La ruina de
Venezuela no se debe
al «socialismo»
ni a
la «revolución»
marzo-abril 2018
Más que una transformación socialista (o desarrollista),
la economía venezolana vivió una masiva transferencia de renta hacia el capital
importador y hacia una casta burocrático-militar que vive a costa de las arcas
públicas mediante la sobrevaluación del bolívar y las importaciones
fraudulentas para captar divisas a precios preferenciales. El proceso
bolivariano ha sido más bien una variante del rentismo petrolero que ya se
había registrado durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979).
Antes que a las revoluciones socialistas clásicas, el proyecto bolivariano se
parece a un nacional-populismo militarista.
Por
Manuel Surtherland
Para pocas personas
es un secreto que Venezuela sufre la crisis más profunda de su historia. Por
cuarto año consecutivo, el país presentará la inflación más alta del mundo
(estimada en cerca de 2.616% para 20171). En enero de 2018, la inflación
alcanzó el 95% y la inflación anualizada fue de 4.520% (5.605% en alimentos,
según la firma
Econométrica )2. De este modo, el país ha entrado de
lleno en la hiperinflación y ve con estupor cómo los precios suben a diario.
Venezuela posee
además un déficit fiscal
de dos dígitos (al menos por sexto año consecutivo), el riesgo país más alto
del mundo, las reservas internacionales más bajas de los últimos 20 años (menos
de 9.300 millones de dólares) y una tremebunda escasez de bienes y servicios
esenciales (alimentos y medicinas). El valor del dólar paralelo (que sirve para
fijar casi todos los precios de la economía) se ha incrementado en más de
2.500% en 2017, lo cual ha desintegrado por completo el poder adquisitivo de la
población3. En ese infausto panorama, Venezuela
constituye el mejor «argumento» para las derechas más retrógradas. En cualquier
ámbito mediático, aprovechan la situación para asustar a sus compatriotas con
preguntas como: «¿Quieren socialismo? ¡Vayan a
Venezuela y miren la miseria!». «¿Anhelan un cambio? ¡Miren cómo
otra revolución destruye un país próspero!». Sesudos analistas aseveran que las
políticas socialistas arruinaron el país y que la solución es una reversión
ultraliberal de la revolución.
En estas líneas,
quisiéramos mostrar que la política económica bolivariana dista mucho de ser «socialista», e incluso «desarrollista». Lo que a las claras se observa
es un proceso de desindustrialización severo en favor de una casta
importadora-financiera que, con un discurso enardecido y un clientelismo
popular vigoroso, ha acelerado de manera drástica la fase depresiva del ciclo
económico capitalista de un proceso nacional de acumulación de capital basado
en la apropiación de la renta hidrocarburífera.
El
ciclo económico y el auge de las materias primas
El ciclo económico
en Venezuela se puede observar en su manifestación más inmediata: las
variaciones interanuales del pib. En el
gráfico 1 se observan fuertes alteraciones en el ritmo de crecimiento de la economía,
con enérgicos ciclos de auge y caída que determinan la volatilidad extrema de
la producción, que a su vez refleja la fuerte variabilidad de los precios del
petróleo. El «oro negro» constituye
alrededor de 95% de las exportaciones en los años de auge de los precios (2012)
y cerca de 65% en los años en que el precio del petróleo es «bajo» (1998)4, es decir, cuando la renta es exigua y
los hidrocarburos ofrecen una ganancia similar a la de una producción
industrial «normal».
En el gráfico 1
también puede verse que los ciclos recesivos en la economía empiezan a
sucederse a partir de la década de 1980. Los primeros años de ese periodo
mostraron la vigorosa influencia de la llamada «crisis
de la deuda», que ahogó a muchos países y se
manifestó con una intensa caída en los índices de precios de los commodities.
En el primer año del periodo bolivariano, el pib exhibió una fuerte caída atribuida al
bajo precio del petróleo (alrededor de 9 dólares por barril) y, quizás, la
incertidumbre explicada por el advenimiento de un gobierno nuevo que prometía
grandes cambios. Posteriormente, los moderados precios del petróleo se
entretejen con un golpe de Estado que derroca por casi dos días al entonces
presidente Hugo Chávez el 11 de abril de 2002. El coup
d’État fue
acompañado por un macizo paro patronal al que adhirió casi todo el empresariado
local. Lo excepcionalmente bajo del pib del año 2003 obedece más a factores extraeconómicos
(diríase políticos) que a razones de índole económica. Lo anterior condujo a un
enorme salto en el crecimiento del año 2004 (18%), que pareció más bien un
rebote de la economía.
