Entrevista a Alain Badiou, filósofo
"Debemos sacar
nuestro propio balance de l
as experiencias del pasado"
1 de julio de 2017
Por Philippe Stroot y
Raffaele Morgantini (Investig’Action)
Traducido del francés para Boltxe Kolektiboa por Beatriz Morales
Bastos.
El mundo va mal. La nueva crisis sistémica del
capitalismo depredador se ha transformado ahora en una crisis de civilización
que nos lleva directamente a darnos
contra Philippe Stroot y Raffaele Morgantini (Investig’Action) han entrevistado al filósofo militante Alain Badiou para que nos esclarezca los nuevos retos globales y los desafíos futuros: la idea del comunismo, la «crisis» de los emigrantes, la izquierda y la derecha, el papel de los
Pregunta: Profesor Badiou, a los
Creo que la hipótesis comunista y la experiencia comunista están en un estado de extrema debilidad en todo el mundo. Y, como es natural, Francia no es una excepción. Y lo están tanto más cuanto que son objeto de confusiones considerables. Por ejemplo, el partido en el poder en China se sigue denominando «Partido Comunista» aunque a todas luces se trata de una potencia capitalista emergente que se dispone a disputar la hegemonía mundial a Estados Unidos. Otro ejemplo de este tipo de paradoja: en Francia tenemos un Partido Comunista que todavía subsiste, el PCF, pero que fuera de su nombre nunca pronuncia la palabra «comunista».
Pagamos el precio, inevitable históricamente, del fracaso de los grandes Estados comunistas. Más concretamente, el fracaso de lo que se puede denominar el «comunismo de Estado», es decir, la hipótesis según la cual el comunismo se puede instalar en una figura cuyo agente político principal (incluso único en la lógica estaliniana) es el Estado. El comunismo de Estado se ha hundido en todo el mundo y, por lo tanto, la hipótesis comunista está por el momento reducida a sí misma, reducida a su estatus de hipótesis política e histórica. A veces afirmo que en virtud del desarrollo de la historia en espiral, como decía Hegel, hemos vuelto a una situación que en cierto modo se parece a los años 1840-1848, cuando la hipótesis comunista debía ser formulada, argumentada y apoyada antes incluso de que se le pudiera pedir ser una gran fuerza política y tener proyectos estratégicos. Ante un escepticismo muy fuerte se debe volver a formular y trabajar todo lo que atañe a la palabra «comunismo». Tenemos que sacar el balance de los fracasos, de las debilidades y de los errores.
Se puede entender que muchas personas, incluso de buena fe, estén tentadas de decir que lo más sencillo sería abandonar cualquier uso, incluso hipotético, de la palabra «comunismo». Pero, simplemente, hoy no veo a qué llevaría el abandonarlo si no es, en definitiva, a unas formas diversas de adhesión al orden establecido. No creo ser ciego o testarudo al afirmarlo. Estoy totalmente dispuesto a aceptar que otra hipótesis pueda tener una virtud emancipatoria superior, pero no
P: Acaba de recordar que China ya no era comunista y tampoco Rusia, a pesar de lo cual la hostilidad de Occidente respecto a ellos es peor incluso que durante
Creo que, en efecto, detrás del anticomunismo declarado hay viejas rivalidades imperialistas. A mí mismo me sorprende mucho la actitud de los gobiernos franceses, que son particularmente agresivos con una Rusia que ya no es en absoluto comunista. Por consiguiente, estaría bastante tentado de contestar «sí» a su pregunta teniendo en cuenta, sin embargo, que debido a sus orígenes y a su argumentación el anticomunismo ha desempeñado a pesar de todo un papel no desdeñable en este enfrentamiento.
