El papel de la agroecología frente a la agroindustria
hegemónica
24 de mayo de 2018
Entrevista a Carlos Pástor Pazmiño -
"Frente a la agroindustria hegemónica, la agroecología busca superar la
dependencia de los combustibles fósiles y de tecnologías contrapuestas a la
sostenibilidad de los ecosistemas"
Uno de sus principales propósitos es
fortalecer los sistemas de producción de alimentos que ponen en el centro la
agricultura local. Para los campesinos supone la posibilidad de acceder a
tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales. Esta forma de agricultura
avanza fuertemente en América Latina. En la actualidad se revela como una forma
de resistencia frente a un modelo agroindustrial agotado que beneficia a unos
pocos y que pone en peligro la vida.
¿Cuáles son las principales orientaciones
de los sistemas agrícolas actualmente hegemónicos en América Latina? ¿Qué papel
cumple la biotecnología en estos sistemas?
La agroexportación y la extracción de materias
primas minerales y energéticas han sido las principales vías a la que han
recurrido los Estados latinoamericanos para insertarse en la economía mundial.
Los gobiernos asumen estas exportaciones como el camino más fácil para
financiarse, aún cuando una porción considerable de las divisas que generan
estos rubros quedan fuera de los países debido a la remisión de utilidades de
las grandes corporaciones o por la fuga de capitales provocada por las élites
locales.
La concentración y el acaparamiento de los
recursos productivos son rasgos históricos de los procesos de acumulación en la región. La novedad está
en que se han intensificado al cabo de las últimas décadas. Esto explica y
acentúa la inequidad distributiva. No se trata solamente del ingreso y de la riqueza. Por ejemplo,
la tierra y el agua, para mencionar dos bienes estratégicos, también están
altamente concentrados. No es un hecho fortuito que los índices de
concentración de la tierra en América Latina estén entre los más altos del
mundo.
Hablar de los factores históricos que
constituyen la base de la injusta distribución de la tierra nos remite a la
apuesta exacerbada por los monocultivos intensivos destinados a la agroexportación. Este
modelo tiende a utilizar agroquímicos en grandes cantidades y, con los avances
biotecnológicos, ahora recurre a semillas industriales y transgénicas con el
argumento de incrementar la productividad, alimentar al mundo e ingresar
divisas a los países exportadores. Pero estos argumentos son en esencia
falaces. Los productos que ofrecen están destinados a los mercados
internacionales, principalmente a Estados Unidos, la Unión Europea , Rusia
y China. Todos ellos han sido comoditizadosy
están atados a las bolsas de valores y a la especulación financiera. Los
promotores de este modelo son las grandes corporaciones multinacionales aliadas
a las élites rentistas locales. Son, de hecho, quienes condicionan las
políticas públicas de los Estados nacionales al vaivén de sus intereses.
Mientras tanto, este sistema productivo sigue deteriorando los ecosistemas,
provoca la pérdida de biodiversidad, la expansión de la frontera agrícola, la
descampenización y, en consecuencia, aumenta el riesgo asociado al cambio
climático.
¿Cómo se están valorando los actuales avances
científicos en el campo de la biotecnología desde la perspectiva agroecológica?
La biotecnología, en tanto manejo y uso de
organismos vivos y de células en la elaboración de productos o en la mejora de
plantas y animales, es tan antigua como la agricultura y la ganadería. El
problema está en el sesgo que se observa al menos en las tres últimas décadas.
La llamada «biotecnología moderna» se caracteriza por intervenir la vida en
escala molecular hasta hacer desaparecer las barreras entre los organismos.
Mientras la biotecnología tradicional se ha concentrado en procesos bioquímicos
que se presentan en la naturaleza, la biotecnología moderna se especializa en
el campo molecular a partir de los avances en la ingeniería genética,
modificando los rasgos de un organismo vivo o introduciendo cualidades de un
organismo vivo a otro. Estamos ante un campo del conocimiento que ha provocado
una revolución científico-técnica y productiva que, por su orientación, ha sido
un instrumento para reforzar la agricultura intensiva de exportación, con una
acentuada dependencia de insumos artificiales. Estas formas de producción
contaminan las fuentes de agua, degradan los suelos y, en general, ponen en
riesgo la vida misma, tal como lo reconocen los estudios de bioseguridad que
nacieron en respuesta a la nueva biotecnología. La inclinación por este tipo de
biotecnología permite a las multinacionales del agro controlar prácticamente el
proceso productivo en su conjunto, desde el origen de la semilla hasta la
distribución y el consumo de los alimentos.
Hay suficientes indicios para demandar el respeto
del principio precautorio respecto a varias de las aplicaciones
científicas que han surgido de la biotecnología moderna, sobre todo en lo que
se refiere a las especies transgénicas. Este principio señala que si hay
sospechas razonables de que ciertas aplicaciones científicas o tecnológicas son
capaces de provocar perjuicios graves a los seres humanos y a los ecosistemas
en general, debe impedirse o postergarse su uso. Las moratorias son aquí un
poderoso instrumento para hacer valer el principio de precaución. Sin embargo,
la magnitud de los intereses económicos de la agroindustria intensiva logra
imponerse sobre el interés general. Si esta situación persiste, aun cuando en
los años o décadas siguientes se reconociese el peligro de estos procesos y productos,
el daño será en muchos casos irreversible. Por esa razón, es necesario
organizarnos mejor para incidir en políticas de ciencia y tecnología más
respetuosas con un metabolismo social-ecológico capaz de reproducir las
condiciones de vida en un entorno sano y diverso.
