La defensa “por izquierda” de De Vido y
un texto de
Víctor Serge
29
de julio de 2017
Por Rolando Astarita
En los últimos días, y a raíz del debate sobre el desafuero de De
Vido, diputados del FIT dijeron que votaban en contra de la expulsión porque la
misma era contraria al orden constitucional, y porque creaba un precedente para
que en el futuro se expulsara a representantes de la izquierda de la Cámara. Se sostuvo
también que al no mediar condena de la Justicia, el desafuero era una especie
de “golpe parlamentario”, anti-constitucional; que la izquierda estaba
defendiendo los derechos políticos de De Vido; y que esa defensa formaba parte
de la pelea contra los golpes parlamentarios al estilo Temer-Brasil. También se
dijo que la discusión sobre corrupción y el caso De Vido era una maniobra
distraccionista de Cambiemos, para no debatir las políticas de ajuste en curso.
Todos argumentos que encajaron muy bien en el discurso que desplegó el
kirchnerismo en defensa del corrupto ex ministro.
Indudablemente, esta posición de la izquierda hay que enmarcarla
en la idea de que, de alguna manera, el kirchnerismo (o el PT y Lula), sería
progresivo en relación a Cambiemos (o Temer y el PMBD). El razonamiento es que
todos son “enemigos de los trabajadores”, pero unos son peores que otros. Para
bajarlo a tierra, algo así como que lo que hizo el kirchnerismo en Santa Cruz
es mejor que lo que hizo el macrismo en la ciudad de Buenos Aires (o que el
ajuste de Dilma era más progresivo que el ajuste de Temer). En cualquier caso,
este enfoque explica el temor de buena parte de la izquierda de ser acusada por
la militancia K
“de ser funcional a la derecha”.
En otras notas del blog expliqué por qué considero que ese
análisis es equivocado, y no voy a repetir aquí mis argumentos. Sin embargo, a
esa diferencia de análisis se suma ahora una más fundamental, referida a la
actitud hacia el orden constitucional burgués. En otras notas ya hablé de
cretinismo parlamentario, en crítica a la creencia de que votando una ley se
pudiera parar la desocupación en el capitalismo. Pero ese cretinismo se
potencia cuando
se mistifica a la Justicia burguesa y el orden constitucional burgués.
En este respecto, una cosa es que los marxistas no renuncien a los beneficios
de la legalidad burguesa, y otra
muy distinta es que se pongan en defensores del orden burgués. O
que entronicen a la Justicia como la única fuente de “legitimidad” para
expulsar a un corrupto de la Cámara de diputados (¿y si mañana la Justicia
condena a los diputados de izquierda?); o que conviertan en un fetiche “los
precedentes jurídicos o constitucionales” de una votación parlamentaria (¿no se
dan cuenta de que esos “precedentes” son papel mojado en la realidad de la
lucha de clases?). Agregando que es absurdo (en realidad, una mentira para
engañar y confundir), aducir que hoy está en juego una defensa de libertades
democráticas contra un supuesto “golpe de Estado”. Se trata de una vieja y
repetida tapadera de los que se postran, “por izquierda”, ante el legalismo
burgués.
Con el fin de aportar elementos para el análisis, en lo que sigue
comparto con los lectores del blog este pasaje de Víctor Serge, tomado de Lo que todo revolucionario debe
saber sobre la represión (México,
Era, 1972; los énfasis son agregados míos). Es parte del esfuerzo por rescatar
las mejores tradiciones del socialismo revolucionario. Escribía Serge:
“El fetichismo de la legalidad fue y sigue siendo uno de los
rasgos característicos del socialismo favorable a la colaboración de clases. Lo
cual conlleva la creencia en la posibilidad de transformar el orden capitalista
sin entrar en conflicto con sus privilegiados. Pero esto más que indicio de un
candor poco compatible con la mentalidad de los políticos, lo es de la corrupción
de los líderes. Instalados en una sociedad que fingen combatir, recomiendan
respeto a las reglas del juego. La clase
obrera no puede respetar la legalidad burguesa, salvo que ignore el verdadero
papel del Estado, el carácter engañoso de la democracia; en pocas palabras, los
principios básicos de la lucha de clases.
Si el trabajador sabe que el Estado es un haz de instituciones
destinadas a defender los intereses de los propietarios contra los
no-propietarios, es decir, a mantener la explotación del trabajo; que la ley,
siempre promulgada por los ricos en contra de los pobres, es aplicada por
magistrados invariablemente tomados de la clase dominante; que invariablemente la ley es
aplicada con un riguroso espíritu de clase; que la coerción -que
comienza con la pacífica orden del agente de policía y termina con el golpe de
la guillotina, pasando por presidios y penitenciarías- es el ejercicio
sistemático de la violencia legal contra los explotados, ese trabajador no
puede ya considerar la legalidad más que como un hecho, del cual se deben
conocer los diversos aspectos, sus diversas aplicaciones, las trampas, las
consecuencias -y también las ventajas- de las cuales deberá sacar partido
alguna vez, pero que no debe ser frente a su clase más que un obstáculo puramente
material. (…)
En todos los países, el movimiento obrero ha debido conquistar, a
fuerza de combates prolongados por más de medio siglo, el derecho de asociación
y de huelga. (…) En los conflictos entre el capital y el trabajo, el ejército
siempre ha intervenido contra el trabajo; nunca contra el capital. En los
tribunales, la defensa de los pobres es poco menos que imposible, a causa de
los gastos de toda acción judicial; en realidad, un obrero no puede ni intentar
ni sostener un proceso. La inmensa mayoría de delitos y crímenes tienen por
causa directa la miseria y entra en la categoría de atentados a la propiedad.
Las prisiones están pobladas de una inmensa mayoría de pobres. (…)
Respetar esta legalidad es cosa de tontos. Sin embargo, desdeñarla no sería
menos funesto. Sus ventajas para el movimiento obrero son tanto más reales
cuanto menos ingenuo se es. El derecho a la existencia y a la acción legal es,
para las organizaciones del proletariado, algo que se debe reconquistar y
ampliar constantemente. Lo subrayamos porque la inclinación opuesta al
fetichismo de la legalidad se manifiesta a veces entre los buenos
revolucionarios, inclinados -por una especie de tendencia al menor esfuerzo en
política (es más fácil conspirar que dirigir una acción de masas)- a cierto
desdén por la acción legal. Nos parece que, en los países donde la reacción
todavía no ha triunfado destruyendo las conquistas democráticas del pasado, los
trabajadores deberán defender firmemente su situación legal, y en los otros
países luchar por conquistarlas” (pp. 31-32).
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La defensa “por izquierda” de De Vido y un texto de Víctor Serge
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