Los peligros del Arco Minero del Orinoco:
un breve análisis desde la economía
ecológica
9 de mayo de 2016
Como prácticamente todo en este país, lo del Arco Minero ha desatado una
polémica. Sin embargo, a diferencia de prácticamente todas las demás, puede que
en este caso se trate de una polémica productiva.
Y es que dando por descontado el uso maniqueo del cual tampoco escapa, lo cierto
del caso es que a lo interno de los sectores más progresistas de la sociedad, el
tema ha dado para un debate crucial sobre los modelos de desarrollo, los costos
de los mismos y sus alternativas posibles dentro del marco de la sostenibilidad
social y natural.
Con la publicación del escrito de Emiliano Terán Los peligros del Arco Minero
del Orinoco: un breve análisis desde la economía ecológica, abrimos en 15
y Último un espacio
para este debate, el cual continuará en los próximos días con otras
contribuciones. Esperemos les sea de utilidad en el espíritu de los trabajos que
nos caracterizan acá, hechos no para decir qué pensar, sino para poner a pensar.
Por Emiliano Terán Mantovani [1]
En numerosas ocasiones se ha invocado la
“irreversibilidad” de la revolución.
Pero si
había algo más esencial y fundamental que invocar, era la sostenibilidaddel
proceso. Es decir, que los medios básicos para reproducir la vida cotidiana, el
agua, la energía, los alimentos, entre otros, puedan estar en un mínimo
equilibrio respecto a los seres humanos que habitamos el país, y con las
generaciones venideras. Sin esto, la utopía revolucionaria sencillamente no
subsiste.
La situación
que vivimos en la actualidad no es sólo consecuencia de un conflicto político a
escala nacional, con sus respectivas injerencias imperiales. Es también el
reflejo de la inviabilidad del capitalismo rentístico venezolano, de su crisis
histórica, de su reformulación en la Revolución Bolivariana, y del desborde de
la notable vulnerabilidad alimenticia, hídrica y energética que este modelo
produce.
Como
respuesta a esta crisis, el Gobierno nacional está promoviendo un megaproyecto
de minería sin precedentes en el país, el llamado Arco Minero del Orinoco (AMO).
En realidad esta propuesta es un salto al vacío, que no solo nos atornillaría al
rentismo y al extractivismo, sino que nos enrumbaría a un terrible camino de
insostenibilidad, deteriorando enormemente las condiciones para la reproducción
de la vida cotidiana de millones de venezolanos.
Numerosos
artículos han ya circulado mencionando las características y perjuicios que
provocaría el AMO. En este artículo, les propondremos un breve análisis crítico
desde la economía ecológica, para plantear una relectura de las diferentes
valoraciones económicas que están en juego, resaltando no solo las nefastas
consecuencias que este megaproyecto tendrá con la naturaleza y los pueblos
indígenas del sur del Orinoco, sino también la afectación de la vida integral
del país, incluyendo las enormes poblaciones urbanas venezolanas. Presentaremos
a continuación algunos de estos aspectos, profundamente interrelacionados, los
cuales consideramos de gran relevancia.
1.- Contabilidad ecológica en déficit: la vida se vuelve precaria
El lenguaje
que ha prevalecido en la economía contemporánea ha sido expresado constantemente
en dinero (con una orientación crematística). El valor que se impone es el
monetario, las contabilidades de la “riqueza de las naciones” están
monetarizadas –ej. PIB–, y hace que prevalezca un sistema económico metafísico
que pretende explicarse a sí mismo a partir del dinero. De esta manera se
invisibilizan otros valores esenciales para la vida (ecológicos, culturales,
afectivos). Esto nos ha creado una ilusión de riqueza, o la esperanza de
resolverlo todo con dinero, que ha sido muy perjudicial.
Pero la
economía –la “administración de la casa”, según su etimología– es más que eso.
Desde una visión integral de la vida, se trata no sólo de lo que se encuentra
dentro del “mercado”, sino también, y en esencia, de la distribución de flujos
de energía y materia, los cuales nos mantienen vivos. La economía es
fundamentalmente un ámbito de la vida ecológica, un sistema abierto muy
complejo.