Usted ha investigado y participado en la
gestión de iniciativas para potenciar la agroecología como una de las
alternativas ante el agro negocio basado en monocultivos. ¿Cómo calificaría a
la agroecología y cuáles son sus principales beneficios?
En el mundo de la agricultura, existen
sistemas alternativos al modelo hegemónico. Por una parte, hay una gama diversa
de productores de pequeña y mediana escala que, sin ser necesariamente sujetos
campesinos o indígenas, producen alimentos para el mercado local y/o nacional
mediante sistemas diferentes, aunque generalmente subsumidos parcial o
totalmente a las lógicas de producción, distribución y comercialización del
modelo agroindustrial.
A pesar de contar con poca tierra, la
agricultura familiar campesina representa más de las tres cuartas partes de las
unidades de producción en la región, al tiempo que absorbe una porción
significativa de la oferta rural de empleo. A nivel mundial se estima que más
de la mitad de los alimentos en el mundo provienen de la pequeña agricultura,
de pequeñas fincas, especialmente a cargo de mujeres. En América Latina 8 de
cada 10 unidades productivas están en manos de pequeños productores,
pero representan apenas una quinta parte del total de las tierras agrícolas.
Frente a la agricultura intensiva que
empobrece la diversidad, las agriculturas para la vida promueven la
conservación y la diversidad del patrimonio biogenético. Hasta hace algunas
décadas podíamos encontrar cientos de variedades de papas, maíz, arroz,
cereales, frutas, entre otros géneros, en tanto que hoy, como resultado de los
impactos del monocultivo industrial y de otros factores, miles de especies han
desaparecido.
Por ello es importante resaltar que a lo largo
y ancho de América Latina perviven formas ancestrales de producción de
alimentos que conviven, en muchos casos subsumidas y en otros en franca
disputa, con las lógicas productivas del capitalismo agrario hegemónico. Estas
formas productivas ancestrales -que podemos denominar como alternativas- son
llevadas a cabo predominantemente por los pueblos indígenas y comunidades
campesinas que habitan gran parte de los territorios de nuestro continente. A
estos se suman las actividades productivas de los pescadores artesanales, las
comunidades afrodescendientes y otras comunidades tradicionales que reproducen
sus formas de vida a partir de la producción de alimentos para el auto
sustento, en complementariedad con la producción de cultivos para los mercados
locales y/o nacionales. Por otra parte, en las últimas décadas se fueron
conformando diversas corrientes dentro de la agronomía, ligadas a las luchas
campesinas e indígenas, que sistematizaron diversas formas de producción alternativa,
integrando saberes técnicos y agronómicos con saberes campesinos, indígenas y
de otros actores rurales subalternos que dieron lugar a lo que hoy conocemos
como agroecología.
La agroecología tiene varias connotaciones.
Quisiera enfatizar aquellas que la conciben como el conjunto de saberes y
prácticas de producción alimentaria que buscan superar la dependencia de los
combustibles fósiles así como de tecnologías contrapuestas a la sostenibilidad
de los ecosistemas y, en su lugar, pretenden fortalecer sistemas de producción
de alimentos que ponen en el centro la agricultura local, la producción
nacional de alimentos por campesinos y familias rurales y urbanas, con base en
la innovación socioecológica sustentable, los recursos locales y la energía solar.
Para los campesinos, mientras tanto, supone la posibilidad de acceder a tierra,
semillas, agua, créditos y mercados locales, mediante políticas de apoyo
económico, iniciativas financieras, oportunidad de mercados y tecnologías
agroecológicas. El propósito central de la agroecología es ir más allá́ de las prácticas agrícolas
alternativas y desarrollar agroecosistemas con una mínima dependencia de
agroquímicos e insumos de energía. La agroecología es un concepto en permanente
construcción, con una fuerte carga política de lucha y resistencia, así como de
disputa simbólica y material, que reclama un lugar destacado dentro de las
formas alternativas de producción agrícola en el continente y en planeta en su
conjunto.
La agroecología postula la articulación
horizontal entre distintos saberes técnicos y agronómicos, procedentes tanto
del saber académico/científico de la agronomía universitaria como de los
saberes populares indígenas y/o campesinos (y de otros sujetos rurales
subalternos). De esta integración de saberes emerge una lógica productiva sensible
a considerar e integrar las condiciones climáticas, culturales, sociales y
territoriales de cada espacio local. Desde esta perspectiva no existe una forma
unívoca de producir de forma agroecológica. Sin perjuicio de esta afirmación,
en un reciente ensayo sobre Agriculturas alternativas y
Transformación Social-Ecológica que escribí junto con los colegas Luciano Concheiro y Juan Wharen, planteamos que es
posible identificar algunas orientaciones y beneficios comunes dentro de la
diversidad de prácticas agroecológicas:
- La
producción prioriza el autoconsumo y la comercialización en espacios
locales.
