Latinoamérica,
territorio ocupado
7 de diciembre de 2017
Por Marcelo Colussi (Rebelión)
“El
rol de las fuerzas armadas de Estados Unidos será mantener la seguridad del
mundo para nuestra economía y que se mantenga abierta a nuestro ataque
cultural. Con esos objetivos, mataremos una cantidad considerable de gente.”
Ralph Peters, Armed Forces Journal, agosto de 2006
Latinoamérica y la zona del Caribe constituyen la reserva
“natural” de la geopolítica expansionista de la clase dominante de Estados
Unidos. Desde la tristemente célebre Doctrina Monroe, formulada en 1823 (“América
para los americanos”…, del Norte), la voracidad del capitalismo
estadounidense ha hecho de esta región del planeta su obligado patio trasero.
En todos los
países de esta gran zona geográfica, desde el momento mismo del nacimiento de
las aristocracias criollas, el proyecto de nación fue siempre muy débil. Estas
oligarquías y “sus” países no nacieron -distintamente a las potencias europeas,
o al propio Estados Unidos en tierra americana- al calor de un genuino proyecto
de nación sostenible, con vida propia, con vocación expansionista; por el
contrario, volcadas desde su génesis a la producción agroexportadora primaria
para mercados externos (materias primas con muy poco o ningún valor agregado),
su historia está marcada por la dependencia, incluso por el malinchismo.
Oligarquías con complejo de inferioridad, buscando siempre por fuera de sus
países los puntos de referencia, racistas y discriminadoras con respecto a los
pueblos originarios -de los que, claro está, nunca dejaron de valerse para su
acumulación como clase explotadora-, toda su historia como segmento social, y
por tanto la de los países donde ejercieron su poder, va de la mano de
potencias externas (España o Portugal primero, luego Gran Bretaña, y desde No queda ninguna duda que, en muy buena medida, el atraso comparativo y el clima de represión que han vivido los países de América Latina y del Caribe a lo largo del siglo XX y en lo que va del presente, tiene como causa la política imperial de Washington. Ello podría llevar a pensar, quizá con algo de ingenuidad, en la “perfidia” de ese país. Sería, en tal caso, el imperio más sanguinario de la historia, con mayores ansias de dominación, perverso por antonomasia.
Pero esa visión es corta, parcial, incorrecta en términos de análisis político-social. La situación concreta de Latinoamérica y su sujeción a los dictados de
El capitalismo, desde sus albores, mostró una tendencia irrefrenable: su expansión como sistema y la concentración del capital. La necesidad de mercados, nuevos y cada vez más variados y extendidos, le es intrínseca. “La tarea específica de la sociedad burguesa es el establecimiento del mercado mundial (…) y de la producción basada en ese mercado. Como el mundo es redondo, esto parece tener ya pleno sentido”, anunciaba Marx en 1858. Con el grito de “¡tierra!” proferido por Rodrigo de Triana desde el palo mayor de
Todos los continentes se interconectan comercialmente desde aquel momento, y tres siglos después ya están totalmente definidas las tendencias: Estados Unidos aparece como la potencia emergente, con una dinámica de crecimiento que supera al capitalismo europeo. Sus ansias expansionistas se hacen insaciables ya a mediados del siglo XIX (aparece
Entrado el siglo XXI, la situación se mantiene igual. Según expresara con total naturalidad Colin Powell en el 2002, entonces Secretario de Estado de
Lo que establecen los llamados “tratados de libre comercio” impuestos por
internacionales privados.
¿Por qué sucede esto? No por una maldad inmanente de los halcones
que gobiernan desde Washington; es el sistema socio-económico imperante el que
lleva a este estado de cosas. El capitalismo actual, absolutamente globalizado
y dominador completo de la escena política internacional en estos momentos,
tiene en Estados Unidos su principal exponente. Los megacapitales que manejan
el mundo siguen siendo, en fundamental medida, estadounidenses, hablan en
inglés y se rigen por el dólar. Ese capitalismo desenfrenado necesita en forma
creciente materias primas y energía. La mundialización del “ american way of live ” lleva a un consumo interminable
de recursos. Poder asegurarse esos recursos y las fuentes energéticas, otorga
la posibilidad de manejar la Humanidad. Henry
Kissinger lo dijo sin ambages en 1973: “ Controla los alimentos y
controlarás a la gente, controla el petróleo y controlarás las naciones,
controla el dinero y controlarás el mundo ”.
