha puesto en
práctica las mismas políticas derechistas de Macri. Tras alzarse con el poder
mediante una operación de destitución falsaria, el gran estafador Michel Temer
procedió acto seguido a desmantelar la totalidad del sector público, congelar
los salarios por veinte años y ampliar la edad de jubilación de cinco a diez
años. Temer estuvo a la cabeza de un millar de cargos electos corruptos en el
saqueo multimillonario de la compañía estatal de petróleo y múltiples grandes
proyectos de infraestructuras.
Golpe, corrupción y
desacato quedaron ocultos por un sistema que garantiza la impunidad de los
congresistas hasta que algunos fiscales independientes investigaron, acusaron y
metieron en prisión a varias docenas de políticos, pero sin llegar a Temer. A
pesar de contar con el 95 por ciento de desaprobación popular, el presidente
Temer se mantiene en el cargo con el respaldo absoluto de Wall Street, el
Pentágono y los banqueros de Sao Paulo.
Por otra parte, en
México, el narcoestado asesino, continúan alternándose en el poder los dos
partidos ladrones, el PRI y el PAN. Miles de millones de dólares obtenidos de
manera ilícita por banqueros y mineras canadienses y estadounidenses continúan
viajando a paraísos fiscales para su conveniente lavado. Los fabricantes
mexicanos e internacionales han amasado inmensos beneficios que exportan a
cuentas en el extranjero y paraísos fiscales . El país superó su triste record
de evasión de impuestos al tiempo que ampliaba sus “zonas de libre comercio”,
sinónimo de salarios bajos e impuestos reducidos a las empresas. Millones de mexicanos
han cruzado la frontera para huir del capitalismo gansteril depredador. El
flujo de cientos de millones de dólares de beneficios propiedad de
multinacionales canadienses y estadounidenses son el resultado del “intercambio
desigual” de capital estadounidense y mano de obra mexicana, que se mantiene en
vigor gracias al fraudulento sistema electoral mexicano.
Al menos en dos
ocasiones bien documentadas, las elecciones presidenciales de 1988 y 2006, los
candidatos de izquierda Cuahtemoc Cárdenas y Manuel López Obrador ganaron con
suficiente margen a sus contrincantes, para ver como posteriormente les robaba
su triunfo un conteo fraudulento de los votos.
En Perú, los regímenes
extractivistas de derechas han alternado entre la dictadura sangrienta de
Fujimori y regímenes electorales corruptos. Lo que se mantiene sin cambios en
la política peruana es la entrega de los recursos minerales del país al capital
extranjero, la persistente corrupción y la explotación brutal de los recursos
naturales por parte de corporaciones mineras de EE.UU. y Canadá, en regiones
habitadas por comunidades indígenas.
La extrema derecha
expulsó del poder a los gobiernos electos de centro izquierda de Fernando Lugo,
en Paraguay (2008-2012) y Manuel Celaya en Honduras (2006-2009), con el apoyo
activo y la aprobación del Departamento de Estado de EE.UU. Sus
narcopresidentes ejercen ahora el poder mediante la represión contra los
movimientos populares y el asesinato de decenas de campesinos y activistas
urbanos. Este año, una elección burdamente amañada en Honduras ha asegurado la
continuidad del régimen corrupto y las bases militares estadounidenses.
La difusión de la
extrema derecha desde Centroamérica y México hasta el Cono Sur está preparando
el terreno para la reimplantación de alianzas militares con Estados Unidos y
acuerdos comerciales regionales.
El ascenso de la extrema
derecha garantiza las privatizaciones más lucrativas y los mayores beneficios
para los créditos otorgados por bancos extranjeros. La extrema derecha está
preparada para aplastar el descontento popular y los desafíos electorales con
violencia. Como mucho, permite que unas pocas élites con pretensiones
nacionalistas se vayan alternando en el poder para ofrecer una fachada de
democracia electoral.
El
giro del centro-izquierda al centro-derecha
El desplazamiento
político hacia la extrema derecha se ha extendido como una onda, y los
gobiernos nominales de centro-izquierda se han desplazado hacia el
centro-derecha.
El ejemplo más claro lo
ofrece el Uruguay gobernado por el Frente Amplio de Tabare Vázquez, y Ecuador,
con la reciente elección de Lenin Moreno de Alianza País. En ambos casos el
terreno ya había sido preparado al reconciliarse estos partidos con los
oligarcas de los partidos tradicionales derechistas. Los anteriores gobiernos
de centro-izquierda de Rafael Correa, en Ecuador, y José Mújica en Uruguay
consiguieron fomentar la inversión pública y las reformas sociales, usando una
retórica izquierdista y capitalizando el aumento global de precios y la alta
demanda de las exportaciones agrominerales para financiar sus reformas. Con la
caída de los precios mundiales y la exposición pública de los casos de
corrupción, los recién elegidos partidos de centro-izquierda nominaron a
candidatos de centro-derecha que convirtieron las campañas anticorrupción en
vehículos para la adopción de políticas económicas neoliberales.
