Nicaragua:
¿quién ganó y quién perdió?
3 de mayo de 2018
Estos días Nicaragua se puso al rojo vivo. Las noticias llegaron alarmantes, y un país que ahora habitualmente no ocupa titulares en la prensa –como sí lo hizo décadas atrás, durante
¿Qué pasó? ¿Por qué se desató ese vendaval? ¿Qué consecuencias tuvo todo esto?
Ya se ha escrito y hablado copiosamente sobre lo sucedido. Hubo de todo un poco, desde análisis serios y sopesados hasta reacciones viscerales, desde encendidas defensas al Comandante de
Sin dudas, lo sucedido movió pasiones. Las movió, porque Nicaragua aún sigue despertando pasiones. De hecho, fuera de Cuba, fue el primer país en territorio latinoamericano que produjo una revolución socialista. Aquel 19 de julio de 1979, ya muy lejano –lamentablemente no solo en el tiempo–, para muchos sigue siendo una referencia, una antorcha que marca camino:
Personajes como Ernesto Cardenal, Dora María Téllez, Víctor Hugo Tinoco, Mónica Baltodano, Jaime Wheelock, Alejandro Bendaña, Sergio Ramírez o Henry Ruiz, para nombrar algunos, todos comprometidos con el sandinismo revolucionario de aquel momento épico, fustigan la política vigente en Nicaragua al día de hoy. “El actual gobierno de Nicaragua usa algunas veces un discurso izquierdista, una estridencia en la palabra que nada tiene que ver con su práctica real, muy distante con un proyecto de izquierda. Por el contrario, en Nicaragua se fortalecen y enriquecen los banqueros y la oligarquía tradicional y grupos económicos de ex revolucionarios convertidos en inversionistas, en comerciantes y especuladores. Se fortalecen los sectores más reaccionarios de la jerarquía católica, se eliminan derechos humanos esenciales como el de las mujeres al aborto terapéutico”, caracterizaba la otrora comandante guerrillera Mónica Baltodano al actual gobierno sandinista.
Junto a esa visión, muy crítica por cierto (obviamente de izquierda), para la geopolítica de Estados Unidos (obviamente de derecha), un gobierno no totalmente alineado con Washington es siempre una molestia.
Daniel Ortega no es ahora el guerrillero revolucionario que participó en la rebelión antisomocista; por el contrario, es un empresario “nuevo rico” con gran poder político, que ha negociado todo con todos los sectores y maneja todo (¿remembranzas de un tal Somoza?). Pero es también un líder carismático con innegable base social, con muchísimos seguidores, llevando adelante una política asistencial que, sin ningún lugar a dudas, favorece a los sectores más postergados del país. Es, en realidad, un exponente más de los presidentes que, sin dejar el modelo capitalista, en estos últimos años gobernaron varias repúblicas latinoamericanas con propuestas de algún modo populares, asistenciales, clientelares. Todo lo cual, para la lógica ultra conservadora y neoliberal de Washington, es mala palabra.
¿Qué pasó entonces en Nicaragua en estos días? El gobierno anunció en forma sorpresiva, con una medida unilateral no negociada con ningún sector, un importante aumento en los aportes a
Para algunas visiones, la reacción virulenta, con población enardecida en las calles, barricadas y furibunda protesta popular, fue un montaje, una manipulación. Sin dudas, la medida fue desafortunada, porque el mismo gobierno luego de los violentos sucesos que provocó, la retiró, llamando al diálogo “para mantener la paz”. Según el orteguismo y algunos sectores que analizaron la situación, incluso fuera de Nicaragua, –lectura que, sin dudas, tiene asidero– la explosión de furia popular tuvo una agenda preparada. De hecho, se la compara con las “guarimbas” venezolanas del 2017, que dejaron como saldo más de 100 personas muertas. Es significativo (igual a lo sucedido en Venezuela) que al unísono explotó, muy coordinadamente, una protesta generalizada en todas las ciudades del país, que luego derivó en saqueos y actos vandálicos, siempre encabezados por jóvenes. Eso podría hacer pensar en cierta “mano oculta”, dado que la oposición política de los partidos de derecha no tiene ese poder de convocatoria ni logístico-organizativo. Según denuncias de
Pero también puede proponerse otra lectura de lo acontecido: el orteguismo, como expresión extrema de un bonapartismo desaforado, nepotista y corrupto, es cuestionado. La población en la calle sería una muestra de un descontento generalizado tras largos años de presidencialismo y corrupción. La represión violenta que llevaron adelante policía y ejército es un insulto a los valores revolucionarios que alguna vez levantara el Frente Sandinista. De ahí que, por ejemplo, un sandinista histórico como Jaime Wheelock le dijera al presidente Ortega en una misiva pública que “El decreto que reformó el INSS [Instituto Nicaragüense de Seguridad Social] por su contenido y forma fue un grave error político, técnico y legal del gobierno [pues] se afectaron los derechos económicos adquiridos y los ahorros de un millón de cabezas de familia, sin dar solución práctica a la grave situación financiera del INSS”, pidiendo así la pronta derogación del decreto de marras.
¿Por qué propuso esta medida el presidente Daniel Ortega? Según un comunicado que emitió el FSLN en estos días explicando las razones del proceder: “La cantidad de beneficios de los asegurados y la cobertura de dichos beneficios a la población aumentaron exponencialmente con el regreso del sandinismo al poder en 2007, lo que ocasionó una situación económica crítica en el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), que es la institución estatal a cargo de este tema. Ante tal situación, el FMI y le empresa privada organizada en el Consejo Superior de
El progresismo (en Nicaragua y en otras latitudes) criticó severamente el aumento en los aportes, así como la represión desatada contra la población que protestaba. Obviamente que debe condenarse la violencia contra el pueblo trabajador: 30 muertes representan una catástrofe absolutamente intolerable. Pero objetivamente analizados todos los sucesos, no terminan de quedar claras algunas cosas. Es evidente que este Frente Sandinista, manejado discrecionalmente por Daniel Ortega y Rosario Murillo, ya no levanta las banderas revolucionarias de otrora.
Citando al panameño Olmedo Beluche: “Aquí es donde se evidencia la verdadera cara del llamado “progresismo” latinoamericano. Gobiernos que alardean de revolucionarios y chacharean de “socialismo”, pero que en la práctica no pasan los límites del sistema capitalista. La crisis del progresismo en todo el continente es la crisis del reformismo burgués, incapaz de verdaderas medidas socialistas en un momento de crisis sistémica y caída de precios de las materias primas.” Al mismo tiempo, sin embargo, puede verse el proceso de monstruosa derechización y retroceso en avances populares que sufre el continente, o el mundo: un gobierno tibiamente reformista, que trabaja codo a codo con la empresa privada y no se pelea con la oligarquía conservadora como el actual orteguismo, para la lógica imperialista y voraz de Estados Unidos no deja de ser “una piedra en el zapato”. Hablar de justicia social (que no es lo mismo que revolución socialista), pertenecer a una alianza donde no está Washington como es el ALBA y abrirle las puertas a China es casi un “peligro comunista” en el mundo neoliberal y ultraconservador que vivimos.
¿Quién ganó y quién perdió con este movimiento en Nicaragua? La población de a pie, seguro que no ganó nada.
ALAInet
Fuente: http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/05/03/163228/
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