Nación Mapuche.
Nacer, estudiar, vivir y morir en tierras de Benetton
Por: Resumen Latinoamericano / 27 de dic. 2017 .-
Los años noventa marcaron un
quiebre en el mapa terrateniente del pueblo cuando la familia Benetton
compró la Compañía de Tierras del Sud Argentina, convirtiéndose en un hito de
la acumulación de territorio y riquezas que ya no tendría retorno. El voraz
emprendimiento de la familia italiana comenzó como establecimiento agropecuario
para luego extender rápidamente sus horizontes a la forestación y
posteriormente avanzar a las exploraciones de yacimientos de oro y plata,
sumando en el año 2003 a
la firma Minera Sud
Argentina SA.
En un mundo de
dueños, cuando las violencias se despliegan sobre los territorios, también lo
hacen sobre los cuerpos de las personas y con mayor fuerza, sobre las mujeres.
Guillermina Meli Ramirez, Helena y Mónica son tres mujeres que no se conocieron
entre sí, sus historias de vida son disímiles pero sus trayectorias vitales
están atravesadas por la crueldad, el miedo y la desigualdad que habita Chubut,
un territorio ancestral apropiado por el magnate italiano Benetton, dueño de 900.000 hectáreas
en la Patagonia. Una
crónica de Ana Belén Marrello, Flavia Frejman y María Laura Da Silva*.
Benetton tiene 356
mil hectáreas en la provincia de Chubut. Por estas hectáreas no aporta un solo
peso al estado provincial. Desde 2004, a través de distintos instrumentos
administrativos, se eximió del pago del impuesto inmobiliario rural invocando
emergencias ambientales y climáticas. No obstante desde 2016 a la actualidad esta
exención se da de hecho por decisión política del gobierno provincial, ya que
no existe ley o decreto que la justifique. Guillermina, Helena y Mónica
son tres mujeres que no se conocieron entre sí pero sus trayectorias vitales
están atravesadas por la crueldad, el miedo y la desigualdad que habita Chubut.
A los 12 años
Guillermina Meli Ramírez escuchaba que sus vecinos de la comunidad El Mirador
de Cushamen, en Chubut, un territorio integrado por comunidades de pueblos
originarios, solían repetir “Perón nos hizo gente”. Era fines de la década del
40, pero Guillermina aún no sabía ni quién era Perón ni por qué era importante.
Para ella, que trabajaba de sol a sol desde los 9 años, no existían ni
descansos obligatorios, ni alojamientos en mínimas condiciones de higiene, ni
buena alimentación, ni provisión de ropa de trabajo, asistencia
médico-farmacéutica ni vacaciones pagas. El Estatuto del peón que sancionó el
entonces secretario de Trabajo y Previsión Social no había llegado ni para ella
ni para sus nueve hermanos.
Su primer empleo fue en la Escuela N °9, hoy convertida en la 137° con
internado, donde lavaba la ropa del director y de su familia, en pleno invierno
y en un río Chubut helado. En 1960 Guillermina entró a trabajar como ‘servicio
doméstico’ en una de las estancias de una gran extensión. Esos dominios tenían
un dueño: Compañía Tierras del Sud Argentino (CTSA). Los territorios apropiados
por el Estado luego de la denominada ‘Conquista del Desierto’, encabezada por
Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, fueron entregados de forma gratuita a
once testaferros entre los que se encontraba una compañía de capitales ingleses
llamada The Argentine Southern Land Company Limited. Los testaferros pidieron
80 mil hectáreas cada uno, ante la Oficina de Tierras y Colonias, y la
concesión se hizo de acuerdo con la “Ley Avellaneda ”, bajo la condición de subdividir
la empresa y entregarla a diferentes colonos. La empresa británica nunca
cumplió con esas obligaciones, según detalla Ramón Minieri en su libro Ese Ajeno Sur. En 1974, Menéndez Hume, Ochoa y Paz
Repetto compraron las tierras de la compañía y en 1982, en el marco de la
Guerra de Malvinas, cambiaron su nombre por Compañía Tierras del Sud Argentino.
Guillermina. Las historias
tristes de mamá
Guillermina estaba
presa en manos inglesas. Trabajaba como mucama en la estancia El Maitén ,
propiedad de CTSA. Era casi una esclava. No podía quitarse jamás el uniforme,
no había horario ni de entrada ni de salida. Todos los meses cobraba su salario
en mano y nunca tuvo ningún tipo de aporte jubilatorio ni obra social.
Además de los
padecimientos laborales, Guillermina vivía constantes tormentos familiares.
Varios de sus nueve hermanos habían sido asesinados. El más doloroso fue el de
su hermano mellizo. Nunca supieron quién lo mató ni por qué.
