La culpa. Crónica de una marcha a
(media y corta) distancia
18
de junio de 2017
El viernes 16 de junio
se realizó la segunda autoconvocatoria de choferes en lucha. El movimiento, que
surgió en rechazo a las paritarias, en exigencia por una obra social digna y en
solidaridad con los colectiveros cordobeses, volvió a reunirse en plaza Once.
Pese a las golpizas de la patota de la UTA, los choferes autoconvocados
protagonizaron una jornada histórica. En esta crónica te contamos los
pormenores de la rebelión de los choferes.
Por Santiago Menconi, para ANRed.
Son las ocho menos
veinte y estoy solo en el vestuario de la Línea 60. La mayoría de mis
compañeros se preparan para ir a la concentración en Plaza Once. Yo debería
estar haciendo lo mismo, debería preparar los bombos, las banderas y los
redoblantes, pero no: me tocó trabajar. Por mucho que me pese, no puedo
cambiarlo. Es así, ellos allá en la lucha y yo acá en el yugo. Me siento mal,
como en falta; es una sensación extraña que me comprime el estómago; entiendo
que no puedo hacer nada para cambiarlo, pero así me siento, con culpa.
El
pasado jueves 8, por primera vez en muchos años, una autoconvocatoria de
chóferes marchó hacia las puertas de la UTA, el gremio de los colectiveros, en
rechazo al 8% de aumento firmado por la conducción del sindicato. De aquella
manifestación, y después de un gran revuelo en las redes sociales, surgió una
nueva convocatoria. Choferes de cientos de líneas se dieron cita para protestar
contra la burocracia que dirige la UTA, para pedir la reapertura de las
paritarias y la solidaridad con los trabajadores despedidos en la provincia de
Córdoba.
Afuera
del vestuario, en la sala de choferes, hay más movimiento del habitual.
Trabajadores del turno tarde, incluso algunos de otras líneas, toman mate
esperando partir hacia la
movilización. El cielo está encapotado, un colchón de nubes
negras presagia tormenta; presagia, además, una jornada difícil. Pero eso no le
importa a mis compañeros, ellos vinieron dispuestos a todo: a enfrentar el
agua, las ocho horas de concentración y, si vuelven a aparecer, las trompadas
de la patota sindical.
Son
muchos, varias decenas y, entre el montón, distingo un rostro que me llama la atención. Es el del
flaco Salomón, un chofer callado y tímido que no suele participar de las
marchas ni meterse en ninguna movida sindical. Me intereso por él, quiero saber
a qué vino y por qué está acá. Me le acerco y, tras saludarlo, le pregunto:
-Che Flaco, ¿vas a la marcha?
-Qué hacés, tanito, claro que voy, ¿por
qué me preguntas eso?
-Hace de cuenta que te estoy
entrevistando, quiero saber por qué viniste, que te hace marchar hoy.
-Mirá, mi señora no quería saber nada
con que viniera, ella está en el face y vio lo que le pasó al pibe
de la 65, sabe que son jodidos y que puede pasar cualquier cosa.
Pero qué querés que te diga, tenemos tres nenas y la guita no alcanza. Se que
no nos van a dar nada, pero quiero verle la cara de verga a Fernández cuando le
caigamos al sindicato.
Lo
que dice suena lógico, me deja conforme. No sólo no cerraron paritarias a la
baja, sino que, también, son los que garantizan el trabajo en negro, los que
nos denunciaron cuando hicimos el no cobro de boleto y los que nos jugaron en
contra en la huelga de los 42 días. Me quedan dudas y me las saco.
-¿Vos creés que se animarán a meter la
patota?, pregunto. El compañero traga de a sorbos el agua caliente del mate y
levanta su brazo señalándome la playa, me responde:
-Fíjate que no vinieron los playeros ni
ninguno de los que andan con los chalecos, deben haberlos llevado de patovicas
para cuidar a Fernandez.
