Así impiden
las multinacionales que
los pequeños agricultores usen sus propias semillas
7 de diciembre de 2017
Por José López (Rebelión)
Científicos y activistas están
preocupados. Si las autoridades de competencia globales y las agencias
reguladoras permiten todas las
fusiones pendientes, alertan, el escenario más probable será que dos
de las tres primeras compañías de semillas en el mercado actuarán como una
sola. O, en otras palabras, el 60% del mercado mundial de semillas estará controlado por sólo tres empresas.
Estas tres compañías, denuncian,
tendrán la libertad para decidir los precios, las variedades y las condiciones
de crecimiento y para aumentar su influencia sobre gobiernos y en la legislación. Esto
es motivo de preocupación en varias partes, pero lo es más en las regiones
donde la seguridad alimentaria sigue siendo un reto: la mayoría de los países
africanos.
Phil Howard, profesor asociado en la
Universidad de Michigan y miembro del grupo de expertos internacionales en
sistemas alimentarios sostenibles, lleva mucho tiempo advirtiendo a la
comunidad científica y a las instituciones internacionales sobre "los
peligros" de una industria de semillas fusionada.
"Las semillas y las especies de
animales han sido de acceso libre, han sido recursos comunes desde hace miles
de años, se han desarrollado y mejorado gracias a los esfuerzos de muchas
generaciones de personas", dice Howard en su reciente libro Concentration and power in the food system.
Phil Howard ha recopilado datos sobre
el mercado global de semillas durante más de 20 años con especial atención en
EEUU. Sus cifras muestran que hay una tendencia inequívoca de fusión y
consolidación en el sector. Desde su oficina de la Universidad de Michigan,
trata de describir un posible escenario futuro. Sus respuestas son taxativas:
es muy probable que una o dos empresas acaben controlado todo el mercado.
"Con dos empresas, tienen la
apariencia de competencia, pero al estar tan próximas entre sí, mantienen los
precios altos y controlan todo el sector", dice. "Las empresas han
sido grandes desde hace varias décadas y han sido capaces de crecer aumentando
sus ventas y comprando a competidores más pequeños. Pero ahora tienen problemas
para seguir incrementando sus ventas. Como resultado, la única manera de
aumentar su cuota de mercado es comprarlo", añade.
Phil Howard se muestra preocupado por
las consecuencias de este mercado "sesgado" para los pequeños
agricultores y consumidores: los precios de las semillas se disparan, las
prácticas para guardar semillas se desinflan y se obstaculiza la diversidad. Como
ejemplo, uno de los casos que recoge en su libro: la empresa Seminis
dejó de producir 2.500 variedades de frutas y verduras, más de un tercio de
todo su catálogo, como medio de ahorro antes de ser comprada por Monsanto.
En los últimos 20 años el
mercado de semillas se ha visto azotado por oleadas de fusiones y adquisiciones
de empresas, tal y como puede verse en esta animación interactiva, elaborada
a partir de una base de datos de más de 300 empresas. Desde 1996 a 2016 el proceso de
fusión es cada vez más evidente, facilitado por un marco legal, denuncian los
expertos, más orientado hacia la protección de los derechos de propiedad
intelectual que a la consideración de los pequeños agricultores y la venta
de variedades locales y tradicionales.
Las limitaciones a guardar
semillas en Europa
Esto no sólo preocupa al pequeño nicho
de científicos y activistas involucrados: tiene también
grandes implicaciones en el acceso a alimentos suficientes, lo que se
denomina seguridad alimentaria. La diversidad en la producción de alimentos es
una de las principales armas para contrarrestar los efectos del cambio
climático, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y
la Agricultura (FAO), que ha alertado en un informe reciente de que la
tarea de alimentar a más de 9.000 millones de personas para 2050 es cada vez
más desafiante.
Las pequeñas familias de agricultores
del mundo, que producen la mayor parte de nuestros alimentos –más del 80 %
de la producción total– , son las más afectadas por las altas temperaturas, las
sequías y los desastres naturales. Pero, para ellos, la solución no se basa
solo en unas semillas y unos cultivos altamente seleccionados, caros y
exigentes en términos de insumos químicos y tecnológicos. Dicen que necesitan
innovación, pero no una que vaya, necesariamente, en la dirección de un modelo
industrial.
