Crítica de la tesis de la
financiarización
diciembre de 2008
Por Rolando
Astarita
Desde hace años se ha ido consolidando en círculos de la izquierda
una caracterización del capitalismo actual como de hegemonía del capital
financiero por sobre el capital productivo. Por eso se habla de la etapa actual
como la etapa de la
financiarización. Se piensa que la crisis, y los problemas y
padecimientos que sufren los pueblos, se deben en lo esencial a este dominio
del capital financiero, y al parasitismo asociado al mismo. También se considera
que el crecimiento del capitalismo norteamericano en los últimos años fue sólo
hinchazón de capital ficticio y especulativo; y que la economía mundial estuvo,
en el último cuarto de siglo, en crisis abierta o larvada.
El propósito de este trabajo es demostrar que si bien la tesis de
la financiarización se basa en algunos hechos reales, los presenta de forma
unilateral y deformada, para sacar conclusiones equivocadas. Comenzamos
sintetizando las ideas centrales de la financiarización. Luego
presentamos nuestra crítica, y por último sacamos algunas conclusiones.
La tesis de la financiarización
Aunque lo más representativo de la tesis de la financiarización
son los escritos reunidos en Chesnais (1996), aquí vamos a tomarla tal
como circula en textos y discursos de la izquierda y del campo progresista en
Argentina, en especial de las facultades de Ciencias Sociales. Más que un análisis
de textos y matices particulares, nos interesa abordar sus líneas de
pensamiento fundamentales.
En lo esencial la tesis afirma que la
producción gira, a partir del triunfo de la reacción neoliberal, en torno a las
necesidades y exigencias del capital financiero. “Lo financiero” comprende a los
accionistas, los tenedores de capital dinero, los fondos de inversiones, los
bancos, las aseguradoras de riesgo y similares. Las finanzas habrían tomado las
riendas de mando a partir del “golpe” de fines de la década de 1970, con la
suba de las tasas de interés, y desde entonces el capital financiero se habría
convertido en la fracción dominante de la clase capitalista, subordinando al
capital industrial y comercial a su imperio.
De manera que, según la financiarización, lo
financiero controla a la sociedad; las instituciones financieras han reunido
los recursos líquidos disponibles, y el poder capitalista se concentra en
ellas. Todas las actividades empresariales se rigen según criterios de la
rentabilidad inmediata, por encima de criterios productivos. Los accionistas
exigen a los gerentes maximizar el valor bursátil de las empresas, y hacen
prevalecer el imperativo de la rentabilidad por sobre cualquier otra necesidad
social. Debido a que los gerentes son remunerados según la valoración bursátil
de las empresas, tienden a alinearse con los intereses de los accionistas. Para
maximizar los beneficios en el corto plazo, reestructuran empresas, echan
trabajadores, cierran sectores no rentables y eliminan capacidad productiva. La
acumulación capitalista ya no se funda en una inversión que maximice la
producción, sino que la haga rentable aun a costa de frenarla. Por el mismo
motivo las corporaciones implementan el re-engineering,
que es concentrar las actividades empresarias en las actividades en donde
tienen ventajas. Asimismo se trasladan a países que ofrecen mejores condiciones
de explotación; avanzan en la flexibilización y precarización del trabajo, y
hostigan a los sindicatos. Por eso la financiarización es la causa de que
desaparezcan las responsabilidades sociales, laborales o medioambientales.
Además, la dirección y dinámica del desarrollo no dejan lugar a dudas. Por
todos lados avanza esta hegemonía financiera. Los fondos líquidos se convierten
en propietarios de múltiples empresas; y lo financiero impone su lógica al
punto que todo el que invierte en la producción reclama rendimientos iguales a
los que se obtienen en los mercados financieros y bursátiles.
Lo anterior se combina con la idea de que se entró en una larga
etapa de estancamiento capitalista, no sólo porque los criterios financieros
van en contra de la producción, sino también porque la mayor parte del
excedente va a parar a las finanzas. La mejora de las ganancias de las últimas
décadas, en lo sustancial, fue solo para el sector financiero, parasitario y
enemigo de la
producción. La suba de las tasas de interés, se afirma,
significa una punción permanente de plusvalía, y queda menos para la
reinversión productiva. Por otra parte, la mayor parte del excedente la
retienen los accionistas, y en consecuencia bajan los beneficios retenidos por
las empresas que podrían destinarse a la inversión. Las
consecuencias son que se debilita el crecimiento, se desestabiliza la
macroeconomía y los Estados pierden el poder de regular. El capital financiero
se convierte así en un tapón que reprime y condiciona cualquier solución de la
crisis.
Además, las ganancias del capital son ficticias, porque provienen de
la valorización especulativa –sin base en la acumulación “real”– de acciones y
de otros títulos financieros. El capital productivo está dominado por el parasitismo, y
el capital ficticio es un puro costo para el capital industrial y comercial. Algunos teóricos
también piensan que el crecimiento del capital ficticio ha sostenido una
demanda artificial, y que de no haber existido ésta, el capitalismo habría
caído en una profunda depresión. Según otros defensores de la tesis del
estancamiento del capitalismo, el crecimiento del crédito es una prueba de que
el sistema capitalista está estancado a nivel global. En términos generales, y
según la tesis de la financiarización, la contradicción dominante –y en muchos
casos, la central– de la sociedad actual es la que existe entre las finanzas y
los pueblos; o entre las finanzas y el sector productivo. Si bien se reconoce
que en el fondo de la pirámide de exacción de plusvalía los que más sufren son
los trabajadores, se considera que los males sociales se acabarían en buena
medida si los pueblos pusieran límites al capital financiero.
Qué es el capital financiero
Si bien el término capital financiero es muy utilizado en la
izquierda, no existe un acuerdo general sobre qué se entiende precisamente por
el mismo. En la tradición marxista, además, la noción ha tenido diversas
interpretaciones. La expresión “capital financiero” prácticamente no se
encuentra en la obra de Marx, como señala Harvey (1990); Marx se refirió
preferentemente al capital dinerario para denotar el capital que se presta a
interés. En Lenin y Hilferding el término se utiliza para designar la fusión
entre los bancos y la industria, con predominancia del primero. Pero Lenin y
Hilferding se basaban en una situación que era común en Alemania, pero no en
Estados Unidos y Gran Bretaña. Posteriormente por capital financiero se
entendió a los bancos, financieras, fondos de inversión y similares, compañías
de seguros, más los prestamistas –tenedores de grandes sumas de capital dinero–
y los holdings, que son
los capitales que dominan un amplio espectro de empresas de diferentes ramas y
actividades, a través del control de paquetes accionarios. Frecuentemente
también se incluye dentro del capital financiero a los accionistas. Si bien
éste es un buen punto de partida para elaborar la cuestión, pensamos que son
necesarias algunas precisiones.
En primer lugar hay que distinguir entre el capital dinerario que
se presta a interés, del capital dedicado a lo que Marx llamaba “el tráfico del
dinero” (1999, t. 3, p. 343).
El capital dedicado al tráfico de dinero está
compuesto por el capital que se separa del capital global y se autonomiza, y
cuya función consiste en llevar adelante operaciones monetarias “para toda la
clase de los capitalistas industriales y comerciales” (ídem, p. 403). Se trata
de las operaciones técnicas de pago y cobro de dinero; conservación de tesoros
monetarios; saldo de balances; manejo de cuentas corrientes, movimientos
internacionales de dinero, operaciones cambiarias, y similares. A ello hay que
sumar las funciones de recibir y conceder créditos; organizar operaciones como
colocación de acciones o bonos; preparar fideicomisos y actuar como
fideicomisarios, etc. En todos los casos son empresas que reciben una tasa de
ganancia que, en promedio, debe igualar a la tasa de ganancia de cualquier otro
capital, obedeciendo al impulso de la igualación de la tasa de ganancia entre
las diferentes actividades. Los
beneficios de este capital por lo tanto deben distinguirse cuidadosamente del
interés.
La ganancia de un banco de depósitos, por
ejemplo, no proviene del
interés, sino de la diferencia entre las tasas activas y pasivas (esto es,
de las tasas a las que presta y de las tasas a las que toma depósitos). Su tasa
de ganancia está determinada por la ratio entre la suma de los beneficios y el
capital invertido, siendo este último lo invertido en instalaciones, máquinas y
otros insumos de oficina, y fuerza de trabajo. Si se trata de un banco de
inversión, su ganancia provendrá de las comisiones que cobre por colocar
títulos de deuda y acciones de primera emisión de empresas; o títulos del
Estado, y operaciones del mismo tipo. Lo mismo sucede con un corredor de bolsa;
su ganancia principal proviene de las comisiones que cobra por operar en la
bolsa.
Los capitalistas dinerarios que prestan dinero, en cambio, reciben
un interés por sus préstamos, que por lo general es menor que la tasa de
ganancia. Este interés está
determinado por la oferta y demanda de fondos en los mercados de capitales y
monetarios. El interés significa una punción sobre la tasa de ganancia del
capital, y tiende a moverse en sentido inverso al de la tasa de ganancia.
Cuando la tasa de ganancia es alta, y los negocios se desarrollan con
normalidad, la tasa de interés suele ser baja; cuando la tasa de ganancia se
debilita, y se dificulta la realización del capital mercancía, la tasa sube. Es
por esto que en momentos de crisis la tasa de interés puede afectar negativamente,
y de manera muy fuerte, a la tasa de ganancia. El capital a préstamo aparece
entonces como el capital enfrentado al capital productivo. De aquí que surja la
impresión de que la suba de la tasa de interés es la responsable de la caída
económica.
