La
“sintonía fina” del modelo sojero
Cristina Kirchner,
Rockefeller, Monsanto y
la nueva oligarquía
agroindustrial
15 de enero de 2013
15 de enero de 2013
Por Jorge Rulli y Maximiliano Mendoza
Grupo de Reflexión
Rural
Después de un primer semestre convulsionado por las oscilaciones de
los mercados globales, y aún cuando restan aproximadamente cinco meses para la
cosecha de soja transgénica en nuestro país, surgen algunos datos de relevancia
en torno a las proyecciones en el corto plazo de la balanza comercial que, si
bien permanecerá superavitaria, arrojará considerables disminuciones de
aprovisionamiento de divisas por exportación (se estima que ingresarán U$D 4000
millones menos). La crisis del capital internacional, sumado al notable impacto
del descenso de la demanda europea y asiática en el mercado de futuros, hace que
la cotización de la oleaginosa genéticamente
modificada en la Bolsa de Chicago esté muy por debajo de las expectativas
proyectadas a principios del año pasado.
En este contexto, la Argentina tomó a lo largo de 2012 una serie de determinaciones en materia de agronegocios cuyas implicancias consideramos alarmantes. La consolidación de un modelo de desarrollo extractivo, agro-minero-exportador, productor de materias primas, destinadas a satisfacer la demanda de los mercados globales, parece ser el objetivo final de todos los planes estratégicos diseñados por el Estado Nacional.Para comprobarlo, sólo basta con consignar algunos de los objetivos principales del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal 2010-2020 (PEA2) [1]: incrementar la superficie sembrada con granos en un 27%, (es decir, aumentar la superficie actual de 33 millones de has. a 42 millones de has.), elevar la producción de soja GM en un 20% (aumentar la superficie actual de casi 20 millones de has. a más de 22 ó 23 millones de has.) y elevar la producción de maíz GM en un 56% (aumentar la superficie actual de 3,7 millones de has. a 5,7 millones de has.), entre otros objetivos.Como dato adicional, es importante destacar el PEA2 se sustenta ideológicamente en los Objetivos del Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas, cuyos mayores promotores a nivel global son el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio [2]. Es un dato relevante en términos del análisis del discurso, puesto que la dirigencia oficialista de nuestro país se caracteriza por el uso de una retórica nacional-popular, enérgicamente antineoliberal, crítica del llamado “Consenso de Washington”, condenatoria de las ideologías del libre mercado y de la dependencia de los organismos multilaterales de crédito. No obstante esos discursos, los responsables supranacionales del diseño macroeconómico de los aciagos años del menemismo parecen seguir presentes en las decisiones estratégicas de la alianza actual entre el estado nacional, las corporaciones transnacionales y la nueva oligarquía local.
La discusión en torno a
estas cuestiones fundamentales están ausentes del debate político-mediático. Parecería que la llamada realpolitik y
el marketing político impusieron estilos de confrontación en los que no
prevalecen las formas; ya poco importa si se emplean retóricas de izquierda o de
derecha, excepto por aquéllos casos en los que la polarización se presta al uso
pragmático de los grupos de poder. Los principales partidos políticos y los
grandes medios de comunicación de la Argentina parten del acuerdo tácito de no
discutir el modelo de desarrollo en vigencia, especialmente en lo que concierne
al modelo sojero. Sencillamente porque casi todos están de acuerdo con él.
En este artículo enunciamos una serie de
acontecimientos en materia de agronegocios cuya importancia para el modelo de
desarrollo impulsado por el Estado Nacional y las corporaciones son decisivos
para los años venideros, y que seguramente configurarán nuevos y extraordinarios
escenarios de luchas y resistencias sociales.
