Urge un cambio de
rumbo
21
de julio de 2017
Por Eduardo Montes de Oca (Rebelión)
Creo que, a estas alturas, amerita un pronóstico para 2017,
partiendo, lógicamente, de los acontecimientos de más pronunciado relieve del
año anterior, que para diversos analistas reflejan una aceleración de las
tendencias que sitúan en un punto candente a varias dimensiones de la crisis
sistémica, civilizatoria, de las últimas décadas.
Víctor Ríos, por ejemplo, nos alerta en El
Viejo Topo y Rebelión de que cada vez se hace más imperioso un cambio de rumbo
en aras de conjurar el Apocalipsis. Si el 4 de noviembre de 2016, recuerda,
entró en vigor el Acuerdo de París –del que EE.UU. acaba de anunciar su
retiro-, y días después tenía lugar en Marruecos la 22ª Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, donde se fijó un corto plazo, hasta
2018, para que los gobiernos completaran las normas de aplicación del consenso
logrado en la capital francesa, en realidad son pocos los que piensan que en
ese lapso se concretarán las medidas suficientes para frenar el calentamiento global.
No importa que la Organización
Meteorológica Mundial oreara en público un inobjetable
informe que califica al último lustro del más caluroso desde que se registran
las temperaturas. Tampoco parece demasiado relevante que un reciente estudio de
las universidades de Florida y Hong Kong, publicado por la revista Science ,
haya verificado los evidentes perjuicios a todos los ecosistemas terrestres, de
agua dulce y marinos, y a las especies que los poblamos.
Sucede que el capital deviene presentista a
más no poder, y le son intrínsecas unas fuerzas productivas-destructivas –como
enseñó el filósofo Walter Benjamin-, por lo que reducir drásticamente los gases
de efecto invernadero supone enfrentar tanto los intereses del sector
energético de combustibles de origen fósil como los hábitos de transporte de
mercancías y el incremento del parque de automóviles particulares y su
circulación en las grandes áreas urbanas.
En ese contexto, “¿qué poderes políticos están dispuestos a tomar
las medidas necesarias?, ¿cuál será el apoyo social a las propuestas de quienes
estén dispuestos a tomarlas?”, se pregunta Ríos en un tono cuyo pesimismo se ve
avalado por una lista que incluye los grandes flujos migratorios causados por
el empobrecimiento creciente, los desastres climáticos y los encontronazos
bélicos.
Asimismo, “las políticas económicas impuestas por el FMI durante la Gran Recesión y la
irresponsable, criminal, desestabilización política y gestión de conflictos
fomentada por el gobierno norteamericano y sus aliados árabes y europeos en
países como Libia, Siria o Iraq, entre otros, han provocado numerosas muertes y
el incesante y dramático aumento de millones de expulsados, desposeídos de los
más elementales derechos humanos”.
Pero, afortunadamente, si de un lado cobran vigor el miedo, la
violencia de género, las afirmaciones identitarias impregnadas de rasgos
racistas, xenófobos o abiertamente fascistas; de otro se activan las contestaciones fraternales y solidarias de
aquellos que se niegan a aceptar la degradación y la barbarie como único
horizonte.
Esos mismos que apuestan por emprender las transformaciones
económicas, sociales, políticas y culturales capaces de garantizar lo que los
añosos dominios niegan: los fundamentos de una vida digna, el pleno acceso y
ejercicio de los derechos humanos en forma pacífica y armónica con la
naturaleza, apunta nuestro comentarista con encendido tono.
Sí, no todo ha sobrevenido lúgubre en 2016,
que para el entendido fue también el período del descalabro de las
coincidencias de las élites, de las opciones preferidas por las oligarquías
económicas y sus operadores en el plano mundial. “La victoria del Brexit en el
Reino Unido y las derrotas de Hillary Clinton en las presidenciales de EE.UU. y
de Renzi en el referéndum sobre la reforma constitucional en Italia son buenas
muestras de que las preferencias del establishment, a pesar de contar con el
apoyo masivo de todos los grandes medios
de manipulación mediática, no han podido imponerse”.
Por otra parte, y ampliando el pábulo para la
esperanza, han ocurrido hechos que, no obstante su significado, no aparecen
apenas en las (des)informaciones de falsimedia. ¿Ejemplos? El mayor paro
general de la historia, llevado a cabo en septiembre en la India. “En un país
con 680 millones de personas, la mitad de su población, viviendo en la pobreza,
entre 150 y 180 millones de trabajadores de la economía formal e informal
participaron en la huelga convocada por los sindicatos”.