Marx pensaba que había una división
sociológica dentro de la clase capitalista, entre los capitalistas dinerarios y
los capitalistas productivos, y que los primeros podían enfrentarse, hasta
cierto punto, con los segundos. Ésta es una de las razones por las cuales los
teóricos de la financiarización sostienen que el capital financiero
–identificado ahora con el capital dinerario que se coloca a interés– es
responsable de la tendencia al estancamiento del modo de producción
capitalista, desde fines de la década de 1970, y comienzos de la década de
1980.
Si bien Marx arrancó su explicación del interés de la división
sociológica dentro de la clase capitalista apuntada, pensamos que es
necesario matizar la idea de que los prestamistas constituyen una capa
“exclusiva” de capitalistas puramente dinerarios. Es que existen muchas
empresas productivas que colocan sus excedentes líquidos a tasa de interés.
Esto se debe a que permanentemente en el proceso de acumulación del capital se
generan excedentes de dinero que deben esperar para volver a invertirse. Entre éstos figuran
los fondos de amortización del capital fijo; y los flujos de caja diarios con
los que se afrontan los pagos periódicos del capital circulante. Por eso surgen
miles de ofertas de capital dinero que provienen de la producción, o del
comercio, y buscan valorizarse colocándose a préstamo. De manera que la
distinción entre el capitalista dinerario y el capitalista industrial o
comercial, pierde nitidez. El propio Marx destacó que el capital dinerario
proviene de múltiples fuentes:
Por
lo demás, es un error considerar que los recursos de los que dispone el moderno
sistema bancario (actualmente el sistema financiero de conjunto) son solamente
los recursos de los ociosos. En primer lugar está una parte del capital que los
industriales y los comerciantes tienen momentáneamente desocupado en la forma
de dinero, como reserva monetaria o como capital que aún se ha de invertir;
vale decir capital ocioso, pero no capital de los ociosos. En segundo lugar, la
parte de los réditos y ahorros de todos, permanentes o transitoriamente
destinada a la acumulación. (Marx, 1999, t. 3, p. 781).
Teniendo en cuenta estas mediaciones, podríamos considerar
entonces que las instituciones financieras y el capital de préstamo de conjunto
forman parte de lo que comúnmente se conoce como capital financiero. Los fondos que salen
del ciclo productivo conformarían, durante el tiempo que están colocados a
interés, una parte del capital financiero.
La cuestión se hace más complicada cuando consideramos
el capital invertido en acciones, y a los accionistas.[1] En algunos pasajes Marx ha asociado de
forma bastante estrecha al capital accionario con una especie de capital dinero
a préstamo, y a los dividendos con el interés.[2] Esto porque el poseedor de acciones no
necesariamente está involucrado en la función de capitalista, y en este sentido
se acerca al capitalista dinerario. Sin embargo esta circunstancia no nos parece
suficiente para considerar al capital accionario, tomado como totalidad, como
parte del capital financiero. En primer lugar porque las
acciones dan derechos a participar en las ganancias de las empresas a través de
los dividendos, y éstos no mantienen una relación inversa con la tasa de
ganancia, como sucede con el interés. Cuando aumentan las ganancias de las
empresas, aumentan los dividendos, y viceversa; por eso durante una crisis los
dividendos tienden a desaparecer. La cuestión es importante porque desde este
punto de vista no existe el tipo de tensión que se advierte entre la tasa de
ganancia neta y el interés. Sí existe una cierta oposición entre las ganancias
retenidas por las empresas y los dividendos distribuidos a los accionistas,
esto es, entre la plusvalía destinada a la reinversión, y la plusvalía que en
principio puede gastarse como rédito. Pero es una oposición de naturaleza
distinta de la que existe entre ganancia e interés.
Pero además, y más importante, es que las acciones pueden
valorizarse, dando lugar a ganancias de capital. Esta valorización puede ser puramente
ficticia. Sin embargo no todo
incremento del precio de las acciones es ficticio, porque puede corresponderse
con un incremento del capital real que subyace a la acción.
Por ejemplo, la suba
del precio de las acciones de Microsoft a lo largo de las últimas décadas no se
debe sólo –ni tal vez principalmente– a un crecimiento del capital ficticio,
sino a una acumulación real de capital. Por eso, cuando una empresa destina una
parte de la plusvalía a acrecentar el capital, la acción puede valorizarse
porque mejoran las perspectivas de ganancias a futuro. Esto explica también que no siempre la no distribución
de dividendos por parte de las empresas es castigada por los accionistas con
ventas de títulos y bajas de sus precios. Volveremos sobre estas cuestiones
luego, pero lo importante aquí es que ésta es otra característica que distingue
al capital accionario del capital a interés. El prestamista, a diferencia del
accionista, no obtiene ningún beneficio con la valorización de la empresa
cuando ésta acumula capital.
Pero por otra parte la
situación del accionista no siempre es la de mero propietario del capital,
ya que pasado cierto umbral de la tenencia del paquete accionario –normalmente
el 5%– empieza a tener un papel en el directorio de la empresa, y puede
involucrarse en el capital en funciones. Y cuando un grupo de accionistas controla el
paquete mayoritario conduce la empresa, y ya no puede decirse que se trata de
capital financiero opuesto al capital en funciones. A su vez los directores de
empresas normalmente poseen participaciones en los paquetes accionarios y son
remunerados regularmente mediante el pago de más acciones. De la misma manera
un holding tiene participación en la conducción de muchas empresas a través del
control de porciones importantes de paquetes accionarios –supongamos, entre el
15 y 35%– y en cada una de ellas desempaña el rol de capital en funciones. He aquí otro motivo por
el cual es equivocado considerar al capital accionario de conjunto como parte
integrante del capital financiero.
Por lo tanto, y en base a lo discutido hasta
aquí, consideraremos como capital financiero a los capitales que operan en el
manejo del dinero y del crédito; al capital dinero que se presta a interés; y al capital dinero que se invierte
en carteras, pero no alcanza a participar en la gestión de las empresas.
Como puede advertirse, la línea divisoria entre capital en funciones y el
capital financiero es, en ciertos aspectos, bastante ambigua. La razón última
de esta ambigüedad se debe a que la división entre el capital dinero y el capital
en funciones se da en el marco
de una unidad, que consiste en que ambos se nutren de la plusvalía, esto
es, de la explotación del trabajo humano. No hay una muralla entre ambos tipos
de capitalistas, porque son diferentes formas que adopta el capital.
Economía capitalista, ¿crecimiento ficticio?
La idea de que el crecimiento de Estados Unidos, o de la economía
mundial, en el último cuarto de siglo, ha sido puramente especulativo y sin
sustento en la producción, registra un aspecto de la realidad, a saber, que
Estados Unidos está fuertemente endeudado, y que el crédito y las deudas han
tendido a crecer en todo el mundo. Sin embargo no es cierto que no haya habido
desarrollo de la “economía real”. Presentamos al respecto algunos datos
concluyentes.[3]
Entre 1982 y 2008 el PNB de Estados Unidos creció, en términos
reales, un 125%; entre 1982 y 1991 lo hizo un 35% y entre 1991 y 2008 un 66%.
La inversión privada fija no residencial en términos reales subió, entre 1991 y
2008 (tomando la inversión del primer trimestre, anualizada) un 150%. La
producción industrial de conjunto –que comprende manufactura, minería,
industrias de electricidad, gas y agua– entre 1980 y 2005 creció el 90%. La
producción manufacturera creció entre 1990 y 2006 el 68%, siempre en términos
reales. La producción de bienes durables lo hizo en un 135%. Entre 1990 y 1999
la producción de maquinaria industrial creció el 132%. La de vehículos de motor
y otros equipos el 60%; la de electrónica y equipos eléctricos el 300%. La
capacidad de toda la industria creció, entre 1990 y 2006, un 64%; la de la
manufactura lo hizo el 73%.[4] La productividad por hora en la
manufactura creció el 90%. Entre 1990 y 2000 se advierte un sostenido aumento
de la composición del capital, que se refleja en el aumento del consumo de capital
fijo de las corporaciones por un 87,5%. Entre 2002 y 2006 se debilitó, aunque
creció de todas formas otro 16,7%.
El crecimiento de Estados Unidos debería, a su
vez, ponerse en relación con la evolución más general de la economía
capitalista mundial. Si bien es cierto que Japón está prácticamente estancado
desde 1990, y que los países europeos crecieron a tasas bajas,[5] la economía capitalista global se ha
expandido El producto bruto mundial creció entre 1989 y 1998 a una tasa anual del
3,2%; y entre 1999 y 2008 al 4,4%.[6] Los países en desarrollo crecieron al
3,8% en el primer período, y al 6,5% en el segundo. Los industrializados lo
hicieron al 2,7% y 2,6%. Si bien la inversión se debilitó en los países
adelantados durante el último decenio, globalmente la tasa de inversión se
mantuvo relativamente alta. La inversión como porcentaje del producto bruto
mundial fue del 22,3% entre 1986 y 1993; y del 22,4% entre 1994 y 2001. En
Estados Unidos fue del 18,8 y 19,6% para esos períodos, y en los países
asiáticos en desarrollo del 31,4 y 32,4%. La formación de capital fijo creció
en los países industrializados a una tasa anual del 3,4% entre 1989 y 1998, y
del 2,6% entre 1999 y 2008. En Estados Unidos lo hizo al 4,6 y 2,2% en cada uno
de los períodos.
