La perspectiva feminista
en
la conformación de
Modelos Económicos Alternativos, una mirada necesaria
3
de junio de 2017
Por María Atienza (CTXT)
Es necesario plantearse la cuestión de qué es
una vida vivible, lo que implica redefinir el propio término de bienestar más
allá de la identificación con la capacidad de consumo mercantil que plantea la
economía ortodoxa
La cartografía global actual podría
configurarse como una gran arquitectura en la que se van superponiendo fronteras
que aíslan y excluyen a las personas, reordenan los territorios bajo mecanismos
de violencia estructural, expulsiones y desalojos en la que, sin embargo, las
mercancías siguen ampliando sus niveles de movilidad.
En este escenario, se ha venido produciendo
una “crisis de los cuidados” provocada por un sistema económico neoliberal que
ha venido excluyendo de manera sistemática a amplios sectores de la población
del acceso a recursos básicos necesarios para satisfacer sus necesidades de
reproducción, biológica y social.
Esta crisis de los cuidados se ha producido
como consecuencia de avanzar hacia un proceso de globalización en el que el
mercado libre aparece en el epicentro y el objetivo último es la acumulación de
capital, empleando a las personas y a la naturaleza como recursos para ser
explotados.
Dejar atrás el sistema neoliberal radica en
conformar otros modos de pensar y hacer economía, afrontar una transformación
de fondo para desplazar a los mercados y volver a poner la vida y las personas
en el centro. Es crucial construir teorías críticas cuyos postulados avancen
hacia la consecución de otros objetivos con diferentes principios y valores, un
cambio en las visiones y políticas de quiénes y cómo hacer economía, qué y cómo
producir, qué y cómo consumir para, en última instancia, reproducir la vida.
Para propiciar el desarrollo de una
“contrageografía global” es necesario, por tanto, un nuevo modelo construido
desde unas economías enraizadas en los saberes populares, la clase, etnia y
territorio. La inclusión de una perspectiva feminista en la construcción de
estas iniciativas de desarrollo (local) bajo los parámetros de un sistema
alternativo (social y solidario) es una cuestión ineludible para poder incluir
en su conformación el papel de la mujer en la sociedad y en el territorio,
reconociendo las diferencias de roles y la situación desigualitaria desde la
que parten en cualquier ámbito de análisis.
A lo largo de la historia de la Teoría Económica
más reciente, se ha planteado un modelo en base a un esquema por el cual las
empresas contratan tiempo de trabajo remunerado (empleo) a través de un
salario, que permite a los hogares adquirir todos los bienes y servicios para
la subsistencia de las personas, reproduciéndose así la fuerza de trabajo que
vuelve a ser contratada por las empresas.
En este esquema no se está teniendo en cuenta
el trabajo doméstico y de cuidados y su importancia, no sólo como reproductor
de la fuerza de trabajo, sino como paradigma del bienestar humano. El cuidado
humano supone tiempos, espacios y relaciones en los que se desarrollan trabajos
y actividades que producen bienes, servicios y atención necesarios para la
reproducción cotidiana y generacional de la gente y de las colectividades –no
sólo de la fuerza de trabajo-.
Hablar de la sostenibilidad de la vida desde
la corriente feminista se refiere a una consideración del sistema
socioeconómico que excede los mercados y lo entiende como un engranaje de
diversas esferas de actividad (unas monetizadas y otras no). Desde esta
perspectiva, es necesario plantearse la cuestión de qué es una vida vivible, lo
que implica redefinir el propio término de bienestar más allá de la
identificación con la capacidad de consumo mercantil que plantea la economía
ortodoxa.
Paralelo a este discurso aparecen otras
propuestas alternativas al modelo hegemónico que también cuestionan el
centralismo de los mercados y que articulan otras formas de desarrollo y
conformación de un sistema socioeconómico como es la Economía Solidaria
(ES).
Las diferentes visiones de la ES valoran los
bienes y servicios por su valor de uso, es decir, por su contribución a la
reproducción de las comunidades y no por el valor de cambio, mecanismo usual
del sistema mercantilista en su búsqueda por el alto margen de ganancia en los
intercambios económicos. Esta visión (es) plantea entonces desmercantilizar las
relaciones y los bienes y servicios que satisfacen las necesidades humanas y
garantizan la vida de todas las personas.
Asimismo, este modelo devuelve centralidad al
trabajo y contribuye a recomponer el nexo entre producción y consumo, lo que
permite ver las contradicciones y límites del modelo económico actual.
No obstante, aunque los principios de la Economía Solidaria
se integran con los objetivos y propuestas de la Economía Feminista ,
no siempre está explícito el enfoque de género. Como ya afirma Yolanda Jubeto,
esta ausencia no es algo excepcional sino que se repite en la mayoría de las
teorías consideradas alternativas como el Enfoque de las Capacidades o las
propuestas del Buen Vivir.
La articulación de las diferentes propuestas
para la conformación de un discurso capaz de romper con el modelo imperante es,
sin duda, uno de los desafíos a los que se enfrentan todas las escuelas de
pensamiento heterodoxas contrarias a un sistema en el que las personas jugamos
un papel meramente instrumental.
Nota:
La temática de este artículo está basada en la
publicación de Economistas Sin Fronteras El enfoque de género en la Economía Social y Solidaria:
Aportes de la Economía Feminista, que he tenido el placer de
coordinar y cuenta con siete miradas y experiencias distintas de –casi en su
totalidad mujeres- personas vinculadas a entidades de la sociedad civil,
movimientos de mujeres y la academia.
María Atienza. Técnica de la Red de Economía
Alternativa y Solidaria de Madrid y colaboradora en Economistas sin Fronteras.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227388
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