Entrevista a Isabel
Rauber, filósofa e investigadora argentina
“El mayor límite de
los gobiernos progresistas fue no haber profundizado
la participación popular”
5 de mayo de 2018
Por
Lucio Garriga y Gerardo Szalkowicz
Nodal
La recomposición de los proyectos
conservadores en América Latina se explica en parte por su dominio de los
poderes fácticos y los aciertos y artimañas que han desplegado, pero también
por las debilidades y los límites de los gobiernos progresistas y populares.
Isabel Rauber –filósofa, investigadora y docente argentina- es una de las
interpretadoras más lúcidas de este cambio de escenario en la región. Marca tres
dilemas claves: la política de alianzas, el empoderamiento popular y la matriz
productiva, tópicos que desarrolla en esta entrevista. Además, analiza el
conflicto social en Nicaragua y la nueva etapa que se abrió en Cuba con la
asunción de Miguel Díaz-Canel quien, según Rauber, “encabeza el proceso de
evolución en la revolución”.
-¿Por dónde ves las principales razones del
cambio en el escenario político en América Latina en los últimos años? ¿Cuáles
son los límites que mostraron los gobiernos progresistas y populares?
– Creo que uno de los problemas fundamentales
que tuvieron los gobiernos populares es haberse estancando luego del primer
período. Esos gobiernos asumieron después de largos períodos neoliberales, como
consecuencia de levantamientos populares y luchas sociales. Hubo un período
inicial en el que había tareas urgentes que resolver como la comida, la
educación, un mínimo de infraestructura. Ese período se termina más o menos en
los primeros 10 años, es decir, resueltos esos dramas urgentes de sobrevivencia
había que profundizar los procesos hacia cambios de raíz, cambios desde abajo.
Esos cambios de raíz implicaban acelerar la disputa con los poderes hegemónicos
de siempre. Y ahí creo que predominó, en casi todos los procesos, una actitud
de pensar que podían conservar el gobierno acordando con los sectores del
poder. El caso más emblemático es Brasil, donde el PT gobernó en acuerdo con un
Parlamento que acumuló el poder suficiente hasta terminar inventando un proceso
para tumbar a Dilma y ahora encarcelar a Lula.
– Alguna vez lo llamaste “cogobernar con los
adversarios”.
– No está mal hacerlo en determinados
momentos, pero son momentos que se agotan. No se puede gobernar así 12 años
porque lo que se agota es el pueblo. Sobre todo un pueblo que no participa en
las decisiones. Las movilizaciones en Brasil sobre el “pase libre” ya habían
sido un indicativo, y ¿cuál fue la conclusión del PT? Que eran sectores medios impulsados por Estados Unidos. Basta de tener
una visión tan paranoica de la
política. El adversario siempre va a estar presente en las
debilidades porque quiere disputar el poder. El problema es por qué ocurre lo
que ocurre y cuál es tu actitud con lo que está ocurriendo. Es decir, salvo en
casos muy puntuales, no te podés aliar con el adversario para resolver los
problemas fundamentales.
La segunda cuestión es el empoderamiento de
los pueblos, que implica que los pueblos se hagan cargo de las políticas de
gobierno y para que se hagan cargo tienen que decidir. Los pueblos no son carne
de cañón que sólo salen a manifestarse. Tienen organizaciones de base, tienen
capacidad de interpretación, de conocimiento, de saber y de poder territorial.
Por lo tanto, se necesita que el Estado abra las compuertas para la
participación del pueblo en la toma de decisiones, lo que llamamos un
“empoderamiento creciente”. Si un pueblo decide que quiere vivir de una forma
no hay campaña de prensa posible que le diga que ha sido engañado porque actuó
y decidió con plena conciencia. La fuente mediática más poderosa que tenemos es
la conciencia de cada persona sobre cómo quiere vivir. Creo que el mayor límite
de los gobiernos progresistas fue no haber profundizado la participación
popular.
Una tercera pata es el tema de la producción
de formas alternativas que salieran del marco del extractivismo, y en el
sentido económico se quedaron en lo que podríamos llamar un neodesarrollismo de
izquierda que pensó que el extractivismo si sirve para financiar un plan social
está bien. Está bien para los primeros 10 años, porque los gobiernos tienen que
funcionar, pero ¿se apostó y se apoyó realmente a los modelos alternativos en
lo que hace a la energía, a otras formas de producción? Muy débilmente.
