«Le
Siècle soviétique», de Moshe Lewin
Denis Paillard. Lingüista francés, profundo conocedor del idioma y la sociedad rusa
éd. Fayard - Le Monde Diplomatique, 2003
La publicación de El Siglo soviético es un gran acontecimiento que marca un
viraje en el conocimiento de ese "continente desaparecido" que es la Unión Soviética. Echa
por tierra clichés e ideas establecidas, así como también ciertas opiniones que
evaden el verdadero análisis de lo que fue el régimen surgido de la revolución
de Octubre. Abre también el camino a una reconsideración crítica de ese pasado,
en una época en la que se asiste a tomas de distancia, a veces vergonzantes y
otras veces reivindicatorias, que a menudo testimonian el desconocimiento de lo
que efectivamente sucedió. Como lo indica su título, el libro de Moshe Lewin
abarca todo el período soviético, desde la revolución de 1905 a la implosión-hundimiento
del régimen a fines de los años ochenta. La primera parte trata del período
estaliniano, la segunda del período post-estaliniano, de Jruschov a Andropov.
La última parte vuelve sobre la totalidad del período, echando luz sobre
rupturas y continuidades. Los análisis desarrollados continúan los que
propusiera M. Lewin en sus obras precedentes, desde El último combate de Lenin (1967) a La Formación del sistema soviético (1987), enriqueciéndolos y
desplegándolos en base a un trabajo de muchos años sobre los archivos
soviéticos, finalmente hechos públicos.
Revolución de Octubre, Lenin y el bolchevismo
M. Lewin emplea una aproximación histórica
desprendida de oropeles ideológicos de cualquier especie y logra un verdadero
retorno a Lenin. Inscribiendo la revolución de octubre en la articulación de la
crisis del capitalismo (de la que la primera guerra mundial fue una
manifestación particularmente sangrienta) y la crisis de Rusia, el autor
insiste sobre la redefinición permanente de la estrategia de los bolcheviques,
cuando Lenin se hace "estratega de la incertidumbre" frente a una
situación profundamente inestable y cambiante. El análisis de 1917 y de los
años siguientes muestran hasta qué punto Lenin, ante cada viraje, fue capaz de
repensar las tareas del momento. Lo que desmiente la visión del
"leninismo" como un cuerpo doctrinario establecido ( y fetichizado)
de una vez y para siempre (M. Lewin insiste justamente sobre la necesidad de
distinguir al menos tres leninismos"). La revolución de octubre está
caracterizada como "revolución plebeya" (y no "socialista")
teniendo en cuenta las fuerzas sociales presentes (con el peso considerable del
campesinado), el retraso del país y el contexto internacional. Si la revolución
de octubre se inscribía en una perspectiva socialista, la misma sólo podía
serlo a largo plazo y en un contexto de ascenso revolucionario en Europa. Tal
caracterización de la revolución tiene consecuencias cruciales en lo
concerniente a la naturaleza del Estado que se instala luego de la guerra
civil. En definitiva, para M. Lewin el bolchevismo (en cuanto denominación de
la corriente radical de la social-democracia rusa alrededor de Lenin y de
Trotsky) no sobrevive a la guerra civil. El "partido" que existe en
1921 es un partido completamente transformado por la llegada de millares de
nuevos miembros, que no pasaron por la dura escuela de la clandestinidad y del
año 1917. Para los viejos bolcheviques, el Partido es irreconocible: ya no es
más un partido de revolucionarios totalmente entregados a la causa del
socialismo. Los recién llegados no comparten ni sus valores ni su pasado.