La histórica
promesa de “sembrar el petróleo” se ha centrado en la riqueza monetaria. En la
actualidad, el Gobierno nacional ha justificado reiteradamente el enorme
sacrificio para la población y la naturaleza que supondría el AMO, en nombre de
obtener más divisas, ocultando con dinero el extraordinario empobrecimiento
socioecológico que este conllevará.
Si
valuáramos las 7.000 toneladas de oro que podría poseer Venezuela en sus
reservas, tendríamos dos valores para contrastar: por un lado, unos 280.000
millones US$ en ganancia para el Estado, y por el otro, unos 3,1 a 7,4 billones
de litros de agua que serían usados y potencialmente contaminados para extraer
todo ese oro (entre 1 millón 240 mil a 2 millones 960 mil piscinas olímpicas,
que puestas una seguida de la otra podrían darle casi 4 vueltas a la Tierra).
¿Vale toda
esta agua, toda esta vida, 280.000 millones US$? Este monto es casi igual a los
ingresos totales de PDVSA solo en 2012 y 2013, y actualmente lo que tenemos es
un país endeudado y en severa crisis económica. ¿Qué podría hacer un
multimillonario sin agua? Si acabáramos con la principal fuente de agua del país
(la cuenca del Orinoco), ¿qué haríamos con ese dinero obtenido?
¿Si
reformuláramos la contabilidad económica dándole valor a los bienes comunes para
la vida? ¿Si reflejáramos que esta destrucción de vida es una destrucción de
riqueza, es producción de pobreza? Si hiciéramos un ejercicio crematístico,
planteando que cada litro de agua vale 1 US$, ¿sería este un proyecto
económicamente viable?
Una cosa es
el déficit fiscal –que en Venezuela sigue creciendo notablemente–, el cual
podría resolverse con nuevos préstamos, la emisión de bonos y/o devaluaciones de
la moneda. Otra cosa muy diferente es un déficit
físico, y mucho más cuando se trata de “recursos” imprescindibles
para la vida, recursos no renovables o que su capacidad de regeneración está
siendo superada por los niveles de consumo. Estos déficits pueden producirse por
degradación de los bienes comunes naturales en grandes cantidades, degradación
de su productividad, o bien por la incapacidad o insuficiencia para su
suministro.
Los déficits
físicos (biodiversidad, agua, energía, etc.) suelen ser reflejo de un sistema
insostenible. Resolverlos es mucho más complicado (no bastan préstamos o emisión
de dinero). Las consecuencias suelen ser drásticas y plantean escenarios de
colapso sistémico, lo cual es imperiosamente necesario evitar.
2.- El metabolismo social crece
El metabolismo entre
la naturaleza y la sociedad, es decir, el régimen social específico que
sintetiza los procesos de apropiación, procesamiento, circulación, consumo y
desecho de los recursos, energías, materias, o los llamados “servicios
ambientales”, ha crecido en Venezuela a la par de su desarrollo
capitalista/rentista. Una de las consecuencias históricas de este desarrollo es
la configuración de un sistema de consumo intensivo por la vía de la
distribución (siempre desigual) de la renta petrolera.
Esto se
expresa en la actualidad en diversos indicadores, como por ejemplo el hecho de
que somos el segundo país de América Latina (sin contar el Caribe) que consume
más electricidad per cápita, según
la CAV y CEPAL; o el país que más CO2 per cápita emite
en toda la región (exceptuando el Caribe), según
el Banco Mundial.
El
desarrollo de este metabolismo social nos ha llevado a la situación de
“translimitación ecológica”. Según el “Informe Planeta Vivo” de la WWF,
Venezuela tiene una de las dos huellas
ecológicas más altas
de Latinoamérica y es uno de los dos países de la región que han superado el
límite de su capacidad eco-regenerativa, es decir, que consume más naturaleza de
la que sus ecosistemas son capaces de regenerar, por lo que nos encontramos en
situación de “déficit ecológico”. En este sentido, cabría reconocer por ejemplo
que, además de otros factores, la crisis del Guri se debe también al aumento de
la demanda de energía en Venezuela.
Conviene
pues, evaluar tres elementos:
el primero, la transformación del metabolismo social en el sur del Orinoco que
va a provocar la depredadora megaminería del AMO –se estima que en general de 4
a 1 toneladas de materiales son removidos para obtener un gramo de oro, a lo que
se suma la enorme cantidad de energía empleada y disipada–, lo cual a su vez va
a impactar en todo el metabolismo social venezolano.