En términos más generales hay que destacar que el modo de
producción capitalista se extendió en los últimos 25 años a China y el sudeste
de Asia, a los territorios que ocupaban los regímenes stalinistas en el centro
y este de Europa, a los Balcanes, y a la ex Unión Soviética. En muchas de estas
economías hubo una fuerte acumulación capitalista. El volumen del comercio
mundial creció a una tasa anual del 6,7% entre 1990 y 1999; y del 7% entre 2000
y 2007. La mundialización del capital implicó también una fuerte expansión de
los movimientos de capitales. El promedio anual de los flujos de capitales
privados desde y hacia los países subdesarrollados fue, entre 2000 y 2007, de
US$ 216.000 millones.
Estos datos nos llevan a rechazar la idea de
que la economía de Estados Unidos, o la economía mundial, están estancadas
desde hace 30 años. Es debido a este crecimiento que se puede decir que la
crisis iniciada en 2007 es una crisis de sobreproducción capitalista. Hay crisis porque las fuerzas
productivas se han desarrollado y entran en contradicción con las relaciones
sociales de producción, esto es, con la propiedad privada del capital y con la
lógica que gobierna la acumulación, la tasa de ganancia. Si no hubiera
existido expansión de la producción, la dinámica de la crisis sería más
parecida a las crisis precapitalistas, o a las crisis en los sistemas de
propiedad estatizada; éstas eran crisis de carencias, debidas a la baja
producción. Las crisis de sobreproducción son lo opuesto.
Crecimiento capitalista, del crédito y las finanzas
Algunos defensores de la tesis de la financiarización sostienen
que la mejor prueba de que el sistema capitalista ha estado estancado durante
los últimos 25 ó 30 años es el crecimiento del crédito a nivel mundial durante
ese período. Plantean que el desarrollo del sector financiero y crediticio es
contradictorio con la acumulación capitalista; si crece el sistema crediticio, no
puede aumentar la acumulación de capital “real”.
El problema con este planteo es que desconoce que al desarrollarse
la acumulación capitalista se desarrolla también el crédito, y que éste es una
palanca de la acumulación.
...no hay que
olvidar... que el propio sistema de crédito es, por una parte, una forma
inminente del modo de producción capitalista, y por la otra una fuerza
impulsora de su desarrollo hacia su forma última y suprema posible (Marx, 1999,
t. 3, p. 781).
En otras palabras, el crecimiento del crédito
es consustancial al desarrollo de los mercados y de la producción capitalista.
Al extenderse la circulación, se expande el crédito que surge del comercio, y
se generan nuevos instrumentos de crédito que permiten ampliar y profundizar
los canales comerciales. También al desarrollarse la producción aumenta el giro
del capital, con lo cual aumenta la necesidad de financiamiento. Asimismo crece
la masa de capitales que deben permanecer por períodos más o menos largos en
estado líquido, destinados a la amortización.
Pero además, con la internacionalización de la
economía se potencian las necesidades de financiamiento transnacional. Con ello
crecen los bancos y otras entidades financieras dedicadas al movimiento global
de capitales. Al profundizarse los mercados nacionales, aumentan las
transacciones en divisas, y crecen los instrumentos financieros de todo tipo
para estas operaciones. Surgen también infinidad de instrumentos para intentar
protegerse –y especular– frente a variaciones de los tipos de cambio, de los
precios de las materias primas, de las tasas de interés, etc.
A su vez, al aumentar el volumen de las inversiones, se demandan
mayores sumas para el financiamiento de grandes emprendimientos. Una obra como
el túnel por debajo del Canal de la Mancha no puede hacerse sin movilizar y
centralizar enormes masas de crédito. Por todo esto no existe desarrollo de las fuerzas
productivas sin crecimiento del crédito. Tampoco
puede haber mundialización del capital sin mundialización del sistema
financiero. Por eso es una utopía pensar, como hacía Proudhon, que es
posible acabar con el crédito sin acabar con la relación social subyacente, la
propiedad privada del capital. Pero esto es lo que pretenden hacer muchos reformistas
modernos cuando piensan que los males del capitalismo podrían acabarse
suprimiendo el capital de préstamo y las finanzas.
Dado que el crédito deriva de la naturaleza del capital, se
comprenderá entonces que su crecimiento en los últimos años no es el producto,
en lo esencial, de algún “golpe de Estado” del neoliberalismo, sino de la
expansión del capital. Esto se puede advertir cuando
se analizan las tendencias de largo plazo del sistema. Por ejemplo, desde 1950 a 1982 la participación
del sistema financiero en el PNB de Estados Unidos aumentó casi un 40%; pasó de
representar el 11,4% del PNB al 15,9%. Esta época se conoce como de dominio del
keynesianismo. Luego, en el período de dominio neoliberal, de 1982 a 2007, la
participación del sistema financiero en el PNB creció otro 30%, pasando del
15,9 al 20,7%.No se aprecia por lo tanto un cambio de tendencia con la
llegada del neoliberalismo, sino una continuidad dentro de la misma línea.
Otros datos disponibles parecen apuntalar esta conclusión. A medida que se pasa
a países de más altos ingresos, o que el ingreso crece en un país, los bancos
centrales pierden importancia relativa, y aumenta el peso de la actividad
bancaria y de otras instituciones financieras. Desde la década de 1960 se
advierte en los países desarrollados un aumento de las ratios crédito privado
bancario /PNB; del crédito privado bancario y de otras instituciones
financieras/PNB; y de los pasivos líquidos/PNB. También crece en importancia
relativa el mercado accionario y los mercados de bonos; aumentan las ratios
capitalización del mercado de capitales/PNB y la de emisión de acciones/PNB.[7] En Estados Unidos la deuda no
consolidada de entidades privadas no financieras como ratio del PNB ha crecido
a una tasa de casi el 3% anual a lo largo de los últimos 50 años. De 1900 a 1939 había crecido
anualmente un 1% más rápido que el PNB; durante la Segunda Guerra
mundial esta ratio cayó, pero luego volvió a aumentar rápidamente.
Lo mismo sucede cuando se analizan países en
los que, en principio, nadie habla de “dominio del neoliberalismo”. El crédito
tiende a crecer a la par del desarrollo capitalista. El caso más ilustrativo
es China,
donde el agregado monetario M2, que comprende billetes en circulación,
depósitos a la vista y otros depósitos bancarios como porcentaje del PNB pasó
del 32% en 1978 al 186% en 2004. Y la ratio créditos/PNB pasó del 51,5% en 1978
al 130% en 2004 (Liping He, 2005). También creció el mercado accionario,
surgieron firmas que operan en títulos, empresas de inversión, mercados de
futuros para commodities y mercados de descuento de documentos.
Si bien estos mercados e instituciones financieras no terminaron de
consolidarse, la tendencia
hacia su fortalecimiento de largo plazo parece clara, en tanto siga
desarrollándose la acumulación capitalista. Algo similar puede decirse de
otros países subdesarrollados. La idea de que el crecimiento relativo del
sistema crediticio es un índice del estancamiento del capitalismo no puede
explicar estas realidades.
Naturalmente, Marx era consciente de esta relación entre el crédito y la
expansión de la acumulación del capital, así como de su naturaleza
contradictoria:
…
es precisamente el monstruoso desarrollo del sistema crediticio durante la
época de prosperidad, vale decir también el enorme incremento en la demanda de
capital en préstamo y la facilidad con que la oferta se pone a su disposición
en tales períodos, lo que produce la escasez de crédito durante el período de
estancamiento (Marx, 1999, t. 3, p. 581).
El calificativo de “monstruoso” denota una carga negativa, porque
el crédito también brinda oportunidades para la especulación desenfrenada, e
impulsa la sobreacumulación del capital. Por eso mismo se trata de un fenómeno
contradictorio. El capitalismo no se desarrolla sin que se desarrolle el sistema de
crédito, y por esto mismo encierra el potencial de contradicciones explosivas,
ya que es un mecanismo amplificador y transmisor de las crisis:
...la banca y el
crédito se convierten asimismo en el medio más poderoso para impulsar la
producción capitalista más allá de sus propios límites, y en uno de los
vehículos más eficaces de las crisis y de las estafas (ídem, p. 782).
Es ésta naturaleza contradictoria la que se pierde de vista en el
pensamiento usual sobre la financiarización.
La punción del interés sobre la ganancia
Partidarios de la tesis de la financiarización sostienen que
desde el inicio de la reforma neoliberal la tasa de interés ha ejercido una
punción permanente sobre los beneficios de las empresas productivas, y en
particular la
manufactura. El fenómeno habría sido importante en Estados Unidos, y sería
una prueba casi definitiva del dominio del capital financiero sobre el capital
productivo.
A pesar de la popularidad de esta idea, los datos no parecen
avalarla. El peso de los intereses aumentó ciertamente a partir de los inicios
de la década de 1960, después de haber permanecido extremadamente bajo desde
1940. Sin embargo la tendencia “se aplanó” desde hace tiempo, y en la década de 2000 la presión
de los intereses sobre las ganancias no fue mayor que en 1970, cuando primaba
el keynesianismo.
Para esta discusión hemos calculado la ratio beneficio
neto/beneficio bruto de las corporaciones. El beneficio neto es el beneficio
sin intereses, y el beneficio bruto es el beneficio incluidos los intereses.
Por lo tanto a menor ratio mayor peso de los intereses sobre las ganancias de
las empresas, y viceversa. El resultado (en base a las estadísticas del BEA)
que obtuvimos fue el siguiente:
Se comprueba que entre 1978 y 1982 el peso de las deudas aumentó
apreciablemente, y éste es el elemento cierto que recoge la tesis de la
financiarización en cuanto al efecto del ascenso del monetarismo en esa época. Sin embargo en 2006
era menor que en la década del setenta. Sí puede verse que en cada recesión
aumentó el efecto negativo de las deudas sobre las ganancias de las
corporaciones; la ratio disminuye apreciablemente en 1974, 1982, 1990-1992, y
2000-2002. Pero esto no es el
resultado de algún golpe del capital financiero, sino el producto de las leyes
del mercado. La tasa de interés se mueve de manera contracíclica, y alcanza
sus picos al inicio de las recesiones, cuando bajan las ganancias.