El gráfico 1 revela
también que la economía en 2005-2008 creció a tasas elevadísimas (alrededor de
8% interanual), impulsada por un fabuloso auge de la renta petrolera que
multiplicó el ingreso por exportaciones más de tres veces. La «edad
de oro» económica coincide con los momentos en
que el movimiento político bolivariano se muestra más agresivo, empieza a
hablar del «socialismo del siglo xxi» (2005),
lanza planes de integración comercial (la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América,alba) y emprende un proceso de
estatizaciones de algunas grandes empresas industriales y de servicios, en
rubros como cemento, acero, telecomunicaciones, banca y minería. Pero la
abrupta caída de los precios del petróleo a finales de 2008 y a lo largo de
2009, que reflejó los embates de la crisis mundial de 2007-2008, frenó en seco
ambiciones políticas más elevadas. En 2011 se observa una recuperación de la
senda de crecimiento económico derivada de un nuevo incremento en los precios
del petróleo, que pasan de 35 dólares por barril (2009) a 120 dólares entre
2011-2013. Pero en 2014-2015 el precio del petróleo empieza a caer. Solo el
ritmo anualmente incrementado de gastos del gobierno y la hipertrofia en las
importaciones hace que precios del petróleo cinco o seis veces más altos que
los observados a inicios de la década
de 2000 luzcan ahora como«bajos». En esos últimos años empieza la
contracción de las importaciones y la caída en la oferta de bienes y servicios,
y se hacen visibles los resultados de un proceso de desindustrialización que,
en favor de un fervor importador, llegó a subsidiar (con la sobrevaluación del
tipo de cambio) 99,9% de las importaciones de productos como leche líquida,
cemento o gasolina, además de obreros (chinos) para construir viviendas.
La expansión rentística duró un tiempo
excepcionalmente largo y en ella se profundizaron los males que traen
aparejados los estallidos repentinos en el ingreso petrolero. La industria y el
agro se redujeron con la hoz de un tipo de cambio groseramente sobrevaluado5. Lo importado resultó extremadamente
barato y se desincentivó cualquier esfuerzo productivo industrial o agrícola.
Esta política nada tiene que ver con el «socialismo real» ni
tampoco con el desarrollo de fuerzas productivas pregonado por Karl Marx.
Estado y empresarios se volcaron a la faena de exportar la renta petrolera
sobre la base de importaciones recrecidas y fuertemente subsidiadas, la fuga de
capitales se disparó y se expandió un endeudamiento externo a onerosas tasas de
interés (para exportar la renta futura).
Cómo se licuó la renta petrolera en importaciones
La carestía de
bienes básicos también fue consecuencia de una vigorosa exportación de
capitales que restó capacidad de inversión productiva, gracias a una enorme
sobrevaluación de la
moneda. Esta política monetaria no es más que una
inconcebible transferencia de renta petrolera desde el Estado «socialista»
hacia los importadores, quienes reciben muchos más dólares de los que deberían
absorber por los bolívares que desembolsan. Eso significa que cada vez que el
gobierno vendía 10 dólares les estaba regalando (al menos) 9,5 dólares. Esta
lucrativa transferencia de renta al sector privado es el negocio más oneroso y
lesivo a la nación que se pueda imaginar. Pero peor aún ha sido que las
supuestas mercancías compradas con ese dólar de «regalo» han sido en gran parte
fraudes masivos, ya que la mayoría de ellas nunca entró en el país.
En el gráfico 2, se
ve con más detalle que el enorme auge exportador de Venezuela, facilitado por
la multiplicación del precio del petróleo por más de diez, se ha visto
acompañado por un voraz auge importador. Las importaciones, que en 2003 apenas
rozaban los 14.000 millones de dólares (valor cif),
alcanzaron en 2012 los 80.000 millones6, y aunque 70% de estas importaciones
está supuestamente orientado a la inversión productiva, esto no se vio
reflejado en un aumento correlativo de la producción. El
aumento de 457% en las importaciones (valor cif) para
el periodo 2003-2012 refleja que el ritmo en la importación fue a todas luces
exagerado y sin ninguna perspectiva de ahorro ante una posible declinación del
ciclo económico derivado de una esperada caída en los precios del petróleo. De
hecho, el aumento de las exportaciones para ese mismo periodo fue de 257%,
mucho menor al aumento de las importaciones.
