18 de junio de 2014
(...)
La obediencia epistémica en la ciencia en la colonialidad
extractivista.
En el origen, el problema estuvo en el cientificismo positivista
como parte del modelo colonial europeo. Ni aquel, ni la actual tecnociencia
productivista del neoliberalismo, son alternativas válidas para los pueblos
proveedores de recursos. Ahí aparece claramente el desafío de lograr poner al
conocimiento científico al servicio de la armonía necesaria entre las
necesidades -no hablamos de demandas producidas por el consumo indiscriminado-
de la sociedad y la naturaleza, que encause la curiosidad y la búsqueda que
dinamiza la ciencia, hacia una verdadera función social.
El sometimiento científico se agrava cuando el fundamento
científico que impulsan las empresas fabricantes y comercializadoras de
organismos genéticamente modificados (OGM) es una ciencia anacrónica y
con un valor de verdad cada vez más cuestionable y cuestionado entre y desde
amplios sectores de la propia comunidad científica. Esta mirada
anacrónica, todavía hegemónica, ha encontrado en el reduccionismo biológico y
el absolutismo genocéntrico de los científicos, su principal sostén. Estos
comienzan con la concepción de los mecanismos de herencia imperantes desde
fines del siglo XIX, impuestos por la genética mendeliana, que promovieron
-junto al neodarwinismo- en un gran relato, la llamada “síntesis moderna” (y
que redujo la teoría de la evolución a la selección natural al buscar sus bases
en la genética de Mendel). Esta síntesis, hija de la eugenesia galtoniana y de
las escuelas de higiene racial anteriores a la 2da Guerra Mundial, tuvo su
clímax y sentido epistémico cuando dio lugar al desarrollo de la biología
molecular que comenzó con la estructura tridimensional de los ácidos nucleicos
en 1953 por James Watson y Francis Crick y su interpretación plasmada en el
concepto mecanicista del “Dogma Central de la Biología Molecular”
postulado en 1970 por Francis Crick.
Esta mirada puso al gen en el centro del flujo de la información,
condicionando a la biología evolutiva y del desarrollo de los organismos e
ignorando la compleja interacción existente de la filogenia y ontogenia con el
medio ambiente. Esta es la visión que dominó la escena, no inocentemente, y que
desde hace años ha venido siendo interpelada cada vez con mayor fuerza. En
verdad esta visión es parte de una concepción en línea con el marco positivista
de origen europeo.
La complejidad es ignorada en la explicación biológica actual,
refleja la tendencia a la clasificación, al aislamiento, y a la manipulación de
los genes concebidos como unidades ontológicas. Esto no solo es una teoría
biológica general errónea, sino que afecta a la comprensión de la naturaleza y
se convierten en un instrumento. Un instrumento alineado con la necesidad, cada
vez más imperiosa, de controlar y manipular la naturaleza habilitando
específicas aplicaciones en la tecnología que salen de los procesos
fisiológicos ontogénicos y filogénicos. En efecto, la falla de la teoría
general no es una equivocación, sino que se produce en una relación compleja
con los intereses industriales concentrados y hegemónicos que han encontrado en
esa falla una oportunidad de negocios para fortalecer el error por necesidad y
sometiendo a la propia ciencia. Si el reduccionismo es un instrumento de una
mirada civilizatoria -una manera de mirar la naturaleza no armoniosa y
apropiante-, la fijación de esa mirada y su deriva tecnológica estalla cuando
ella abandona los laboratorios y se convierte en un instrumento de los
intereses propios de los procesos industriales concentrados.
Es durante esta última etapa donde los movimientos tectónicos en
el plano teórico-experimental interpelan al reduccionismo y comienzan a
incorporar conceptos como complejidad, incertidumbre, plasticidad y
especialmente considerar al organismo indivisible. Una historia en un
medio ambiente dado. Así confronta con el determinismo eugenésico que
inauguró esta saga en la segunda década del siglo XIX. Lo anterior produjo un
acelerado conjunto de conocimientos que abrieron mundos complejos, poco
comprendidos, conceptos de herencia no mendeliana y de la biología evolutiva
que evocanmecanismos lamarckianos, la fluidez del genoma y
el entrelazamiento de nuevos e impredecibles mecanismos regulatorios cuyas
combinatorias determinan los fenotipos, entre otros, que sorpresivamente
hicieron caer el mundo estructurado alrededor de la prevalencia ontológica del
gen. Lejos de retirarse, el pensamiento reduccionista actual pretende descargar
en los mecanismos moleculares de células, tejidos, sistemas y organismos para
manipularlos y convertir el mundo de lo vivo en una fábrica de productos
comerciales.