No es que los gobiernos progresistas
retrocedieron, estas cuentas pendientes, estos agujeros negros, son los que han
intervenido en las caídas.
– ¿Cómo analizás la situación que se dio en
Nicaragua en las últimas semanas?
– Nicaragua es otro emergente de una
problemática común, más allá de las características particulares de cada país.
Me parece importante evaluar los procesos analizando siempre cómo se da la
participación popular en la toma de decisiones. Es decir, ¿hay un
empoderamiento real o hay un desplazamiento del lugar de los sectores
históricos del poder por una cúpula que, aunque se diga de izquierda, no
garantiza que se trate de un proceso real de cambio.
Hay que recordar que el detonante de las
protestas en Nicaragua es un cambio en los impuestos, una propuesta de
reducción de las jubilaciones del 5% y un aumento de un impuesto interno. Fue
como una bomba de tiempo que estalló en la ciudadanía. Luego
el gobierno se autocritica y quita la medida. Pero la pregunta es: ¿por qué tomó la
medida? No quiero escuchar explicaciones técnicas, estoy saturada de escuchar a
tecnólogos y tecnócratas que explican cómo eso hacía falta. La pregunta es: ¿a
quién le hacía falta? En segundo lugar, si es tan necesario ¿por qué no se
construyó en consenso con los sectores del pueblo? ¿O no es un gobierno del
pueblo? El problema es que siempre estamos con lo mismo, el déficit de la
participación popular en la toma de decisiones. Los gobiernos creen que pueden
decidir desplazando el protagonismo popular. Creo que hay una gran debilidad en
ese sentido en la construcción del proceso político en Nicaragua.
Por supuesto que el imperialismo se ha metido
y financia también, pero esos son los códigos de la política y es sabido que
todos los espacios vacíos que se dejan son ocupados por el adversario. Creo que
Nicaragua es el ejemplo más claro de eso y es bastante diferente a lo que
ocurre en Venezuela, donde hay mucho más un origen de desestabilización con la
guerra económica y el aislamiento; en cambio lo que ha ocurrido en Nicaragua
está más vinculado a errores del propio gobierno.
Viviste muchos años en Cuba, donde se viene
dando una renovación generacional en la dirigencia de la revolución ratificada
con la asunción en la presidencia de Miguel Díaz-Canel. ¿Qué crees que cambiará
y qué no? ¿Cómo imaginas la Cuba que se viene?
-Yo viví en Cuba casi tres décadas, desde 1978
hasta 2006, lo suficiente como para comprender la idiosincrasia de los cubanos
y cubanas. Díaz-Canel es de la provincia de Santa Clara, fue el responsable de
la provincia, dirigente de la juventud, estuvo desde 1994 hasta el 2003 en la
provincia y tuvo una gestión muy buena, impulsaba todas las actividades
comunitarias, es un hombre con mucha experiencia. Estuvo en misiones
internacionalistas, después fue viceministro de Educación, primer viceministro
del Concejo de Estado. Tiene una trayectoria para decir que no es un
improvisado.
Esto tiene tanto de continuidad como de
ruptura. De continuidad porque es la característica de Cuba que pone nerviosos
a los agentes de la prensa internacional que trabajan pagados por el imperio,
que todo el tiempo vaticinan una ruptura. Hay que recordar a Silvio Rodríguez
que decía que no se trata de una nueva revolución sino de una evolución en la revolución. Creo
que Díaz-Canel encabeza ese proceso de evolución en la revolución. El gran
desafío para Díaz-Canel y para el pueblo cubano es repensarse a sí mismos en revolución
parados sobre sus propios pies. Martí decía que hay que ser cultos para ser
libres y Fidel se dedicó a construir un pueblo culto. Podemos mencionar dos
fortalezas evidentes del nivel social de Cuba, la educación y la salud.
Lo malo es que Díaz-Canel asume en una América
Latina que está agudizada por las contradicciones de un Norte imperial que se
quiere devorar al continente y que actúa para subvertir las relaciones al
interior de cada país para derrotar a gobiernos populares y progresistas y que,
evidentemente, ha vuelto a girar las cañoneras contra Cuba. Díaz-Canel tiene
que enfrentar el bloqueo de este tiempo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=241205
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