Hasta hace poco era normal y
perfectamente legal que los agricultores produjeran y vendieran sus semillas.
Este intercambio ha sido el pilar y la clave del desarrollo agrícola
durante siglos, pero con la llegada del desarrollo industrial al sector
agrícola, el foco se ha desplazado cada vez más hacia la especialización y la
cuota de mercado.
Las instituciones públicas, por otro
lado, han reducido su inversión en investigación, y esta ha quedado solo en
manos del sector privado. Y el marco legislativo se ha elaborado para reflejar
y hacer cumplir estas especializaciones. Las organizaciones de agricultores
temen que no haya espacio para que los pequeños productores entren en el
mercado. En la actualidad, el complejo sistema legislativo europeo, dicen, no
es completamente satisfactorio ni siquiera para las empresas.
Szonja Csorgo es una abogada húngara y
directora de la propiedad intelectual y los asuntos legales de la Asociación Europea
de Semillas (ESA), que opera desde Bruselas. La organización cuenta con más de
70 miembros directos de empresas e incluye 35 asociaciones de los Estados
miembros de la UE, como el Assosementi italiano o el APROSE español.
El esfuerzo por cambiar la ley con un
nuevo paquete en 2013 no llegó a ningún acuerdo político, y la propuesta fue
retirada por la Comisión en 2014. Por el momento, en Europa no hay más
conversaciones sobre la reforma de la ley de las semillas, aunque muchos grupos
están pidiendo una reorganización de toda la regulación.
En España, la Red de Semillas lleva
mucho tiempo haciendo campaña para promover una legislación más favorable para las
variedades locales. "En Europa no hay espacio para vender variedades
locales dentro del Registro de variedades de conservación", explica Maria
Carrascosa, agrónoma y presidenta de la red.
"Sin embargo, esto no es en
absoluto parte de una política integrada. Necesitamos una política que sea
coherente y participativa, que dé valor a las variedades locales, a su
conservación, reproducción y comercialización. El espacio para vender
variedades locales en Europa es muy pequeño y tiene un valor limitado",
prosigue.
La lucha por la soberanía
alimentaria en África
Este "limitado" margen de
maniobra que se da a los pequeños agricultores europeos para guardar semillas
ni siquiera se da a los agricultores africanos. Si bien existe un debate sobre
cómo deben cambiar las leyes europeas sobre semillas, en África las
legislaciones se ven influenciada por estos modelos europeos.
"Existe el sistema de semillas
formal y luego está lo que a nosotros nos gusta llamar el 'sistema de semillas
gestionado por los agricultores', que está controlado por los pequeños
productores que
luchan por la soberanía alimentaria dentro de un movimiento más amplio en
África", sostiene Mariam Mayet, fundadora del Centro Africano para
la Biodiversidad (ACB por sus siglas en inglés) en Sudáfrica.
El sistema oficial, añade esta
apasionada activista, está regulado por un conjunto de leyes y convenciones,
tanto en Europa como en muchos países africanos, incluyendo Sudáfrica.
Sudáfrica es uno de los pocos países
africanos que forma parte de la Unión Internacional para la Protección de
Variedades de Plantas (UPOV), una organización intergubernamental fundada en
1978 para recompensar a los agricultores por sus nuevas variedades de plantas
concediéndoles derechos de propiedad intelectual.
ACB sostiene que es
"inapropiado" tener regímenes de protección de las variedades de
plantas en los países en desarrollo, donde los pequeños agricultores a menudo
poseen y trabajan menos de una hectárea de terreno. Según indican, está
"demasiado" centralizado, socava los derechos soberanos de los
Estados miembros, debilita los derechos de los agricultores y perjudica a la
Convención sobre diversidad biológica (CBD).
La regulación de la certificación de
semillas fue uno de los factores importantes que llevaron a la creación de la Organización Nacional
de Semillas Sudafricana (SANSOR) en 1989, a la que se le fueron incorporando
progresivamente más actores de la industria de las semillas. Wynand van der
Walt, doctor en genética, ha trabajado para SANSO. A la pregunta de si es ilegal
que los pequeños agricultores guarden sus semillas, el representante de la
industria responde: "Los pequeños productores pueden guardar las semillas
o el material vegetal no protegido bajo ninguno de los derechos de propiedad
intelectual".