No sabemos si esta ciencia podrá, algún día, aun con su limitación
epistemológica, desarmar las partes de los organismos vivos y comprender el
todo complejo que ellos representan. Pero más allá de esta cuestión es
necesario notar que la discusión entre los enfoques biológicos “clásicos” y
alternativos, reduccionistas y no reduccionistas, no son ingenuos. Éstos
imponen la necesidad de abrir la discusión sobre lo que sabemos y no sabemos
antes de desparramar OGM en el planeta. La discusión sobre las bases de la
incertidumbre, predictibilidad de los fenómenos biológicos, es tan importante
que los científicos deberían ser guardianes de aquella sobre todo al momento de
aplicar estos conocimientos en “procesos industriales de escala” ya que habilita
la manipulación de la complejidad natural encerrada en el núcleo de una célula
o en un organismo. Por eso la manipulación genética es solo
una tecnología y afirmamos que hoy no tiene una base científica sólida
por lo que constituye un peligro para el equilibrio natural y la diversidad
biológica y por lo tanto para el proceso evolutivo cuando ésta se aplica en la
naturaleza.
Por lo tanto, si somos honestos debemos admitir que estamos
obligados a revisar los encuadres científicos tenidos por ciertos en el mundo
del agronegocio. Es indudable hoy que el mecanismo de transmisión de caracteres
hereditarios no puede ceñirse a la concepción de un flujo simple y
unidireccional de información que va de los ácidos nucleicos a las proteínas;
tampoco puede ser considerado como mecanismo universal y único. Es por lo tanto
insostenible, ya que existen complejidades en la transmisión de la información
y mecanismos de herencia no-genética que interpelan la predictibilidad y
seguridad biológica que tanto pregona la tecnología transgénica.
En verdad los genes concebidos como unidades únicas y
fundamentales de trasmisión de herencia han servido, en manos de fuerzas
obscurantistas y retardatarias y en manos de comunidades científicas al
servicio del status quo, para la elaboración de teorías y
planteamientos pseudocientíficos que tienen sin duda un claro carácter racista,
sexista y clasista. Esta misma concepción reduccionista del funcionamiento
biológico, hoy en día es usada como parte del cuerpo teórico de los intereses
de las grandes compañías transnacionales fabricantes de OGM que sostienen que
es inocuo y predecible el comportamiento de la planta transgénica al
insertársele genes de otros organismos para inducir una característica
fenotípica, como por ejemplo la resistencia a un herbicida, o la producción de
un insecticida, sin consecuencias indeseables.
Esto supone que los organismos y los ecosistemas estuvieran
separados y no como en la realidad sucede, profundamente interpenetrados en
espacio-tiempo evolutivo. Por ejemplo, la “invención del maíz” por los pueblos
originarios a partir de la domesticación del teocintle necesitó
el tiempo que exigió la propia incertidumbre evolutiva de la naturaleza. Ese es
el tiempo que precisamente ha sido violado por la tecnología transgénica, creando
nuevas pero falsas variedades de las especies que introducidas en el medio
natural configuran cuerpos extraños. Los OGM controlan la evolución de
las especies comprimiendo el tiempo evolutivo con la manipulación de
laboratorio a imagen de las necesidades de las grandes empresas creando nuevas
especies. Lejos, muy lejos, supera la omnipotencia de Jurassic Park.
La transgénesis es un legítimo procedimiento experimental que
nunca debió salir del laboratorio para ser introducido en el medio natural.