Durante décadas, entre 1917 y, digamos, 1989, hubo un enfrentamiento ideológico planetario que al menos tenía la ventaja de mantener con vida la existencia de dos hipótesis concernientes al futuro de la humanidad: la capitalista imperialista y la comunista internacionalista. Actualmente está absolutamente claro que el argumento oficial del antagonismo con la Rusia de Putin es la oposición entre «democracia» y «dictadura», en definitiva, entre capitalismo autoritario y capitalismo liberal, y ya no es en absoluto la oposición entre capitalismo y comunismo. Por lo tanto, se ha vuelto a esquemas que ya eran clásicos en el enfrentamiento interimperialista en el siglo XIX. Incluso durante la guerra de 1914 la propaganda antialemana era sobre todo una propaganda según la cual nosotros éramos la República y los alemanes eran Guillermo II, la vieja monarquía, los bárbaros, etc.
Por último, creo que el antagonismo entre capitalismo y comunismo,
es decir, la existencia estratégica de dos vías en lo referente al destino de
la humanidad, se ha mantenido vivo a pesar de todo durante bastante tiempo,
aunque en parte haya estado sobredeterminado por unos enfrentamientos
interimperialistas que finalmente han prevalecido. Por lo que se refiere a la
situación actual, ya no se puede justificar por medio del anticomunismo.
Resulta difícil pretender que Putin es un comunista convencido. Más bien asistimos
al retorno de esa antigualla que es la oposición entre, por una parte, los
Estados que se pretenden modernos, liberales y democráticos (es decir, las
ciudadelas del imperialismo mundial) y, por otro, los países que sin duda están
totalmente metidos en el juego capitalista pero que Occidente trata de
describir como un tanto bárbaros. Lo que se designa así son los recién llegados
al mercado mundial, que preocupan mucho a un Occidente cansado y que teme que
su hegemonía mundial se debilite irremediablemente.
Finalmente, el antagonismo hacia la Rusia de Putin y la China de
Xi Jing Ping es a fin de cuentas el clásico antagonismo entre quienes están
bien situados en la dominación global y quines tratan de conquistar un buen
puesto en ella.
P: Los
Plantean una pregunta extremadamente interesante y que es objeto de un gran debate actualmente. En todas partes se discute, sobre todo en la extrema derecha y en la extrema izquierda, acerca de una vuelta a la soberanía nacional. ¿Qué quiere decir? En el caso de Francia se trataría de no depender ya ni de la protección militar y nuclear estadounidense ni de la solidez de la economía alemana. Las consignas son claras: salir de la OTAN y salir tanto de
No obstante, lo que afirmo sin la menor duda es que todo repliegue
sobre una soberanía nacional que esté totalmente separada de la hipótesis
comunista, e incluso sea hostil a ella, sólo haría el juego a unas fuerzas
nacionalistas reaccionarias, incluso, fascistoides. Por consiguiente, el punto
clave es el siguiente: sí, de acuerdo, existe la posibilidad de una
localización transitoria, incluso nacional, de una experiencia de reactivación
de las políticas de emancipación, pero a condición expresa de que se inscriba
explícitamente en la hipótesis comunista y, por lo tanto, considere que su
futuro sólo está asegurado mundialmente. Ustedes citan el ejemplo de Cuba. Pero
precisamente Cuba ha asumido a su manera la hipótesis comunista y la ha asumido
hasta el final. Es incluso el último Estado del mundo que la ha asumido
verdaderamente hasta el final. Nos encontramos así ante un caso, precisamente,
de un país pequeño en la boca del lobo, en la boca del monstruo, que a pesar de
todo ha resistido respecto a su independencia y que sigue haciéndolo, pero que
lo ha hecho en el elemento de la hipótesis comunista.
P: Por lo que se refiere a la crisis de los emigrantes, ¿es una falta de solidaridad afirmar que es absolutamente necesario ayudarles a vivir correctamente en sus países en vez de hacerles venir por millones a Europa para reforzar este «proletariado nómada», por retomar su expresión, cuyas condiciones de vida son cada vez más precarias, incluso en los países más ricos?
Es evidente que a largo plazo, estratégicamente, la gran cuestión es la de la posibilidad de una transformación liberadora de los países de origen. En segundo plano de las migraciones de lo que denomino el proletariado nómada, esos millones de personas que deambulan por el mundo en busca de lugares en los que sobrevivir, evidentemente encontramos el hecho de que un continente entero, África, está sometido a la depredación capitalista más violenta. En última instancia, sin duda la verdadera cuestión que plantean estas emigraciones es la del proceso de emancipación y, por consiguiente, del renacimiento de la hipótesis comunista, en los países concernidos.