El segundo
elemento tiene que ver con los patrones de consumo. Como ejemplo, es importante
resaltar que cuando la inclusión social está representada en el consumo masivo
de electrodomésticos y otros aparatos vinculados al american
way of life, se produce una paradoja en términos de “bienestar” e
insostenibilidad socioambiental. Las rentas mineras suelen orientarse, como
forma de compensación social, y de domesticación de la población, a este tipo de
consumos.
Los
profundos daños del AMO tratarían de ser endulzados con este tipo de gasto,
reproduciendo estos patrones metabólicos. Una política de ahorro energético para
enfrentar la crisis de este sector entra en conflicto con este largo proceso de
incorporación masiva al consumo, tomando además en cuenta la gran incidencia que
tiene el sector residencial en el consumo eléctrico nacional (aproximadamente
una tercera parte del total).
El tercer
elemento tiene que ver con el marco socioeconómico de este creciente
metabolismo: el extractivismo. Esto implica que toda la energía consumida no se
dirigirá a un proceso productivo y de soberanía energética, sino al incremento
de la disipación de la misma (entropía) y la dependencia ecológica.
3.- Afectación de la fertilidad de la tierra y de la productividad de los
ecosistemas
Cuando Marx
analizó en El
Capital la renta de la
tierra, hizo alusiones a la afectación de la productividad de la misma a raíz de
los métodos depredadores de producción agrícola. De esta forma, se producía no
sólo un empobrecimiento del proletariado, sino también de la tierra. Este ha
sido uno de los principales argumentos de John Bellamy Foster para sostener el
argumento de la faceta ecológica de Marx (y las bases de un marxismo ecológico).
Nosotros planteamos aquí el análisis no soóo de la tierra, sino de los ecosistemas y sus ciclos. Las depredadoras consecuencias de la megaminería en el AMO, no sólo afectarían la riqueza de la vida en términos cuantitativos –avance en el número de hectáreas devastadas, especies afectadas, cantidades de agua o partículas de aire contaminadas– sino también cualitativos.
Daños
ambientales irreversibles podrían afectar la productividad
ecológica y por ende
comprometer aún más las condiciones generales de la vida. Por citar un ejemplo,
el déficit energético ha sido analizado en Venezuela, en buena medida, a partir
de las fallas en la capacidad instalada, o bien por el fenómeno del Niño. Aunque
estos factores hacen parte del problema, también cabría reconocer que se ha
venido produciendo un déficit (en
términos de falta o escasez) en el caudal del río Caroní, producto, entre otras
cosas, de procesos de deforestación en la zona. Se trata de una expresión del
déficit ecológico que tiene su proyección en la economía, en la medida en la que
este caudal tiene una importancia estratégica para la producción hidroeléctrica
en el Guri, y por tanto para la vida en las ciudades y el sector industrial y
comercial. Todo este fenómeno de merma de la productividad ecológica, si lo
pensamos desde la sostenibilidad, pone en riesgo también los medios de vida de
generaciones futuras.
4.- Déficit físico en el comercio internacional
Las
economías extractivistas latinoamericanas como la venezolana, usualmente se
caracterizan por exportar cantidades desproporcionadamente mayores de naturaleza
(general pero no únicamente medida en toneladas) de las que se importan, sin que
esto garantice ganancias comparables a las de los países centro del sistema
global, o bien que nuestras economías puedan salir de la dependencia del
extractivismo. Esto en cambio, se traduce en un balance ecológico negativo, que
tiene repercusiones domésticas.
Más allá del
déficit de la balanza comercial de Venezuela (para el tercer trimestre de 2015
según el BCV), la expansión del megaproyecto del AMO supondría una mayor
cantidad de exportación neta de naturaleza. Si a esto se suma que los recursos
podrían exportarse mucho más baratos que en años anteriores (dadas las bajas
expectativas de repunte de los precios de las
commodities), lo que afecta notablemente las importaciones a la baja,
tendremos también un incremento del déficit ecológico nacional.