Bioceres,
Gustavo Grobocopatel y la soja resistente a la sequía: la ciencia empresarial
como política de estado
En febrero del año pasado, durante una
videoconferencia organizada en la Casa Rosada, en simultáneo con Tecnópolis, la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunciaba junto al actual Ministro de
Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, el descubrimiento de un gen cuya
implementación permitiría incrementar la producción de soja, maíz y trigo en
contextos de sequía. El anuncio fue realizado junto a las autoridades de la
empresa Bioceres S.A. y la Dra. Raquel Lía Chan, directora del proyecto nacido a
la luz de un convenio público-privado firmado en 2004 entre dicha empresa, el
CONICET y la Universidad Nacional del Litoral [3] [4].
Bioceres es una empresa cuyos accionistas son a
su vez destacados miembros de AAPRESID (Asociación Argentina de Productores en
Siembra Directa) y cuyo director titular es nada más y nada menos que el llamado
“Rey de la Soja”, Gustavo Grobocopatel.
Durante dicho encuentro, Cristina Fernández de
Kirchner consideró que “si se
adapta esta tecnología en todo el mundo, con tan sólo los cultivos de soja se
obtendrían unos 2500 millones de dólares en concepto de regalías por campaña” y
que “se trata de uno de los
descubrimientos más importantes en términos de mejorar la calidad de las
semillas, la producción y lo que va a significar en materia de regalías para el
Conicet, para la Universidad del
Litoral, para la empresa asociada; además del crecimiento en la producción
agrícola del país” [5].
Por su parte el ministro Lino Barañao, expresó
que “este caso permite demostrar
que hemos instalado en la Argentina algo
que es la norma de los países desarrollados: se invierte en investigación, se
protege adecuadamente la propiedad intelectual y luego se comercializa a través
de canales adecuados para que ese rédito se efectivice. También me parece
importante destacar que la seguridad alimentaria, es decir, la seguridad de
provisión de alimentos, es tal vez el mayor desafío que tendrá la humanidad en
las próximas décadas”.
Con un financiamiento de $3.750.352 aprobado
por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica en 2008 (según
consta en la resolución Nº 034/2008 del Programa Áreas Estratégicas) [6] ,
dicho proyecto “logró el aislamiento y la caracterización de un gen de girasol
(el ya patentado gen HAHB-4) cuya función estaba relacionada con la respuesta
natural de la planta a condiciones de estrés abiótico, tales como sequía y
salinidad. Según concluyeron, el incremento de la productividad de esta nueva
tecnología oscilará entre el 10% y el 100% dependiendo del tipo de cultivo, la
calidad del mismo y el lugar donde se produzca así como también de los factores
climáticos”. Todo parece indicar que, además de permitir sortear eventualidades
climáticas, el objetivo último de la introducción de estas nuevas tecnologías
apunta a extender el cultivo de soja GM hacia áreas de estrés hídrico como la
región cuyana, lugar donde hoy sus poblaciones ya padecen el terrible flagelo de
la megaminería.
Cabe destacar que el patentamiento de dicho
descubrimiento es de propiedad conjunta del Estado Nacional, a través de la
titularidad del CONICET y la Universidad Nacional del Litoral. Sin embargo -y en
absoluta consonancia con la antigua tradición liberal estado bobo/ empresas
prebendarias- se otorgó a la empresa Bioceres S.A. su licencia para uso y
explotación durante veinte años.
En tal sentido, Bioceres S.A. anunció el
nacimiento de Verdeca, una joint-venture conformada junto la empresa
estadounidense Arcadia Biosciences, para el desarrollo y la comercialización
internacional de eventos transgénicos utilizados para la obtención de semillas
GM. En su página web ya se pueden apreciar los anuncios de su nueva soja
resistente a la sequía, lanzamiento estimado entre los años 2015 y 2017 [7] .
En teoría, las empresas participantes del acuerdo invertirán durante los
próximos cuatro años U$D 20.000.000 para el desarrollo de la tecnología y su
introducción en nuestro país y los mercados globales.