Tiene
razón, los chalecos son los que rezan “Fernández 2019” y los que los visten
son los empleados del sindicato dentro de la 60. Me despido del flaco y agarro el celular: en
los grupos de whatsapp la actividad es incesante, todo se encuentran en estado
de asamblea permanente. El perrito, un compañero de la zona norte, entrevista a
los chóferes de las distintas lineas y comparte los audios en uno de los
grupos. Los hace presentarse y les pregunta por qué se movilizan hoy. Estos son
algunos de esos audios:
Audio1:
Vinimos por las famosas paritarias que este tipo tiro para atrás y por la obra
social que vaciaron; no puede ser que los compañeros se estén yendo porque no
da los resultados que tiene que dar. Hace 19 años que estoy en el transporte y
todos los años la UTA nos cagó. Ahora que veo que salen todos a pelearla
tenemos que apoyar, porque sino tenemos que cerrar el orto y aguantar el 8 por
ciento que nos quiere dar.
Audio2:
Para que se sepa que el aumento que nos están dando es una miseria, porque se
dice que es del 21 pero cuando sacas cuentas es de un 8 por ciento. Y también
por los chicos de Córdoba porque están haciendo una gran lucha; ahora me enteré
que no pueden parar, pero si pueden trabajar a reglamento y hacer otras medidas
para meterle el dedo en el culo a las empresas.
Audio3:
Esto es insólito, lo de Córdoba es insólito, tienen que seguir como vienen
luchando y no aflojar. Para ganar hay que seguir peleando porque sino no
ganamos nunca. Les mando un saludo a esos compañeros, en especial a Marín que
vino a apoyarnos cuando estuvimos de paro.
Me
acerco al gasoil, los encuentro mateando y les pregunto por la gente de la UTA. Un gasolero grandote,
con cara de curtido, me responde:
-Noo, ¿estás loco vos? Se fueron todos a
cuidar a Fernández
Masticando
bronca, vuelvo al comedor. Son las 10:53 y en la sala de choferes está todo
listo para partir. Saludo a mis compañeros y les pido que me mantengan al
tanto, les pido audios, videos, fotos, todo lo que me acerque a la marcha, todo
lo que me haga vivirla a la distancia y que mitigue mi culpa. En semi círculo,
unos treinta trabajadores improvisan una asamblea. Hablan de la concentración y
expresan sus miedos: dicen que quizás haya sido un error el haber convocado,
que escucharon que los delegados de las otras empresas le están metiendo miedo
a los compañeros, que seguro van a marcar trabajadores para luego echarlos y
que, si son pocos, la patota se puede envalentonar y cometer alguna locura.
-Dale, dale, muevan el ojete que de
cincuenta sale un coche-. Apura uno al resto y todos se alistan para partir.
Limpian los mates a las apuradas, algunos entran corriendo al baño y otros
enrollan las banderas. Se que en cinco minutos la cabecera quedará vacía y yo
me quedaré solo, solo y con mi culpa. Vuelvo a pensar en ella, en la culpa: la
entiendo como una herencia de mi educación católica, pero, por más que lo
intente, no puedo dejar que me comprima el estómago. Debería estar ahí, tengo
mis razones.
Es
que en mi gremio pasan cosas extrañas: hace dos semanas, de manera misteriosa, le prendieron fuego la casa a uno de nuestros delegados y ayer, sin ir más lejos, un chofer murió de un balazo en la cabeza en lo que los medios calificaron como
"un confuso episodio". Nada queda claro.
Es
que en mi gremio la cosa está espesa: en la marcha anterior a la sede del
sindicato unos matones le pegaron a mis compañeros, a un chofer de la 65 le
pegaron tanto que quedó en terapia intensiva. Y en la semana los agresores,
también choferes, compartieron audios de whatsapp diciendo que le dolían las
manos de tanto pegarle a “los zurdos”. Los zurdos, en este caso, seríamos
nosotros.
Trato
de averiguar, de saber como va la convocatoria, vuelvo a abrir el whatsapp: en
los grupos veo fotos de choferes de zona sur, del norte, del oeste,
trabajadores de las distintas líneas arriesgando su pellejo y sus puestos de
trabajo para reclamar por los derechos de más de cien mil afiliados. Veo,
también, a mi encargado que me mira. Me pongo a barrer la playa, no me queda
otra.
A
las 11:21 me gritan desde la sala de choferes, me acerco. En el televisor puedo
leer las placas rojas de Crónica TV, dicen: "Denuncian a la mafia de la
UTA" y “Llega la marcha de los choferes". Hago zapping, trato de
buscar más información y la encuentro. Muestran imágenes de Plaza Once, veo
dos grandes cordones de la guardia de infantería, veo a choferes marchando con
sus bombos por los andenes de la estación de tren; imagino, ahora, el ruido de
los bombos irrumpiendo en el hall de la estación, puedo ver las caras de los
comerciantes de baratijas asombrados por la marea de camperas azules; escucho
los cánticos de esos choferes y adivino las ganas y la emoción del momento.