El
relanzamiento del extractivismo por parte del Gobierno nacional se basa en una
propuesta presente en varias de las declaraciones oficiales: “el impulso a las
exportaciones” (no sólo minería, sino gas y pesca). Esto en realidad indica que
la economía nacional será relanzada con orientación al mercado global, marcado
claramente por los patrones de acumulación neoliberal.
Toda esta “fuga de naturaleza” hacia el mercado internacional no sólo no resuelve los problemas de fondo, sino también canaliza un saqueo de recursos que compromete los medios de reproducción de la vida de numerosas venezolanas y venezolanos. En los períodos de baja, recesión o depresión, el capital buscará ajustar los procesos de acumulación en el AMO, para evitar afectar la tasa de ganancia. Este ajuste se cargará progresivamente sobre el país, sus ecosistemas, recursos y población.
5.- Después de la devastación ambiental, ¿quién se queda con la renta?
La expansión
del extractivismo suele justificarse con la idea de que necesitamos más divisas,
rehuyéndole normalmente al debate sobre la distribución de la riqueza y activos
existentes y del manejo de los excedentes monetarios. Ahora que el país se
encuentra muy mermado económicamente, y ante el terrible relanzamiento del AMO,
cabría preguntarse doónde están los dineros públicos provenientes de la
devastación ambiental de los últimos años (la importancia de una auditoría de
todas las cuentas públicas).
No tiene
sentido hablar de “expansión” y “crecimiento” sin analizar la distribución de la
riqueza existente. Por ejemplo, ¿cuál es la capacidad instalada industrial y
cuánto de ella se utiliza?, ¿a la luz de esta crisis, qué hacer con el 40% de
las tierras nacionales que han sido declaradas improductivas?, ¿qué otros tipos
de uso de la tierra podría dársele a los territorios del AMO, sin que esto tenga
que conllevar a la devastación ambiental y la insostenibilidad social? Muchos
más ejemplos como estos podrían darse. Queda claro que hay varias alternativas a
ser estudiadas antes que entregar nuestros territorios a la voracidad del
capital foráneo.
Por último, con un poco de suspicacia surge la pregunta: ¿qué se hará con la renta minera obtenida? La ampliación de la cuenta corriente tiene entre sus principales asignaciones el pago de la deuda y la compra de productos importados. Y si hubiese algún excedente, ¿quién lo va a manejar?, ¿para qué será usado?, ¿qué poder de decisión tiene la gente común sobre esa administración? Los patrones capitalistas de apropiación de la riqueza plantean serias amenazas de empobrecimiento a la población.
6.-
Buen Vivir y debates sobre el consumo
Queda para
otro espacio y ocasión planteamientos más definidos sobre alternativas a este
terrible proyecto minero. Sin embargo, es importante recalcar, ante los desafíos
de un déficit ecológico, la importancia de nuevos paradigmas sociales, nuevas
escalas de valoración, nuevos patrones culturales que interpelen nuestras
concepciones sobre la riqueza y sobre la pobreza, tomando en cuenta que esta
última está vinculada, en primera instancia, a la indisponibilidad e incapacidad
social para el acceso a los bienes comunes para la vida.
Al menos
tres interrogantes se nos plantean al respecto: ¿hasta qué medida es posible un
cambio radical de la política de “los de arriba” que revierta este tránsito
hacia la acentuación de la inviabilidad del modelo?, ¿qué grupos sociales y
políticos deben impulsar una transformación cultural como la mencionada?, y,
¿qué estrategias deben ser propuestas para transformar patrones culturales tan
vinculados históricamente al american
way of life sin sufrir
amplio rechazo social por algunas medidas “impopulares”?
Por último,
creemos importante que en los debates sobre bienestar social, o Buen Vivir, no
sólo se reivindique un ideal abstracto deseable, sino también referentes que se
adecuen a la crisis ambiental global. En este sentido, parece que un verdadero
objetivo revolucionario es incrementar nuestra resiliencia,
es decir, nuestra capacidad de soportar y recuperarnos ante perturbaciones
significativas de los entornos y ecosistemas en los cuales habitamos. Nuevos
tiempos suponen nuevos desafíos y, por tanto, nuevas maneras de pensarnos y
organizarnos.
[1]
Emiliano Terán Mantovani es sociólogo de la Universidad Central de Venezuela,
mención honorífica del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2015 y hace
parte de la Red Oilwatch Latinoamérica.
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