Sobre el estalinismo
Sobre este punto, se aprecian igualmente
desplazamientos significativos. El primero está ligado a una relectura de los
enfrentamientos políticos en el curso de los últimos años de la vida de Lenin
(ya extensamente evocados enEl último combate de Lenin). M. Lewin
muestra que no se trata de un problema de "personas" (con Stalin en
el rol del "malo") sino del enfrentamiento entre dos líneas radicalmente
opuestas acerca de la cuestión nacional y más globalmente sobre el problema de
la formación de la
Unión Soviética. La primera es representada por Lenin que se
empeña en conservar una perspectiva socialista a largo plazo, la segunda
representada por Stalin quien, luego de la guerra civil, defiende la
instalación de un Estado fuerte por encima de la sociedad, en una muy fuerte
continuidad de la autocracia zarista (como lo testimonian los epítetos
utilizados por Lenin para calificar a Stalin en su "Testamento"). En
otros términos, el stalinismo, en cuanto orientación política opuesta a la de Lenin , está instalado
desde el comienzo de los años veinte, durante la guerra civil: los gérmenes del
estalinismo se encuentran en la ideología estatista que se desarrolla entre los
combatientes de la guerra civil que gravitan en el entorno de Stalin en la
época en que se instala la
NEP. Como se ve, para M. Lewin la "ruptura" se
sitúa en el comienzo de los años veinte, aún durante la vida de Lenin, único
dirigente verdaderamente consciente de lo que ocurre entonces. No sólo M. Lewin
rechaza la utilización extensiva del término estalinismo (como designación de
todo el período soviético), sino que insiste en la necesidad de distinguir dos
períodos en el estalinismo. Durante el primer período, que llega hasta la
guerra, la industrialización a paso forzado (que incluye el Gulag, pues los
campos son una inmensa reserva de mano de obra forzada) y el poder dictatorial
de un solo hombre se alimentan mutuamente. El estalinismo de la posguerra es un
régimen en crisis, incapaz de superar sus propias contradicciones: se asiste a
la restauración de un modelo estaliniano en descomposición, incapaz de escapar
a sus aberraciones y a sus manifestaciones de irracionalidad, y la primera causa
de esa decadencia obedecía a las contradicciones internas del régimen. Existía
además una incompatibilidad profunda entre ese absolutismo de otra época y la
industrialización a paso forzado lanzada en respuesta a los desafíos de los
nuevos tiempos. El poder, que en un principio había regido los ritmos
desenfrenados de desarrollo no podía integrar, ni las nuevas realidades, ni los
grupos de intereses, ni las presiones que soportaban las estructuras y las
capas sociales surgidas en el curso de este proceso. Las purgas patológicas
fueron prueba de ello: el estalinismo no podía acomodarse a lo que su política
había creado, empezando por su propia burocracia. De cierta manera el régimen
estaliniano está en profunda crisis aún antes de la desaparición física de
Stalin. Como lo testimonia la rapidez con la cual los sucesores de Stalin
(Jruschov a la cabeza) hacen reformas bajo el signo de la desestalinización del
sistema, ya sea del sistema de los campos, como de la legislación laboral. En
el período postestaliniano el régimen se distingue en puntos esenciales de la
autocracia estaliniana con la aparición de espacios de negociación entre el
poder y clases sociales, que se encuentran en situación de defender de diversos
modos sus propios intereses.
Poder y sociedad
Como historia social de la URSS, El siglo soviético es una crítica radical del modelo
totalitario que se empeña en negar toda autonomía a la sociedad, y reduce a
"los de abajo" al status de simples juguetes en manos del poder y de
su aparato de represión todopoderosa. M. Lewin describe en detalle los
trastornos de la sociedad soviética, por el pasaje de una sociedad compuesta en
un 80 por ciento de campesinos a fines de los años veinte a una sociedad
moderna en que la mayoría de los habitantes vive en las ciudades en los años
sesenta. Esta sociedad que conoció transformaciones radicales es irreductible
al poder instalado. Y se observa una distorsión cada vez más grande entre la
sociedad, en que las diferentes capas sociales que la componen defienden sus intereses,
y un poder, incapaz de reformarse, que perpetúa alrededor de la figura del
"secretario general" un poder de otrora: "mientras la sociedad
explotaba, el poder estaba en vías de glaciación". Es esta contradicción
lo que explica la implosión del sistema en los años ochenta.
Partido, Estado, burocracia
A lo largo de todo su libro, Lewin insiste en
la necesidad de distinguir cuidadosamente la burocracia del partido (un partido
que no tiene de partido más que el nombre, reducido de hecho sólo a su aparato)
de la burocracia de Estado, cada vez más autónoma y celosa en la defensa de sus
propios intereses. Se está a cien leguas de la idea tan profundamente arraigada
de un "partido Estado" todopoderoso. De hecho, la burocracia del
partido se mostró incapaz de controlar la burocracia del Estado, a pesar de sus
intentos sucesivos, luego de la guerra o aún con Jruschov. Esta historia
renovada de la burocracia muestra el fracaso del partido (de su aparato) frente
a una burocracia de Estado todopoderosa que termina por absorber a la del
partido.