Monsanto, el Consejo de las Américas y el poder global: la nueva soja Intacta RR2 PRO, la propiedad intelectual y la nueva fase del agronegocio.El 14 de junio del año pasado 2012, pocas horas después de su aclamada intervención por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas ante el Comité de Descolonización de la ONU, Cristina Fernández de Kirchner participó de una reunión en el Consejo de las Américas junto a diversos representantes de las corporaciones transnacionales más poderosas del mundo [8]. Entre ellos, por supuesto, se encontraban los directivos de Monsanto Company.Durante el encuentro, la presidenta anunció algunas de las medidas que favorecen a su filial en Argentina y que hoy mantienen en estado de alerta a muchos movimientos sociales de todo el país: la inversión de casi 2000 millones de pesos para la construcción de dos “centros de investigación y desarrollo” en la localidad de Islas Malvinas (Córdoba) y en Tucumán; el lanzamiento comercial de la nueva soja “Intacta RR2 Pro” [9] -que agrega mayor resistencia al glifosato y repelencia a lepidóteros-; la aplicación de nuevas tecnologías aplicadas al maíz transgénico para incrementar su productividad; el futuro “respeto por las patentes” sobre las modificaciones genéticas de Monsanto -que posiblemente se traduzca en un nuevo esquema legal sobre las semillas con el fin de asegurar su tributación por parte de los productores-; la importancia de las inversiones de dicha empresa en el marco de los objetivos del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal 2010-2020 (PEA2) y la posibilidad de extender la frontera agropecuaria hacia la Patagonia.Tampoco ahorró elogios para el trabajo del Ministerio de Ciencia y Tecnología y sus casi 900 científicos repatriados. Y repitió una vez más la cantinela favorita de las corporaciones globales de la agroindustria: “la producción de alimentos con métodos tradicionales es insuficiente para alimentar a la humanidad, por lo que se hace fundamental la intervención de la ciencia y la tecnología”. En suma, Cristina Fernández de Kicrhner considera que lo fundamental radica en el negocio de las corporaciones transnacionales de la agrobiotecnología en aras de consolidar el dominio global de la especulación alimentaria.
Un dato clave respecto de esta reunión: estuvo organizada por una amiga íntima
de la presidenta: Susan Segal, CEO del Consejo de las Américas, territorio del
magnate del petróleo y las finanzas David Rockefeller (accionista de Monsanto
junto a George Soros y Bill Gates, entre otros) y del tristemente célebre John
Negroponte, aquel oscuro diplomático quien en su momento fuera un aliado
fundamental del genocida Henry Kissinger para la ejecución de la Operación
Cóndor en América Latina [10].
Susan Segal también es consultora de JP Morgan Partners y fue directora de América Latina para Chase Capital Partners. Pero los lazos con el poder económico de la Argentina se estrechan: según consta en su currículum [11] , también fue Directora Titular y Miembro del Comité de Auditoría de CRESUD, una de las empresas del imperio de Eduardo Elsztain, durante los años 2004 y 2006.Eduardo Elsztain, uno de los empresarios con mayor llegada a los centros del poder financiero global, es dueño de numerosos shoppings, edificios, y hoteles en la Ciudad de Buenos Aires y en gran parte del país. Controla el Banco Hipotecario desde los años ’90, es propietario de IRSA (la mayor corporación inmobiliaria del país) y de CRESUD, empresa del rubro agroindustrial mediante la cual controla casi un millón de hectáreas en Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia, destinadas principalmente a la producción de transgénicos. Este empresario, además de ser uno de las personas más influyentes de la Casa Rosada, es también uno de los selectos miembros del Comité Asesor Internacional de la Presidencia del Consejo de las Américas , espacio que comparte junto a otros empresarios de la Argentina como su ex socio Marcelo Mindlin (Pampa Energía, Edenor y Transener), Alejandro Bulgheroni (Bridas), Woods Staton (Arcos Dorados, operador de Mc Donald’s para América Latina) y Amalita Amoedo, nieta y heredera de la fallecida empresaria Amalia Lacroze de Fortabat [12]. Conforme estos datos, resulta a todas luces comprensible el hecho de que el ex presidente Néstor Kirchner registrara una asistencia casi perfecta a la sede del Council of Americas cada vez que viajó a Nueva York.
