Los cambios
12
de junio de 2017
Por Jaime Richart(Rebelión)
Es un punto de partida de la Sociología que el contemporáneo de
cualquier época no tiene consciencia plena, ni de las transformaciones ni de
los fenómenos globales más o menos manifiestos que está viviendo, ni de los
efectos de ambos a medio y largo plazo. Siempre, más o menos, ha sido así. Pero
del mismo modo el contemporáneo de hoy día, aunque está sobradamente avisado,
tampoco es plenamente consciente del alcance de los desgarros profundos en la
Naturaleza ocasionados por la ambición y por la necedad humanas. Lo que ocurre
es una cosa, y es que ahora, al ser tales cambios sumamente vertiginosos, percibimos
mejor la falta de consciencia del contemporáneo representado por los
dirigentes mundiales, por su incapacidad de anticipación a situaciones
sumamente graves previsibles, no precisamente relacionadas con el terrorismo,
sólo solucionable si las potencias occidentales abandonasen militarmente el
continente asiático. Capacidad de previsión y anticipación, por cierto, que
debieran ser exigibles a quienes se aventuran a dirigir los destinos de una
sociedad y a todo este sistema sociopolítico impuesto en el hemisferio
occidental, y de las que no obstante y en apariencia carecen. Y digo en
apariencia, porque otras teorías atribuyen el negarse a la prevención o poner
remedios , a la intención perversa
por parte de un puñado de canallas de extraer infinitas ganancias de ello,
unos, y otros, de conseguir por distintos medios
el control absoluto del planeta...
El caso es que el reemplazo de la máquina por el trabajador empieza con el capitalismo industrial, que lo ha ido potenciando hasta hoy. Desde sus comienzos el maquinismo ha proporcionado comodidad, extrema hasta la molicie, y acortamiento de las distancias, dos formidables adelantos para la vida cotidiana material. Pero tal es hoy la velocidad del proceso, que es cuando más se pone de manifiesto tanto la nula elasticidad del empresario, de la gran empresa y del sistema para la adaptación progresiva a los cambios sin gravísimos daños al tejido social, como la facilidad con la que a través de los cambios redoblan ambos su agilidad para enriquecerse escandalosamente. Si el contemporáneo pusiese manos a la obra con antelación, para evitar por la irrupción de la máquina el colapso del desempleo masivo colectivo (medidas que debieran esperarse de una mayor inteligencia y lucidez por el simple paso del tiempo y la experiencia), los cambios no dejarían de sentirse, pero estarían atemperados por los cálculos precisos para aminorar tanto quebranto...
El caso es que el reemplazo de la máquina por el trabajador empieza con el capitalismo industrial, que lo ha ido potenciando hasta hoy. Desde sus comienzos el maquinismo ha proporcionado comodidad, extrema hasta la molicie, y acortamiento de las distancias, dos formidables adelantos para la vida cotidiana material. Pero tal es hoy la velocidad del proceso, que es cuando más se pone de manifiesto tanto la nula elasticidad del empresario, de la gran empresa y del sistema para la adaptación progresiva a los cambios sin gravísimos daños al tejido social, como la facilidad con la que a través de los cambios redoblan ambos su agilidad para enriquecerse escandalosamente. Si el contemporáneo pusiese manos a la obra con antelación, para evitar por la irrupción de la máquina el colapso del desempleo masivo colectivo (medidas que debieran esperarse de una mayor inteligencia y lucidez por el simple paso del tiempo y la experiencia), los cambios no dejarían de sentirse, pero estarían atemperados por los cálculos precisos para aminorar tanto quebranto...
Porque el no haber sabido anticiparse al
impacto que las nuevas tecnologías habrían de causar en el mundo del trabajo,
ha ocasionado un súbito y desmesurado desempleo de perniciosos efectos en
millones de hogares. Y el no haber previsto, prevenido y en su caso corregido
los efectos del maltrato dado por el sistema a la Naturaleza, ha terminado
provocando lo que parece un irreversible cambio climático. En ambos casos, se
pone así en evidencia la escasa inteligencia del contemporáneo, de sus líderes
y del sistema, por mucho que se ufanen de llegar a los planetas o de erradicar
enfermedades. En el primer caso, porque esa falta de previsión ha hecho que la
sociedad pase repentinamente, de un cierto bienestar a la inestabilidad, a la
incertidumbre y al sufrimiento. En el segundo, porque si las generaciones
actuales resisten por el momento los embates del cambio climático, sus
herederos sufrirán con toda probabilidad las terribles consecuencias del
cataclismo silencioso que es una vida sumida de repente en el desierto.