Igualmente, el triunfo, que por supuesto no se
aprecia precisamente eterno, de los pueblos de la reserva sioux de Standing
Rock, en Dakota del Norte, “tras nueve meses de movilización apoyada por miles
de personas acampadas y cientos de naciones tribales antaño enfrentadas y ahora
luchando juntas contra la construcción de un oleoducto que atravesaría sus
tierras amenazando su abastecimiento de agua”.
Claro, lo que anotamos representa un somero
repaso, si acaso una pincelada, en razón del espacio editorial que nos cobija.
Lo importante es dejar nítido en estas líneas que 2016 ha provisto de
irrefutables indicios de la persistencia de la crisis en el ámbito económico y
en el sistema financiero internacional, signos que sugieren estancamiento
prolongado y amenazan con nuevas turbulencias en el año que transcurre.
Mas pecaríamos de elusivos si permitimos
queden fuera de estos renglones los notables movimientos geopolíticos en todos
los rincones del planeta: la intensificación de la cooperación ruso-china, la
fuerte contraofensiva conservadora en América Latina, la nueva correlación de fuerzas
en el Oriente Medio, el distanciamiento de aliados tradicionales de los Estados
Unidos como Turquía y Filipinas en ambos extremos de Asia, el recrudecimiento
del terrorismo yihadista y el desgajamiento de la Unión Europea …
Remarcándolo con Ríos: “Todas ellas,
cuestiones portadoras de incertidumbres que marcarán los próximos tiempos”.
Lo cual nos convence de que captar de manera adecuada las
transformaciones en curso, acertar en la definición de los dilemas
fundamentales se convierten en requisitos ineludibles para avanzar en la
construcción de un programa, una estrategia y unos instrumentos capaces de
convertir a las masas en sujeto activo de un orden distinto, de una alternativa
civilizatoria urgente, digna y viable.
Alternativa con la cual podríamos salvarnos
del colapso general del sistema universalizado, que, conforme a pensadores
tales Carlos Taibo (insurgente.org), se estaría acercando como con botas de
siete leguas (no se aviene a asegurarlo pero le augura grandes probabilidades),
y supondría “cambios sustanciales, e irreversibles, en muchas relaciones,
profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las
necesidades básicas, reducciones significativas en el tamaño de la población
humana, una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos -acompañada de
una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores-,
la desaparición de las instituciones previamente existentes y, en fin, la
quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de
comunicación, del orden antecesor”.
A trancos de gigante
Señalando como causas primarias la
metamorfosis climática y el agotamiento de las materias primas energéticas que
empleamos, Taibo trae a colación elementos de la previsible debacle, como la
crisis demográfica; más 3 000 millones de seres humanos condenados a malvivir
con menos de dos dólares diarios; la extensión del hambre, asociada, en muchos
casos, a escasez de agua; la expansión de las enfermedades, en la forma de
epidemias y pandemias, de multiplicación de los cánceres y padecimientos
cardiovasculares y de la agudización de dolencias reemergentes como la
tuberculosis.
Como si no bastara, un entorno harto
perjudicial para las mujeres –constituyen el 70 por ciento de los menesterosos,
desarrollan el 67 por ciento del trabajo y reciben sólo el 10 de la renta-; el
presumible efecto multiplicador de la crisis financiera, con sus secuelas de
caotización, inestabilidad, pérdida de confianza e incertidumbre…
Adiciónesele la ruina de muchas naciones, estrechamente
vinculada con las guerras de rapiña asestadas por las potencias del Norte; las
derivaciones de la subordinación de la tecnología a los intereses privados; una
huella ecológica disparada –el espacio bioproductivo consumido hoy es de 2,2 hectáreas por
habitante, por encima de las 1,8 que la Tierra pone a nuestra disposición- y
una inquietante idolatría por el incremento económico.
Las respuestas para ese statu quo resultan
esencialmente dos: mientras la primera se asienta en que no queda otro horizonte
que el de aguardar la hecatombe –afirman que con ella casi todos los seres
humanos se percatarían al fin de sus deberes-, la segunda emplaza a salir con
prisa del capitalismo, para lo cual, y a título provisional, se precisaría
abrir espacios autónomos autogestionados, desmercantilizados y
despatriarcalizados, propiciar su federación y aumentar su dimensión de
confrontación con el capital y con el Estado. Y si esto no conjura el enorme
entuerto, pues nos serviría al menos como escuela para sobrevivir en un
escenario posterior.
Alcanzaríamos así a mitigar algunas de las
consecuencias más negativas. Para empezar de nuevo, como en una noria que se
mueve en el tiempo. Mejorando. No en balde formamos legión los que lo
procuramos, ¿no?
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229366
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