Lo curioso es que
al día siguiente de
aquella reunión en el Council of Americas, en Paraguay tuvo lugar un hecho que
desataría un vendaval político: la masacre de Curugauty [13],
en la que fallecieron 11 campesinos y 6 policías. Como se conoció después, este
hecho fue aprovechado por la oposición del por entonces ya debilitado presidente
Fernando Lugo, quienes no trepidaron en iniciarle un juicio político para
destituirlo, algo que lograron transcurridos unos pocos días.
Detrás de la trama conspirativa estuvo nada más
y nada menos que Monsanto, quienes junto a los sectores del poder local más
reaccionario, tales como la Unión de Gremios de Producción (UGP) y el Grupo
Zucolillo -socios locales de Cargill y dueños del diario ABC-, iniciaron una
intensa campaña de lobby pro transgénicos, tras verse impedidos por los
organismos sanitarios del Estado para imponer nuevas semillas de algodón
genéticamente modificado. Lamentablemente, ni siquiera este golpe
mediático-institucional logró hacer mella en la sensibilidad política de
Cristina Fernández de Kirchner, quien a su regreso de Nueva York, se solidarizó
con Fernando Lugo y junto a sus pares de la UNASUR repudió el “golpe de Estado”
en el Paraguay luego de haber estado reunida con la corporación transnacional
que lo propiciara.
Sin dudas estas nuevas tecnologías de “segunda
generación” anunciadas por Cristina Fernández de Kirchner y por la empresa
Monsanto a mediados de 2012, suponen la apertura de una nueva fase del
agronegocio en la Argentina. Algunas fuentes señalan que dichos anuncios fueron
producto de una larga serie de negociaciones entre el gobierno argentino y
Monsanto, operaciones en las que el lobby empresarial se expresó a través de la
Embajada de los Estados Unidos e inclusive mediante la intervención de altos
miembros del gabinete del presidente Barack Obama [14].
A modo de
conclusión
El brutal proceso de sojización inaugurado en
la Argentina a mediados de la década del ’90, evidencia una de las continuidades
más palmarias de los llamados modelos de desarrollo: tanto el neoliberalismo
como el actual neodesarrollismo de base extractiva, comparten los mismos
presupuestos en términos de acumulación del capital, basada en el despojo de los
bienes comunes. Estas intersecciones políticas, puestas de relieve, demuestran
que, visto desde las lógicas de la modernidad, no necesariamente existe un
antagonismo irreconciliable entre neoliberalismo y progresismo.
Desde la aprobación ejecutada por el menemismo
en 1996 de la soja RR (Round Up Ready) de Monsanto hasta la aprobación de la
soja “Intacta RR2 Pro” ejecutada por el kirchnerismo, transcurrieron casi
dieciséis años en los que la superficie sembrada con soja resistente a los
herbicidas creció prácticamente en un 5000%, pasando de 370 mil hectáreas en
1996 a los 20 millones de hectáreas en la actualidad , lo que representa
prácticamente dos tercios de la superficie cultivada total de la Argentina. A
esto debe agregarse el colosal abuso de la tecnología química: durante el 2012
se utilizaron más de 300 millones de litros agrotóxicos.
El tutelaje estatal del excedente es
fundamental para comprender el fetiche por el crecimiento compartido por el
neoliberalismo y el progresismo: el uso de la agrobiotecnología se justifica por
la constante búsqueda del incremento de la productividad, puesto que a una mayor
producción le sigue una mayor recaudación. Así, las previsiones económicas
indican que en la temporada 2012/13 se logrará obtener una cosecha de soja GM
que oscilará entre los 55 y 60 millones de toneladas. De esa manera, el Estado
Nacional obtendría una recaudación de 12 mil millones de dólares en concepto de
retenciones (casi el 10% de la recaudación total).