Un cambio éste, el climático, por cierto, negado por los necios responsables de la suerte del mundo, cuando más que cambio es sobre todo a mutación. Pues, siempre dentro de la imprecisión propia de las ciencias que se corrigen a menudo a sí mismas, no hay un régimen de temperaturas y de precipitaciones que haya sido reemplazado por otro, sino un desideratum, un devenir desordenado de perturbaciones atmosféricas que apunta a una cercana catástrofe, medida la cercanía no en tiempo planetario sino en el ordinario de una vida humana.
Pero es que además del cambio del clima y de los que provocan las tecnologías, son constantes los cambios en multitud de prácticas, de la estética y de la ética tradicional e intemporal. Pues tampoco se libran de ellos, ni el lenguaje, ni el silogismo ni el modo de razonar. En España, sin ir más lejos y pese a que la felonía repercute de manera nefasta en millones y millones de personas, el pensamiento más o menos superficial de gobernantes, de políticos y de cómplices involucrados en graves delitos económicos (así como de parte de la población que les respalda), infravalora la gravedad de esos delitos con efectos desastrosos en las urnas y en los recortes sociales.
Un cambio éste, el climático, por cierto, negado por los necios responsables de la suerte del mundo, cuando más que cambio es sobre todo a mutación. Pues, siempre dentro de la imprecisión propia de las ciencias que se corrigen a menudo a sí mismas, no hay un régimen de temperaturas y de precipitaciones que haya sido reemplazado por otro, sino un desideratum, un devenir desordenado de perturbaciones atmosféricas que apunta a una cercana catástrofe, medida la cercanía no en tiempo planetario sino en el ordinario de una vida humana.
Pero es que además del cambio del clima y de los que provocan las tecnologías, son constantes los cambios en multitud de prácticas, de la estética y de la ética tradicional e intemporal. Pues tampoco se libran de ellos, ni el lenguaje, ni el silogismo ni el modo de razonar. En España, sin ir más lejos y pese a que la felonía repercute de manera nefasta en millones y millones de personas, el pensamiento más o menos superficial de gobernantes, de políticos y de cómplices involucrados en graves delitos económicos (así como de parte de la población que les respalda), infravalora la gravedad de esos delitos con efectos desastrosos en las urnas y en los recortes sociales.
En suma, un universo de sensibilidades se ha derrumbado. La ética, la estética, el metron, la medida... y la dignidad de políticos y gobernantes expuestos constantemente a la vergüenza de una colosal incoherencia probada por todas las hemerotecas, que sin embargo no les lleva a bajar en absoluto
Todo lo que ha de dar lugar a un profundo divorcio entre la mentalidad de los dirigentes y la mentalidad de quienes entendemos el progreso material y el progreso moral tal como lo entienden y demandan millones en España, cientos de millones en Europa y miles de millones en el mundo.
Pero me ha ocurrido hoy una cosa que me hace pensar más en relación a todo esto. Con ser muy grave lo que acabo de decir, lo peor es que he tenido que salir esta mañana del supermercado sin las compresas de mi abuela. No había manera de encontrarlas. El almacenista me decía que debían estar en "ese" estante, pero allí no estaban. Después de mis reproches por tanto cambio cada semana o cada día en los supermercados y la consiguiente discusión, al final ha desistido el almacenista de seguir buscando porque ni él mismo sabía dónde estaban las compresas de mi abuela. Y todo, por las malditas maniobras mentalistas de un Mercado empeñado en este tiempo en marearnos o en volvernos locos, con los trasiegos de los malditos y constantes cambios sin venir a cuento, también y como decía, en los malditos supermercados...
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227775
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