lunes, 31 de julio de 2017

I. Pensemos si antes de "hacer converger las distintas tradiciones de la izquierda anticapitalista argentina”, el desafío que tenemos es conseguir un lenguaje común sobre los problemas fundamentales de la humanidad entera hoy.

La defensa “por izquierda” de De Vido y 


un texto de Víctor Serge

29 de julio de 2017

Por Rolando Astarita


En los últimos días, y a raíz del debate sobre el desafuero de De Vido, diputados del FIT dijeron que votaban en contra de la expulsión porque la misma era contraria al orden constitucional, y porque creaba un precedente para que en el futuro se expulsara a representantes de la izquierda de la Cámara. Se sostuvo también que al no mediar condena de la Justicia, el desafuero era una especie de “golpe parlamentario”, anti-constitucional; que la izquierda estaba defendiendo los derechos políticos de De Vido; y que esa defensa formaba parte de la pelea contra los golpes parlamentarios al estilo Temer-Brasil. También se dijo que la discusión sobre corrupción y el caso De Vido era una maniobra distraccionista de Cambiemos, para no debatir las políticas de ajuste en curso. Todos argumentos que encajaron muy bien en el discurso que desplegó el kirchnerismo en defensa del corrupto ex ministro.
Indudablemente, esta posición de la izquierda hay que enmarcarla en la idea de que, de alguna manera, el kirchnerismo (o el PT y Lula), sería progresivo en relación a Cambiemos (o Temer y el PMBD). El razonamiento es que todos son “enemigos de los trabajadores”, pero unos son peores que otros. Para bajarlo a tierra, algo así como que lo que hizo el kirchnerismo en Santa Cruz es mejor que lo que hizo el macrismo en la ciudad de Buenos Aires (o que el ajuste de Dilma era más progresivo que el ajuste de Temer). En cualquier caso, este enfoque explica el temor de buena parte de la izquierda de ser acusada por la militancia K “de ser funcional a la derecha”.
En otras notas del blog expliqué por qué considero que ese análisis es equivocado, y no voy a repetir aquí mis argumentos. Sin embargo, a esa diferencia de análisis se suma ahora una más fundamental, referida a la actitud hacia el orden constitucional burgués. En otras notas ya hablé de cretinismo parlamentario, en crítica a la creencia de que votando una ley se pudiera parar la desocupación en el capitalismo. Pero ese cretinismo se potencia cuando se mistifica a la Justicia burguesa y el orden constitucional burgués. En este respecto, una cosa es que los marxistas no renuncien a los beneficios de la legalidad burguesa, y otra muy distinta es que se pongan en defensores del orden burgués. O que entronicen a la Justicia como la única fuente de “legitimidad” para expulsar a un corrupto de la Cámara de diputados (¿y si mañana la Justicia condena a los diputados de izquierda?); o que conviertan en un fetiche “los precedentes jurídicos o constitucionales” de una votación parlamentaria (¿no se dan cuenta de que esos “precedentes” son papel mojado en la realidad de la lucha de clases?). Agregando que es absurdo (en realidad, una mentira para engañar y confundir), aducir que hoy está en juego una defensa de libertades democráticas contra un supuesto “golpe de Estado”. Se trata de una vieja y repetida tapadera de los que se postran, “por izquierda”, ante el legalismo burgués.
Con el fin de aportar elementos para el análisis, en lo que sigue comparto con los lectores del blog este pasaje de Víctor Serge, tomado de Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión (México, Era, 1972; los énfasis son agregados míos). Es parte del esfuerzo por rescatar las mejores tradiciones del socialismo revolucionario. Escribía Serge:
“El fetichismo de la legalidad fue y sigue siendo uno de los rasgos característicos del socialismo favorable a la colaboración de clases. Lo cual conlleva la creencia en la posibilidad de transformar el orden capitalista sin entrar en conflicto con sus privilegiados. Pero esto más que indicio de un candor poco compatible con la mentalidad de los políticos, lo es de la corrupción de los líderes. Instalados en una sociedad que fingen combatir, recomiendan respeto a las reglas del juego. La clase obrera no puede respetar la legalidad burguesa, salvo que ignore el verdadero papel del Estado, el carácter engañoso de la democracia; en pocas palabras, los principios básicos de la lucha de clases.
Si el trabajador sabe que el Estado es un haz de instituciones destinadas a defender los intereses de los propietarios contra los no-propietarios, es decir, a mantener la explotación del trabajo; que la ley, siempre promulgada por los ricos en contra de los pobres, es aplicada por magistrados invariablemente tomados de la clase dominante; que invariablemente la ley es aplicada con un riguroso espíritu de clase; que la coerción -que comienza con la pacífica orden del agente de policía y termina con el golpe de la guillotina, pasando por presidios y penitenciarías- es el ejercicio sistemático de la violencia legal contra los explotados, ese trabajador no puede ya considerar la legalidad más que como un hecho, del cual se deben conocer los diversos aspectos, sus diversas aplicaciones, las trampas, las consecuencias -y también las ventajas- de las cuales deberá sacar partido alguna vez, pero que no debe ser frente a su clase más que un obstáculo puramente material. (…)
En todos los países, el movimiento obrero ha debido conquistar, a fuerza de combates prolongados por más de medio siglo, el derecho de asociación y de huelga. (…) En los conflictos entre el capital y el trabajo, el ejército siempre ha intervenido contra el trabajo; nunca contra el capital. En los tribunales, la defensa de los pobres es poco menos que imposible, a causa de los gastos de toda acción judicial; en realidad, un obrero no puede ni intentar ni sostener un proceso. La inmensa mayoría de delitos y crímenes tienen por causa directa la miseria y entra en la categoría de atentados a la propiedad.
Las prisiones están pobladas de una inmensa mayoría de pobres. (…) Respetar esta legalidad es cosa de tontos. Sin embargo, desdeñarla no sería menos funesto. Sus ventajas para el movimiento obrero son tanto más reales cuanto menos ingenuo se es. El derecho a la existencia y a la acción legal es, para las organizaciones del proletariado, algo que se debe reconquistar y ampliar constantemente. Lo subrayamos porque la inclinación opuesta al fetichismo de la legalidad se manifiesta a veces entre los buenos revolucionarios, inclinados -por una especie de tendencia al menor esfuerzo en política (es más fácil conspirar que dirigir una acción de masas)- a cierto desdén por la acción legal. Nos parece que, en los países donde la reacción todavía no ha triunfado destruyendo las conquistas democráticas del pasado, los trabajadores deberán defender firmemente su situación legal, y en los otros países luchar por conquistarlas” (pp. 31-32).

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La defensa “por izquierda” de De Vido y un texto de Víctor Serge

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