Los nuevos presidentes
de centro-derecha marginaron a los sectores más izquierdistas de sus
respectivos partidos. En el caso de Ecuador, el partido se fraccionó y el nuevo
presidente aprovechó para cambiar sus alianzas internacionales apartándose de
la izquierda (Bolivia y Venezuela) y acercándose a Estados Unidos y la extrema
derecha, al tiempo que abandonaba el legado de su predecesor en cuanto a
programas sociales populares.
Con la caída de precios
de los productos de exportación, los regímenes de centro-derecha ofrecieron
generosos subsidios a los inversores extranjeros en agricultura y silvicultura
en Uruguay y a los propietarios de minas y exportadores en Ecuador.
Los recién convertidos
regímenes de centro-derecha se acercaron a sus homónimos ya asentados en Chile
y se unieron al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), con las
naciones asiáticas, Estados Unidos y la Unión Europea.
El centro-derecha ha
intentado manipular la retórica social de los anteriores gobiernos de
centro-izquierda con el fin de retener al electorado popular al tiempo que se
aseguraba el apoyo de las élites empresariales.
La
izquierda se desplaza hacia el centro-izquierda
El gobierno de Evo
Morales en Bolivia ha demostrado una capacidad excepcional para mantener el
crecimiento, asegurarse la reelección y neutralizar a la oposición combinando
una política exterior de izquierda radical con una economía mixta
público-privada de carácter moderado. A pesar de que Bolivia condena el
imperialismo estadounidense, las principales multinacionales del petróleo, el
gas, los metales y el litio han realizado fuertes inversiones en el país. Evo
Morales ha moderado su postura ideológica pasando del socialismo revolucionario
a una versión local de democracia liberal.
Al adoptar la economía
mixta, Evo Morales ha conseguido neutralizar cualquier hostilidad abierta de
Estados Unidos y los nuevos gobiernos de extrema derecha de la región.
Manteniendo su
independencia política, Bolivia ha integrado sus exportaciones con los
regímenes neoliberales de la
región. Los programas económicos moderados de su presidente,
la diversificación de las exportaciones minerales, la responsabilidad fiscal,
las graduales reformas sociales y el apoyo de los movimientos sociales bien
organizados han permitido la estabilidad política y la continuidad social, a
pesar de la volatilidad de los precios de las materias primas.
Los gobiernos de
izquierda de Venezuela, con Hugo Chávez y Nicolás Maduro han llevado un curso
divergente con duras consecuencias. Totalmente dependiente de los precios
internacionales del petróleo, Venezuela procedió a financiar generosos
programas asistenciales en el ámbito interno y en el exterior. Bajo el
liderazgo del presidente Chávez, Venezuela adoptó una consecuente política
antiimperialista y se opuso al acuerdo de libre comercio promovido por EE.UU.
(ALCA) con una alternativa antiimperialista, la Alianza Bolivariana
para las Américas (ALBA).
Los programas sociales
progresistas y las ayudas económicas a los aliados extranjeros, sin dedicar
recursos a diversificar la economía y los mercados ni incrementar la
producción, estaban basados en los ingresos elevados constantes procedentes de
un único y volátil producto de exportación: el petróleo.
A diferencia de la
Bolivia de Evo Morales, que edificó su poder con el respaldo de una base
popular organizada, disciplinada y con conciencia de clase, Venezuela contaba
con una alianza electoral amorfa compuesta por habitantes de los suburbios
humildes, tránsfugas de los partidos tradicionales corruptos (de todo el
espectro) y oportunistas en busca de un puesto y beneficios. La educación
política se reducía a consignas para corear, vítores al presidente y la distribución
de bienes de consumo.
Los tecnócratas y
políticos venezolanos afines al régimen ocupaban posiciones muy lucrativas,
sobre todo en el sector petrolero, y no tenían que rendir cuentas ante consejos
de trabajadores o auditorías públicas competentes. La corrupción era
generalizada y se robaron miles de millones de dólares procedentes de la
riqueza petrolera. Este saqueo era tolerado por el flujo constante de
petrodólares motivado por los elevados precios históricos y el auge de la demanda. Todo ello condujo
a un extraño escenario en el que el gobierno hablaba de socialismo y financiaba
enormes programas sociales mientras los principales bancos, la distribución de
alimentos, la importación y el transporte eran controlados por oligarcas
hostiles al régimen que se embolsaban enormes beneficios mientras fabricaban la
escasez de artículos y promovían la inflación. A pesar de todos estos problemas, los
votantes venezolanos avalaron al gobierno en una serie de victorias
electorales, sin prestar atención a los agentes de EE.UU. y los políticos de la oligarquía. Esta
dinámica de triunfos llevó al régimen a pensar que el modelo socialista
bolivariano era irrevocable.