"La mayoría de las variedades
modernas están protegidas por el convenio de la UPOV, donde hay una cláusula
que permite a los agricultores reutilizar las semillas cosechadas para
sembrarlas y utilizarlas para su propio uso, pero está sujeto a ciertas
limitaciones. El problema comercial para las empresas de semillas no son los
pequeños productores, sino los agricultores que producen a gran escala, y esto
es lo que se está discutiendo entre agricultores y comerciales de
semillas", apunta.
"Es importante ser capaces de intercambiar
semillas"
En Sudáfrica hay dos proyectos de ley
que protegen y regulan la industria de las semillas comerciales: la Ley de los
Derechos del Productor de Semillas (PBR) y la Ley de Mejora Vegetal. La primera
tiene como objetivo estimular la innovación en el cultivo de plantas
concediendo derechos de propiedad intelectual a los agricultores y la segunda
permite que solo se vendan semillas certificadas en el mercado comercial.
La Comisión de Agricultura Sudafricana
celebró audiencias públicas estos proyectos. Sean Freeman, productor, explica
que el borrador de esta nueva ley tiene un "vacío legal", creado
expresamente para las empresas de semillas pequeñas como la suya, que permite
comerciar variedades no registradas y en pequeñas cantidades.
"El vacío al que Sean Freeman hace
referencia se encuentra en el permiso para importar y vender semillas de
variedades no registradas y con polinización abierta, antiguas (incluyendo su
herencia) y en pequeñas cantidades", dice el experto.
Este "vacío" es similar al
solicitado por muchas asociaciones europeas de agricultores. Además de la Red
de Semillas en España, muchas otras organizaciones han estado haciendo campaña
en los últimos años para recibir la misma exención. Por el momento, está sin
definir. Bela Bartha, bióloga y directora de la asociación suiza Pro Specie
Rara asegura que su objetivo es, exactamente, el de obtener "un espacio
libre, una exención hasta ciertos volúmenes de ventas".
"No estamos en contra de la idea
de tener un registro de variedades. Sin embargo, es importante ser capaces de
intercambiar e incluso comercializar semillas y recursos genéticos vegetales a
pequeña escala", prosigue.
Asimismo, Bartha no ve "una
contradicción" entre esa producción a pequeña escala en las fincas y la
colaboración con empresas, particularmente las tradicionales y las pequeñas y
medianas. "Tenemos que encontrar una manera de colaborar con empresas
dotadas de una larga experiencia, conocimiento y colecciones importantes. El
intercambio de prácticas podría ser beneficioso para todos. Necesitamos un
nicho donde el intercambio y la comercialización sean posibles",
sentencia.
Nuevas oportunidades de futuro
Pero el proceso legislativo sigue
evolucionando con enmiendas y oportunidades para proteger el sistema de
semillas de los pequeños agricultores, incluyendo nuevas leyes. Durante la
última década, varias acciones han ido encaminadas a lograr este propósito, como
el desarrollo de sistemas locales de educación y formación basados en el uso de
variedades locales y semillas de acceso libre.
Además de formar a agricultoras
incansables como Anna Molala y Maria, John Nzira también construyó en 2005 un
modelo de cultivo en Midrand, a las afueras de Johannesburgo. Este proyecto de
agricultura urbana de una hectárea es la prueba viviente de cómo se pueden
cultivar muchos productos diferentes sin tener una gran cantidad de tierra.
"Tenemos que cuidar del medio
ambiente trabajando con leyes naturales", dice Nzira. Así, en un pequeño
cultivo, diferentes componentes se ayudan entre sí para, en última instancia,
producir verduras para una familia: el estiércol de la gallina se convierte en
abono para alimentar a las plantas, las gallinas se comen los caracoles para
proteger a las plantas y las plantas, a cambio, alimentan a las gallinas y a
las personas.
La iniciativa facilita proyectos de
permacultura para pequeños agricultores del sur de África. "Identificamos
potenciales líderes de grupo en los pueblos", dice el impulsor. "El
líder es quien tiene un sistema de alimentación diversificado en su granja,
tiene pasión y está dispuesto a ayudar a otros. Encontramos a mujeres en
Limpopo que eran casi autosuficientes en alimentos", asegura.