Vuelvo
a trabajar, arrastró la carretilla hacia uno de los bordes de la cabecera y me
dispongo a sacar la mugre que se acumula con el viento. Mientras lo hago,
rememoro. Pienso en la última vez en que un movimiento de colectiveros marchó
tan decididamente hacia las puertas de la UTA, no lo recuerdo; tengo doce años
en el transporte y nunca viví nada igual. Sé, por los dichos de choferes jubilados,
que en el año 89 la antigua agrupación Interlíneas paralizó los servicios
durante once días exigiendo aumento. Aquélla vez, marcharon al edificio de la calle Moreno pidiendo
la renuncia de Juan Manuel Palacios, el antiguo Secretario General, quien, con
la ayuda de Menem, logró derrotar al movimiento de lucha y atornillarse en el
sillón hasta su muerte en un confuso episodio.
Sigo
barriendo. A las 12:29, por medio de una audio, un chofer me describe una
escena, dice: ¿Qué hacés, tanito, cómo andas? Bueno, te comento: acá en Once ya
está empezando la movida, somos pocos pero están cayendo. Los muchachos armaron
un escenario con unos cajones, pusieron un equipito de sonido y están colgando
las banderas. Hay gente de todos lados: veo trapos de los pibes de la 540, de
la 343, de la 15, hay uno grande que dice choferes autoconvocados en lucha y
otro que pide justicia por David Ramallo. Te cuento, me acaban de decir que le
pegaron a un chofer, yo no lo vi, pero te comento a ver si vos sabes algo.
Necesito
moverme para sacarme la
ansiedad. La noticia de la supuesta golpiza me comprime el
estómago, otra vez la culpa.
Me pongo a trabajar, lo hago ahora sobre la playa del fondo,
la de tierra, la que limita con el riachuelo. Acá, el escenario es distinto del
que invade mi cabeza: sólo se escucha el ruido de los motores encendidos y el
de un gallo que cacarea siempre a esta misma hora. Mientras levanto la mugre
que se mezcla con el barro, mi cabeza se pierde. A la una del mediodía la
cabecera de Barracas luce vacía. En el comedor de técnica, los mecánicos están
reunidos sobre una mesa, me llaman:
-Vení
tanito, vení a comer-. Desisto, pero me vuelven a llamar. -Dale muerto de
hambre, vení. A ver si comés algo, parecés un pollo de COTO, sos puro hueso-.
No me puedo reistir y me siento, mientras mastico unos sánguches de lengua a la
vinagreta, veo en la televisión que en el noticiero de Canal 9 están cubriendo
la marcha y veo un gran despliegue policial. Me vuelven los nervios: la imagen
es borrosa y no se puede subir el volumen. Atragantado, dejo lo que me queda
del sánguche y llamo a un compañero. No me atiende. Quiero saber que es lo que
está pasando. Al rato me llega un audio:
-Es muy gracioso porque la Policía nos
encerró, formaron un semicírculo sobre la salida a Moreno, deben tener miedo
que vayamos a la UTA y todavía no se avivaron que sabemos dar la vuelta a la
manzana.
Me
siento como en el cuento de Fontanarrosa, ese en que un hincha se niega a ver
el partido y deambula por la ciudad adivinando el resultado por los gritos de
los vecinos. Me siento escuchando una final por radio. Por los mensajes que me
llegan, distingo a los hinchas de mi equipo, entonando las canciones de
siempre, las mismas que repetimos hasta el hartazgo: “Olelé, olalá sí esta no
es la UTA, ¿la UTA dónde está?” y “Unidad, de los trabajadores, y al que no le
gusta se jode, se jode..”.
Mi
celular está envuelto en llamas. Recibo mensajes de todos lados, una de las
noticias me sorprende: "Amenazan a equipo de C5N por el crimen del
colectivero". Según dice, el periodista Adrián Salonia realizaba una
entrevista en Don Orione a la tía del detenido por el crimen del chofer
asesinado de la línea 514, cuando un grupo de personas intervino y lo amenazó
con prender fuego el móvil.