La idea del monopolio en la financiarización
Otra de las ideas de la financiarización dice
que el sector financiero tiene un poder inmenso sobre el resto del capital,
debido a que las instituciones financieras concentran los fondos destinados al
crédito, y subordinan a los capitalistas industriales y comerciales. Por lo
tanto las instituciones financieras estarían ubicadas un escalón por encima del
resto de los capitales. Se trata de una versión modificada de la tesis que
encontramos en los autores clásicos del imperialismo. Hilferding y Lenin
pensaban que la centralización del crédito en manos de los bancos permitía que
un puñado de monopolistas financieros subordinara y controlara las operaciones
industriales y comerciales de toda la sociedad. En la actualidad la concentración del
crédito en manos de las instituciones financieras, dicen algunos teóricos de la
financiarización, posibilita que los financistas, en combinación con los Bancos
Centrales de los países más poderosos, y los organismos internacionales (FMI,
Banco Mundial), impongan tasas de interés elevadas y/o condiciones de crédito
que implican una fuerte punción negativa sobre la ganancia del capital
industrial o comercial. Se trata de la tesis del predominio del monopolio,
aplicada a las tasas de interés. Un puñado de grupos financieros habría anulado
la competencia en los mercados de capitales y monetarios, y el fenómeno sería
planetario
Pero la realidad es que las
tasas de interés, y más en general las condiciones de los préstamos, no pueden
ser establecidas a voluntad por ningún grupo de banqueros o financistas. Puede darse ese
fenómeno en algún mercado particular, y durante algún lapso de tiempo, pero no
es ni puede ser una característica permanente en el capitalismo actual. La
razón es la misma que explica por qué no han podido establecerse, con carácter
general, precios de monopolio en la industria o el comercio, y tiene que ver
con el carácter contradictorio de la dinámica capitalista. Es que si por un
lado existe el impulso a la centralización de capitales, por otra parte aumenta
de forma constante el número de capitales individuales que entran en
competencia:
El
incremento del capital social se lleva a cabo a través del incremento de muchos
capitales individuales. Presuponiendo que no varíen todas las demás
circunstancias, los capitales individuales –y con ellos la concentración de los
medios de producción– crecen en la
proporción en que constituyen partes alícuotas del capital global social. Al
propio tiempo, de los capitales originarios se desgajan ramificaciones que
funcionan como nuevos capitales autónomos. (…) con la acumulación del capital
crece en mayor o menos medida el número de los capitalistas (Marx, 1999, t. 1,
p. 777).
En las diversas ramas de la economía y países constantemente
aparecen nuevos capitales que entran en competencia, a la par que otros,
incluso muy grandes, pierden terreno. Algunos consiguen posiciones muy fuertes;
pero esto no los salva de tener que enfrentar la competencia. Esto ,
que se aplica al capital industrial y comercial, también rige para el capital
dinerario, y para los bancos y otras instituciones financieras.
Siempre están surgiendo fuentes de capital líquido que se ofrecen
en los mercados monetarios y de capitales, que no pueden ser controladas por
ningún trust mundial de financistas. Los flujos
monetarios se ofertan a través de infinidad de instituciones y canales. De la
otra parte miles de demandantes de créditos ejercen su presión. Y a medida que
avanzó la globalización capitalista fueron mayores y más variadas estas fuentes
de ofertas y demanda. Por eso la idea de que los precios de los préstamos de
capital se pueden establecer a voluntad, no tiene fundamento. La tasa de interés se determina por
la competencia, por la oferta y demanda de capital, que dependen de la
velocidad de rotación de los capitales y de los ciclos de acumulación. Esto
explica por qué durante las crisis tiende a aumentar la presión de la tasa de
interés; explica también por qué no se verifica la tesis del “golpe de Estado
permanente” de las finanzas sobre la ganancia del capital productivo. Cuando el
gobierno de Venezuela cobró al gobierno argentino, en 2008, una tasa anual de
interés del 15% en dólares por un préstamos, no lo hacía por un “dictado” de
algún centro de decisiones financiero internacional, sino simplemente porque
respondía a las leyes del mercado.
Pero además, el capital industrial y comercial
tiene el poder económico suficiente para hacer “valer sus derechos” frente a
las instituciones financieras, y los prestamistas dinerarios. Desde esta
perspectiva se explica lo sucedido en los últimos años en los países más
industrializados, donde –según la tesis de la financiarización– el capital
financiero ejercería de manera más plena su “dictadura” sobre el resto del
capital. Pues bien, desde fines de la década de 1980 el sector corporativo no
financiero de los países del G-7 pasó
de ser tomador neto de préstamos de otros sectores, a ser un prestador neto.
Este fenómeno se acentuó en la década del 2000, y se manifestó en lo que se
llamó el “exceso de ahorro” de las corporaciones, esto es, de beneficios no
distribuidos descontados los gastos de capital. En 2003-2004 este exceso de
ahorro alcanzó la cifra de US$ 1,3 billones para el G-7, que representaba el
2,5% del PNB, un máximo histórico para estos países. La acumulación de cash
como porcentaje del total de activos era dos veces más alta en 2001-2004 que en
1996-2000 para las empresas no financieras de Canadá, Japón, Gran Bretaña y
Estados Unidos. Este exceso de ahorro se debió al aumento de las ganancias y a
la debilidad de la inversión, en particular en Estados Unidos y Alemania.[8].
Lo cual a su vez posibilitó el incremento de las ganancias retenidas por las
corporaciones, a pesar de los altos dividendos pagados. Es lo que Marx llamaba
una coyuntura de “plétora del capital”, como hemos recordado en otros trabajos.
Lo importante para lo que nos ocupa es que este
exceso de ahorro permitió a las empresas no financieras bajar considerablemente
su nivel de endeudamiento. Dado que el sector corporativo no financiero
tuvo excedentes financieros desde 1990 –alcanzó su nivel más alto en 2004– se
comprende que haya habido una fuerte colocación de estos excedentes en los
mercados financieros. Así las corporaciones no financieras pudieron financiarse
en base a los flujos de dinero generados internamente. Pero entonces no se
comprende cómo es que el sector financiero podría haber impuesto una tasa de
interés en base a un control monopólico del mercado. Lógicamente la alta
provisión de cash debió de generar una fuerte independencia
con respecto al capital financiero. Es un hecho que la toma neta de préstamos
por parte del sector no financiero se mantuvo extremadamente débil desde fines
de los noventa. Es difícil entonces sostener que la crisis financiera que
estalló en 2007 estaría marcando el fin de una era de “dictadura de las
finanzas sobre el capital productivo”.
¿Ganancias financieras sistemáticamente más altas?
Uno de los argumentos centrales de la financiarización es que el
sector financiero ha obtenido, a lo largo de los últimos 25 años, y gracias a
su poder monopólico, tasas de ganancia sistemáticamente más altas que el sector
industrial y comercial. Ya hemos discutido que no puede hablarse de imposición
monopólica. Sin embargo, sí parece comprobarse que las instituciones financieras, por
lo menos en Estados Unidos y algunos países industrializados, han estado entre
los sectores que han gozado de tasas de ganancia más altas. Pero nuevamente
este fenómeno parece obedecer a las leyes más generales del capitalismo, y no
debería dar lugar a pensar en algún régimen de acumulación particular.
Recordemos en primer lugar que en el modo de producción
capitalista la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia opera a través
de constantes desequilibrios. En los sectores que están en expansión, y en los
que el cambio tecnológico es intenso, tienden a ser más frecuentes las
ganancias extraordinarias. Esto atrae capitales hacia esos sectores; lo cual a
su vez muchas veces termina generando sobreproducción, alta especulación y
cracks masivos y profundos. Esta “ley” se aplica también a las empresas del
sector financiero. Durante períodos más o menos largos esta rama de la economía
puede gozar de altas tasas relativas de rentabilidad, como sucede con cualquier
otro sector que esté en expansión. Pero si la tasa de rentabilidad es muy alta,
otros capitales empiezan a fluir al sector, y en el mediando plazo la tasa de
rentabilidad baja. Con frecuencia esta baja se produce por medio de violentas
crisis que arrastran a la desvalorización masiva a los capitales, como está
ocurriendo en la
actualidad. Crisis que siguen, invariablemente, a la
sobreexpansión de la rama.
El hecho es que el sector financiero en los países
industrializados estuvo en expansión en los últimos años por las razones que ya
hemos señalado cuando discutimos la relación entre la expansión de la
acumulación capitalista (y su mundialización), y la dinámica del crédito y las
finanzas. Por este motivo los beneficios del sector financiero han tenido una
tendencia alcista en las últimas dos décadas en Estados Unidos, donde el
ingreso neto de los bancos (antes de provisiones) pasó del 0,8% del PNB en 1979
al 1,7% en 2003. Sin embargo la suba de los beneficios del sector financiero
durante los noventa no fue general ni permanente en los países capitalistas
desarrollados. Subieron en Francia, pero cayeron en Italia; y en Alemania y
Gran Bretaña parecen haber fluctuado, sin una tendencia definida. Globalmente
los beneficios de las corporaciones financieras en Europa estuvieron aplanados
o fueron declinantes en la década de 1990. Según el FMI (del que tomamos esta
información) la competencia entre instituciones financieras no bancarias parece
haber comprimido los márgenes. En cuanto a Japón, constituye un caso especial,
porque se registra un aumento de la rentabilidad bancaria debido a la
influencia de la banca pública, que intermedió una creciente masa de fondos en
la década de 1990, y estuvo fuertemente subsidiada. Los bancos privados sin
embargo sufrieron quebrantos por la crisis y los créditos incobrables. Luego,
desde inicios de la década del 2000, los beneficios de las corporaciones
financieras subieron en Europa y Estados Unidos. Pero esto se explica por la
ley económica, ya que la mejora de los beneficios se vinculó al alza del ciclo
económico. Y también hubo una menor participación de la distribución de
dividendos, en particular en los países europeos, reflejando una presión de los
mercados para que los bancos fortalecieran sus ratios de capital.