La atención de Nzira se
centra en los pequeños agricultores "porque son quienes están produciendo
más del 70 % de los alimentos en el África subsahariana". Europa tiene un
porcentaje mucho menor de población empleada en la agricultura en comparación con
la mayoría de países africanos.
Sin embargo, el interés por las
explotaciones pequeñas, las cadenas cortas de distribución y la producción
local está creciendo en todas partes. Se han creado nuevas cadenas que
aprovechan la venta por Internet a habitantes urbanos que compran directamente
a los productores.
En muchas ciudades europeas han crecido
los mercados semanales de agricultores, donde los clientes prueban diferentes
productos, volviendo, a veces, a frutas y verduras ya olvidados. Los
consumidores están preocupados por la calidad de sus alimentos y el impacto que
la producción alimentaria tiene en el medio ambiente, por lo que está creciendo
la demanda de alimentos producidos localmente, orgánicos y accesibles.
Las redes y asociaciones de agricultores
también se han unido para promover la diversidad en el campo y en la mesa, con
un sistema productivo más sostenible. Pero la cuestión clave para la mayoría de
productores y otros actores en el nuevo movimiento alimentario sigue siendo el
acceso al producto básico, las semillas.
Los años de crisis económica también
han visto un cierto renacimiento del sector de la agricultura en Europa, con
muchos jóvenes empresarios entrando en este mercado. Las situaciones son muy
diferentes de un país a otro, debido en gran medida a un marco de ley poco
definido. Por ejemplo, en más de 10 años, la Red de Semillas española ha
construido una red activa que incluye la participación de la población urbana y
rural.
"Hay muchos agricultores jóvenes
que desean trabajar de una manera diferente. Prefieren utilizar variedades
locales y tradicionales, pero a menudo no tienen los conocimientos necesarios
para cultivar estos productos de una manera adecuada", explica Carrascosa,
coordinadora de la rama sevillana de la red. "Organizamos muchas
actividades de formación, reuniendo a agricultores jóvenes y ancianos para
facilitar la transferencia de conocimiento", apunta. La red también
fomenta la puesta en marcha de bancos de semillas comunitarios, lo que reduce
el riesgo de perder una variedad y facilita el descubrimiento de otras ya
olvidadas.
Además, tratan de presionar
políticamente para cambiar la ley y garantizar que exista un espacio para las
variedades locales. "Lo mínimo", enfatiza Carrascosa, "es que
los agricultores puedan vender sus semillas directamente en su explotación o en
un mercado local". Como en Sudáfrica, también hay espacio para la
innovación: los agricultores están cambiando el modo de utilizar las semillas
locales, cultivándolas con formas más adaptadas al clima y al suelo, lo que
puede contrarrestar los efectos de la sequía y otros problemas ambientales.
Volviendo a la tradición
Desde Sassari, en la isla italiana de
Cerdeña, Guy D'Hallewin, jefe de investigación en el Instituto de Producción
Alimenticia en el Consejo Nacional de Investigación da una visión edificante.
"Tuvimos una colección de variedades frutales en nuestros laboratorios, en
particular, de peras, manzanas y ciruelas. No se han cultivado durante los
últimos 20 años debido a que otras variedades comerciales son más productivas y
responden a las necesidades de la industria de la fruta", señala el
investigador, con el mismo entusiasmo que impulsa a Teresa Piras, que está en
un viaje de búsqueda de variedades tradicionales de Cerdeña.
"Hemos vuelto a estas
variedades tradicionales y hemos encontrado muchas características
interesantes", añade D'Hallewin, quien confía que
las "tecnologías innovadoras" pueden abrir camino a estos
cultivos tradicionales. "Las variedades antiguas tienen un perfil
nutricional muy alto, algo que nunca antes se había tenido en cuenta. Y son
resistentes a muchas enfermedades. Es más, requieren menos insumos, por lo que
su cultivo tiene un mejor impacto que las modernas. Maduran durante mucho más
tiempo, garantizando fruta fresca durante más meses".
Fuente: http://www.eldiario.es/desalambre/gobiernos-empresas-pequenos-agricultores-semillas_0_713929239.html
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