Afirmar que el comportamiento de los OGM puede ser predecible en el medio
natural es ocultar el conocimiento biológico que alerta sobre la complejidad
del comportamiento de los sistemas. No se ha considerado que la inserción
de transgenes en organismos como el maíz, el trigo o el arroz puede
disparar una dinámica incontrolable de dispersión de éstos en poblaciones
silvestres, algo no deseable para ninguna especie por los efectos impredecibles
que pueden tardar muchas generaciones en manifestarse, debido a la existencia
de genes silenciados y regulaciones biológicas aún desconocidas. Cuando
se desestabiliza una especie siempre hay repercusiones sobre las otras
especies, tanto vegetales como animales, debido a los vasos comunicantes
existentes en los ecosistemas.
Además, la posibilidad y el ritmo de la contaminación resultante
de su implantación en la naturaleza aumenta con los años, décadas y aún siglos
y puede llegar a crear una naturaleza diseñada en laboratorios que nada tiene
que ver con el alimento que los pueblos necesitan. Todas con efectos
irreversibles.
Los agrovenenos no se están yendo como prometieron las empresas.
El análisis de las evidencias experimentales dan cuenta de las
consecuencias de la contaminación genética entre los OGM y sus variedades
naturales (entre el 50 y 70% en Oaxaca, México), del efecto de los OGM sobre
otras especies, cambios en los ecosistemas y el riesgo evolutivo por el impacto
sobre la diversidad de especies usadas, muestran la perversión de un modelo que
apela a todos los mecanismos para forzar al agricultor a abandonar sus
prácticas tradicionales y ponerlo en indefensión y violación de sus derechos,
en un acto de violencia intencional inmoral e inaceptable. Además, la evidencia
del alto contenido de residuos acumulados de plaguicidas usados en el cultivo
(como el glifosato), son de consecuencias impredecibles respecto de trastornos
endocrinos, abortos, malformaciones y cáncer con evidencias crecientes y
abundantes en la bibliografía científica independiente disponible.
Ante la demostración, cada vez más inquietante del impacto
ambiental sobre el suelo, la flora y la fauna de los agroquímicos ligados
indisolublemente al paquete tecnológico transgénico, se agregan los efectos
indeseados sobre la salud de la población, a la creciente evidencia que desafía
fuertemente el concepto de la equivalencia de los alimentos OGM (“equivalencia
substancial”) y más recientemente, la creciente percepción de las limitaciones
del propio procedimiento tecnológico. Como si fuera poco, ahora se asoma una
sombra aún más ominosa, a saber, el potencial agravamiento de la situación en
los países productores de maíz, con la llegada al mercado de las nuevas
semillas, donde se «apilan» modificaciones genéticas que suman nuevos tipos de
herbicidas para compensar el progresivo fracaso de los transgénicos resistentes
al glifosato, por la aparición de tolerancias en plantas adventicias y el
descenso del rendimiento por agotamiento de los suelos, entre otros; además de
aumentar los riesgos por el crecimiento exponencial del uso de agroquímicos
sintéticos necesarios para lograr la “efectividad” de esta tecnología.
Lo rudimentario de sus procedimientos ya señalados, la baja seguridad y estabilidad biológica
de los transgénicos, la imposibilidad de controlar la transmisión horizontal
espontánea de genes que se observan con las variedades originarias previstas
por las empresas o planificadas como forma de penetración de los OGM,
demuestran que el pregonado “progreso” voceado por la biotecnología que soporta
el modelo de producción de alimentos a escala industrial, no es más que una
falacia. Otra falacia habitual que usa es el slogan “con esta tecnología vamos
a solucionar el hambre mundo”. Las Naciones Unidas calcularon que invirtiendo
US$ 50 millardos por año hasta el 2015 se podrían alimentar y aliviar las zonas
más calientes del planeta. En el salvataje de los bancos durante la crisis
europea se gastaron 100 veces más. Sin palabras.
Estas tensiones modelan un mercado internacional cuyos rumbos
futuros son inciertos, pero al mismo tiempo reclaman, ante el peligro de esta
embestida neocolonial, un urgente y postergado debate sobre la autonomía en los
países periféricos ante la prepotencia de las corporaciones y sus gobiernos en
América.Latina.(...)
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