Si concentramos la atención en Estados Unidos, donde las ganancias
del sector financiero habrían sido más altas en términos relativos, podemos
comprobar que de todas maneras no
fueron sistemáticamente más altas que las de otros sectores que estuvieron en
expansión. Para este estudio hemos tomado las estadísticas de ganancias y
expansión de las 500 empresas más importantes que registra Fortune. Se comprueba que los sectores más dinámicos han
variado a lo largo de los últimos 20 años. Por ejemplo, a comienzos de la
década de 1990 las ramas de mayor crecimiento eran las de servicios de salud, y
alta tecnología (software y hardware). Luego, entre 1995 y 1997 las empresas
proveedoras de equipos de perforación, acompañando la suba de los precios de
petróleo. Hacia el final de la década la delantera la tenían las tecnológicas.
En 2001 y 2003 el liderazgo pasó a empresas constructoras de viviendas, y
financieras hipotecarias; pero también tuvieron altos desempeños farmacia,
computación (como Dell), y petroleras. Los indicadores sobre beneficios también
muestran que el sector financiero estuvo entre los de más alto rendimiento, pero no ocupó una posición
exclusiva. Obsérvese los siguientes cuadros, donde seguros, títulos y
bancos componen estrictamente el sector financiero.
Aparecen ramas del sector financiero con altas
ganancias y fuerte expansión. Es lo que refleja la tesis de la financiarización. Pero
hay que ubicar el fenómeno en el contexto de otras ramas en dinámicas y muy
rentables. Las empresas financieras han tenido fuertes beneficios en la década
de los 2000. Pero no se trató
de un fenómeno “exclusivo”, ni que haya estado por fuera de lo que tiende a
suceder en la economía capitalista “normal”.
Rédito, pluscapital y financiarización
Otra idea muy difundida entre los partidarios de la financiarización
es que la acumulación del capital se estanca debido a que una parte cada vez
mayor de la plusvalía total se destina a los accionistas, a través del pago de
dividendos –que se gastan como réditos–, y no se retiene para aumentar el
capital productivo.
Nuevamente tenemos que decir que esta idea refleja un elemento
cierto de la realidad, a saber, que el rédito constituye una parte importante
de la plusvalía, y ha sido creciente. Sin embargo de aquí no se puede deducir
mecánicamente una tendencia al estancamiento. Como vimos, hubo una acumulación
de capital relativamente importante. ¿Cómo es posible entonces que haya habido
desarrollo de las fuerzas productivas si aumentó la parte del rédito en la
plusvalía total? Para responder a esta pregunta debemos volver a los factores
que regulan la acumulación, que en absoluto se reducen a la división entre
rédito y pluscapital (la parte de la plusvalía que se acumula).
En primer lugar, porque si crece la tasa de plusvalía puede
aumentar la parte del rédito en la masa del plusvalor, sin que se vea afectado
el pluscapital. Hemos visto, en anteriores trabajos, que en Estados Unidos la
tasa de plusvalía aumentó en los últimos años. Por lo cual pudo haberse
producido un aumento de la plusvalía distribuida como rédito, sin haberse visto
afectada la acumulación.
En segundo lugar, si aumenta la productividad del trabajo, el
mismo capital variable pone en movimiento más trabajo y el mismo capital
constante se presenta en más medios
de producción, suministrando más elementos formadores de valor.
Por
ende si el valor del pluscapital se mantiene incambiado, e incluso si
disminuye, se opera una acumulación acelerada. No sólo se amplía materialmente
la escala de la reproducción, sino que la producción de plusvalor se acrecienta
más rápidamente que el valor del pluscapital (Marx, 1999, t. 1, p. 748).
En todo esto interviene la ciencia como potencia del capital. Por
supuesto, a su vez, dada la masa de plusvalía, la magnitud de la acumulación
depende de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el fondo
de consumo para el capitalista, o sea, entre el pluscapital y el rédito.
Siempre la masa de plusvalor que es posible transformar en capital es mayor que
la parte del plusvalor transformada efectivamente en capital. Pero por las
razones que hemos visto, el simple aumento de la parte dedicada a pluscapital
no indica necesariamente un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, ni una
acumulación más intensa. Por ejemplo, en los países asiáticos de rápido crecimiento
–típicamente Corea del Sur– la parte del rédito sobre el total de la plusvalía
parece haber sido sistemáticamente más pequeña que en Estados Unidos; también
la proporción de la inversión sobre el producto bruto ha sido más alta durante
las últimas décadas. Sin embargo, y debido a que buena parte de esa inversión
se realizaba en un marco tecnológicamente más atrasado, el desarrollo de las fuerzas
productivas no fue proporcional a las altas tasas de acumulación. Esto se
tradujo en menores avances de productividad, y en menor valor agregado por hora
de trabajo en la manufactura, que en los países adelantados.
Por otra parte no entendemos por qué el aumento de la proporción del
rédito en la masa de plusvalía debiera dar pie para hablar de un “nuevo” modo
de acumulación en Estados Unidos, o en otros países adelantados. Es que con el
desarrollo de la producción capitalista hay una tendencia a que aumente la
parte de la plusvalía que se reparte como rédito y se dedica al consumo:
Cuanto
más desarrollada está la producción capitalista en un país, cuanto más rápida y
masiva sea la acumulación, cuanto más rico sea dicho país, y más colosal por
consiguiente, el lujo y el derroche, tanto mayor será la diferencia (ídem, p.
730).
Lo que Marx llamaba los “gastos de
representación del capital”, el lujo y el despilfarro, son propios de un
régimen que se basa en la explotación del trabajo ajeno, y crece cuando crecen
las fuerzas productivas. Es algo inherente al capitalismo; comprende a sus
fracciones industrial, comercial y dineraria o financiera. No hay que postular
la existencia de un régimen de acumulación especial para entender este proceso.
Accionistas y ejecutivos de empresas, carácter de clase
La relación entre los accionistas y los
directorios de las empresas constituye otro de los pilares de la tesis de la financiarización. Los
accionistas favorecerían políticas de corto plazo, y al actuar así se
enfrentarían a los directorios de las empresas, representantes del capital
productivo, interesados en inversiones de largo plazo y con mayor conciencia de
los problemas sociales. Por eso los directorios conformarían una
“tecnoestructura”, sin carácter de clase definido.[9]
Esta visión es alentada por directores de
empresas, y altos funcionarios del capital. Por ejemplo Klaus Schwab, fundador y
presidente del Foro Económico Mundial –cuya asamblea anual se realiza en Davos
y reúne a parte de lo más encumbrado de la burguesía mundial– sostiene que los
directivos de las empresas no sólo deben servir a los accionistas, sino
garantizar la prosperidad de las empresas a largo plazo, y cuidar de los
intereses de los trabajadores y la sociedad. La gestión empresarial debería
centrarse en lo que llama “valores profesionales” y principios éticos, y no en
la maximización de la
ganancia. En el mismo sentido se han incorporado en algunos
países legislaciones acerca de estas responsabilidades. Por ejemplo en Gran
Bretaña se aprobó la
Companies Act 2006 que habla de la “responsabilidad social”
de los directorios, y los insta a tener en cuenta el impacto de sus
resoluciones en la comunidad y el medio ambiente, y a tomar en consideración el
interés de los trabajadores.
Sin embargo, y a pesar de las buenas intenciones proclamadas, los
problemas del capitalismo no provienen de la falta de convicciones morales de
los ejecutivos, ni de la ausencia de leyes adecuadas,sino de las relaciones
sociales objetivas en las que están inmersos los actores sociales, y que
constituyen el sustento material de las normas morales y de las estructuras
políticas y jurídicas. Como explicó alguna vez Marx, aunque los
capitalistas a nivel individual puedan tener las mejores intenciones, la lucha
competitiva los obliga a valorizar incesantemente el capital. El que no logra
cumplir con este cometido desaparece a mediano o largo plazo. Y a medida que se
extienden los mercados y entran más y más capitales en competencia, se exacerba
esta exigencia. Las crisis, y las tendencias bajistas de los precios, actúan
como otros factores que empujan en la misma dirección. Tal vez los directorios
de las empresas puedan tener más conciencia que los accionistas de las
tensiones sociales que derivan del
hambre de plusvalía, pero esto no impide que en definitiva las necesidades del
capital se impongan por sobre los imperativos éticos de la “responsabilidad
social”. Por otra parte el comportamiento de los millones de patrones medios y pequeños en todo el mundo, que precarizan
el trabajo, pagan salarios miserables e imponen condiciones laborales
espantosas, está regido por la misma lógica que anima a los accionistas y, como
veremos en seguida, también a los directores de empresas. Por eso lo que hacen
los accionistas no constituye
un rasgo distintivo del accionista en cuanto tal, sino de todo capitalista.
La búsqueda de la ganancia no es el resultado de que haya accionistas, ni de
que éstos encarnen al capital financiero, sino del hecho de que prima la
relación capitalista.