Vuelvo
a la playa de estacionamiento, paso junto al elevador que le quitó la vida a
David y vuelvo a sentir retorcijones en el estómago, esta vez, no es la culpa
ni la vinagreta, es una sensación de bronca e impotencia que me acompaña desde
el 9 de septiembre pasado. Traslado mi cabeza hacia la Plaza Miserere ,
prefiero pensar en otra cosa y oriento mis sentidos en dirección de adivinar
cómo luce, en este instante, esa ágora de evangelistas con megáfono, ese
epicentro de borrachos y de historias tristes, ese centro comercial sin
manteros, repleto de paradas de colectivos. Imagino a mis compañeros, junto a
cientos de choferes, rodeando el monumento donde se encuentra sepultado
Bernardino Rivadavia, primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La imagen se me
vuelve perfecta, pero un llamado me saca de mis ensoñaciones. Del otro lado de
la línea, distingo la voz de Edyerli, que me habla a los gritos entre el ruido
de los bombos.
-Tano, tanito, ¿Me escuchás? Te hablo
rápido porque esto es un quilombo. Acaba de empezar el acto, estuve contando y
habrá compañeros de unas 40 líneas, seremos unos cuatrocientos. Mucha gente.
Hace un rato cayeron los del subte y también vino el Pollo. La onda va a ser
hacer una asamblea y definir los pasos a seguir: algunos quieren ir a la UTA y
otros no quieren porque puede estar la patota, tienen miedo de que maten a
alguien. También se está hablando de marchar al Ministerio de Trabajo, pero
todavía no hay nada, cuando sepa bien te llamo y te cuento.
El
llamado se corta de golpe. Dejo la escoba y me siento en un bondi, necesito
saber más. Empiezan a subir los videos de las distintas intervenciones. Me
entero que el acto se abrió con un minuto de silencio por Carlos Sánchez, el
chofer de la línea 514 asesinado mientras conducía. Me dicen que algunos
choferes lloraron. Veo la multitud congregada en torno a un escenario de
pallets de madera. Veo en él a varios trabajadores con sus camperas azules
dirigiéndose a la
muchedumbre. Son las 13:15 y, en los videos, puedo escuchar
estas intervenciones:
Chofer
de zona norte: Hoy nos toca a nosotros dar ese paso y vencer el miedo. Hay que
vencer las presiones de los delegados que laburan para la patronal. Hoy
estamos acá los que ponemos la cara todos los días para terminar como el
compañero de la 514, muerto trabajando. Hoy estamos acá para decir basta ¡no la
queremos mirar mas de afuera!¡Queremos estar defendiendo lo que es nuestro:
nuestro salario, nuestra obra social y nuestra vida!
Chofer
zona sur: Esta es una pelea larga, hoy no se resuelve nada, tenemos que ser
pacientes y armar una gran organización. Voy a contar una anécdota: un
compañero de la Perlita esperaba el despido y en la empresa le dijeron “vaya a
trabajar”, y el delegado se recalentó porque la empresa no lo echó. Entonces,
compañeros, las empresas y la UTA están cagadas, no se van a largar a hacer
macanas para que esto sea mucho más grande. Así que tengamos paciencia y seamos
inteligentes.
Chofer
zona oeste: Hoy le venimos a decir a nuestro Secretario General (se escuchan
abucheos) que nosotros no le vamos a permitir que le saquen los fueros a los
delegados cordobeses. Acá vamos a poner lo que haya que poner para defender a
los compañeros. Dicen que hacemos política y claro que la hacemos, hacemos la política
de los trabajadores; Fernández, que va en un frente con Massa, es el que hace
política, ¡la política del ajuste que pretende el gobierno de Macri!
Al
cierre de cada intervención, una ovación rodeada de cánticos y bombos satura
los parlantes de mi celular. Al escuchar los audios me entero de las distintas
mociones: algunos proponen marchar a la UTA, otros a la Casa de la provincia de
Córdoba y están los que quieren hacer un corte de calle para visibilizar el
reclamo. Los vuelvo a imaginar en esa plaza, en el mismo lugar donde en 1806,
otros criollos, libraron los combates contra las invasiones inglesas.