Esa es la consigna con la que la clase dominante de Estados Unidos maneja las
cosas. Si algo falla en ese cometido: ahí están sus poderosas fuerzas armadas
siempre listas para intervenir.
Latinoamérica entra en esa lógica de dominación global, ante todo, como proveedora de materias y primas y fuentes energéticas. El 25% de todos esos recursos que consume Estados Unidos provienen del subcontinente latinoamericano. Es imprescindible saber que de las distintas reservas planetarias, el 35% de la potencia hidroenergética, el 27% del carbón, el 24% del petróleo, el 8 % del gas y el 5% del uranio se encuentran en esta región. A lo que debe agregarse el 40% de la biodiversidad mundial y el 25% de cubierta boscosa de todo el orbe, así como importantes yacimientos de minerales estratégicos (bauxita, coltán, niobio, torio), además del hierro, fundamentales para las tecnologías de punta (incluida la militar), impulsadas en gran medida por el capitalismo estadounidense. Esa búsqueda insaciable de minerales metálicos y no metálicos, imprescindibles para los nuevos procesos productivos, ha traído como consecuencia una masiva entrada de explotaciones extractivas en toda la región, con capitales de Estados Unidos básicamente, a veces enmascarados en empresas canadienses, presuntamente más respetuosas en los cuidados medioambientales, pero siempre en la lógica de acumulación por desposesión (aniquilando biosfera, pueblos originarios y culturas ancestrales).
Debe agregarse que en esta nueva fiebre conquistadora -como en pasadas épocas coloniales- vuelve a cobrar gran importancia el oro, no tanto por su utilidad práctica en la industria, sino como posible reemplazo del dólar, dada la tendencia a la baja en el concierto internacional que presenta la moneda estadounidense. Para desgracia de sus habitantes, Latinoamérica es un enorme reservorio de este metal precioso. La actual avalancha extractivista ha disparado sus precios al alza, y su explotación intensiva no repara en daños ala ecología. Por
supuesto, el único beneficiado en todo esto es el gran capital estadounidense.
Latinoamérica entra en esa lógica de dominación global, ante todo, como proveedora de materias y primas y fuentes energéticas. El 25% de todos esos recursos que consume Estados Unidos provienen del subcontinente latinoamericano. Es imprescindible saber que de las distintas reservas planetarias, el 35% de la potencia hidroenergética, el 27% del carbón, el 24% del petróleo, el 8 % del gas y el 5% del uranio se encuentran en esta región. A lo que debe agregarse el 40% de la biodiversidad mundial y el 25% de cubierta boscosa de todo el orbe, así como importantes yacimientos de minerales estratégicos (bauxita, coltán, niobio, torio), además del hierro, fundamentales para las tecnologías de punta (incluida la militar), impulsadas en gran medida por el capitalismo estadounidense. Esa búsqueda insaciable de minerales metálicos y no metálicos, imprescindibles para los nuevos procesos productivos, ha traído como consecuencia una masiva entrada de explotaciones extractivas en toda la región, con capitales de Estados Unidos básicamente, a veces enmascarados en empresas canadienses, presuntamente más respetuosas en los cuidados medioambientales, pero siempre en la lógica de acumulación por desposesión (aniquilando biosfera, pueblos originarios y culturas ancestrales).