- Privilegia
el uso de fertilizantes y otros productos de origen biológico para cuidar
y fortalecer los cultivos y, que, de preferencia, puedan ser producidos
por el propio campesino/a u obtenidos a bajo costo sin que sean dañinos a
la naturaleza circundante ni provoque impactos sanitarios negativos.
- Promueve
una alta rotación de cultivos y la permanente complementariedad y
asociación entre diferentes plantas para potenciar la fertilidad de la
tierra durante el ciclo productivo, así como dejar en barbecho (descanso)
la tierra cada determinado tiempo (establecido de acuerdo a las condiciones
de cada espacio productivo).
- Prioriza
el uso de energía renovable y/o autogenerada (energía solar, eólica,
hidroeléctrica a micro escala, biogás, etc.) en detrimento del uso de las
energías convencionales (carbón, gas, petróleo, hidroeléctricas a mega escala,
nuclear, etc.).
- Promueve
espacios de comercialización en circuitos cortos con la menor cantidad de
intermediarios posibles, fomentando también otras formas de intercambio no
capitalista (trueque, trabajo comunitario/voluntario, créditos sin intereses,
etc.).
- Considera
dentro del proceso el reciclado de diferentes elementos de descarte que
pueden reconvertirse en el propio ciclo productivo (compost con desechos
orgánicos, fertilizantes o biogás a partir del excremento de animales,
reutilización de agua de lluvias y uso doméstico para el riego, etc.).
- Concibe
que el uso de maquinarias y de tecnología se encuentren al servicio del
productor campesino, para mejorar o aligerar su fatiga en el trabajo, pero
el proceso de trabajo queda siempre bajo la (auto) gestión del productor
familiar campesino. Contrario a lo que ocurre en la lógica empresarial del
agro negocio, donde los trabajadores, como en el conjunto de la industria
capitalista, quedan subsumidos a la lógica del capital, las maquinarias y
la tecnología perdiendo su capacidad de gestión del ciclo productivo.
- Complementa
la (auto) gestión del proceso de trabajo y del ciclo productivo con los
propios ciclos de la naturaleza, a fin de propiciar una relación de
armonía entre la producción agrícola con la reproducción de la vida humana
con perspectiva de género y la propia reproducción de los ecosistemas.
- Favorece
la creación de un tipo de trabajo que genera mayor empleo por hectárea
respecto a las grandes plantaciones de monocultivos.
- Cumple
en general funciones vitales que el tradicional capitalismo agrario no
contabiliza, tales como: el resguardo de saberes ancestrales, resiliencia
climática, guardianía de semillas, practicas plurinacionales e
interculturales, cuidado de bosques y defensa de la soberanía alimentaria.
Quisiera puntualizar una idea final. Se suele
tildar a los promotores de la agroecología como voluntaristas, fanáticos que
ignoran los «desafíos reales de alimentación» que enfrenta el planeta. O bien
se nos etiqueta como opositores radicales a los avances tecnológicos, sobre
todo en el campo de la
biotecnología. La realidad es que ninguna de las dos
acusaciones es, al fin y al cabo, cierta. Los sistemas alternativos de
producción, con los debidos apoyos desde las políticas públicas y las regulaciones
de mercado pertinentes, son capaces de alimentar en forma sana a toda la
población mundial. Las cifras de producción de alimentos agrícolas consumidas
por seres humanos avalan esta afirmación.
En cuanto a la postura sobre el avance
científico y tecnológico, la agroecología es compatible con aquellas
innovaciones que prueben ser social y ambientalmente responsables. Lo que vemos
es que los principales financiamientos para la producción de ciencia agrícola
–como de la ciencia en general- están orientados a promover el control de las
cadenas de valor y el enriquecimiento de las empresas transnacionales,
excluyendo o subordinando el medio ambiente y las necesidades humanas
auténticas.
Si algo puede llamarse fanático hoy día es la
creencia ciega de que la acumulación de capital ilimitado puede ir de la mano
con la protección integral de los ecosistemas y con la promoción de la salud
humana. La agroecología conviene verla entonces como un referente ético y
demostrativo de lógicas y sistemas alternativos frente a los actuales desafíos
sociales y ambientales.
Carlos Pástor Pazmiño es un politólogo ecuatoriano. Es doctor en Estudios
Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar. Es un destacado
investigador de las problemáticas agrarias, los grupos económicos
agroalimentarios, las luchas campesinas e indígenas y la geopolítica agraria.
Es miembro del grupo de trabajo Estudios Críticos del Desarrollo Rural del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Se desempeña como asesor
de la Subsecretaria de Agricultura Familiar Campesina del Ministerio de
Agricultura y Ganadería de Ecuador.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/El_papel_de_la_agroecologia_frente_a_la_agroindustria_hegemonica
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