Conoció a su
marido Luis Millán, que se dedicaba a hacer changas en el campo, con quien se
casó y tuvo cuatro hijos. Tomó la decisión y se fue junto a su marido a vivir a
El Maitén. Millán había conseguido trabajo como ferroviario del tren La
Trochita y pudieron establecerse y comenzar a acomodarse económicamente. En
1970, ya establecidos, nacieron los mellizos Moira y Mauro. Aquellos pequeñxs
que correteaban por El Maitén se convertirían años más tarde en referentes de
la lucha del pueblo mapuche. Ni en sus sueños Guillermina se hubiera imaginado
que sus hijxs se transformarían en luchadorxs contra los opresores de la misma
estirpe que ella había padecido como patrones.
Durante sus
primeros años de juventud, Mauro y Moira fundaron la Organización Mapuche
Tehuelche 11 de Octubre, la fecha del último día de
resistencia de los pueblos originarios, previo a la colonización española. En
esta organización militaron durante varios años.
Guillermina los
acompañó durante la primera recuperación territorial que Mauro y Moira hicieron
contra Benetton. Ella siempre les relataba su experiencia de haber trabajado
para la Compañía y de haber conocido lo que significó tener como vecino
indeseado a Benetton con su tremendo latifundio. Contaba que solían ir los
gobernadores y los comisarios y que hacían grandes fiestas, y ella siempre
estaba en el lugar de la
servidumbre. En esa época, ella ya notaba el nivel de
interacción del poder político, la Policía y estos latifundistas.
“En la época en que mi mamá trabajó para la Compañía, los
pobladores todavía podían gozar de ciertos derechos básicos. Como que las
comunidades pudieran tener caballos para trasladarse de una distancia a otra.
O, para un trabajador rural, tener cierta cantidad de animales de corral,
gallinas, una huerta. Ahora con Benetton en la región, eso es imposible, no se
puede”, describe a LATFEM Mauro
Millán.
Guillermina
falleció en el 2002 a
los 67 años. Padecía osteoporosis y reuma deformante. Su hijo Mauro no duda de
que la enfermedad de su madre fue una consecuencia de los padecimientos que
sufrió en la infancia y juventud. Guillermina no murió triste, murió orgullosa
por la lucha de sus hijxs, que fue también su lucha y la de sus antepasadxs.
Sus restos hoy descansan en el territorio que la Organización Mapuche
Tehuelche 11 de Octubre recuperó en la zona de Corcovado.
Helena.
El temido señor Cáceres
Helena nació en
una casa de barro y yuyos, rodeada de papas, cebollas, trigo, alfalfa y algunas
pocas ovejas y bueyes. No había hospital. Creció como una de las hijas mayores
junto a sus nueve hermanxs, en aquel pequeño campo en el Paraje La Blancura, en
Cushamen, escuchando las historias de su padre sobre un árabe al que él llamaba
“Señor El Khazen”.
En ese silencio
rodeado de montañas, Helena imaginaba a aquel hombre poderoso como el mismísimo
diablo. Como suele suceder en los relatos transmitidos oralmente “El
Khazen” se transformó fonéticamente en “Cáceres”, el hombre que había sido el
dueño del único comercio de provisiones que entonces había en la zona, más
precisamente en Leleque, la cabecera del Departamento Cushamen, a 180 km de Bariloche . “Cáceres” era un personaje temido,
mediante engaño y aprovechamiento de la población vulnerable y analfabeta de
sangre originaria mapuche, se adueñaba de sus casas y campos.
Su padre no se
cansaba de contarles cómo eran las artimañas del señor “Cáceres”. Les daba
trabajo durante la época de esquila y les iba pagando con “vicios”, que eran
los productos básicos para la vida diaria, como la yerba, el azúcar, la sal, el
vino. Para eso tenían que buscar las mercaderías por la madrugada,
cruzando tres horas de río rebelde, hasta llegar extenuados al comercio
monopólico que “Cáceres” tenía.
Eran los ‘60 y
cada fin de año las cuentas terminaban en rojo para los trabajadores, en cambio
para El Khazen había siempre un saldo a favor. Así, a aquellos pobladores
confiados y sin estudios, les hacía firmar unos papeles, decretando “embargos”
y adueñándose de sus casas y de sus tierras, que, años más tarde, terminarían
en manos de la
familia Benetton.
Pero la historia
de Helena dio un giro casi fantástico. El Señor “Cáceres” no había logrado
robarle ni la casa ni el campo nada menos que a José, su padre, que como sabía
leer y era bastante desconfiado —de eso se jactaba en sus relatos— había
conseguido salvar lo suyo.
Cuando Helena
cumplió diez años tuvo que salir a trabajar. Hacía la limpieza y ayudaba en las
tareas de la cocina en las estancias de Leleque. La vida era muy sacrificada,
cada día ella se levantaba a las cuatro y media de la madrugada y se quedaba
haciendo su trabajo hasta las doce y media. Después había que ayudar en la
casa, con el cultivo y los animales.
Cada noche, cuando
su casa era invadida por la quietud y había que dormir, Helena recordaba como
un mantra que tenía que aprender a leer y escribir, aunque para eso faltara
mucho tiempo. Recién a los 19 años dejó de ser analfabeta gracias a las
enseñanzas de los integrantes de la Iglesia Evangélica
de Esquel, a la que aún asiste.