Yendo ahora específicamente al caso de los ejecutivos de empresas,
éstos son, ante todo, funcionarios del capital. Éste se valoriza por medio de
la explotación del trabajo asalariado, y el capitalista que encarna al capital
en funciones “debe” actuar en consonancia. Los
directores de empresas no son filántropos interesados en la producción de
valores de uso, sino capitalistas abocados a la explotación del trabajo
asalariado. Su función no es “técnica”, sino social.
Frente al capitalista
financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero trabajador como
capitalista, es decir, como explotador del trabajo ajeno. El salario que
reclama y obtiene por ese trabajo es exactamente igual a la cantidad de trabajo
ajeno apropiada, y depende directamente –en la medida en que se somete al
esfuerzo necesario de la explotación– del grado de explotación de dicho
trabajo, pero no del grado del esfuerzo que le cuesta esa explotación, y que
puede derivan , a cambio de un módico
pago, hacia un director (Marx, 1999, t. 3, p. 495).
En consecuencia su carácter de clase no está en el
limbo, es determinado y es capitalista. Entre directores y accionistas hay
una hermandad esencial, y sólo dentro de esta hermandad se producen tensiones,
como dentro de cualquier clase social. La teoría neoclásica ha hecho de estas
tensiones y conflictos el eje de extensas disquisiciones, que se resumen en la
problemática –estrictamente burguesa– de la relación entre principal y agente.
Esto porque los neoclásicos procuran que los directorios respondan a los
intereses de los accionistas, y no a los suyos propios. Inversamente, muchos
críticos reformistas del capitalismo están preocupados porque consideran que
los directores son trabajadores de buenas intenciones, sometidos a los
perversos fines de los parásitos accionistas. Aunque por distintas vías, y con
objetivos opuestos, ambas corrientes confluyen para colocar una problemática
que debería ser secundaria –cómo se dividen tareas y se reparten el botín dos
tipos de explotadores– en el centro de la escena.
Pero por otra parte se incurre en una visión ingenua si se piensa
que los integrantes de los directorios de las empresas surgen de la nada, por
generación espontánea. Los
directorios de las empresas son seleccionados por los accionistas, que esperan
que actúen como capitalistas. Y aun cuando se trate de ejecutivos de origen
humilde, son condicionados para que se comporten encarnando al valor en
valorización. Marx señalaba esta circunstancia con respecto al capital que
devenga interés. Éste, cuando concede crédito a un hombre sin fortuna en su
carácter de industrial o comerciante, lo hace confiando en que actuará como
capitalista. “Se le concede crédito en cuanto capitalista potencial” (ídem, p.
774). Lo mismo sucede cuando un grupo de accionistas elige a un buen “cuadro de
conducción” para que se siente en el directorio de la empresa. De esta
manera el sistema recluta gente capaz, provenientes de otros estratos de la
sociedad, y se fortalece.[10] Naturalmente, además, la mayoría de
los directores se reclutan entre las altas esferas de la clase dominante; y en
muchos casos son los propios grandes accionistas quienes asumen ese papel (véase
ejemplos concretos más abajo). Por lo demás, la función esencial de las altas
escuelas de negocios y de los postgrados en administración de empresas, es
garantizar la formación y provisión de cuadros ideológica y políticamente
preparados para responder a las necesidades del capital. El carácter de clase
de los integrantes de los directorios de empresas está determinado entonces no
sólo por la posición objetiva que ocupan, explotadores del trabajo ajeno y
apropiadores de plusvalía, sino
también por su trayectoria de clase. Se incorporan a la clase capitalista,
comparten sus objetivos, se educan según sus criterios básicos, viven de la
plusvalía y casi invariablemente pasan a compartir la propiedad, como
accionistas.
Ganancias de CEOs y accionistas en los directorios
Los accionistas poseen el capital, y reciben dividendos, o sea una
parte de la plusvalía; y participan de los beneficios que derivan de la valorización de ese capital. Los
directorios de las empresas reciben otra parte de la plusvalía, generalmente
identificada con la ganancia empresaria, acorde con el grado de explotación de
los trabajadores.[11] En la actualidad las remuneraciones de
los directorios de las empresas comprenden normalmente salarios, más
bonificaciones en dinero por aumento de la rentabilidad o ingresos de las
empresas, más opciones de compra de acciones condicionadas a las futuras subas
de su valor, más otro tipo de beneficios, como atención médica, uso de aviones
privados, etc. De conjunto conforman fabulosos ingresos. Por ejemplo, según la
revista Fortune, en 2007
los CEOs de las 500 empresas más importantes de Estados Unidos promediaron un
ingreso cada uno de US$ 10,5 millones, lo que equivalía a 344 veces el salario
de un trabajador americano promedio.Forbes hace un cálculo un poco distinto (las
discrepancias pueden deberse a las valoraciones de las ganancias provenientes
de la suba de las acciones) y concluye que los CEOs de las 500 empresas
principales se llevaron US$ 12,8 millones cada uno. A la vista de estas cifras
no podemos sino recordar a Marx cuando decía que en el fondo hay una intención
apologética al presentar a la ganancia del empresario no como plusvalor, sino
como salario del capitalista por el trabajo realizado (véase Marx, 1999, t. 3,
p. 497).
A esos salarios habría que agregar las sumas que reciben cuando
“son retirados” de sus cargos, lo que se llama “el paracaídas de oro”. Al
retirarse de Exxon el señor Lee Raymond se llevó la bonita suma de US$ 357
millones; y Robert Nardelli US$ 210 millones al dejar Nabisco. Todo lo cual ha
generado la discusión sobre qué poder habría que darle a los accionistas para
impedir estos “excesos”. En Estados Unidos los accionistas se quejan porque sus
ejecutivos ganan dos veces más que en Gran Bretaña o Alemania, y cuatro veces
más que en Corea del Sur o Japón. Tienen todo el derecho a sentirse esquilmados
e indignados. Una situación que ya Marx contemplaba:
Sobre
la base de la producción capitalista se desarrolla en las empresas por acciones
una nueva estafa con el salario administrativo, al aparecer, junto al verdadero
director (manager) y por encima de él, una serie de consejeros de
administración y supervisión para quienes, en realidad, la supervisión y la
administración son un mero pretexto para esquilmar a los accionistas y
enriquecerse (Marx, 1999, t. 3, p. 498).
Beneficios fabulosos, estafas a los accionistas, enriquecimiento
sin límites. Es la historia de los grandes fraudes que terminaron en las
bancarrotas de Enron, Parmalat, WorldCom, y otras grandes corporaciones.
Estamos en el polo opuesto de la tesis de la financiarización. Pero
no se trata de defender ahora al accionista “explotado” por los directorios,
sino de poner en evidencia la común naturaleza de clase de ambos sectores.
Por otra parte la idea de que los accionistas no se involucran en
la gestión, y que directorios independientes de los accionistas garantizarían
un capitalismo “sano”, no se sostiene cuando se analiza la articulación
concreta entre accionistas y directorios.
Para verlo, tomemos el caso de Carl Icahn, quien se ha convertido
hoy en el epítome del capital financiero depredador, enemigo del capital
“productivo”. Nuestro propósito aquí no es, por supuesto, pintar con color de
rosa a este filibustero de Wall Street, sino mostrar cómo lo que hace Icahn es,
con alguna exageración, lo mismo que hace cualquier otro capitalista.
Carl Icahn es actualmente propietario del 90% del paquete accionario
del grupo inversor American Real Estate Partners. Su patrimonio personal
rondaría los US$ 10.000 millones, una fortuna que amasó casi desde la nada
especulando en Wall Street y lanzando ofertas hostiles sobre empresas, con el
fin de hacerlas rentables. Es que Icahn se dedica a comprar acciones hasta
tener el poder suficiente para cambiar ejecutivos, e imponer sus planes de baja
de costos y valorización de las corporaciones en las que entra. A lo largo de
su vertiginosa carrera ha tomado el control, o posiciones de control, en
empresas como Nabisco, Texaco, TWA, Phillips Petroleum, Blocbuster, Western
Union, ImClone Systems, Revlon, Time Warner, Motorola.
Analicemos algunos casos en los que actuó Icahn para sacar luego
conclusiones.
Tomemos primero el caso de Time Warner, la empresa de medios más grande del mundo. En agosto de 2005 Icahn
poseía el 3% del paquete accionario, y lanzó una oferta de compra de las
acciones de Time Warner, con el objetivo de controlar la empresa, dividirla y
hacerla más rentable. Pero la propuesta no logró el apoyo de otros accionistas,
o de grandes inversores institucionales. Finalmente Icahn y el directorio
llegaron a un acuerdo, por el cual se retiraba la oferta de compra, y Warner
hacía algunas de las cosas que recomendaba Icahn para bajar costos y elevar la
rentabilidad. Aquí lo
interesante es que la posición de los accionistas no fue única, y que el propio
directorio –y así lo explicaron analistas de Wall Street– consideró que las
medidas de Icahn en absoluto eran descabelladas. Es que la empresa estaba
sufriendo la fuerte competencia de Yahoo y Google, y de todas maneras debía
encarar reformas racionalizadoras. La presión de Icahn sólo expresaba, tal vez
de manera exagerada y un poco más brutal que de costumbre, una demanda que
surgía de la misma relación capitalista. Algo similar ocurrió en Motorola, una
empresa en la que representantes de Icahn integran el directorio. Las
exigencias del accionista de bajar costos y mejorar el control de gestión
estuvieron muy relacionadas a que la empresa enfrentaba una fuerte competencia;
por ejemplo de Apple en telefonía celular.
Otro caso ilustrativo es lo sucedido con Yahoo, en la que Icahn también
disponía una parte del paquete accionario. A comienzos de 2008 Icahn atacó al
directorio porque éste se negaba a vender la empresa a Microsoft, que ofrecía
comprarla. Pero aquí no actuaba como un mero accionista en abstracto, sino como
agente de una empresa “productiva”. Se trataba de una puja en esencia entre
capitalistas “productivos”, y no específicamente de un enfrentamiento entre el
sector financiero y productivo.