Debe agregarse que en esta nueva fiebre conquistadora -como en pasadas épocas coloniales- vuelve a cobrar gran importancia el oro, no tanto por su utilidad práctica en la industria, sino como posible reemplazo del dólar, dada la tendencia a la baja en el concierto internacional que presenta la moneda estadounidense. Para desgracia de sus habitantes, Latinoamérica es un enorme reservorio de este metal precioso. La actual avalancha extractivista ha disparado sus precios al alza, y su explotación intensiva no repara en daños a
La deuda externa de toda la región hipoteca
eternamente el desarrollo de los países, y sólo algunos grandes grupos locales
-en general unidos a capitales transnacionales- crecen; por el contrario, las
grandes mayorías populares, urbanas y rurales, decrecen continuamente en su
nivel de vida. Lo que no cesa es la transferencia de recursos hacia Estados
Unidos, ya sea como pago por servicio de deuda externa o como remisión de
utilidades a las casas matrices de las empresas que operan en la región.
Definitivamente, entonces, la gran potencia del norte necesita de Latinoamérica. La noción de “patio trasero” es patéticamente verídica: de aquí extrae cuantiosos recursos en la actualidad, es su reserva estratégica (Venezuela, por ejemplo, almacena en su subsuelo 300.000 millones de barriles de petróleo, suficientes para 341 años de producción al ritmo actual, o el Acuífero Guaraní, en la triple frontera argentino-brasileño-paraguaya incluyendo también a Uruguay, es una reserva de agua dulce fabulosa -en la actualidad, sólo en Brasil alrededor de 500 ciudades se surten de él-), le posibilita mano de obra barata para su producción transferida desde su territorio (maquilas, ensambladoras, call centers ) y, pese a la actual política anti-migratoria de la administración Trump sigue proporcionándole recurso humano casi regalado para la industria, el agro y servicios a través de los interminables ejércitos de indocumentados que siguen llegando a su geografía. Sin contar con el mercado cautivo que tiene para los productos que continúa elaborando en su propio país, y que obliga a consumir en Latinoamérica (piénsese en Hollywood, por ejemplo: el 85% de las películas que se ven en nuestros países provienen de Estados Unidos; o la dependencia científico-técnica en que se encuentra la región, virtual esclava institucionalizada de las “marcas registradas” de infinidad de mercaderías que llegan del norte).
Dicho de otro modo: los intereses de los grandes capitales estadounidenses necesitan de los países latinoamericanos y caribeños. Para ello controlan la región al milímetro. La controlan con diversos medios: con la manipulación injerencista en la política local, con la dependencia tecnológica, con la impagable deuda externa, con la sujeción comercial. Y cuando todo ello no alcanza, con las armas.
Tanto el Documento Santa Fe IV -clave ideológica de los actuales halcones ligados al complejo militar-industrial, que son quienes realmente fijan la política exterior- como el “Documento Estratégico para el año 2020 del Ejército de los Estados Unidos” o el Informe “Tendencias Globales
Para eso están las alrededor de 70 bases militares con alta tecnología resguardando toda Latinoamérica y el Caribe. En realidad, dada la secretividad con que se mueve esta información, no hay seguridad del número exacto de instalaciones militares estadounidenses en la región, pero es sabido que están y no dejan de crecer, lo que se complementa con
¿Por qué tanto control? Las excusas del combate al narcotráfico o al terrorismo internacional quedan cortas. La instalación más grande y poderosa se está construyendo en Honduras, muy cerca de las reservas petrolíferas de Venezuela. ¿Coincidencia? En el Chaco paraguayo se localiza
Pero no está todo perdido. Si bien Estados Unidos parece una potencia invencible, no lo es. La historia nos lo demuestra. Aunque su control sobre nuestros territorios se muestra omnímodo, siempre quedan resquicios. La historia de la Humanidad, en definitiva, es una larga, interminable lucha entre opresores y oprimidos. Y la historia ¡no está terminada!, como triunfalmente cantara el sistema hace unos años atrás, tras la caída del Muro de Berlín. Si tanto se arma el imperio para controlar, es porque sabe que en algún momento la olla de presión puede explotar. Por eso, para no quedarnos con el amargo sabor que no hay salida ante tanta dominación, recordemos a Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”.
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