Desde ese punto de vista yo esperaba que Sudáfrica podría
desempeñar un papel dirigente en revolucionar la situación africana, pero no ha
sido el caso. En realidad en Sudáfrica hemos asistido al advenimiento de una
burguesía negra que comparte el antiguo poder de los coloniales blancos y
abandona a las masas a su pobreza y a su sumisión forzadas.
Así las cosas, otro aspecto de la cuestión es que el capitalismo
siempre se ha apoyado en un proletariado nómada. Conocí una época, en las
décadas de 1950, 1960 y 1970, en que se hacía venir aviones enteros de obreros
de Marruecos y de Argelia. Actualmente probablemente hay en Francia entre 6 y 7
millones, como mínimo, de obreros, de hijos e hijas de obreros, algunos de los
cuales hoy se encuentran reducidos al estado de parados por la
desindustrialización nacional, de quienes hay que afirmar que, efectivamente,
son proletarios y cuyo origen nacional es tal o cual país africano, de Oriente
Próximo o asiático…. Estas personas, estas familias, son proletarios, existen y
son de aquí.
Por lo tanto, pienso que hay dos aspectos en su pregunta. En
primer lugar, hay que apoyar y ayudar a todo aquello que pueda significar
emprender un proceso político de emancipación y de liberación en los países
dominados.
Es tanto más necesario cuanto que las liberaciones nacionales de los años
sesenta con frecuencia fueron mistificaciones. En muchos países que han sido colonizados
hay gobiernos «nacionales» que en realidad son agentes de tal o cual
imperialismo o corruptos que se aprovechan de las rivalidades
interimperialistas. En contra de todo ello se tienen que alzar los movimientos
progresistas a los que apoyaremos. Por otra parte, también debemos impedir las
persecuciones discriminatorias, racistas y de otro tipo respecto a las
poblaciones que están aquí, a veces desde hace mucho tiempo, a veces de tercera
generación, y que no han hecho sino llevar a cabo a nivel mundial la clásica
emigración del campo a la ciudad y del campesinado al proletariado. Hay dos
aspectos concernientes a esta cuestión: un aspecto internacionalista y un
aspecto nacional o local, y hay que tener en cuenta ambos.
P: Siempre respecto a la cuestión de los emigrantes, hoy en Europa es un reto fundamental para los
Hay que tener en cuenta que en ciertos aspectos esta cuestión no es tan nueva como parece. Veamos, por ejemplo, la historia del proletariado francés en el siglo XIX. Durante mucho tiempo este proletariado estuvo constituido por lo que se puede denominar «emigrantes nacionales», que venían de Auvernia, de Bretaña o de lo más recóndito de los Pirineos, pero a quienes los habitantes de las grandes ciudades consideraban emigrantes. La mejor prueba es que tenían una cartilla de obrero. Desde esa época ha existido la cuestión de los papeles y de los obreros sin papeles. Si no tenías esa cartilla, la policía te podía enviar de vuelta al campo. No hay que olvidar que esta cuestión fue la motivación directa de la gran insurrección de junio de 1848: la consecuencia del cierre de los Talleres Nacionales, fábricas en las que estas personas trabajaban, fue que hubo que expulsar a todas ellas. Se rebelaron y con la represión del ejército tuvimos una de las mayores masacres obreras en las calles de París.