El partido dejó de ser un partido para
transformarse un servicio entre otros, el eje central de una administración. Es
lo que justifica utilizar la palabra "partido" entre comillas. Se
puede hasta llegar a decir que el sistema de partido único, sobre el que tanto
se ha hablado, era a fin de cuentas un sistema "sin partido" […] La
contradicción era la siguiente: cuando el partido se ocupaba de política perdía
el control de la economía de la burocracia. Pero cuando se comprometía plenamente
en el control de economía e intervenía directamente en lo que hacían los
ministerios y en la manera en que lo hacían, perdía sus funciones específicas y
aún la comprensión de cuáles eran ellas. La segunda lógica es la que predominó,
y ella permitió la absorción de facto del Partido por el mastodonte
burocrático. […] El Partido y sus dirigentes fueron expropiados y reemplazados
por una hidra burocrática, que formó una clase que detentaba el poder.
Estas citas dan una idea del cambio de perspectiva
introducido por M. Lewin.
Otra idea se reitera en todo el libro: el
sistema podía auto reformarse.
Sobre este punto, la iluminación aportada por M. Lewin es más contrastada. Por
un lado, muestra detalladamente el fracaso sucesivo de todos los intentos de
reforma, de Jruschov a Andropov. Pero, por el otro insiste en la existencia,
esencialmente en el período poststaliniano, de un verdadero espacio de debates
y enfrentamientos acerca de las opciones de desarrollo del país. Pero esos
debates, esas divergencias, esos enfrentamientos se desarrollaban a puertas
cerradas, sin salir nunca a la plaza pública. Y un sistema hasta tal punto
incapaz de conducir públicamente sus debates y de hacer participar en ellos a
la sociedad, atravesada también por corrientes de opinión profundamente
heterogéneas entre las cuales los disidentes (en sí mismos profundamente
heterogéneos) eran apenas un componente, estaba condenado. Este análisis arroja
también una nueva visión sobre el desmoronamiento del sistema, víctima de sus propias
contradicciones, y sobre el curso seguido por los acontecimientos luego de la
desaparición de la
Unión Soviética. El capítulo dedicado a "la economía de
la sombra" (3ª. Parte) muestra hasta qué punto el dogma de la propiedad de
Estado estaba cuestionado de hecho por una privatización reptante que se
desarrolló en gran escala desde los años setenta y que abrió el camino a las
reformas ultraliberales del comienzo de los noventa, que significaron la
confiscación de todas las riquezas del país en provecho de una ínfima minoría.
En esta contribución a la historia de la URSS, M. Lewin muestra hasta qué punto
las anteojeras ideológicas (tanto de los estalinianos, como de los otros, las
corrientes trotskistas) dieron lugar a una serie de sinsentidos sobre la realidad
del régimen surgido de la revolución de octubre. Queda por escribir la historia
de esos sinsentido, o de esa ceguera (y es una tarea esencial), pero ya desde
ahora El siglo soviético proporciona el espacio para una
revaloración de ese pasado cercano y abre el camino a una verdadera
reapropiación lúcida del mismo. Como epígrafe de La Revolución
Traicionada de Trotsky había puesto esta frase: "Ni
reír ni llorar sino comprender". La misma adquiere todo su sentido en El Siglo soviético.
[1] Nacido en 1921 en Wilmo, Polonia, Moshe
Lewin estudió historia, filosofía y francés en la Universidad de Tel Aviv y
luego en la Sorbona. Fue
profesor de historia en la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos. Entre
sus libros anteriores, algunos traducidos al castellano, cabe mencionar El campesinado y el poder
soviético, El último combate de Lenin, La formación del sistema soviéticoy La gran mutación soviética. Danis Paillard, autor de la
reseña, es un lingüista francés y profundo conocedor él mismo del idioma y la
sociedad rusa. La nota fue publicada originalmente en Carré rouge nº 26, junio de 2003, con cuya
autorización lo reproducimos. Traducción del francés para Herramienta de Mónica Carsen.
Revista
Herramienta Nº 24
Octubre de 2003
Fuente: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-24/le-siecle-sovietique-de-moshe-lewin
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