Megafusiones
agrícolas
Quién decidirá lo que
comemos
28 de junio de 2017
Por Silvia Ribeiro (La Jornada)
Definitivamente, el futuro de la alimentación
no es lo que era. Al menos en lo que agricultura industrial se refiere.
Monsanto, el villano más conocido de la agricultura transgénica, podría pronto
desaparecer del escenario con ese nombre, si se autoriza su compra por parte de
Bayer –aunque sus intenciones serán las mismas.
Las fusiones Syngenta-ChemChina y DuPont-Dow
siguen también bajo escrutinio de las autoridades antimonopolio en muchos
países. Si se concretan, las tres empresas resultantes controlarán 60 por
ciento del mercado mundial de semillas comerciales (incluido casi 100 por
ciento de semillas transgénicas) y 71 por ciento de los agrotóxicos a nivel
global, niveles de concentración que superan ampliamente las reglas
antimonopolio de cualquier país.
Estas megafusiones tendrán muchas
repercusiones negativas a corto plazo: aumento notable de precios de insumos
agrícolas, más disminución de innovación y de variedades a disposición del
mercado, mayores limitaciones al fitomejoramiento público y aumento de
agrotóxicos en los campos –y por tanto en alimentos– para poder seguir
vendiendo semillas transgénicas, aunque hayan provocado resistencia en decenas
de plantas invasoras y haya que subir dosis y agregar mezclas con agroquímicos
aún más tóxicos. Para esas empresas, su mayor negocio es vender veneno, o sea
que si no se lo impiden, éste será el curso de acción.
Estas fusiones tendrán también fuertes
impactos sobre las economías campesinas y de agricultores familiares, aunque
éstos en su mayoría usan sus propias semillas y pocos o ningún insumo químico,
porque el poder de presión de estas megaempresas frente a gobiernos e
instancias internacionales aumentará con su tamaño y por monopolizar los
primeros eslabones de la cadena agroalimentaria. Aumentarán la presión para
obtener leyes de propiedad intelectual más restrictivas; para restringir o
ilegalizar los intercambios de semillas entre campesinos –por ejemplo con
normas fitosanitarias y obligación de usar semillas registradas–; para que los
programas para el campo y los créditos agrícolas sean condicionados al uso de
sus insumos y semillas patentadas; para que los gastos en infraestructura y
otras políticas agrícolas beneficien a la agricultura industrial y desplacen a
los campesinos.
Como si no fuera suficiente, hay otros
factores muy preocupantes. La ronda de fusiones no finalizará con esos
movimientos, sino que apenas empieza. Lo que está en juego a mediano plazo es
quién controlará los 400 mil millones de dólares (mdd) de todos los insumos agrícolas. Actualmente, el
valor conjunto del mercado comercial global de semillas y agrotóxicos es de 97
mil mdd. El resto, tres veces mayor, está controlado por empresas de maquinaria
y fertilizantes, que también se están consolidando. Las cuatro empresas de maquinaria
más grandes (John Deere, CNH, AGCO, Kubota) ya controlan 54 por ciento de ese
sector.
El sector maquinaria ya no es de simples
tractores: han adquirido un alto grado de automatización, integrando GPS y
sensores agrícolas a sus máquinas, drones para riego y fumigación, tractores
no tripulados, así como un acúmulo masivo de datos satelitales sobre suelos y
clima. A su vez, Monsanto y compañía, las seis grandes gigantes genéticas,
también se han digitalizado y controlan una enorme base de datos genómicos de
cultivos, microorganismos y plantas de agroecosistemas, además de otras bases
de datos relacionados.
Ya existen entre ambos sectores contratos de
colaboración y hasta empresas compartidas para la venta de datos climáticos y
seguros agrícolas. Monsanto, por ejemplo, adquirió en 2012 la empresa Precision
Planting , de instrumentos y sistemas de monitoreo para
agricultura de precisión, desde siembra a riego y administración de
agroquímicos. En 2013, compró The Climate Corporation, para registro y venta de
datos climáticos. John Deere acordó en 2015 comprar Precision Planting a
Monsanto, pero las oficinas antimonopolio de Estados Unidos y luego Brasil,
objetaron la compra, por considerar que John Deere pasaría a controlar un
porcentaje virtualmente monopólico del sector. Aunque finalmente la venta se
canceló en 2017, es una muestra de la tendencia. Existen
varias otras empresas de base digital-instrumental (Precision Hawk, Raven,
Sentera, Agribotix) compartidas o en colaboración entre las trasnacionales de
maquinaria agrícola con las de semillas-agrotóxicos. Ver al respecto el
documentoSoftware contra Hardware del
grupo ETC ( http://tinyurl.com/y9dnpano ).
Todo indica que las grandes empresas de
maquinaria se moverán para comprar a los gigantes genéticos, luego de
finalizada la primera ronda de fusiones. Esta segunda ronda tiene el objetivo
de imponer una agricultura altamente automatizada, con muy pocos trabajadores,
que ofrecerá a los agricultores un paquete que no podrán rechazar: desde qué
semillas, insumos, maquinaria, datos genómicos y climáticos hasta qué seguros
tendrá que comprar, además de que buscarán que se condicionen los créditos
agrícolas a la adquisición de este nuevo paquete, así como ahora ya se hace con
semillas y agroquímicos.
Es fundamental entender y denunciar los
impactos de las megafusiones desde ya. Muchas organizaciones se han movilizado
para protestar en Estados Unidos, Europa, China y varios países de África y
América Latina, incluso ante las oficinas anti-monopolio, lo que al menos ha
retrasado su aprobación. De fondo se trata de impedir que los agronegocios se
apropien de todo el campo y la alimentación, también una forma de proteger la
producción campesina y agroecológica, la única forma para poder comer sano y
para la soberanía alimentaria.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=228466
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