Producción, distribución
y materialismo
14
de julio de 2017
Por Rolando Astarita
En una nota anterior (aquí) presenté la crítica de Marx al socialismo
vulgar, el cual hace eje en redistribuir la riqueza (o los ingresos). Para eso
cité pasajes de Salario,
precio y ganancia, y de la Crítica al programa de Gotha,
textos en los cuales se demuestra que la distribución de los bienes de consumo
es una consecuencia natural de la distribución de los medios
de producción.
Pero Marx también trató el
tema en la “Introducción
a la crítica de la Economía Política". En ese escrito dice que los economistas consideran que la producción
“está determinada por leyes generales de la naturaleza”, en tanto que la
distribución “resulta de la contingencia social”. Así, se naturalizan las
relaciones de producción, y por otro lado se olvida que: a) antes de distribuir
productos hay una distribución de los medios
de producción; b) existe una distribución de los miembros de la sociedad entre
las diferentes esferas de la producción. Sin embargo, los economistas burgueses dejaban de lado esta
vinculación orgánica. Por ejemplo, de acuerdo a J. S Mill, mientras que en la
producción regirían “leyes eternas de la naturaleza, independientes de la
historia”, en la distribución “los hombres se
habrían permitido toda clase de arbitrariedades” (énfasis
agregado).
Es significativo que
años después, Lenin planteara algo similar, con referencia a Rusia: “Estamos
acostumbrados a oír decir a los economistas… que sólo la producción de valores
se encuentra supeditada a leyes económicas, mientras que la distribución, según
ellos, depende de la política, de la forma en que las autoridades, los
intelectuales, etcétera, ejerzan influencia sobre la sociedad” (“¿Quiénes son
los amigos del pueblo?”). Aunque esta crítica no se aplicaría a la economía
neoclásica que predomina hoy, es completamente válida con respecto a esos
filántropos que creen poder remediar los males sociales organizando la
distribución según algún criterio de “justicia” o “reparto racional del
producto”, prescindiendo de los condicionamientos impuestos por las relaciones
de producción. “Amigos del pueblo” de
todo tipo que despliegan una actividad particularmente intensa en tiempos
electorales, en los que todo vale con tal de ganar votos.
El
hecho objetivo es, sin embargo, que la
distribución no puede ser arbitraria. Pero no sólo porque las
relaciones de distribución no pueden independizarse de las relaciones de
producción (o sea, de las relaciones de propiedad de los medios
de producción), sino también porque cuánto
se distribuye del producto no puede ser independiente de la magnitud de la producción. Este último
aspecto, materialista, muchas veces se deja de lado, pero es importante
subrayarlo.
Para ver por qué, y a
fines simplemente demostrativos, supongamos el caso de un reformador social que
elabora un programa de soluciones para Argentina. Con este fin, establece que
debe asegurarse para todo trabajador un salario mínimo de 1600 dólares
mensuales. Además, para acabar con la desocupación y el subempleo, propone
reducir la jornada laboral a 6 horas y repartir el trabajo entre toda la
población activa (para asegurar el éxito de las medidas se adjuntan cuatro
proyectos de leyes: uno, prohibiendo los despidos; dos, prohibiendo las horas
extra; tres, prohibiendo el pluriempleo; cuatro, prohibiendo a las empresas
trasladar los mayores costos salariales a precios).
Dado que en Argentina la población económicamente activa se puede
calcular en unos 20 millones de personas, si todas reciben anualmente los 13
salarios mínimos (¿y los trabajos complejos?) de 1600 dólares, serían unos
415.000 millones de dólares. A su vez, hay 7,9 millones de jubilados y
pensionados; suponiendo que recibieran el 82% del salario mínimo, son otros
135.000 millones de dólares. En total, habría que pagar ingresos por unos
550.000 millones de dólares. Una cifra que equivale, aproximadamente, al
producto bruto interno de Argentina al día de hoy (tener en cuenta que el PBI
incluye la amortización del capital fijo).
Con lo cual le
plantearíamos a nuestro hombre la pregunta que Marx dirigía a los redactores
del Programa de Gotha: ¿se va a repartir el total del producto, o sólo la parte
que el trabajo añade al valor de los medios
de producción? Y también en el sentido de la crítica de Marx: ¿No hay que
destinar una parte a reponer los medios
de producción consumidos? ¿Y otra parte suplementaria para aumentar la
producción? ¿Y un fondo de reserva o de seguro contra accidentes o catástrofes?
(las preguntas se pueden multiplicar).
Por supuesto, el ejemplo lo inventé para ilustrar la primacía de la producción,
no sólo en lo que hace a las relaciones de distribución, sino también en cuanto a la generación de bienes
de uso, de riqueza material. Un tema fundamental en un país como
Argentina, dependiente y
atrasado en lo que respecta a las fuerzas productivas. Tengamos
presente una idea básica del materialismo: “lo que los individuos son depende
de las condiciones materiales de la producción” (Marx y Engels en La ideología alemana).
Lo cual explica por qué “toda la estructura interna de cada nación depende del
grado de desarrollo de su producción” (ibid.). En resumen, es
imposible abstraer a la distribución del grado de desarrollo de las fuerzas
productivas.
Por eso, y retornando a la Crítica del Programa de Gotha, no es
casual que Marx abogue por una concepción “realista, enfrentada a los dogmas y patrañas
ideológicas”. “Realista” puede leerse como sinónimo de
materialista. Y el materialismo es un buen antídoto contra la charlatanería del
socialismo vulgar.
Fuente: https://rolandoastarita.blog/2017/07/14/produccion-distribucion-y-materialismo/
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