La precipitada caída de
los precios del petróleo, de la demanda global y de los beneficios procedentes
de las exportaciones llevó a un retroceso de las importaciones y del consumo. A
diferencia de Bolivia, las reservas de divisas menguaron, el saqueo rampante de
miles de millones fue finalmente sacado a la luz y la oposición derechista
apoyada por EE.UU. recurrió a la “acción directa” violenta y al sabotaje, al
tiempo que acaparaba alimentos, bienes esenciales de consumo y medicamentos. La
escasez dio paso a un mercado negro generalizado. La corrupción del sector
público y el control que ejerce la oposición hostil de la banca privada, el
sector minorista y el industrial, con el respaldo de Estados Unidos, paralizó la economía. La economía
entró en caída libre y el apoyo electoral se ha debilitado. A pesar de los
graves problemas del régimen, la mayoría de votantes de renta baja comprendió
que sus probabilidades de sobrevivir bajo la oposición oligárquica apoyada por
EE.UU. serían todavía peores y la asediada izquierda ha continuado ganando las
elecciones regionales y municipales celebradas durante 2017.
La vulnerabilidad
económica de Venezuela y el índice de crecimiento negativo han provocado un
aumento de la deuda pública. La animadversión de los regímenes de extrema
derecha de la región y las sanciones económicas dictadas por Washington han
acentuado la escasez de alimentos y el desempleo.
Bolivia, por el
contrario, consiguió derrotar los intentos de golpe de Estado promovidos por
las élites locales y EE.UU. entre 2008 y 2010. La oligarquía regional de Santa
Cruz tuvo que decidir entre compartir sus beneficios y la estabilidad social
sellando pactos sociales (con trabajadores y campesinos, la capital y el
Estado) con el gobierno de Morales o hacer frente a una alianza del gobierno y
el movimiento sindical dispuesto a expropiar sus posesiones. Las élites optaron
por la colaboración económica manteniendo una discreta oposición electoral.
Conclusión
La izquierda ha perdido
casi todo el poder estatal. Es probable que la oposición a la extrema derecha
vaya en aumento dado el ataque grave e inflexible que están sufriendo los
ingresos y las pensiones; el aumento del coste de la vida; las graves
reducciones en los programas sociales y los ataques al empleo en el sector
público y el privado. La extrema derecha tiene varias opciones y ninguna de
ellas ofrece concesiones a la
izquierda. Han elegido reforzar las medidas policiales (la
“solución Macri”); intentan fragmentar a la oposición negociando con líderes
sindicales y políticos oportunistas; y sustituyen a los gobernantes caídos en
desgracia con nuevas caras que continúen sus mismas políticas (la solución
brasileña).
Los antiguos partidos,
movimientos y dirigentes revolucionarios de izquierda han evolucionado hacia la
política electoral, las protestas y la acción sindical. Por el momento, no
representan una alternativa política a nivel nacional.
El centro-izquierda,
especialmente en Brasil y Ecuador, está en una posición fuerte y cuenta con
líderes dinámicos (Lula Da Silva y Correa) pero tiene que enfrentarse a
acusaciones falsas promovidas por fiscales derechistas que pretenden excluirlos
de la contienda electoral. A menos que los reformistas de centro-izquierda
tomen parte en acciones de masas prolongadas y a gran escala, la extrema
derecha conseguirá debilitar su recuperación política.
El Estado imperial de
EE.UU. ha recuperado temporalmente regímenes títere, aliados militares y
recursos y mercados económicos. China y la Unión Europea se
aprovechan de las óptimas condiciones económicas que les ofrecen los regímenes
de extrema derecha. El programa militar estadounidense ha conseguido
neutralizar la oposición radical en Colombia y el régimen de Trump ha impuesto
nuevas sanciones a Cuba y Venezuela.
Pero la celebración
triunfalista del régimen de Trump es prematura: no ha logrado ninguna victoria
estratégica decisiva, a pesar de los progresos a corto plazo conseguidos en
México, Brasil y Argentina. No obstante, las grandes fugas de beneficios,
transferencias de propiedades a inversores extranjeros, tasas fiscales
favorables, bajos aranceles y las políticas de comercio todavía no han generado
nuevas infraestructuras productivas, crecimiento sostenible ni han asegurado
las bases económicas. La maximización de los beneficios y el descuido de las
inversiones en productividad e innovación para promover la demanda y los mercados
internos han provocado la bancarrota de miles de pequeños y medianos locales
comerciales e industrias. Esto se ha traducido en un aumento del desempleo
crónico y del empleo de mala calidad. La marginación y la polarización social
están creciendo a falta de liderazgo político. Esas condiciones provocaron
levantamientos “espontáneos” en Argentina en 2001, en Ecuador en 2000 y en
Bolivia en 2005.
Puede que la extrema
derecha en el poder no provoque una rebelión de la extrema izquierda, pero sus
políticas seguramente socavarán la estabilidad y la continuidad de los
regímenes actuales. Como mínimo, pueden hacer surgir cierta versión del
centro-izquierda que restaure los regímenes de bienestar y empleo actualmente
hechos pedazos.
Mientras tanto, la
extrema derecha seguirá presionando con su plan perverso que combina un
profundo retroceso del bienestar social, la degradación de la soberanía
nacional y el estancamiento económico con una formidable maximización de
beneficios.
La presente traducción
puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre
a su autor, su traductor y a Rebelión como fuente de la misma.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=235687
No hay comentarios:
Publicar un comentario