Las cuestiones políticas son a menudo menos nuevas de lo que se cree. La cuestión de los emigrantes no es sino la ampliación a nivel mundial del problema general de la procedencia de la fuerza de trabajo obrera. Las personas ya no vienen sólo de Auvernia o de Bretaña, sino que vienen de África, Oriente Próximo, Asia, Europa central… Huyen así de las mortíferas guerras civiles y tratan de protegerse. La consideración progresista (ni siquiera comunista, sino progresista) supone naturalmente que se integran estas circunstancias, aunque sin abandonar el hecho de que hay en sus países problemas políticos de la mayor importancia y que hay que tratar, estoy de acuerdo con ustedes en este punto. Hay que ser solidario en ambos frentes. Es una máxima en mi opinión fundamental, la vía por la que el proletariado (incluido, e incluso sobre todo, su componente nómada) se constituye como fuerza política en nuestros países. Yo mismo me ocupé mucho de las fábricas en las décadas de 1960 y 1970. Trataba con muchas personas marroquíes, argelinas, malíes, senegalesas, mauritanas… En ese sentido, incluso la creación de núcleos comunistas dentro de las fábricas era a su manera una actividad internacionalista. Y además también hay que mostrarse solidario con estas personas en lo que concierne a las luchas que se llevan a cabo en sus países y en las que podrían participar.
Insisto en el hecho de que el proletariado siempre ha sido nómada
en un sentido porque la propaganda trata de presentar todo esto (los
refugiados, los viejos jubilados argelinos, los jóvenes parados de origen
africano) como un fenómeno completamente nuevo, una invasión del país por parte
de personas a las que no se conoce, etc.
Pasé mi infancia en Toulouse, que era una ciudad poblada de
proletarios españoles que habían huido en la guerra civil cuando los
republicanos vencidos se replegaron en el sur de Francia. Puedo asegurarles que
se decía de estos refugiados españoles, en su mayoría cristian os,
exactamente lo mismo que se dice hoy de los marroquíes, los sirios o los
malíes, en su mayoría musulmanes. Así, por medio de la opinión pública en mi
infancia aprendí que los españoles no eran como nosotros, que eran unos
bárbaros. Lo que más se aportaba como prueba del hecho de que no estaban
verdaderamente civilizados es que no sabían qué era una bañera y que creían que
ahí era donde se ponía el carbón. Son historias significativas en lo que
respecta al racismo social. Hoy se afirmará de buen grado que la prueba de que
los árabes son unos bárbaros es que sus mujeres e hijas llevan un pañuelo en la
cabeza. ¿Quizá estas mujeres desconocen qué es una boina o un paraguas?
En realidad, la constitución del proletariado siempre ha sido
problemática desde el punto de vista de la estupidez nacionalista, la
mentalidad torpe y violenta de las «identidades» que se creen superiores. En la
Inglaterra del siglo XIX, otro ejemplo, se adoptaron unas leyes extremadamente
feroces respecto a lo que se puede denominar los «emigrantes interiores».
Cualquier persona que no pudiera decir de dónde venía, a dónde iba y por qué
podía ser colgada por el delito de vagabundeo. Como he mencionado, en nuestro
país existía la cartilla del obrero: en cuanto la situación económica lo exigía
se devolvía a la gente a su pobre provincia.
Todas estas viejas cuestiones siguen siendo cuestiones fundamentales del progresismo moderno y, por supuesto, de la reconstrucción de una política comunista.
P: En una entrevista reciente de
Sí, sería interesante. Pero puede que a pesar de todo siga siendo un tanto intraparlamentario, un poco demasiado ligado al sistema electoral dominante. Se trataría sólo de una especie de juicio público de las promesas incumplidas. Además, se podría imaginar que estuviera organizado por
P: Pero, a fin de cuentas, el pueblo es quien decide si es o no el caso…
Sí, pero el pueblo electoral es una noción bastante confusa. Entre el pueblo electoral y el pueblo político hay una diferencia capital: el pueblo electoral también se compone de muchas personas indiferentes o sumisas. Incluso son la mayoría.
Estoy totalmente de acuerdo en llevar a cabo una campaña sobre el hecho de que la promesa incumplida es una figura absolutamente constitutiva de la vida política actual y que si hay quien padece particularmente esta enfermedad, es
P: Precisamente, cuando personas como Hollande y Valls se pretenden de izquierda, aunque no lo sean en absoluto, y no digamos ya Macron, que afirma no ser ni de de derecha ni de izquierda, ¿no aparece ahora una nueva división entre los partidarios del Estado y de la propiedad colectiva (la verdadera izquierda), y quienes quieren privatizarlo todo?
