El
pensamiento crítico latinoamericano hoy
18 de julio
de 2017
Por
Emir Sader
(Alainet)
Siempre habían coincidido períodos históricos importantes para el
continente y auges del pensamiento crítico latinoamericano. El período vivido
por varios países del continente en este siglo configura, sin ninguna duda, un
período especial en que, a pesar de los efectos negativos vividos por el
continente como resultado de las grandes trasformaciones regresivas vividas por
el mundo en las últimas décadas y por las tendencias negativas predominantes en
el mundo actualmente, tuvimos países que han reaccionado positivamente, a
contramano de lo que pasa en el mundo.
No sólo fue un período importante por ello,
sino por el surgimiento, como una de sus expresiones, de una generación de
líderes políticos
excepcionales, como Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica,
Evo Morales, Rafael Correa, entre otros. Bastaría ello para confirmar que es un período
extraordinario.
Sin embargo, tampoco se puede negar que el pensamiento crítico no ha estado a la altura de los desafíos políticos enfrentados por esos gobiernos, no se ha generado un período de auge de nuevas construcciones teóricas muy importantes para el pensamiento latinoamericano. ¿A qué se debe ello?
Sin duda una de las dificultades es la misma
complejidad de ese período, su carácter contradictorio. Globalmente es un
período de retrocesos, con el paso de un mundo bipolar a un mundo unipolar bajo
la hegemonía imperial norteamericana; con el paso de un ciclo largo expansivo
del capitalismo a un ciclo largo recesivo; con el paso de la hegemonía de un
modelo de bienestar social a la de un modelo de competencia libre en el mercado.
América Latina vivió esos cambios de forma concentradamente negativa, marcados
por la crisis de la deuda a finales de los años 1970; dictaduras militares en
algunos de los países más importantes del continente; y por ser la región del
mundo que tuvo más gobiernos neoliberales y en sus modalidades más radicales.
Las dificultades para comprender cómo, en un
marco negativo como ese, fue posible el surgimiento de gobiernos progresistas,
es un problema teórico que hay que descifrar, para poder enfrentar los dilemas
del nuevo período, así como las
herencias como Estados mínimos y economías desindustrializadas, con la soya y la
extracción de productos primarios con un rol importante, con la mayor parte de
los trabajadores sin contrato de trabajo, con profundas desigualdades sociales,
entre otras.
Gobiernos
antineoliberales
Comprender el carácter antineoliberal de las
izquierdas en nuestro tiempo, así como el carácter de esos gobiernos, que han
tenido como prioridad las políticas sociales y no los ajustes fiscales; los
procesos de integración regional y el intercambio Sur-Sur y no los Tratados de
Libre Comercio con los EEUU; el rescate del papel activo del Estado como
inductor del crecimiento económico y como garante de las políticas sociales, en
lugar de la centralidad del mercado, es condición para comprender la era
neoliberal del capitalismo.
Las dificultades para esa comprensión han
llevado a que algunos intelectuales y corrientes de pensamiento hayan sido
llevados a rechazar el rol del Estado y a centrar su reflexión y las formas de
acción en la “sociedad civil”, en contra del Estado, de la política, de los
partidos. Han propuesto la “autonomía de los movimientos sociales” respecto a la
política, recayendo en posiciones corporativas y que han relegado a los que han
adoptado esa posición a la defensiva permanente, a la impotencia en la disputa
política y finalmente a la intranscendencia e incluso a la desaparición de
algunos movimientos, como fue, por ejemplo, el caso de los piqueteros.
Una vez surgidos gobiernos con los rasgos
apuntados, esa dirección de pensamiento ha desconocido su importancia, empezando
por disminuir profundamente las desigualdades sociales en el continente más
desigual del mundo, el fortalecimiento de los Estados en la lucha por la
superación del neoliberalismo, el fortalecimiento y expansión de procesos de
integración regional independientes de los EEUU, como única región del mundo que
tuvo un conjunto de gobiernos antineoliberales y procesos de integración con
esos rasgos.
Reducir a gobiernos como los de Bolivia y
Ecuador a “modelos extractivistas” es un reduccionismo economicista radical. Los
gobiernos de Perú han sido eso. Los de Bolivia y Ecuador no pueden ser reducidos
a eso, incluso porque sus rasgos fundamentales son otros –sociales, étnicos,
políticos, culturales, económicos–, que van mucho más allá de una
caracterización tan reductiva y simplista como esa.
Como resultado, una parte de la intelectualidad
latinoamericana ha quedado aislada de los más importantes procesos políticos que
sus países y Latinoamérica han vivido. El sectarismo, el intelectualismo, la
falta de contacto con la realidad concreta de los países y de los pueblos de
nuestro continente, los ha reducido a producir artículos críticos, a una
incapacidad de pensar lo nuevo, impidiéndoles ir más allá de las teorías
clásicas.
Pero una parte del pensamiento crítico ha
sabido comprender los rasgos innovadores del nuevo período histórico, de la
lucha por superar el neoliberalismo, a contramano de las tendencias dominantes
del capitalismo en escala mundial. Han comprendido la naturaleza de esos
gobiernos, sus particularidades y por ello, entre otras cosas, han hecho los
mejores balances críticos de esos gobiernos. (Como se puede ver en el libro Las
Vías Abiertas de América Latina, en sus ediciones ecuatoriana, argentina,
venezolana y boliviana, y luego en la brasileña). La obra de Álvaro García
Linera, el más importante intelectual latinoamericano contemporáneo, es la mejor
expresión de esa capacidad de comprender esos fenómenos y de cómo ellos permiten
la mayor creatividad teórica, los mejores balances y las mejores proyecciones
del futuro posible del continente.
En el momento en que incluso los organismos que
tradicionalmente habían representado el pensamiento crítico han perdido
representatividad, capacidad de aglutinación y de convocatoria del pensamiento
crítico, es hora de que nuevas generaciones de intelectuales críticos ocupen el
lugar de destaque y produzcan, apoyados en lo mejor que se ha generado, un nuevo
pensamiento crítico latinoamericano, a la altura de los desafíos que el
continente enfrenta.
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