La Argentina, largamente gobernada por una dirigencia que mixtura progresismo setentista y neoliberalismo reciclado, consolida de esta forma su estatus de “Republiqueta Sojera”, metáfora que alude a una de las facetas más perversas del modelo extractivo y neocolonial en vigencia: la agricultura biotecnológica, productora de granos transgénicos y de agrocombustibles para los mercados globales, hegemonizada por el capital concentrado transnacional y sus socios locales, aliados a los fanáticos, tanto públicos como privados, de la ciencia y de la tecnología. Una agricultura desnaturalizada y deshumanizada; una agricultura sin agricultores, profundamente violenta con el suelo y con los ecosistemas; una agricultura que considera meros insumos a las semillas y a la biodiversidad.
Los terribles impactos de las fumigaciones, el desmonte, las enfermedades, la
falta de alimentos sanos, las inundaciones y sequías, la pérdida de los suelos y
sus riquezas, el desplazamiento de las poblaciones y su consiguiente
hacinamiento en las periferias urbanas asistencializadas, no forman parte de las
preocupaciones gubernamentales, son justificadas por “razones de estado” y
configuran la contracara del jactancioso “modelo de crecimiento económico con
inclusión social” machacado por el poder comunicacional del kirchnerismo.
Los procesos político-económicos que se profundizan en torno al modelo de los
agronegocios, sumado a la creciente subordinación de las políticas de estado
hacia los objetivos económicos de las corporaciones transnacionales y las
necesidades de los mercados globales, se distancian de manera abrupta de las
retóricas épicas que, ilegítimamente, pretenden activar el imaginario social de
la tradición nacional y popular. Una mirada congruente con las complejidades
propias de la historia reciente de la Argentina , observaría con facilidad la
tensión que existe entre la base material y el universo simbólico-ideológico del
actual proceso político, tensión que, sin dudas, el progresismo oficial ha
sabido capitalizar en términos proselitistas: apropiarse
de retóricas que apelan a la memoria de las resistencias de nuestros pueblos
para resignificarlas y reconvertirlas en herramientas de dominación simbólica al
servicio del capitalismo global.
La resignación y la capitulación de ciertos sectores progresistas y/o de izquierdas (intelectuales, funcionarios, sindicalistas, etc.), cuando no el posibilismo y la creencia en la gradualidad, dieron lugar a una legitimación del actual proceso de recolonización cuya contribución al confuso maremágnum conceptual de nuestra época resulta crucial. Es por ello que en ciertos “relatos” progresistas y hasta de izquierdas, se encuentran disparatadas interpretaciones históricas en procura de justificar nuestro triste rol neocolonial de apéndice agro-minero-exportador impuesto por la globalización.
Jorge Rulli y Maximiliano Mendoza
nos proponen al finalizar el documento:
Tenemos que salir de la encerrona racional,
urbana e industrial periférica que nos propone la globalización. Necesitamos
desactivar a sus portavoces liberales y progresistas. La fe ciega en el progreso
y el desarrollo material infinitos, nos impide pensar la posibilidad de
mundos-otros, e indefectiblemente nos conduce a un suicidio colectivo.
Es por ello que necesitamos recrear un
pensamiento nuevo con ligazón a las sabidurías ancestrales, orientado hacia
nuevos horizontes decoloniales, ecológicos y libertarios. Un pensamiento que nos
permita cuestionar las lógicas de la modernidad de manera radical, convencidos
de que el cuestionamiento de sus presupuestos es el mejor modo de aportar a las
luchas contra el capitalismo y el colonialismo.
Luchamos por retomar el derrotero americano del
arraigo y recuperar la dimensión sagrada del territorio, el alimento y la vida
en comunidad. En suma: asumir el destino cósmico que nos une a la Madre Tierra.
"Se trata de descubrir un nuevo horizonte
humano, menos colonial, más auténtico y más americano. ¿Para qué? Pues para que
desde aquí recién pensemos la necesidad o falta de necesidad de las
revoluciones, o quizás un mundo auténtico donde una revolución podría ser inútil
por estar ya todos nosotros desde siempre en ella, pero en toda su profundidad,
con toda nuestra plenitud americana" (Rodolfo Kusch) [15].
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