Evidentemente es el debate central y la razón por la que, como
decía, en cierto modo hemos vuelto a una época arcaica de la existencia de la
«izquierda» (si se debe mantener esta manida categoría electoral) puesto que la
cuestión del mantenimiento o no de la dictadura de la propiedad privada vuelve
a ser absolutamente central. Es un criterio imponente aunque determinante de lo
que constituye una orientación nueva, es decir, comunista.
Hay que reconocer que la última existencia formalmente aceptable
de la «izquierda» en Francia fue la elección de Miterrand en 1981 porque el
programa común que unía a los socialistas con los comunistas «ortodoxos»
todavía era un programa muy crítico de la propiedad privada. Contenía unas
medidas bastante radicales como, por ejemplo, la casi nacionalización de la
totalidad del crédito y de los bancos. Hay que ver en ello el efecto de un
último arranque programático del Partido «Comunista» antes de entrar en una
prolongada agonía.
Este arranque
sólo duró dos años, después se acabó. Aquello ocurrió hace cuarenta años.
Después nadie en el espacio parlamentario ha propuesto atacar al capital.
Recuerdo que el propio Jospin, primer ministro socialista, había respondido en
un tono absolutamente altivo cuando unas delegaciones obreras acudieron de la
fábrica de Michelin en vías de desindustrialización a pedirle que nacionalizara
esta fábrica: «¡De todos modos, no vamos a volver a la producción
administrada¡». Había añadido que ni siquiera había que hablar de ello. Por
consiguiente, hemos vuelto a la época en la que finalmente esta idea elemental,
que estructuró la esperanza comunista durante dos siglos y que consistía en
afirmar que la tarea prioritaria era atacar la dictadura del capital y la
propiedad privada, está completamente desaparecida del espacio parlamentario
desde hace unos cuarenta años. En efecto, cualquier política comunista debe
volver a situarla en el centro de las discusiones y de los procesos
organizados.P: Quisiéramos abordar ahora la cuestión de los
No es falso. Sin embargo, quisiera precisar que entre los
De modo que el reparto mediático de las opciones políticas y, tras
ellas, de los grandes capitalistas, no se refiere en absoluto a las cuestiones
generales de la gestión económica, a propósito de las cuales evidentemente
están de acuerdo, sino sobre las cuestiones sociales. Es absolutamente evidente
que personas como Macron u Hollande no ven inconveniente alguno en que exista
el matrimonio homosexual o en que las mujeres sean ministras. Consideran que
más vale ir en esta dirección, que eso no supone peligro alguno para la
dictadura del capital y que incluso crea una pequeña clientela suplementaria.
En mi opinión, es una de las razones de la grave crisis del partido de derecha
dominante en Francia. En el fondo Juppé representaba una salida semiliberal,
mientras que Fillon dio un golpe de Estado en el seno de la derecha movilizando
durante las primarias al personal militante de la manifestación antihomosexual,
lo más profundo de la reacción tradicional, del viejo petainismo burgués. Dio un golpe de Estado en el
interior del partido republicano y eso provocó la catástrofe general y la
necesidad de hacer surgir a Macron como muñeco político «nuevo».
P: La propaganda mediática trata de desacreditar a quien no le gustan utilizando indiscriminadamente términos negativos como «populismo», pero también «dictadura», «totalitarismo» e incluso «terrorismo». ¿No cree usted que actualmente vivimos en un régimen caracterizado por el totalitarismo del dinero, la dictadura de los mercados e incluso el terrorismo de las agencias de calificación contra ciertos Estados?