Ya de adolescente
fue testigo de algo que muchos años después sería una escena repetida. A
uno de sus tíos le tiraron la casa abajo y lo sacaron a la fuerza intervención
de la policía local del lugar en que vivía. Ella no entendía por qué.
De las historias
como la de su tío, escuchó cientos y a diario. Hace poco le tocó a su primo,
que trabajaba como peón para Benetton. Una noche, a las tres de la
madrugada un grupo de encapuchados lo atacó, dejándolo atado junto a su
familia. Nunca se supo quiénes fueron. Pero hubo algo más que Helena no puede
sacarse de su cabeza. Según le contó su primo, los trabajadores de las
estancias deben ir armados y reciben orden de disparar a todo aquel que pise el
alambrado, quiera entrar o se acerque. Su primo no aguantó y se fue
asustado del pueblo, así sin nada, sin un peso.
Los años noventa
marcaron un quiebre en el mapa terrateniente del pueblo cuando la familia Benetton
compró la Compañía de Tierras del Sud Argentina, convirtiéndose en un hito de
la acumulación de territorio y riquezas que ya no tendría retorno. El voraz
emprendimiento de la familia italiana comenzó como establecimiento agropecuario
para luego extender rápidamente sus horizontes a la forestación y
posteriormente avanzar a las exploraciones de yacimientos de oro y plata,
sumando en el año 2003 a
la firma Minera Sud
Argentina SA.
Helena ronda hoy
los 50 años y trabaja como empleada doméstica para una familia de Esquel.
Siempre vuelve al campo que la vio nacer. Hasta hace unos meses,
con la ayuda de su hijo, estuvo yendo todos los fines de semana y consiguió
completar la tarea de colocar un alambrado perimetral. Quedó agotada pero con
sensación de misión cumplida. Su familia es una de las pocas que tienen
título y siente que protegió lo que será de sus hijxs.
Cada vez que
Helena vuelve a su campo se encuentra un panorama muy diferente al de su niñez.
Ahora prácticamente todo es de Benetton. Todavía recuerda cuando lxs pobladores
mapuches entraban con facilidad a la zona, sus animales se cruzaban a la
cordillera y era todo campo abierto. Hoy los dueños de las grandes
extensiones de tierras cerraron todo con candado y ya no hay pasos. Quedó sólo
un callejón que debe transitar Helena cuando va. Las pocas familias que
quedan, solamente alrededor de diez, viven encerradas.
Muchos se quedan
trabajando para Benetton porque no tienen otra opción. Helena lo sabe bien.
Tienen que trabajar como peones porque es lo único que saben hacer. Es
como si el tiempo para ellos no hubiera pasado. Sus otros primos, como
antaño su padre, siguen siendo peones de la Compañía, ven poco a su familia,
cuidan como pueden su supervivencia acostumbrados a obedecer las normas del
poderoso. Pero existe un miedo eterno que los acompaña, un miedo profundo,
casi ontológico, que Helena comenzó a romper de a poco: el miedo de hablar.
Al día de hoy,
Benetton continúa beneficiándose con la condonación del impuesto inmobiliario
rural obtenida en el año 2004, y renovada año tras año, mediante una norma de
la que jamás ha existido documentación que indique los motivos o fundamentos
concretos de tamaño beneficio.
Mónica.
La escuela en Benetton
En Leleque se
encuentra la Escuela 90 hace más de 60 años. Fundada en el año 1956, se
estableció en el interior de la Estancia Leleque , actual propiedad de la familia Benetton. Para
llegar a la escuela desde Esquel, se deben realizar 90 kilómetros al
norte por la ruta nacional 40 e ingresar a la derecha por un camino de ripio y
recorrer unos 10
kilómetros por el interior de la estancia. A los
costados del camino se ven ovejas pastando en un mar enorme de pasto verde,
interrumpido solamente por cordones de álamos altísimos que cumplen la función
de frenar a los fuertes vientos de la Patagonia. Lo primero que se cruza son las vías
del tren La Trochita para enseguida llegar al Museo Leleque, instalación que
cuenta con piezas arqueológicas del pueblo tehuelche. Luego, está el casco de
la estancia, un conjunto de caserones donde se encuentra la administración de
la Compañía de Tierras Sud Argentino, propiedad de los hermanos Benetton.
Al final del
camino se ubica la escuela, un edificio de techo a dos aguas, de paredes
gruesas, que aún conserva su fachada original. Detrás del mismo, el gobierno
provincial construyó un salón de usos múltiples (SUM), en el cual se realizan
los actos escolares. Desde adentro, las ventanas parecen cuadros pintados: se
observan a lo lejos, las montañas nevadas de la precordillera, el suelo verde y
los álamos agitados por el viento.(…)
Fuente: http://www.resumenlatinoamericano.org/2017/12/27/nacion-mapuche-nacer-estudiar-vivir-y-morir-en-tierras-de-benetton/
No hay comentarios:
Publicar un comentario