Más sobre producción y
distribución
16
de julio de 2017
Por Rolando Astarita
La idea, que he defendido en otras notas (aquí y aquí), de que las
relaciones de producción tienen primacía por sobre las relaciones de
distribución, ha dado lugar al envío de bastantes críticas a “Comentarios”.
Algún lector ha llegado a decir que mi posición es de derecha.
Dada la importancia del tema, en esta nota presento otros dos
argumentos a favor de la primacía de la producción sobre la distribución. El
primero surge de la lectura del libro de Fred Moseley, Money and Totality (ver aquí para una reseña).
En ese texto Moseley destaca que Marx construye su teoría
siguiendo dos niveles
de abstracción. El primer nivel es el del “capital en general”, desarrollado en
los volúmenes I y II de El
Capital. Allí Marx explica cómo se
genera la plusvalía total en la economía, y qué factores determinan
su monto. En esta instancia, las variables esenciales son las formas en que el
capital puede incrementar la plusvalía –plusvalía absoluta o plusvalía
relativa-, y la relación entre la masa de plusvalía y el valor de la fuerza de
trabajo (o tasa de plusvalía).
·
Este primer nivel de
abstracción define entonces la contradicción fundamental del modo de producción capitalista, la
que existe entre el capital (en general) y el trabajo. Por un lado, la
hermandad de los capitales en la extracción de la plusvalía. Por
otro, la hermandad de clase de los explotados, de los que generan la plusvalía.
·
En el segundo nivel de
abstracción –volumen III de El
Capital-, Marx analiza la
división de la
plusvalía en partes individuales. División de la plusvalía entre los diferentes
capitales según sus magnitudes, determinándose la tasa media de ganancia y los
precios de producción. Y división de la plusvalía entre el capital industrial y
el capital mercantil (comercios, bancos); y entre ganancia empresaria, interés
y renta de la tierra.
Lo importante para lo que nos ocupa es que este segundo nivel de
abstracción presupone
lógicamente al primero, la generación de plusvalía. En otros
términos, la
producción de plusvalía debe preceder a su distribución entre las diferentes fracciones del
capital (o entre los propietarios de la tierra y
otros recursos naturales). Moseley subraya repetidas veces este punto. Se
trata, en última instancia, de un criterio materialista que está orgánicamente
vinculado a la teoría del valor trabajo: el valor es trabajo socialmente
necesario, objetivado en la
mercancía. Esto es, no puede generarse en la distribución;
esta última presupone que el valor se ha generado mediante el trabajo
humano. Puede verse, de manera muy sencilla, que es imposible que la
distribución no dependa de la producción.
La crítica moral y abstracta de la ganancia
El segundo argumento
tiene que ver más directamente con las variables distributivas,
fundamentalmente con la
ganancia. Es que el reformismo burgués y el socialismo vulgar con
frecuencia atacan a las ganancias, pero jamás cuestionan a la relación
capitalista que le da origen. De la misma manera, atacan al interés, pero no al
capital dinerario; o atacan a la renta de la tierra, pero no a la propiedad
privada de la tierra.
El resultado de estos
enfoques es que critican al sistema capitalista superficialmente, y como si estuvieran por fuera de las relaciones sociales.
Tomemos como ejemplo la ganancia, tema preferido de muchos amigos de la humanidad. La Iglesia
dice, por caso, que “hacer del lucro la norma y el fin último de la actividad
económica es moralmente inaceptable”. Otros, justamente indignados, afirman que
“nuestras vidas valen más que sus ganancias”; o protestan porque hay “mucho
para pocos, poco para muchos”; y reclaman “satisfacer las necesidades humanas,
y no las ganancias”. En definitiva, la ganancia, tomada en su abstracción, se
transforma en el epítome de todos los males sociales. A lo que se le opone un
ideal de sociedad “justa y racional” (cualquier similitud con el viejo
socialismo utópico no es casualidad).
Así, paulatinamente se construye una especie de imperativo moral
–y a principios de siglo XX floreció un socialismo kantiano- que clama por una
sociedad “donde el ser humano no sea un medio para el enriquecimiento de los
privilegiados, sino un fin en sí mismo” (fórmula preferida de los socialistas
kantianos).
Es innegable la buena voluntad y predisposición de mucha de esta
gente (aunque también están los cínicos). Pero incluso admitiendo esa sana
intención, el marxismo no puede compartir esta crítica. ¿Por qué? Pues por lo
que hemos planteado antes: en tanto subsistan las relaciones
de producción capitalistas, el afán de ganancia sin fin no se puede eliminar. Es que el mismo
circuito capitalista, -dinero que genera dinero- impulsa a la incesante
valorización del valor adelantado. Por eso, el impulso a obtener más y más
ganancia no se debe a un rasgo psicológico perverso del capitalista, sino a la
propia estructura del actual modo de producción, basada en el dominio del
capital. El capitalista, sea
grande o pequeño, personifica
esa relación social. Por eso no es una cuestión de su “maldad”, de
que “no tiene sentimientos”, y cosas por el estilo. Como explicaba Marx, son
las mismas relaciones de la competencia las que empujan a los capitalistas a
intentar extraer el máximo de plusvalía, al margen de sus creencias morales o
religiosas. De
ahí que los males de la sociedad actual no se solucionen atacando sus
expresiones de superficie. Es necesario que la crítica se dirija a las
relaciones de producción (esto es, de propiedad). Esta es una gran diferencia
entre el marxismo y el socialismo vulgar, que hace eje en la distribución. Y
que de ahí se desliza, invariablemente, a una crítica abstracta y moralista.
Fuente:
https://rolandoastarita.blog/2017/07/16/mas-sobre-produccion-y-distribucion/
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