Tomemos ahora el caso de Blockbuster, donde Icahn desde 2005 tiene
el control sobre tres miembros del directorio. Aquí está desempeñando un rol
activo de capitalista “en funciones”, no simplemente de “capitalista
financiero”. Lo mismo sucede en otras empresas en las que Icahn ha sentado
ejecutivos en los directorios, como ImClone Systems, de biotecnología, o en el
caso ya citado de Motorola. Apuntemos que, por otra parte, las acciones de
muchas de estas empresas no han tenido grandes desempeños con la gestión de
Icahn. Lo que normalmente hace Icahn es lo que al día de hoy –fines de 2008–
están haciendo miles de empresas en todo el mundo, acosadas por la crisis:
racionalizar, bajar costos, echar empleados, cerrar las secciones menos
rentables.
La lógica de la ganancia y la sobreacumulación
De la idea de que los directores están interesados esencialmente en
la expansión de las empresas, se desprende que si los accionistas fueran
neutralizados se abriría el terreno para un desarrollo capitalista mucho más
vigoroso y sano que el actual. De ahí también que se sostenga que la
concentración de las tenencias de acciones en un grupo, o en una familia,
favorezca la instalación de un capitalismo más humano y productivo, y con menos
crisis.
Empecemos reconociendo que, por supuesto, es
una realidad que para valorizar el capital las empresas deben desarrollar las
fuerzas productivas, esto es, la capacidad de producir valores de uso. Sin
embargo el problema que enfrenta el modo de producción capitalista es que la
producción acrecentada de valores de uso termina entrando en contradicción con
las condiciones de la valorización; lo que desemboca en la sobreacumulación de
capital y la crisis. Por
este motivo la historia del capitalismo está llena de ejemplos de
sobreacumulación y crisis, con empresas “sanamente dirigidas por grupos
familiares” y financiadas con intereses bajos. Por caso, en algunos países
asiáticos de crecimiento rápido, como Corea del Sur, los bancos estatales de
desarrollo otorgaron durante años créditos subsidiados a los grandes
conglomerados y empresas. De esta forma aumentaban el flujo de inversión por
encima de las ganancias retenidas por las empresas. La renovación de los
créditos se condicionaba a que las empresas cumplieran con parámetros de
competitividad exportadora; las empresas, a su vez, buscaban mantener el aflujo
de ese financiamiento preferencial debido a las ganancias diferenciales que
embolsaban a medida que acumulaban capital. Pero esta política llevó a
dificultades para enfrentar la lucha competitiva en los mercados mundiales, a
la sobreexpansión y el endeudamiento, y a la crisis de sobreproducción de fines
de la década de 1990. Finalmente
las empresas tuvieron que subordinar sus estrategias a la ley de hierro de la valorización. Un caso ejemplar es la historia de Doosan, que llegó a ser un gigante en
el mercado coreano de bebidas –cerveza, wisky– en la década de 1980. Para hacer
frente a un boom de la demanda, en esa época la
empresa, a igual que otras compañías coreanas, se endeudó fuertemente a fin de
aumentar la capacidad instalada. Todo el énfasis estuvo en la capacidad. Pero en
los años siguientes padeció un duro ataque de la competencia, y tuvo necesidad
de reducir los costos de manera urgente. En 1996, esto es, antes del estallido
de la crisis en Corea, Doosan estaba virtualmente en bancarrota. Hubo que
vender secciones y empresas del grupo para hacerse de cash, y se produjo un
giro hacia la producción de bienes industriales e ingeniería. A partir de 1998
la dirección de la compañía comenzó a instrumentar programas de innovación de
procesos, mejoras de perfomance y control de gastos, y a prestar mucha atención
a los balances. Aumentaron las ganancias y la capitalización bursátil, la
empresa participó en privatizaciones coreanas y devino global.Esto giro no
lo impuso alguna ofensiva de accionistas, sino las presiones del mercado, la
lógica implacable de la
competencia. Muchas otras corporaciones pasaron por experiencias
similares.
También en Japón las bajas tasas de interés de los últimos años
impulsaron a las empresas, en especial las exportadoras, hacia la
sobrecapacidad y excesiva acumulación; la historia terminó en la recesión de
2008. El modelo japonés de financiamiento bancario tampoco había impedido que
la economía se metiera en un largo estancamiento durante casi toda la década de
los noventa.
Como puede verse, las tendencias a la sobreacumulación y las crisis,
y los ajustes que les siguen, no son causadas por algún espíritu maligno que
anime a los accionistas, sino derivan
de las contradicciones propias de la economía capitalista. Naturalmente,
tampoco los accionistas impiden que se produzca la sobreacumulación de capital,
como lo demuestra la actual crisis de Estados Unidos y otros países
adelantados. Los accionistas que han perdido fortunas con las caídas de las
bolsas y el quiebre de empresas, se quejan de que los directivos, en muchos
casos, llevaron a las compañías a la sobreexpansión. Sin
embargo, en pleno auge, el que no apostaba a seguir creciendo corría el riesgo
de perder la carrera competitiva frente a las empresas rivales. Ésta es una
contradicción que recorre a todos los capitales, que nadie en el mediano o
largo plazo pueda evitar.
Por otra parte, la “plétora del capital” que hubo en los últimos
años en Estados Unidos y otros países del G-7 no se explica por una dictadura
del capital financiero sobre el capital industrial y comercial –como si este
último quisiera invertir y el capital financiero se lo impidiera absorbiendo el
excedente–sino por las contradicciones de la acumulación;
específicamente por la alta relación capital / trabajo a que se había llegado. El razonamiento común dice que la
inversión era débil porque el capital financiero se imponía, pero la realidad
es que el capital financiero crecía porque la inversión era débil. Sucede
lo que apuntaba Marx, que “en el sistema crediticio moderno el capital que
devenga interés se adecua a las condiciones de la producción capitalista” (Marx,
1999, t. 3 p. 773). En la sociedad precapitalista sucedía al revés, ya que la
usura se adhería al modo de producción como un parásito, succionándolo y
dejándolo en la miseria, sin generar otra cosa que “la decadencia económica y
la corrupción política” (véase ídem, pp. 769 y 770). Los teóricos de la
financiarización, transportan esta imagen desde los tiempos antiguos o
medievales a la sociedad moderna, pasando por alto las distintas condiciones
históricas y sociales en que se articula la relación entre el sistema de
crédito y financiero, y el capital industrial y comercial.
El rol del mercado accionario
Por otra parte también es un hecho que miles de empresas
familiares continúan saliendo a la bolsa para expandirse, en especial cuando
desean devenir globales. Un comportamiento que no se puede explicar desde la
óptica de la financiarización. ¿Por qué empresas controladas por familias
buscarán someterse a la dictadura de los accionistas, y renuncian a sus
altruistas objetivos de ampliar su capacidad productiva en base al cash propio,
o al empréstito bancario? La respuesta a esta pregunta está en lo que vimos
antes. Cuando recaudan capital colocando acciones las empresas no se someten a
ninguna dictadura extraña a su naturaleza capitalista. Y el mercado accionario
constituye una magnífica fuente de recursos dinerarios para que el capital
acreciente su poder.
La anterior afirmación da pie para aclarar algunas confusiones que
reinan en torno a los mercados accionarios. Comúnmente se piensa que los mercados
bursátiles son una especie de casino, cuya única función es que un grupo de
especuladores traten de ganar con operaciones de corto plazo, a costa de otros
especuladores; o desplumando a los advenedizos que se aventuran en terreno
desconocido.
Pero si esto fuera así, no se podría entender la persistencia de
los mercados bursátiles a lo largo de la historia del capitalismo. Ni la
trascendencia que se da a las alzas y bajas de los precios de las acciones.
¿Por qué preocuparse por una simple “timba”? ¿Para qué gastar dinero en
mantener todo ese andamiaje de gasto improductivo?
La respuesta pasar por comprender que el mercado accionario cumple
un rol muy importante en el capitalismo, ya que permite conciliar las
perspectivas de largo plazo de las inversiones, con la necesidad de los
inversores de poder volver rápidamente a la liquidez. Es que si
no existiera el mercado bursátil, el inversor que coloca su dinero para la
construcción de, por ejemplo, una planta que amortizará en 50 o más años,
debería renunciar a la liquidez por todo ese tiempo. Si esto fuera así, sería
muy difícil conseguir inversores. La división entre el mercado bursátil
primario y secundario permite solucionar ese problema. En el mercado primario
se realiza la oferta inicial, y el dinero que se recauda va a la empresa para
financiar sus inversiones de capital real. En el mercado secundario, que
empieza a funcionar inmediatamente después de la colocación inicial, el
inversor puede vender y volver a la liquidez, sin que se afecte la inversión realizada
por la empresa. De
ahí que cuanto más líquido sea un mercado bursátil, mayores posibilidades habrá
para el financiamiento de las empresas, y más seguridades tienen los inversores
de poder volver a la liquidez en caso de necesidad.
Por este motivo si bien los mercados bursátiles constituyen un
campo privilegiado para la especulación y las estafas, dada la posibilidad de
valoraciones ficticias de los títulos, cumplen un rol central para canalizar
flujos dinerarios hacia la acumulación de capital. Por otra parte
permiten un más rápido traslado de capitales hacia las ramas que están en
expansión, y por eso contribuyen a que opere la tendencia a la igualación de la
tasa de ganancia. También la existencia de mercados bursátiles desarrollados
facilita procesos de centralización de capitales –adquisiciones y fusiones de
empresas– y el rápido financiamiento de empresas que están en expansión y
necesitan invertir sumas mayores que las que provienen del flujo de ingresos
propio.
