La naturaleza
americana y el orden colonial del capital
El debate sobre el
“extractivismo”
en tiempos de resaca
12 de abril de 2016
12 de abril de 2016
Por Horacio Machado Aráoz (Rebelión)
A la Memoria de Berta
Cáceres
“Desde su origen, el capital ha utilizado
todos los recursos productivos del globo… tiene necesidad de disponer del mundo
entero y de no encontrar límite ninguno en la elección de sus medios de producción”. (Rosa Luxemburgo, 1912).
Hace poco más de un lustro ya, inmersos todavía en el clima
refrescante de las expectativas emancipatorias abiertas por el “giro a la
izquierda” en América Latina, asistíamos a la irrupción de las discusiones en
torno a la matriz socio-productiva y las estrategias económico-políticas
seguidas en la región como curso para salir y, eventualmente, superar el
trágico estadío del neoliberalismo. Por entonces, los debates sobre el
“extractivismo” corrieron como reguero de pólvora en las siempre agitadas
tierras ideológico-políticas de la región (Gudynas, 2009; Acosta, 2011; Svampa,
2013; Lander, 2013). Para ser precisos, los revuelos causados por la materia,
repercutieron con mayor fuerza en el hemisferio ideológico de actores y
referentes (políticos, intelectuales y movimientos) de la izquierda. Pues
como bien precisó en su momento Eduardo Gudynas (2009), no estábamos ante una
problemática que pueda decirse “nueva”; más bien todo lo contrario. Lo
‘novedoso’ o lo extraño del caso residía en que eran ahora gobiernos y fuerzas
políticas auto-identificadas como de izquierda los que asumían la defensa y el
impulso de políticas centradas en la profundización de la vieja matriz
primario-exportadora, aquella misma con la que nuestras sociedades fueran
violentamente incorporadas al mundo del capital y su estructura de división
internacional del trabajo. Esa matriz primario-exportadora, que fraguara como
indeleble marca colonial de las economías latinoamericanas, y cuyas implicaciones
externas (en términos de dependencia y “desarrollo del subdesarrollo”) e
internas (configuración de élites oligárquicas autoritarias y rentísticas,
estratificación social dualista y altamente desigual, etc.) fueran objeto de
crítica y de análisis de lo mejor de la teoría social latinoamericana, era
ahora reivindicada como una vía popular-emancipatoria por políticas (dichas) de
izquierda.
Como ya es
harto sabido, las críticas y las resistencias a estas políticas, fueron
sistemáticamente rechazadas y reprimidas, generando una escalada de violencia
que, en este punto, llegó a equiparar las respuestas que se daban desde
“derechas” e “izquierdas” en el poder. El argumento central de la izquierda oficialista era que estas posturas “le hacían el
juego a la derecha” (Borón, 2013). Se reivindicaba el uso estatal de la renta
extractivista como motor de las políticas de “desarrollo con inclusión social”
y se veía en las críticas sólo intentos solapados o abiertos de
desestabilización. Lamentablemente, para los gobiernos progresistas de la
región –para los intelectuales y fuerzas políticas adherentes- el concepto de
“extractivismo” acabó oficialmente devenido en “arma ideológica” del
ambientalismo de derecha. El vicepresidente de Bolivia oficializó esta postura,
señalando que“detrás del criticismo extractivista de reciente factura contra
los gobiernos revolucionarios y progresistas, se halla pues la sombra de la
restauración conservadora” (García
Linera, 2012: 110). Los presidentes que más públicamente se mostraron en los
ámbitos internacionales como “defensores de Luego, reunidos en
Así, alegando los intereses de las clases oprimidas y la bandera de la lucha contra el imperialismo, los gobiernos progresistas terminaron justificando la senda del “extractivismo” como una condición necesaria para sostener los empleos, los salarios, las políticas sociales. Lamentablemente, ese razonamiento pasó por alto que sostener el empleo, los salarios, el consumo, etc., es sostener el crecimiento, las inversiones, las tasas de ganancia… En fin, el sistema mismo. El énfasis “anti-neoliberal” llevó a ocluir el fondo del problema. La prioridad de las políticas de “reactivación” condujo a soslayar los desafíos del cambio revolucionario. Como señaló Ruy Mauro Marini para ciclos anteriores, “se confundió crecimiento con transformación estructural” (Marini, 2013). Por desgracia para el curso presente y futuro de los procesos sociopolíticos, los tan ponderados “éxitos alcanzados en materia social y económica” no fueron comprometidos por la eficacia de las resistencias “anti-extractivistas”, sino, elementalmente, por el agotamiento del ciclo de alza de las commodities.
Esto cambia drásticamente las condiciones del diálogo, pero no el fondo de
El dolor de la expropiación se siente a flor de piel (Machado Aráoz, 2012); los efectos anestésicos del consumismo -del consumo ostentoso de las élites; del consumo imitativo de las clases medias y el consumo compensatorio de las bases de la pirámide (Machado Aráoz, 2013; Scribano y DE Senna, 2014) han perdido eficacia. Son tiempos de aturdimientos y confusiones; también de crisis y levantamientos oblicuos, de efervescencia de la conflictividad social y política; en suma, de agudización y explicitación de las violencias y los violentamientos expropiatorios (Antonelli, 2016). Quizás, lo único promisorio de este sombrío escenario presente, es que, tal vez, estemos ahora, en mejores condiciones para volver a plantear y a re-pensar, precisamente, el fondo de la cuestión. (...)
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