Sí, por supuesto, creo que todas estas palabras despectivas se podrían volver contra sus autores, sin la menor duda. Por ejemplo, se ve que unos gobiernos socialistas ordenan graves acciones de discriminación policial. Yo mismo, que desde mi más tierna infancia lucho contra los socialdemócratas, me he quedado estupefacto al ver que las funciones de Valls han consistido en explicarnos ¡que un problema muy grave de Francia era el de las personas nómadas de origen rumano! ¡Es inimaginable! Y que diera instrucciones para que se destruyeran los campamentos de estas personas. ¿Es esa la cuestión fundamental del nuevo primer ministro socialista de Francia? Sin duda se puede aplicar a este Valls una de las palabras de ustedes acaban de mencionar y muchas otras. La logomaquia despectiva utilizada por los
P: Le hemos oído decir que no vota desde 1968, desengañado por la oleada reaccionaria que siguió a los acontecimientos de mayo. ¿Quiere eso decir que no cree en la posibilidad de un cambio verdadero por medio de las urnas y qué solución alternativa preconiza entonces usted para tratar de cambiar el mundo?
En Francia el parlamentarismo se estableció progresivamente en el siglo XIX y su victoria definitiva data de
Finalmente, sólo veo en total tres aparentes excepciones en siglo y medio que pudieron hacer creer por un instante que las elecciones eran capaces de otra cosa.
La primera es el Frente Popular en 1936. Su elección suscitó algo de naturaleza muy diferente: la primera gran huelga general de obreros franceses. Hay que señalar que eso no es puramente electoral. Y Blum, primer ministro electo, escribió negro sobre blanco que había recibido esta huelga «como una bofetada», es decir, como algo que, en efecto, no obedecía a las reglas del juego. El Frente Popular suscitó grandes esperanzas, se votaron leyes sociales, pero aquello terminó en 1937, ¡al cabo de un año había acabado! Terminó debido a unas decisiones deplorables, como la de no intervenir en la guerra de España o cosas por el estilo, mientras que Blum anunciaba, exactamente como hará más tarde Mitterrand, que era «la pausa». Y la pausa quería decir el final. Y esta misma cámara, que había votado las reformas de 1936, es la que en 1940 votó otorgar plenos poderes a Pétain. Esta es la primera excepción.
La segunda excepción fue la cámara constituida tras la Liberación, en 1944-45. Entonces tuvimos un gobierno en el que participaban comunistas y una burguesía francesa totalmente desacreditada por haber apoyado a Pétain y la colaboración durante toda
Por lo que se refiere al tercer episodio, fue la elección de Mitterrand en 1981 con un programa que, como he dicho, comportaba por primera vez varias cosas importantes concernientes a la propiedad de los capitales. Pero apenas dos años después había terminado ese paso anticapitalista. El gobierno Balladur desmanteló totalmente todo el programa de la «izquierda unida». Y que yo sepa, Mitterrand en absoluto vio un posible motivo de dimisión en echar abajo todo lo que había anunciado y empezado a construir. Es más, en adelante no hizo nada en esa dirección, no volvió a nacionalizar nada, ¡a pesar de que todavía permaneció once años en el poder!
Por consiguiente, en primer lugar constato que el régimen
electoral francés fue el autor, ya fuera con la izquierda o con derecha en el
poder, de una sucesión ininterrumpida de cosas espantosas. Y, en segundo lugar,
que en total hubo tres excepciones, que duraron como máximo dos años y cuya
herencia se ha aniquilado totalmente. Por lo tanto, no tengo razón alguna para
creer que las elecciones puedan proponer algo de positivo a un verdadero
militante comunista. No puedo creer que un movimiento electoral pueda encarnar
la existencia de otra posibilidad, de otra estrategia. El parlamentarismo no es
sino la fórmula política ajustada a la dominación capitalista.
Por consiguiente, vuelvo a mis consideraciones iniciales: en
primer lugar hay que formular claramente una hipótesis alternativa y a
continuación hay que organizar directamente a la gente en torno a ésta. Si en un momento
determinado se considera útil entrar en el juego electoral es una cuestión de
oportunidad, pero a todas luces sólo puede ser una decisión táctica, no puede
ser una decisión estratégica. No se puede hacer con la esperanza de que como se
ha elegido a unas personas se ha ganado la partida o se puede ganar ahora. Eso
va a depender exclusivamente tanto del movimiento de masas y de su nivel de
conciencia y de pensamiento como de la fuerza de sus organizaciones. Se puede
utilizar la palabra «revolución» si se quiere. En todo caso va a depender de la
política colectiva, de la política organizada y de las grandes revueltas
obreras y populares, a una escala cada vez mas internacional porque el propio
capitalismo es internacional y en ese aspecto vamos con retraso respecto a él.
