Es hora de acabar con
la permisividad de Occidente hacia Israel
Israel: Su imagen de
víctima y el doble rasero
20
de julio de 2017
Por Jonathan Cook (The National)
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Cuando Israel aprobó el año pasado una nueva ley antiterrorista,
Ayman Odeh, un dirigente de la gran minoría de ciudadanos palestinos del país,
describió sus medidas draconianas como “el último suspiro” del colonialismo.
El pánico y la crueldad superaron nuevas cotas
la semana pasada, cuando las autoridades israelíes presentaron una demanda de
2,3 millones de dólares contra la familia de Fadi Qanbar, el conductor que
estrelló un camión contra un grupo de soldados en enero en Jerusalén matando a
cuatro de ellos. Él fue muerto a tiros en el mismo lugar.
La querella solicita que su viuda, Tahani, y
sus cuatro hijos pequeños reembolsen la compensación que el Estado entregó a
las familias de los soldados.
Como las otras familias de palestinos que
cometen atentados, los Qanbar carecen de hogar desde que Israel selló con
cemento su vivienda en Jerusalén Este. Otros doce familiares han sido
despojados de sus papeles de residencia como anticipo de su expulsión a
Cisjordania.
Ninguno de ellos ha hecho nada malo; su único
crimen es estar emparentados con alguien a quien Israel define como
“terrorista”.
Esta tendencia se está acentuando. Israel ha
exigido a la
Autoridad Palestina que deje de pagar la pequeña ayuda
mensual que reciben familias como los Qanbar, cuyo principal proveedor del
sustento está en la cárcel o muerto. Las sentencias condenatorias a palestinos
de la legislación militar israelí es superior al 99 por ciento.
La legislación israelí pretende incautar 280
millones de dólares de los impuestos que Israel recolecta en nombre de la
Autoridad de Palestina, provocando potencialmente su bancarrota.
El próximo miércoles, los conservadores
israelíes presentarán en el Senado estadounidense una proposición de ley para
denegar igualmente la asistencia que EE.UU. presta a la Autoridad Palestina ,
a menos que ésta deje de “financiar el terrorismo”. Issa Karaba, funcionario de
la Autoridad
Palestina declaró que esta no tiene manera de cumplir dicho
requisito: “Prácticamente la mitad de los hogares palestinos… están
emparentados con un recluso o un mártir”.
Israel ha llevado el castigo colectivo a
nuevos extremos. Según sus razonamientos, la única manera de disuadir a los
potenciales autores de atentados es haciéndoles saber que sus seres queridos
sufrirán duras represalias. Dicho de otra manera, Israel está dispuesto a utilizar
cualquier medio para aplastar las motivaciones de los palestinos por resistir
su cruel ocupación.
Sin embargo, todos los indicios apuntan a que cuando las personas
alcanzan un punto de inflexión en el que están dispuestas a morir luchando
contra sus opresores, piensan poco en las consecuencias que esto pueda tener
para sus familias. Esa fue la conclusión a la que llegó un estudio del ejército
israelí hace ya más de diez años.
En realidad, Israel sabe que dicha política no tiene sentido: no
sirve para detener los atentados, pero contribuye a llevar a cabo un complejo
programa de desplazamientos. Formas cada vez más sádicas de venganza refuerzan
la sensación colectiva e histórica de víctimas que tienen los judíos, al tiempo
que desvían la atención de los israelíes de la realidad: su país es un Estado
colonial brutal.
Si ese calificativo parece severo, veamos los
resultados de un estudio recién publicado sobre los efectos que tienen las operaciones
con drones en el personal que las realiza, operaciones que llevan a cabo
ejecuciones extrajudiciales cuyos “daños colaterales” suelen ser las muertes de
civiles.
Un sondeo realizado en Estados Unidos averiguó
que los pilotos que dirigen el vuelo remoto de drones desarrollan al poco
tiempo síntomas de estrés postraumático a causa de la cantidad de muerte y
destrucción que infligen. El ejército israelí realizó el mismo estudio después
de que sus pilotos operaran drones sobre Gaza durante el ataque israelí de
2014, en el que murieron alrededor de 500 niños palestinos cuando el pequeño
enclave fue bombardeado durante casi dos meses.
Sin embargo, los médicos se asombraron de que
los pilotos no mostraron signos de depresión o de ansiedad. Los investigadores
especulan con la hipótesis de que los pilotos israelíes pueden sentir que sus
acciones están más justificadas porque se encuentran más cerca de Gaza que los
pilotos estadounidenses de Afganistán, Irak o Yemen. Están más seguros de que
son ellos los que se encuentran amenazados.
La firmeza por mantener esta imagen que les
muestra como las únicas víctimas conduce a practicar un escandaloso doble
rasero.
La semana pasada, el tribunal supremo israelí
respaldó la negativa de algunos funcionarios a sellar las casas de los tres
judíos que secuestraron a Mohamed Abu Khdeir en 2014 y lo quemaron vivo.
En mayo, el gobierno israelí reveló que había
rechazado indemnizar al niño de seis años Ahmed Dawabsheh, único superviviente
de un incendio provocado por extremistas judíos hace dos años, del que resultó
con graves cicatrices.
Esta interminable complacencia consistente en
echar sal sobre la herida de los palestinos sólo es posible gracias a que
Occidente ha consentido que Israel se regodee en su papel de víctima desde hace
demasiado tiempo. Ha llegado el momento de pinchar esta burbuja de autoengaño y
recordar a Israel que él es el opresor, no los palestinos.
Jonathan Cook es un periodista británico
residente en Nazaret especialista en Oriente Próximo y el conflicto israelí-palestino
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229312
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