Si se observan los términos de intercambio
aplicados a las exportaciones no petroleras venezolanas, se puede apreciar que
el precio pagado por cada kilogramo exportado de mercancías ha subido en apenas
11% (1998-2014), lo cual no justifica un aumento tan fuerte en los precios de
las importaciones7.
Lejos de favorecer a la industria nacional –estatal o privada–, el gobierno se
ha volcado a resolver necesidades diversas a fuerza de importaciones masivas.
Por ejemplo, el sector público ha aumentado en 1.033% las importaciones entre
2003 y 2013, con incrementos interanuales que llegaron a alcanzar el 51%
(2007), en lugar de invertir en la creación de empresas propias.
El fraude en la importación
Las importaciones
fraudulentas son una parte importante de la exportación de la renta petrolera.
En otro trabajo hemos explicado ese mecanismo8, aquí solo haremos una sinopsis
enfocada en un rubro esencial: la
carne. El aumento de la importación (valorfob) de
carnes para el periodo que va entre 2003 (inicio del control de cambio) y 2013
fue de 17.810%. Sí, más de 17.000%. Lo «asombroso» es que el consumo nacional
promedio de carne disminuyó 22% para ese mismo periodo, como ya lo explicamos en
un trabajo que dedicamos exclusivamente a la importación de productos cárnicos9. De solo importar 10 millones de
dólares anuales, se pasó a importar más de 1.700 millones de dólares. Ni hablar
de que hace meses que no se halla carne de manera regular en los supermercados10. Como complemento de ello, se puede
ver que entre 1998 y 2013 el incremento en la importación (valor fob) de animales vivos fue de
2.280%. Para ese mismo año, el valor fob de la exportación de animales vivos
descendió 99,78% (solo 4.300 dólares)11.Son famosas las denuncias de
importaciones de «fabulosas» máquinas de cortar césped de 12.000 dólares y de
armatostes para procesar pollos de 2 millones de dólares: cuando la gendarmería
aduanal revisó el contenedor, solo encontró herramientas oxidadas12. La reconocida empresa de consultoría
Ecoanalítica calculó que de 2003
a 2012 se robaron 69.500 millones de dólares mediante
importaciones fraudulentas. Exportadores de la zona de libre comercio de Panamá
«facturaron» 1.400 millones de dólares en envíos a Venezuela; sin embargo,
funcionarios panameños aseguran que, de esa cantidad, 937 millones fueron
fraudulentos: las compañías facturaban productos inexistentes. En otro de los
casos documentados, una compañía que importaba equipos agrícolas declaró el
costo de una máquina para desgranar mazorcas en 477.750 dólares, cuando su
verdadero precio es 2.900 dólares13.
Para sintetizar (aún más) las políticas económicas lejanas al
socialismo
De forma muy breve,
se podría aseverar que:
1. Las
estatizaciones han sido, por lo general, provechosos negocios para la burguesía
local. En la gran mayoría de ellas se ha pagado mucho por empresas técnicamente
obsoletas. Un ejemplo significativo es la nacionalización del Banco de
Venezuela: por el 51% de las acciones que compró, el Estado pagó 1.050 millones
de dólares, a pesar de que el banco había sido adquirido por el Grupo Santander
(93% del paquete accionario) en menos de 300 millones de dólares.
2. La muy necesaria «reforma
tributaria» sigue pendiente. Según la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (Cepal), los países que mostraron los mayores
incrementos desde 1990 en sus promedios
de ingresos fiscales sobre el pibfueron
Bolivia (20,6 puntos porcentuales) y Argentina (18,8), mientras que Venezuela
registró un descenso de 4,5 puntos porcentuales14.
3. Menos «socialista» ha
sido la fragmentación del capital en decenas de instituciones financieras de
escaso capital y notable ineficiencia. El fraccionamiento de la banca estatal
ha sido acompañado por una política de créditos baratos, que choca con la delirante
idea de la «guerra económica».
Decimos esto porque si el gobierno asevera que los empresarios sabotean la
economía produciendo menos, vendiendo caro y escondiendo sus productos, es
absurdo y contradictorio que el gobierno financie a esos empresarios con
millonarios créditos a tasa de interés negativa. ¿Cómo justificar la dádiva
munificente a quienes supuestamente llevan adelante la «guerra
económica»?