A
las 14:45 recibo ordenes de mi encargado -me pide que me ocupe de vaciar los
tachos de basura-, mientras un nuevo mensaje me notifica que la asamblea
terminó. Me cuentan que, por el cambio de turnos, muchos choferes se fueron a
tomar servicios y que otros tantos están llegando. Que, en estos momentos, los
referentes de cada linea están reunidos y que aún no se definieron los pasos a
seguir. Los imagino en la plaza, compartiendo gaseosas o algunos mates; los
puedo ver conversando entre sí y repartiendo volantes entre los choferes que
hacen la espera en las dársenas de la estación. Puedo
adivinar las reacciones y las charlas, mientras barro, mientras cumplo mi
trabajo, a ocho kilómetros de distancia, solo y con mi culpa.
La
cabecera de Barracas está cubierta por un manto de humedad, las nubes vuelan
bajas y lentas. Algunos de los choferes que van terminando su jornada se me
acercan para preguntarme las novedades, yo les respondo lo que se, lo que pude
ir averiguando, mientras la vinagreta se me escapa en eructos. Cesar Quispe, un
chofer bajito y de ojos achinados, se me acerca con novedades -viene de la
marcha-, le pregunto por el chofer agredido, quiero saber si sabe algo.
-Si, amiguito, le pegaron a un compa de
la zona norte que estacionó el auto a la vuelta de la UTA, ahí lo vieron los
matones y le dieron una paliza, nada grave. En la plaza también había varios
con cara de patoteros. Yo los veía y me daba cuenta que no eran de los
nuestros. Con unos cuantos fuimos a la UTA a ver que pasaba, fuimos sin las
camperas y vimos a los matones, estaban en la esquina de Moreno.
Despido
a Quispe con un saludo y me siento en un colectivo a seguir escuchando el
partido que se juega en Plaza Miserere. Averiguo que se desistió de ir al
sindicato para evitar un conflicto mayor, también que se desestimaron las
mociones de marchar al Ministerio de Trabajo por no tener una propuesta
concreta y que, finalmente, se marchara por Pueyrredón hasta la avenida Corrientes. La
decisión, acatada por la mayoría, fue votada a mano alzada por más de ochocientos
choferes. La convocatoria es un éxito.
Estoy
cansado, los nervios y la vinagreta me jugaron una mala pasada. En una hora se
acaba todo: la marcha, mi día laboral y, con ella, la semana. Queda en pie
una autoconvocatoria de choferes que deberá organizarse para continuar peleando
por nuestros derechos. Trato de hacer un balance, de entender a la distancia
que fue lo que pasó, de ver como quedamos parados después de esto. Pero no lo
consigo. Unos nuevos videos me hacen marchar por la avenida Pueyrredon ,
rodeado por un gran cordón de infantería; un mar de camperas azules, con su
propia orquesta de bombos y redoblantes, rompiendo el barullo cotidiano del
barrio de Once. Me veo junto a mis compañeros -mientras me cambio la ropa de
grafa- sosteniendo una bandera, escuchando los bocinazos de los miles de
colectiveros a los que les tocó trabajar, a los miles que también sienten
bronca por el 8% y que ahora se suman a la orquesta con sus bocinas.
Al
llegar a Corrientes, la marcha enfila hacia Callao y vuelve a doblar por Junín,
retomando Rivadavia en dirección al punto de encuentro. La convocatoria terminó
con un gran resultado. Fue una jornada histórica.
Ahora
me encuentro encendiendo mi moto en la puerta de la cabecera. La culpa
vuelva a mi, pero esta vez es un sentimiento débil. Siento que esta culpa que
tengo no es mía, que es como si me la hubiesen impuesto. Entonces, pienso, ¿dé
quien es esta culpa? Lo veo con claridad: la culpa es de Fernández y de todos
esos burócratas que nos traicionan; la culpa es de los que firman paritarias a
la baja, de los que vacían la obra social, de los que nos golpean y maltratan
cuando exigimos lo que nos corresponde y de los que piden el desafuero de los
delegados de Córdoba. La culpa es de ellos, y entender eso me alivia; me
alivia, además, saber que los colectiveros dijimos basta y que dentro de poco
ganaremos las calles y que no será para levantar pasajeros, sino que, esta vez
sí, para sacarlos a ellos, a los dueños de la culpa.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article14419
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