El capital ficticio
Como hemos explicado en otros trabajos, el capital ficticio se
compone básicamente de los títulos públicos, y de la porción de valorización de
acciones y otros activos financieros que no se corresponde con el crecimiento
del capital real. Los títulos públicos no representan capital, sino un derecho
a percibir una parte de los impuestos que recaude el Estado. Las valoraciones
del capital accionario pueden ser puramente especulativas, sin que cambie el
capital subyacente.[12] Algunos defensores de la tesis de la
financiarización otorgan una gran trascendencia al crecimiento del capital
ficticio que se registra en las últimas décadas. Sin embargo, siendo una
realidad del capitalismo contemporáneo, opinamos que le dan una importancia
desmedida al asunto.
Empecemos con una de las ideas más difundidas,
la que sostiene que el crecimiento del capital ficticio ha generado un poder de
compra adicional que ha sostenido la demanda agregada. La tesis parece
atractiva a primera vista, pero cuando se examina con algún detenimiento, se
comprueba que no se sostiene. Por empezar porque la masa de títulos públicos
–un componente clave y en crecimiento del capital ficticio total– no puede
generar ningún poder de compra nuevo. El pago de intereses significa
simplemente el traslado de un poder de compra desde el que paga impuestos al
tenedor del título que cobra el cupón. De manera que lo que gasta luego el
prestamista del Estado es equivalente a lo que no gasta el que paga impuestos.
Por esta vía no se genera poder de compra nuevo. En cuanto a la valorización
ficticia de las acciones, tampoco puede generar un mayor poder de compra
global. Si alguien tiene una acción que vale US$ 50, y dos meses después la
vende a US$ 60, habrá lógicamente aumentado su poder de compra en US$ 10, y
podrá consumir o invertir un 20% más. Pero eso sucede a nivel individual,
porque en términos de totalidad no se ha generado un mayor nivel de compra;
quien ha adquirido la acción a US$ 60 ahora ha renunciado a ejercer un poder de
compra en el mercado de bienes por un valor equivalente. Sí se puede afirmar
que la suba del precio de las acciones genera el llamado “efecto riqueza”, esto
es, que los tenedores de acciones se sienten más ricos, y pueden estar
inclinados a atesorar menos. Pero esto es muy distinto a afirmar que la demanda
se incremente debido al aumento del precio de las acciones. Esta última idea sólo se puede sostener al precio de
acabar con la teoría del valor trabajo. Según esta teoría el valor sólo es
generado por el trabajo humano, y a un valor generado en la producción le debe
corresponder, en promedio, un valor equivalente por el lado de la demanda. El valor no puede incrementarse con
maniobras especulativas, ni con compras o ventas de papeles. Por supuesto
la teoría burguesa pretende que el valor se crea gracias a las extremadas
habilidades de los ejecutivos y financistas; pero lo que hace esta gente es
apropiarse de trabajo ajeno no pagado, y pasarse mutuamente plusvalías. En este
último sentido las operaciones detrading en los mercados financieros –comprar y
vender en el corto plazo, buscando hacer diferencias– simplemente pueden
significar transferencias de fortunas de unas manos a las otras. Por este
motivo tenía razón Marx cuando relativizaba la importancia de las alzas o bajas
puramente especulativas de los títulos. Señalaba que cuando se producen de
manera independiente del movimiento de valor del capital real que representan, la riqueza global del país es
exactamente de la misma magnitud, tanto antes como después de la
desvalorización o del aumento del valor (véase
Marx, 1999, t. 3, p. 603).
Por otra parte es correcto decir que existen ganancias ficticias,
esto es, que figuran sólo en los libros contables. Pero precisamente por eso en
la sociedad burguesa hay conciencia de que se trata de ganancias que no se han
“concretado”. Por ejemplo, muchas veces se permite que los bancos contabilicen
en sus activos títulos a valores nominales que son mucho más altos que sus
valores de mercado. Se trata de artilugios que pueden posponer durante algún
tiempo la admisión de la “amarga verdad”, que el valor del activo no existe.
Generalmente se hace esto con la esperanza de que el precio del título se
recomponga; pero si esto no sucede el banco deberá asumir las pérdidas,
realizar las rebajas contables correspondientes y aprovisionar capital de sus
ganancias no distribuidas. No hay manera de eludir esta ley de gravedad de los
mercados, como lo demuestra la actual crisis financiera. Lo mismo sucede con
respecto a las ganancias ficticias que contabiliza en su haber la clase
capitalista cuando suben especulativamente los títulos.
En cuanto a la idea de que el capital ficticio es “puro costo” para
el capital industrial y comercial, y que la valorización especulativa de las
acciones es una muestra del dominio del capital financiero sobre el capital
productivo, tampoco parece tener mucho sustento en la práctica.
Por lo general sucede lo
contrario, ya que el aumento
del precio de las acciones mejora las condiciones de financiamiento de las
empresas. Por un lado porque les permite hacer nuevas emisiones para
ampliar su capital; éste es el aspecto que registra Keynes, y que luego
formalizó en perspectiva neoclásica Tobin con su famosa relación q. Y por otra
parte se reducen los costos de financiamiento del capital industrial y
comercial, en la medida en que los títulos son entregados como colaterales de
préstamos. Por estas razones cuando ocurren derrumbes bursátiles empeoran las
condiciones de financiamiento. Pero según la financiarización la reacción de
los capitalistas industriales y comerciantes debería ser la inversa, de mejora
de las perspectivas, ya que la caída de los títulos estaría indicando un debilitamiento
de la “dictadura” que las finanzas ejercen sobre ellos. Esto no es lo que
sucede en la realidad; nadie puede demostrar que la inversión productiva mejora
cuando se hunden las bolsas de valores.
A modo de conclusión: neoliberalismo,
interpretaciones alternativas
Lo desarrollado en este trabajo permite
comprender por
qué tampoco podemos coincidir con la caracterización del ascenso del
neoliberalismo como un asalto del sector financiero a los puestos de mando del
capital. Pensamos que lo que
se llamó la política neoliberal fue mucho más que eso. Fue el ascenso de la
reacción de toda la clase
capitalista, apoyada en amplios sectores de las clases medias, contra los
trabajadores y las capas populares más empobrecidas de los pueblos –por ejemplo
los campesinos pobres– para restablecer la rentabilidad y fortalecer las
posiciones del capital frente a los explotados. Los ataques a los derechos sindicales;
las políticas “de ajustes” que implicaban bajas de salarios; las legislaciones
para la flexibilización laboral; la caída de derechos laborales de larga data;
la caída o supresión de subvenciones a desocupados; el empobrecimiento de los
pensionados y jubilados; las ofensivas contra los inmigrantes, entre otras
medidas que se tomaron en prácticamente todo el mundo, beneficiaron a la burguesía de
conjunto.
También otras medidas que apuntaron a mejorar
las ganancias fueron apoyadas por toda la burguesía. Por
ejemplo las privatizaciones de empresas estatales, incluidas las de los
regímenes stalinistas, significaron someter de manera más plena a la ley del
valor a fuerzas productivas más amplias. En ellas participaron capitales
industriales y comerciales de todo tipo; no
encontramos elementos para decir que favorecieron sólo, ni principalmente, al
sector financiero. De la misma manera la ofensiva por reducir impuestos y
desfinanciar al “Estado keynesiano de bienestar” fue apoyada por toda la
burguesía, y fue llevada adelante en beneficio del capital de conjunto.
Como es sabido, la ofensiva económica fue acompañada de la reacción
política, cultural e ideológica, con el liderazgo y apoyo del capital global.
Las dictaduras militares que asolaron a los países latinoamericanos en la
década de los setenta y ochenta fueron apoyadas por las burguesías de estos
países, y no sólo por el capital financiero. Lo mismo podemos decir del
sustento que tuvieron Reagan en Estados Unidos y Tatcher en Gran Bretaña. La
reacción contra medidas progresistas, que se habían logrado en las fases de
ascenso de los movimientos populares y reivindicativos, tuvo amplio consenso en
las clases acomodadas y medias. Por ejemplo, la reacción contra la
discriminación positiva, que favorecía a las minorías raciales o sexuales. De
la misma manera tuvo amplia aceptación la consigna “que gane el mejor y el más
fuerte”, los que tienen más oportunidades; que lógicamente beneficia a los más
ricos. Tampoco el rechazo a los movimientos críticos, a las culturas
contestatarias, y el resurgimiento de movimientos xenófobos y racistas, así
como la exaltación de los valores conservadores burgueses. No pretendemos hacer
aquí un recuento exhaustivo de todo lo que significó la reacción neoliberal,
sino señalar simplemente algunos de sus rasgos salientes, con el objetivo de
mostrar que se trató de algo
mucho más profundo que el mero asalto de las finanzas y la imposición de tipos
de interés altos durante algunos años, a principios de los ochenta.
El capital industrial o comercial no fue
“sojuzgado” por el capital financiero desde fines de la década de los setenta.
El trabajo, de conjunto, sí fue subsumido de forma más completa al capital, sin
distinciones de fracciones dentro de éste. Éste ha sido el sentido más profundo
del ascenso del neoliberalismo en los últimos 30 años. El neoliberalismo ha
sido la expresión política e ideológica de la orientación de fondo que ha
tomado la clase capitalista a nivel mundial. Orientación que responde a la
división central de la sociedad actual, la que se da entre el capital y el
trabajo.
Bibliografía:(...)
Fuente: http://www.rolandoastarita.com/dt-Critica%20tesis%20de%20la%20financiarizacon.htm
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