Ejemplos de esos «obsequios» (además
del tipo de cambio preferencial) hay muchos. Recientemente, el vicepresidente
Tareck El Aissami detalló: «La meta es inyectarle en el primer
semestre de 2018 al sector privado 10 billones de bolívares en créditos, lo que
representará casi un tercio del presupuesto nacional»15. También le prestan dólares a la
burguesía: por ejemplo, la
empresa Nestlé recibió un crédito de 9 millones de dólares y
Ron Santa Teresa, 4 millones de dólares16. Hace poco, Maduro aprobó en el
cierre de la
Expo Venezuela Potencia otro crédito por 25 millones de
dólares a distintas empresas venezolanas.
4. El pib industrial registró un notable
incremento (2004-2008), para luego decrecer a niveles por debajo del de 1997,
situación preocupante y que se podría considerar paradójica a simple vista, ya
que en los años de crecimiento elevado (2004-2008) la importación de maquinaria
y equipos industriales (formación bruta de capital fijo) se quintuplicó. Un
proceso de industrialización estatal masivo y a gran escala es la base de todo
gobierno que se precie como desarrollista o socialista, pero en Venezuela se
hizo lo contrario.
Muchas de las series
de datos oficiales de producción industrial física disponibles (a febrero de
2018) terminan en 2011. Si se analiza con cifras recientes la producción de automóviles,
se ve que el retroceso ha sido extraordinario. Entre 2007 y 2015, esta
producción se ha desplomado en un impresionante 89%; el guarismo de 2015 es
casi tan bajo como el registro de 1962, cuando nació formalmente la industria
automotriz y se ensamblaron 10.000 vehículos. Desde 2007, año en que se
ensamblaron 172.418 unidades, la industria automotriz ha caído en picada: en
2015 se contrajo a su peor nivel en 53 años y ensambló apenas 18.300 unidades17. Según datos de la Cámara Automotriz
de Venezuela y de la
Federación Venezolana de Autopartes, el ensamblaje de
vehículos cayó hasta 2.694 unidades, 83% menos que en los mismos 11 meses de
201518.
Salarios, depauperación y perspectivas
En apretado sumario,
se ha visto que no se trata del fracaso de medidas económicas que emanan de los
textos de Marx o de la
Revolución Rusa. En algunos elementos puntuales, se ha
observado que la política económica bolivariana no tiene nada que ver con un
cambio revolucionario anticapitalista ni con una metamorfosis de las relaciones
sociales de producción. El proceso bolivariano ha sido más bien una variante de
las políticas económicas que derivan
del llamado «rentismo petrolero», que ya se habían experimentado en el primer
gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). El componente ideológico y algunos
discursos de talante antiimperialista y antiempresarial confunden a la mayoría
de los analistas que estudian las alocuciones de los presidentes y no sus
políticas concretas.
Aunque el gobierno
bolivariano expandió el gasto social, estatizó empresas, desarrolló políticas
de transferencias directas a los más pobres y otorgó subsidios enormes en los
servicios públicos, la centralidad de su política económica no fue más que la
continuación de la apropiación radicícola de la renta petrolera y de su
derroche, con el agravamiento de la consolidación de políticas de «control» que
solo aceleraron los procesos de destrucción del agro, la industria y el
comercio en favor del enriquecimiento del capital importador-financiero y el
engorde de una casta militar-burocrática hipercorrupta que saquea a manos
llenas a la nación, hasta empobrecerla a niveles nunca antes vistos en estas
latitudes.
El último gráfico que se
presenta revela el resultado directo de la política de expolio de la renta a través
de la sobrevaluación de la moneda, la emisión de dinero inorgánico (el gobierno
incrementó la base monetaria en más de 2.500.000% entre 1999 y 2018) como
política útil para sostener un gasto público utilizado de manera clientelar y
anarquizada. El gráfico 3 refleja la caída en 83%, entre 2006-2017, de la
remuneración mínima mensual (salario más bono de alimentación) que recibe la
clase trabajadora.La izquierda mundial no tiene por qué acallar sus críticas ni
forzar defensas estrafalarias y atávicas en aras de «no mimetizarse con la
derecha» en un análisis riguroso del proceso nacional de acumulación de capital
en Venezuela. La izquierda debe
criticar a los «progresismos» con la misma sagacidad y agudeza que aplica a
regímenes abiertamente antiobreros y derechistas. No tiene por qué ignorar la
centralidad de los problemas que acaecen en esos países, sino que debe
colaborar con ágiles propuestas sin hesitar, y ello pasa por analizarlos
objetivamente y criticarlos con conocimiento dialéctico, no con catilinarias.
Si se hundió el Titanic, no hay que negar el hecho concreto del naufragio en
aras de ser solidarios y antiimperialistas. Leer
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