Todavía seguimos muy encerrados en lo nacional. Los grandes capitalistas están
cómodos en Shanghai, San Francisco o Buenos Aires, pero nosotros no lo estamos
tanto políticamente. Y, en todo caso, creo que hay que acabar con el mito de la
democracia electoral, incluido en la opinión pública e incluso sobre todo en
ella.
Es un problema complicado porque me parece que la mayoría de las organizaciones que mantienen con vida la hipótesis comunista en el mundo lo hacen sin haber establecido completamente el balance de lo hecho en el pasado. Como si en cierto modo ellas garantizaran una continuidad. Esta continuidad puede ser una continuidad estalinista, trotskista, maoísta, pero me parece que lo que falta (y me hago este reproche a mí mismo) es un balance la experiencia comunista del siglo XX que sea un balance progresista, es decir, que no sea el mismo balance que el del enemigo, pero que tampoco sea la idea de que podemos pura y simplemente continuar. Los Estados socialistas del siglo anterior no lograron desplegar completamente la hipótesis comunista y hacerla irreversible históricamente. Nosotros mismos debemos sacar las enseñanzas de este fracaso, reteniendo también lo que estuvo bien hecho, incluso lo que fue notable.
Personalmente creo que la Revolución de Octubre fue un
acontecimiento sin precedentes en la historia. Es la primera vez que se emprende la construcción
de una sociedad que no esté bajo la dictadura de la propiedad privada. ¡No se
había emprendido desde el Neolítico! Lo digo en serio, es un proyecto que no
había existido desde el Neolítico porque la propiedad privada no es simplemente
el capital, la propiedad privada existe desde siempre, desde la aparición de
los Estados. Por consiguiente, hay que continuar en ese sentido, extrayendo de
lo que ha tenido lugar su carácter creador e innovador. Pero al mismo tiempo es
necesario que nos rindamos cuentas a nosotros mismos, y que rindamos cuentas a
la gente, de las razones internas del fracaso. Por supuesto, ha habido presión
externa, presión capitalista, lo que no impide que todo se haya desmoronado y
tenemos que saber por qué. Es necesario que quienes continúan sepan por qué y
que, por lo tanto, encuentren sus propias razones para continuar sabiendo qué
ocurrió realmente, proponiéndolo y explicándoselo a la gente. Ahora bien, es
evidente que todo esto gravita en torno a la cuestión del Estado. Creo que en
cierto sentido estas empresas han sido contrarias a la hipótesis general
marxista que era la de una decadencia del Estado. Se trataba de empresas
violentamente estatales que entendieron la dictadura del proletariado como la
dictadura del propio comunismo, lo que no es en absoluto lo mismo. Así pues,
creo que debemos tener nuestra propia conciencia histórica.
Sobre ese punto, el segundo episodio sin precedentes en la
historia es la
Revolución Cultural en China. ¿Por qué? Porque, precisamente,
puso a la orden del día la cuestión del comunismo en su difícil relación con la
del poder del Estado. Durante años la juventud estudiante y millones de obreros
actuaron, pensaron y escribieron en un desorden extremo pero extremadamente
movilizador para rectificar el curso de las cosas y animar el devenir
comunista. Finalmente fracasaron, pero es imperativamente necesario partir de
su experiencia.
Hoy en día lo que domina la opinión pública y, de hecho, una
opinión sumisa al tiempo que inquieta, es que ha interiorizado un «balance» del
comunismo hecho por quienes siempre han sido enemigos jurados del comunismo.
Este supuesto balance se resume en una máxima: «No existe una política
comunista, no ha existido y nunca existirá».
Pues bien, ya veremos.
Fuente de la primera parte: http://www.investigaction.net/entretien-avec-alain-badiou-12-nous-devons-tirer-notre-propre-bilan-des-experiences-du-passe/
Fuente de la segunda parte: http://www.investigaction.net/fr/entretien-avec-alain-badiou-22-democratie-et-medias/
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